Llegamos sobre las siete de la tarde y fuimos directamente a nuestro alojamiento, el Gran Hotel de Plovdiv, el mejor hotel del viaje, tanto por la comodidad de sus habitaciones como por su estupenda ubicación, a un par de minutos del puente cubierto peatonal por el que se accede al casco viejo: se podía ir andando a todas partes sin problemas, algo que, personalmente, agradezco muchísimo. Tanto es así que esa misma tarde, antes de cenar, salí a dar una vuelta con otra compañera.
Foto del mapa turístico que me facilitaron en el hotel.
Atravesamos el puente peatonal cubierto, que está repleto de tiendas, cruzamos un paso subterráneo y enseguida nos hallamos en la calle principal, Rayko Daskalov, un paseo arbolado que llega hasta la Mezquita y el estadio romano, ya en pleno centro. No fuimos demasiado lejos porque estábamos cansadas.
Nos pilló la puesta del sol sobre el río Maritsa, cuyas aguas no se veían demasiado limpias en aquella zona. Desde el otro puente, la panorámica -con el puente cubierto de fondo- parecía pintar algo mejor.
Cenamos en un restaurante donde también estaba de moda la cerveza “Madri” –el alma de Madrid-, que tanto se promociona en el Reino Unido últimamente, como tuve oportunidad de ver esta primavera en Londres y Edimburgo. Cenamos, ensalada, naturalmente, pero esta vez de remolacha y col, con salsa… de yogur, claro. De segundo, una especie de empanadillas rellenas de carne y tomate (nos dijeron que se llaman “banitza”). Estaba todo bueno. De postre, melón y sandía, a elegir.
Recorriendo Plovdiv.
Volvió a amanecer un día espléndido, con sol y calor. Ese día no hubo traslado de maletas, pues la noche siguiente seguíamos en el mismo hotel. Pasamos toda la mañana en Plovdiv, haciendo una completa visita a pie por el centro con nuestra guía local.
Con 350.000 habitantes, Plovdiv es la segunda ciudad más poblada de Bulgaria después de la capital, Sofía. Situada entre siete colinas, conforme a los restos arqueológicos encontrados, su historia abarca más de ocho milenios y está considerada (al menos por los búlgaros) la ciudad europea más antigua continuamente habitada, y la sexta del mundo.
Dejando aparte asentamientos anteriores, oficialmente fue fundada por Filipo II de Macedonia (padre de Alejandro Magno) en el año 342 a.C. con el nombre de Filipópolis. Más tarde, fue conquistada por los romanos, saqueada por los godos y destruida por los hunos de Atila en el siglo V. En el año 863, pasó a formar parte del I Imperio Búlgaro.
En 2019 fue capital europea de la cultura junto a la ciudad italiana de Matera. Con este motivo, se realizó un proceso de embellecimiento urbano que se advierte a simple vista, incluso los que no conocíamos la ciudad antes.
El casco antiguo.
Para llegar al casco antiguo, cruzamos el puente cubierto peatonal, que ya conocíamos de la tarde anterior, ahora con todas sus tiendas abiertas, y atravesamos el Barrio de Kapana, cuya traducción es “La Trampa”, según algunos por su laberíntico trazado y según otros porque era fácil entrar con dinero y salir sin él, debido a las muchas opciones de gastarlo que había.
Antaño era un barrio de artesanos otomanos, a cuyos gremios aluden todavía los nombres de las calles. Las casas tradicionales de madera se quemaron en 1906, durante un incendio, reconstruyéndose después con edificaciones humildes. Considerada una zona marginal e insegura durante algún tiempo, a partir de la capitalidad europea de la cultura de Plovdiv en 2019, se inició un proceso de regeneración que lo ha convertido en lugar de moda y cultura alternativa; un distrito creativo de visita imprescindible, como lo denominan los folletos de la Oficina de Turismo local.
Aunque ocupa solo unas pocas calles, está repleto de talleres, tiendas de artesanía, galerías de pintura, murales de arte urbano y terrazas que se llenan de lugareños y turistas sobre todo a partir del atardecer. En cualquier visita a Plovdiv, está tan céntrico que se pasa varias veces por este sitio en cualquier visita a Plovdiv. varias veces por este sitio.
Cruzamos un túnel subterráneo bajo la Avenida de Boris III, donde hay un mural con un león -símbolo del país- sobre la bandera búlgara; a continuación, subimos por una calle muy empinada, que nos condujo a la colina donde se encuentra el casco antiguo que conserva una parte amurallada.
Enseguida sufrimos la terrible fama de las calles empedradas del viejo Plovdiv: ¡madre mía, esos enormes adoquines puntiagudos…! Aunque supongo que a nadie en su sano juicio se le ocurrirá, quedan totalmente prohibidos los tacones y las chanclas bajo riesgo extremo de sufrir una severa torcedura de tobillo o algo peor
En esta zona, se mezclan varias épocas y estilos arquitectónicos, pues cohabitan yacimientos arqueológicos tracios y romanos con edificios que representan el renacimiento nacional búlgaro, un estilo arquitectónico que nació a finales del siglo XVIII durante la dominación turca y duró hasta su liberación en 1878. En este periodo, las familias adineradas construyeron viviendas ostentosas, con altos muros de piedra pintados de colores, tallas de madera y elaboradas ventanas, en una mezcla de estilos francés y oriental. Durante el paseo pudimos contemplar varias al tiempo que conocíamos su historia. En la actualidad, algunas albergan servicios administrativos o están convertidas en museos. Destacan la Casa Balavanov, la Casa Veren Stamboljan, la Casa Lamartin, la Farmacia Hipócrates, la Casa Klianti…
Una de las más bonitas es la Casa Kuyumdzhiogh, que acoge el Museo Etnográfico Regional, a cuyos jardines se puede acceder gratuitamente.
Nosotros también visitamos el interior, que cuenta con 12 habitaciones bellamente decoradas con maderas talladas en las que se exponen objetos de la vida cotidiana local: trajes, mobiliario, herramientas, vajilla, instrumentos musicales, aperos de labranza… Aunque está bien, ni mucho menos lo considero imprescindible.
Al lado, se extienden los restos de la muralla, en la que se abre la Puerta de Hisar Kapia, por la que se accede a la colina del casco antiguo a través de una calle empinadísima, empedrada en aceras y calzada donde los adoquines ya pasan a ser dignos de denuncia ante un juzgado de guardia. De la antigua puerta romana del siglo II solo quedan los cimientos, pues fue remodelada en los siglos XII y XIII.
A continuación, fuimos a la Iglesia de San Constantino y Santa Elena, que cuenta con un patio fortificado. Está dedicada al Emperador Constantino el Grande (santo en la iglesia ortodoxa) y a su madre, Elena. Aunque su origen se remonta al siglo IV y conserva una torre cuadrangular exterior del siglo XII, fue reconstruida numerosas veces, la última en 1832, época a la que corresponden los frescos que hay en el interior, obra, claro está, de Zahari Zograf.
Tiene un campanario de 13 metros de altura y el interior está profusamente pintado, como es habitual en las iglesias bizantinas. Cuenta con varios edificios que le otorgan un aspecto de conjunto monástico. Iglesia muy bonita, me gustó. Aunque vimos la imagen de la cámara de fotos tachada, la guía nos dijo que nuestro grupo podía hacer fotos sin problemas. No sé si pagó algún suplemento.
Continuamos paseando por el casco viejo hasta llegar al Teatro Romano de Plovdiv, construido por el Emperador Trajano en el siglo II. Está situado en una pendiente natural entre dos de las tres colinas en que se asienta la ciudad y podía acoger a más de 6.000 espectadores. Fue restaurado en los años 60 del pasado siglo y ahora acoge conciertos, festivales de ópera y otros eventos. Para pasar al interior se paga una entrada, pero tampoco resulta necesario, ya que se aprecia bastante bien desde las verjas exteriores, incluyendo la amplia panorámica que se abre más allá.
Pasamos junto a la Iglesia de Bogoroditsa y continuamos hacia la parte baja de la ciudad, hasta llegar a la Plaza Rimski Stadio, donde se encuentra el Estadio Romano, construido en el siglo II, en tiempos del Emperador Adriano y que llegó a tener capacidad para 30.000 espectadores. Aunque la mayor parte permanece enterrada bajo las casas y la calle, se ha habilitado una estructura para que se puedan ver tanto desde arriba como desde abajo la parte que se ha restaurado, que comprende 14 filas, junto con los restos de la muralla de Marco Aurelio y de un acueducto.
Justo enfrente, se encuentra la Mezquita Dzhumaya, construida en 1450 y en la que destaca su minarete de 23 metros de altura. Aunque aún celebra culto, no existe problema para visitarla, si bien, lógicamente, hay que descalzarse (conviene ir provistos de calcetines) y las mujeres tuvimos que cubrirnos la cabeza con un pañuelo. Considerada la mezquita más antigua de Europa excluyendo al-Ándalus-, está restaurada y me gustó su interior decorado con motivos florales y geométricos de aire bizantino; sin embargo, no admite comparación con la suntuosidad y belleza de otras mezquitas. En un lateral de la mezquita, los golosos tienen una cita en una de las más famosas confiterías de Plovdiv. No es mi caso.
La Plaza de la Mezquita Dzhumaya es una de las de referencia para los forasteros que visitan Plovdiv, pues allí confluyen varias calles, entre ellas dos de las más importantes: la arbolada Rayko Daskalov –a la que se llega desde el puente cubierto- y la peatonal Knyaz Alexander I, flanqueada por elegantes edificios de colores, con tiendas, bares y restaurantes, muchos turistas y la escultura de Milo, un mimo y cómico sordo muy querido en Plovdiv.
Esta calle desemboca en la Plaza Stefan Stambolov, donde se encuentran el Ayuntamiento, una fuente y el Teatro. Un poco más adelante, están los Jardines del Zar Simeón con la Fuente Cantarina y donde se pueden ver también los restos del Foro Romano de Philippopolis. Construido en tiempos del Emperador Vespasiano en el siglo I, tenía dimensiones colosales, si bien hoy apenas se conservan algunos restos de columnas y del odeón.
Desde allí, seguimos recorriendo Plovdiv cada uno por nuestra cuenta. Pero eso lo dejo para la etapa siguiente.