Regreso a casa.
Al día siguiente salimos muy temprano para el aeropuerto, ya nuestro vuelo despegó puntural en torno a las ocho de la mañana -la verdad es que no me acuerdo bien la hora exacta. A través de la ventanilla del avión pude distinguir buena parte de la isla, incluyendo, claro está, alguna que otra enorme cúpula de alguna que otra iglesia.
Luego, durante el vuelo que se desarrolló sin ninguna incidencia, me encantó una imagen que pude captar de la isla de Formentera, que habíamos visitado el año anterior.
Conclusiones.
El viaje no ha sido de los más fantásticos que he hecho, pero me gustó más de lo que esperaba en un principio, sobre todo porque nos lo pasamos muy bien. Fue una de esas ocasiones en que el improvisado grupito que formas funciona.
En cuanto a la pregunta que me hice a mí misma antes de salir sobre si una semana completa sería demasiado tiempo para un país tan pequeño como Malta, ya me la había respondido un par de días antes de volver: sí y no. Si te lo pasas tan bien como nos lo pasamos nosotras -sin hacer nada especial, por cierto-, se te hace hasta corto. Por el contrario, si no te gustan los templos megalíticos, ni las iglesias, ni los pueblos parecidos entre sí, cuatro días pueden ser suficientes, sobre todo con coche de alquiler, que permite elegir los destinos en orden y aprovechando a tope el tiempo disponible; algo mucho más difícil si se depende de los autobuses públicos. Otra cosa es que se busque un destino de sol, playa y esnorquel, aunque a mí, particularmente, no me ha terminado de convencer en ese plan. Claro que no lo experimenté.
En mi opinión, merece mucho la pena conocer La Valeta: los bastiones, las defensas, las calles empinadas, los balcones, la Concatedral, el Gran Puerto, el ambiente, las vistas maravillosas... Me gustó mucho. Y también las tres ciudades, Birgu, sobre todo. Igualmente, Mdina es imprescindible. Y la Gruta Azul mola con buen tiempo. En cuanto a los templos megalíticos, depende de si interesa el tema o no, aunque creo que al menos hay que ver uno. El Hipogeo de Hal Sifleni es una maravilla, pero estamos en lo mismo, la reserva es complicada y cara, así que depende del interés de cada cual.
La isla de Gozo nos gustó mucho y allí sí que fuimos muy pilladas de tiempo. Lo ideal es pasar una noche para ver la isla con calma en dos jornadas o jornada y media. Es muy pintoresca y tiene rincones preciosos. Victoria, la capital, merece como mínimo dos o tres horas para pasear tranquilamente por su ciudadela.
Se puede llegar a todos sitios perfectamente con los autobuses públicos, pero hay que prestar atención a los horarios y a los trasbordos. Los atascos son muy frencuentes y te pueden jugar alguna mala pasada. Eso también vale si se alquila un coche. Hay que tener en cuenta que los malteses se trasladan por carretera y que Malta es uno de los países europeos con mayor densidad de población por kilómetro cuadrado, sin contar los turistas. Así que tráfico no falta.
La comida es típica mediterránea con influencia siciliana y algún toque árabe: pescado, verduras, frutas, aceitunas -están muy ricas-, queso de cabra, pimientos y berenjenas rellenas, el conejo guisado... Además, hay pasta y pizza por todas partes. Los precios no me parecieron demasiado altos teniendo en cuenta el gran número de turistas que reciben. Entre 15 y 20 euros se puede tomar un plato (en general, son raciones grandes) y un postre sin problemas (desde luego, no me refiero a restaurantes gourmet). Y si se quiere economizar, pues a tirar de patizzi, que están muy ricos. Me gustó su vino blanco; no soy de tintos, así que no puedo opinar porque ni los probé.
Una cuestión final es el tiempo: ojo porque puede hacer mucho pero mucho calor en verano. Nosotras fuimos la segunda semana de mayo y, salvo un día, ya hizo una temperatura bastante alta.
Creo que he contado todo lo que se viene a la cabeza. Así que lo dejo aquí. Estoy contenta de haber conocido Malta y me quedé con ganas de ver más sitios, pero también es cierto que volver no está entre mis prioridades viajeras.