Es un pequeño pueblo del municipio de Veliko Tarnovo, de cuyo casco antiguo dista unos cinco kilómetros. Tiene varias iglesias de los siglos XVII y XVIII y cuenta con numerosos ejemplos de arquitectura del renacimiento nacional búlgaro, algunas de cuyas casas se pueden visitar. De hecho, casi todos los visitantes lo consideran más bonito e interesante que el propio Veliko Tarnovo. Su nombre deriva del término “arbanas”, que significa “albanés”. Actualmente, apenas alcanza los 400 habitantes, pero se ha convertido en un importante centro turístico con varios hoteles y restaurantes, algunos instalados en antiguas casas tradicionales restauradas.
Esa mañana, después de visitar el Monasterio de Troyan, paramos en Arbanasi para almorzar en un restaurante del casco viejo, donde tomamos una ensaladilla de verduras, ternera guisada y servida en el tradicional puchero de barro decorado (plato típico que se llama gyuvetch) y un rico helado de yogurt. Era una antigua granja, que conserva un pozo y la antigua noria.
A continuación, fuimos a visitar la Iglesia de la Natividad, cuyos sobrios muros exteriores de piedra desnuda, sin torres ni cúpulas, no hacen presagiar la obra maestra que contiene. El templo data de principios del siglo XVII y su interior, de estructura laberíntica, está completamente decorado con fantásticas pinturas al fresco en casi perfecto estado de conservación que representan escenas de la vida de la Virgen María, otras dedicadas a San Juan Bautista, así como imágenes de antiguos filósofos y poetas griegos. Resulta muy interesante la pintura de la Rueda de la Vida en combinación con los signos del zodiaco.
El iconostasio es de madera labrada. En el interior no se permite hacer fotos, aunque, si hay poca gente, es posible tomar algunas desde la puerta, como las que me pasó una compañera del grupo por WhatsApp. Gracias, Paloma! Muy bonita esta iglesia. Hay otras en Arbanasi, pero sin duda esta es la que merece más la pena.
Por la tarde, tras regresar de nuestra visita a Veliko Tarnovo, fuimos a registrarnos en el Hotel Sevastokrator, en pleno centro de Arbanasi, que es muy pequeño. El establecimiento me gustó. Está construido hacia abajo, acoplándose al desnivel de la colina y manteniendo el estilo tradicional de las casas del pueblo. Tiene buenas instalaciones, con terrazas, restaurantes, piscina y habitaciones muy cómodas.
Además, cuenta con unas vistas fantásticas hacia Veliko Tarnovo, cuyo centro histórico divisaba casi en su totalidad tanto desde mi cuarto como desde las dependencias comunes del hotel. Y lo hice, al atardecer, de noche (pongo la foto, aunque no me salió bien) y al amanecer.
Lo cierto es que la antigua capital de los zares búlgaros casi -¿sin casi?- se veía más atractiva en la distancia que in situ. Y fui capaz de identificar buena parte de sus principales monumentos, incluyendo la fortaleza de Tsárevets.
También pude distinguir las cúpulas del Monasterio de San Nicolás, solo a unas docenas de metros del hotel, así como todo un horizonte de montañas.
Pensé bajar a echar un vistazo al monasterio, pero estaba sedienta con tanto calor y preferí sentarme tranquilamente en la terraza del bar del hotel para tomar una cerveza en compañía de una compañera del grupo mientras charlábamos y tomábamos un montón de fotos panorámicas.
Para la cena, nos sirvieron la típica ensalada (shopska), con tomate, pepino, aceitunas, pimiento verde y queso tipo feta pero de sabor más fuerte; de segundo, la tradicional moussaka búlgara, con carne picada, cebolla, patata, tomate, especias y salsa de yogur con pepino a un lado (muy contundente). De postre, baklawa en versión búlgara (en la foto me ha salido como una especie de cagarruta :twisted:, pero estaba bueno).