La primera jornada del viaje iba a ser muy densa, ya que visitaríamos el Monasterio de Troyan, Veliko Tarnovo y Arbanasi. En total, 265 kilómetros. Ni que decir tiene que tuvimos que madrugar. Durante todo el viaje llevamos dos guías, una chica española de apoyo y un guía local, encargado de darnos todas las explicaciones pertinentes.
Itinerario del día según Google Maps.
Monasterio de Troyan.
El día se preveía muy caluroso. Después de desayunar, emprendimos viaje hacia nuestro primer destino del día, el Monasterio de Troyan, que se encuentra a 159 kilómetros de Sofía, unas dos horas en coche, algo más en autobús. La primera parte es por autovía, luego se va por carretera convencional hacia la cordillera de los Balcanes Centrales.
Tal como me gusta hacer, durante el trayecto me entretuve contemplando el paisaje, con zonas predominantes de cultivo al principio. Según nos íbamos aproximando a las montañas, el panorama cambió y aparecieron bosques espesos que cubrían onduladas colinas, en cuya base se asentaban pueblos dispersos, algunos flanqueados por campos de maíz y girasol. El guía local nos confirmó que el cambio climático también ha llegado a Bulgaria, con inviernos menos fríos y veranos bastante calurosos casi sin lluvias. Y se notaba a simple vista, pues, al margen de los diferentes tonos verdes de las masas forestales, el terreno se veía marrón y muy seco, sin tener en cuenta los campos donde ya se habían recogido las cosechas.
El guía también nos contó que la parte norte del país es más pobre que la sur, ya que tras el desmembramiento del bloque soviético, se cerraron las fábricas y la gente emigró tanto al sur como al extranjero, dejando localidades enteras casi despobladas. En fin, “la Bulgaria vaciada”.
Tras un par de horitas, llegamos al Monasterio de Troyan, el tercero más grande Bulgaria, y que, al igual que los otros dos, está situado en una zona montañosa, en medio de un espléndido paisaje natural, en las orillas del río Chemi Osam, a 10 kilómetros del pueblo de Troyan, en la provincia de Lovech.
En general, durante la dominación otomana, los exteriores de iglesias y monasterios no se construían para que lucieran llamativos y ostentosos, pues necesitaban mantener la mayor discreción para no ser fácilmente identificados. Por eso, solían ubicarse en el interior de recintos cerrados, que desde fuera no parecen monasterios sino fortificaciones. Sin embargo, no siempre tuvieron éxito y la mayoría sufrieron ataques y saqueos.
Con la llegada del turismo, se han instalado puestos de venta multitud de productos y recuerdos, entre los que destacan las tiendecitas de artesanía que ofrecen sobre todo cerámica tradicional. De todas formas, este monasterio no me pareció que esté masificado. Y eso que era agosto. Aquí, empezamos a utilizar uno de esos artilugios con auriculares que permiten escuchar las explicaciones del guía sin tener que estar pegados a él, muy útil para moverte sin agobios y tomar fotos a varios metros de distancia.
El nombre oficial del Monasterio de Troyan es Monasterio de la Dormición de la Santísima Madre de Dios. El guía nos recordó la importancia que tiene la figura de la Virgen en la religión ortodoxa, a la que, según el lenguaje iconográfico, se suele representar en las iglesias y monasterios búlgaros en “dormición”, es decir, en un lecho, amortajada y con ropa de cama, de acuerdo con la creencia de que la Virgen no murió sino que adquirió la inmortalidad en cuerpo y alma. Esta imagen la veríamos a menudo, más adelante, en otras iglesias y monasterios.
Fundado en el año 1600, fue destruido varias veces y reconstruido después. El edificio actual procede de la renovación y ampliación llevadas a cabo en 1835 gracias a la contribución económica de vecinos, patriotas y familias adineradas de las inmediaciones. Fue utilizado como escuela primaria para revitalizar la cultura búlgara ensombrecida durante siglos por la dominación turca.
En 1865, se añadió la torre-campanario de cuatro plantas situada en el claustro del templo. Cada 15 de agosto se celebra la fiesta de la Asunción de la Virgen, coincidiendo con la del propio Monasterio, durante la cual se realiza una procesión en la que se expone el icono milagroso de la Santa Virgen Trijerusa, también conocida como la Virgen de las Tres Manos (no tengo fotos).
Según la leyenda, hace mucho tiempo, de camino hacia Valaquia, pasó por el lugar un monje que llevaba a su familia como recuerdo un icono de la Virgen. Allí habitaba un ermitaño que le dio cobijo. Cuando el monje quiso proseguir su viaje, su caballo tropezó y le tiró al suelo, hecho que se repitió varias veces, lo que el monje interpretó como que el icono no quería abandonar aquel lugar; así que él se marchó, pero dejó allí el icono. Atraídos por lo ocurrido, llegaron otros monjes que erigieron una iglesia de madera para albergar el icono. Pronto se convirtió en santuario y lugar de peregrinación gracias a los relatos de sus milagros.
En cuanto a las tres manos de la Virgen, la tradición las relaciona con su intervención en el martirio de San Juan Damasceno, quien había escrito varios textos animando a la veneración de los iconos. Por ello, fue acusado de conspiración ante el califa omeya, quien ordenó que le cortaran la mano derecha. San Juan rezó al icono de la Virgen, recordándole que la mano cortada había servido para defender su devoción. La Virgen le escuchó y le devolvió la mano cortada. En recuerdo del milagro, San Juan colocó una mano de plata colgando del cuello del icono. En lo sucesivo, en muchos iconos bizantinos aparece esa tercera mano.
Leyendas aparte, el Monasterio me gustó mucho. Consta de dos patios, en los que predominan la madera y la piedra como materiales de construcción. Desde la entrada, se obtiene una perspectiva estupenda del conjunto.
Los muros exteriores, protegidos por galerías con pequeñas bóvedas, presentan un gran número de pinturas de escenas bíblicas, profetas, santos y evangelistas que inevitablemente atrajeron poderosamente la atención de mi cámara de fotos, sobre todo al ser el primero que visitaba. Pero creo que me hubiera gustado igual de ser el último.
El interior de la iglesia principal, Sveta Bogoroditsa, es magnífico y posee un iconostasio de madera tallada que data de 1839. Las pinturas, tanto interiores como exteriores, fueron realizadas por Zahari Zograph, un famoso pintor búlgaro del momento que también pintó la iglesia del Monasterio de Rila y otras muchas. Un hecho curioso es que el autor se retrató a sí mismo en la pared norte de la iglesia, lo que supuso tanto una osadía para la época como el primer autorretrato del arte búlgaro. En cuanto a las fotos en el interior de la iglesia, no sé si se puede o no, pero todo el mundo las hacía sin ningún reparo, así que puse en práctica aquello de que “donde fueres…”.
Se puede recorrer casi todo el recinto (exteriores), incluso subir a algunas de las galerías de madera que comunican las antiguas celdas de los monjes, desde las cuales se toman fotos con bonitas perspectivas.
Aunque nada tiene que ver con la historia del monasterio, comentar que los aseos cuentan con un torno. Para acceder hay que depositar una moneda de una leva. Si no tienes la moneda, no pasas. Y no es el único punto en Bulgaria. Así que mejor ir provistos de calderilla suficiente para estos menesteres. Después de mucho insistir, gracias a la férrea intervención del guía, conseguimos que la “cuidadora” nos dejase entrar a cada dos por un euro, aunque no resultó nada fácil, pues se enrocan en sus posiciones y no hay manera de convencerlos. Últimamente, me he manejado en varios viajes sin cambiar dinero, exclusivamente con tarjeta, incluso para el WC. Estaba claro que aquí, no.