Ya por mi cuenta, aparte de tomar un par de fotos a la Catedral católica de San Luis, me acerqué hasta la Basílica del Obispo, también conocida como Basílica Mayor, que funcionó entre los siglos V y VI. Sus restos se encuentran en el interior de un edificio moderno que protege una amplia extensión del antiguo pavimento, cubierto de mosaicos con dibujos esquemáticos, geométricos, de flores y de animales, entre los que destacan los que representan a todo tipo de aves.
El recorrido es largo y hay que ponerse unas bolsitas de plástico encima de los zapatos para no ensuciar los cristales que cubren los mosaicos. Se paga entrada, que incluye tomar fotos con el teléfono. Y eso hice, porque para utilizar la cámara hay que abonar un suplemento.
Una entrada combinada permite también visitar la llamada Basílica Menor, que se encuentra cerca y cuyos mosaicos representan ciervos. Sin embargo, me avisaron de que no me daría tiempo a ver las dos basílicas antes del cierre.
Más tarde, almorzamos en un restaurante del centro, donde nos sirvieron ensalada (por supuesto) y unas tiras de carne con arroz. El arroz, siempre lo ponen pasado, al menos para mi gusto. De postre, tarta.
Miradores.
Tras regresar del Monasterio de Bachkovo, al que fuimos después de comer y cuyo relato lo dejo para la etapa siguiente, salí a dar un paseo en solitario por la ciudad. En particular, me había propuesto subir a la colina donde se asienta el Monumento dedicado al Ejército Rojo o al Soldado Soviético, que podía divisar desde las ventanas del hotel. En realidad, lo que me interesaba no era la enorme estatua de 11 metros de altura, sino las panorámicas que prometía el sitio. Según Google Maps, unos 38 minutos a pie. Asumible, por tanto.
Dejé atrás el Museo Regional, el Monumento a la Unificación Nacional y el Museo de Ciencias, hasta llegar a un gran parque que envuelve la colina Bunardzhika, en cuya cima se encuentra el monumento que iba buscando. Estaba muy concurrido con lugareños paseando –tomando el fresco no, porque no hacía- y también con turistas deseosos de contemplar las vistas, igual que yo. Hay varios senderos que ascienden entre una tupida arboleda y tampoco faltan un buen número de escaleras, pero entre la sombra y las numerosas paradas que hice para asomarme a los diferentes miradores, no me resultó demasiado fatigoso ni pesado.
Tras hacer unas fotos frente a una gran fuente que se abre frente al par de peñascos que forman parte del monumento natural, emprendí el ascenso final hasta la estatua, cuya plataforma se ha convertido en un mirador excepcional de la ciudad, sobre todo a la hora de la puesta del sol, y al que no llegan muchos turistas. No sé si le quedara mucho tiempo de “vida” en su actual ubicación, pues existe una iniciativa para desmontar todos los monumentos de la época soviética. Algunos ya han sido desmantelados o están en proceso de serlo; este, de momento, resiste.
Pero como esa es una historia sin demasiado interés para mí, me dediqué a lo que había ido: a contemplar el panorama que abarca toda la ciudad y sus alrededores en 360 grados y a sacar fotos. El sol había empezado a languidecer y dejaba un romántico reflejo dorado sobre las casas. Mereció la pena el pequeño esfuerzo de llegar hasta allí.
A continuación, mi idea era ir a otro de los puntos altos de Plovdiv, el promontorio de Nebet Tepe, el lugar donde se fundó la ciudad, muy cerca del cual habíamos estado por la mañana, aunque sin llegar al yacimiento arqueológico de la ciudadela y la acrópolis. Según había leído, lo que queda allí es muy poco, pero las vistas son espléndidas, especialmente a última hora de la tarde. Cuando pasé por el centro, ya estaba empezando a anochecer.
Me llevó una media hora llegar hasta allí, pasando por algunas calles que no conocía hasta que, finalmente, aparecí junto al Museo Etnográfico, que está unos cien metros antes de la cima. Sin embargo, mi gozo (y el de otros visitantes) cayó al pozo al ver una valla metálica que impedía el paso. Y es que, al parecer, está cerrado por obras de acondicionamiento. Me tuve que conformar con lo poco que capté metiendo la cámara por un agujero. Una lástima.
Plovdiv de noche.
De paso, aproveché para tomar unas fotos de la muralla, la Puerta Hisar Kapia y los palacetes que había visto por la mañana.
Luego bajé hasta la zona de la Mezquita, la calle peatonal Knyaz Alexander I y demás lugares del centro para tomar nuevas fotos antes de sentarme en una terraza, donde descansé un rato mientras cenaba una hamburguesa kebap a la búlgara. Hacía calor y había mucho ambiente en las calles.
Plovdiv me gustó. No es que sea un prodigio arquitectónico, ni tampoco tiene una cantidad ingente de monumentos, museos o espacios naturales de valor excepcional, pero me pareció una ciudad muy agradable (excluyendo los adoquines asesinos del casco antiguo amurallado) y dinámica, con espacios para pasear, casas bonitas y cuidadas y un interesante patrimonio arqueológico; si bien todavía faltan bastantes edificios pendientes de remozar.