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En vista de que el castillo de Dunguaire no tenía hora de apertura hasta las 10h, nos levantamos con algo más de calma. En el comedor, nuestra anfitriona volvió a intentarlo con el desayuno de Anna, pero le salió rana. En la mesa de al lado, un matrimonio de California, con los que estuvimos entretenidos charlando un buen rato.
A las 9h nos montamos en el coche, y aunque el cielo está despejado, soplaba un poco de brisa y esos 11ºC que marca el termómetro, se nos hacen un poco más frescos. Paramos un momento en Kinvara para comprar algo de comida y para sacar dinero del cajero. Por despiste, no habíamos tenido en cuenta que este alojamiento había que pagarlo en efectivo. (Aplicaron un 3% de comisión a la operación). Realmente hasta el castillo, se puede ir andando desde el pueblo. Pero sí vas a marchar a otro sitio de seguido, hay un pequeño parking gratuito habilitado para las visitas.
A las 9h nos montamos en el coche, y aunque el cielo está despejado, soplaba un poco de brisa y esos 11ºC que marca el termómetro, se nos hacen un poco más frescos. Paramos un momento en Kinvara para comprar algo de comida y para sacar dinero del cajero. Por despiste, no habíamos tenido en cuenta que este alojamiento había que pagarlo en efectivo. (Aplicaron un 3% de comisión a la operación). Realmente hasta el castillo, se puede ir andando desde el pueblo. Pero sí vas a marchar a otro sitio de seguido, hay un pequeño parking gratuito habilitado para las visitas.


El castillo de Dunguaire fue construido en el año 1520 y debe su nombre al rey Guaire de Connaught que vivió en el siglo VII. Aunque se conservan restos medievales, el actual castillo data del siglo XVI. Tras pasar por varios dueños, en 1954 el castillo fue adquirido por Christabel, Lady Ampthill quien completó la restauración en 1966. En 1972 el castillo pasó a manos de la Compañía para el desarrollo del área de Shannon. El comedor se alquila para la celebración de actos y banquetes amenizados con música celta. El precio de la entrada es de 8€ por persona y la visita es auto-guiada. No entra dentro de la Heritage Card.

Aunque se le llama castillo de Dunguaire, no es un castillo como tal sino una “casa torre” típica del siglo XVI. Las casas torres eran residencias fortificadas construidas por nobles o granjeros adinerados.


Durante nuestra visita coincidimos con un grupo de monjes budistas, con sus túnicas color mostaza. Al subir a la última planta de la torre, se puede acceder a la balconada exterior, muuuuuuyyyyyy estrecha donde tuvimos la oportunidad de charlar unos minutos con uno de los monjes a través de su intérprete. Y al retirarse para bajar la escalera de caracol, hicimos una foto que a nosotros nos gusta mucho. Quizás por el contraste del gris y el naranja. En fin, que nos desviamos y queríamos deciros que, desde arriba, se tiene una bonita vista de Kinvara, con las azules aguas de la bahía de Galway en primer plano.


Fuera ya del recinto, sacamos una última foto del castillo y pusimos rumbo hacia nuestra siguiente parada del día, la catedral de Galway.

Sí nos preguntáis qué visteis de Galway, qué os gustó más, etc, etc…. pues no tenemos respuesta. Nuestra visita fue única y exclusivamente a la Catedral. Habíamos visto algunas fotos del interior y nos habían gustado. Alguno pensará que vaya pérdida de tiempo o por qué no visitar la ciudad ya de haber llegado hasta allí. Pero sí habéis leído algún otro diario nuestro, no somos amigos de las ciudades porque te hacen perder mucho tiempo y las evitamos a no ser que sea imprescindible. Pero es un tema muy personal, claro está.

Total, que como sólo queríamos visitar la catedral, no nos preocupamos de buscar aparcamiento y fuimos directos al parking de la catedral (1,50€). Aunque la entrada es gratuita, “sugieren” una donación de 2€ por visitante que se dedican para la conservación de la propia catedral.
La catedral de Galway es relativamente nueva y ocupa los terrenos de la antigua prisión de la ciudad que fue derribada en la década de 1940. En octubre de 1957, el arzobispo de Armagh, el cardenal D’Alton bendijo el lugar y puso la primera piedra. Como datos curiosos, la catedral tiene una longitud de 92 metros y una altura máxima en la zona de cúpula de 39 metros.
La catedral de Galway es relativamente nueva y ocupa los terrenos de la antigua prisión de la ciudad que fue derribada en la década de 1940. En octubre de 1957, el arzobispo de Armagh, el cardenal D’Alton bendijo el lugar y puso la primera piedra. Como datos curiosos, la catedral tiene una longitud de 92 metros y una altura máxima en la zona de cúpula de 39 metros.

La catedral se inauguró oficialmente el 15 de agosto de 1965 con una misa oficiada por el Cardenal Cushing, arzobispo de Boston. La cúpula, los pilares y los arcos son de estilo renacentista, pero también se pueden ver otros estilos como los del rosetón y los mosaicos.

La catedral es de piedra caliza procedente de la cantera de Anglingham y el suelo, hecho con paneles de color negro y sepia son de mármol de Connemara. Además de la cúpula, una de las cosas que más nos gustaron, fueron las vidrieras en los laterales de la catedral.


Pasado el mediodía, dejamos Galway y tomamos la carretera N59 en dirección al Parque Nacional de Connemara donde íbamos a visitar la abadía de Kylemore, además de recorrer todo lo que nos diera tiempo.
Mientras pasábamos por Oughterard, pudimos ver una manifestación a favor de la conservación de los lagos de salmones. Parecer ser que habían introducido otras especies en los lagos de la zona que estaban haciendo desaparecer las especies autóctonas como las truchas y salmones.


A las 13h30 hicimos una parada técnica a la altura de Maan Cross. Y resultó ser una visita muy entretenida. Los baños están dentro del hotel porque la gasolinera no tiene. No nos pusieron ningún problema, aunque pasas por delante de la recepción. Y alrededor de la gasolinera pudimos ver que había bastante alboroto, trajín de camionetas y gente de un lado para otro. Incluso alguna furgoneta vendiendo artículos vintage de segunda mano. Nos picó la curiosidad y aparcamos el coche para seguir los murmullos y darnos de bruces con un pabellón lleno de ovejas y paisanos. El revuelo y el bullicio, era considerable. Estábamos en una feria de ovejas y pudimos presenciar en directo cómo se hacía la subasta. Echad un vistazo al video y el que consiga entender la suma de dinero por la que venden el lote, está invitado a unas cervezas. Jejeje…

Cuando consideramos que ya habíamos cotilleado suficiente, un food truck estaba instalado en las inmediaciones y muy a mano. Así que caímos en la tentación de cogernos unas patatas con queso (4€) que nos sirvieron como aperitivo a lo que ya habíamos comprado a la mañana.

Unos kilómetros después giramos a la derecha hacia la carretera R344 en dirección a Kylemore. Aunque todavía no estábamos dentro de los límites del Parque Nacional de Connemara, entre lagos y montañas, los paisajes que nos fuimos encontrando iban dándonos una idea de increíblemente bonito que es este paraje.


La historia de la Abadía de Kylemore ha sido bastante convulsa y abarca más de 150 años de tragedia, romance, innovación, educación y espiritualidad. Construido como un imponente castillo en 1868, ahora es la abadía y el hogar de la comunidad de monjas benedictina.
Las monjas benedictinas llegaron a Kylemore en 1920 después de que su abadía en Ypres, en Flandes, fuera destruida en los primeros meses de la Primera Guerra Mundial.
Originalmente, los terrenos donde hoy se encuentra la abadía, eran un coto de caza y se cuenta que Mitchell Henry y su esposa Margaret Vaughan visitaron Connemara durante su luna de miel. A Margaret le gustó tanto Connemara que su marido volvió y compró las 6000 hectáreas como regalo y muestra de su amor, creando uno de los castillos más hermosos de Irlanda.
Desgraciadamente Margaret no pudo disfrutar mucho tiempo de Kylemore ya que, durante un viaje a Egipto, enfermó de disentería y murió 16 días después. En su honor, su marido trasladó el cuerpo de Margaret hasta Kylemore donde fue enterrada en un mausoleo dentro de los terrenos de la abadía. Mitchell Henry murió en noviembre de 1910 con 84 años en Leamington, Inglaterra. Tras su incineración, sus cenizas fueron trasladadas a Kylemore y descansan junto a su esposa.
Las monjas benedictinas llegaron a Kylemore en 1920 después de que su abadía en Ypres, en Flandes, fuera destruida en los primeros meses de la Primera Guerra Mundial.
Originalmente, los terrenos donde hoy se encuentra la abadía, eran un coto de caza y se cuenta que Mitchell Henry y su esposa Margaret Vaughan visitaron Connemara durante su luna de miel. A Margaret le gustó tanto Connemara que su marido volvió y compró las 6000 hectáreas como regalo y muestra de su amor, creando uno de los castillos más hermosos de Irlanda.
Desgraciadamente Margaret no pudo disfrutar mucho tiempo de Kylemore ya que, durante un viaje a Egipto, enfermó de disentería y murió 16 días después. En su honor, su marido trasladó el cuerpo de Margaret hasta Kylemore donde fue enterrada en un mausoleo dentro de los terrenos de la abadía. Mitchell Henry murió en noviembre de 1910 con 84 años en Leamington, Inglaterra. Tras su incineración, sus cenizas fueron trasladadas a Kylemore y descansan junto a su esposa.

Las entradas para visitar Kylemore cuestan 14€ por persona, aunque hay un descuento del 5% si se compran anticipadamente a través de la página web. La entrada da derecho a visitar el castillo (las habitaciones restauradas de la planta baja), el mausoleo, la iglesia neo-gótica y los jardines victorianos amurallados.
Las visitas son auto-guiadas, aunque dan charlas gratuitas a las 11h30, 13h00 y 15h00 sobre la historia de la abadía y duran aproximadamente 20 minutos. No sirve la Heritage Card.
En nuestra visita anterior a Irlanda, solo la habíamos visto desde la carretera. Sacamos “la foto”, pero no la visitamos. Esta vez sí queríamos hacerlo.
Las visitas son auto-guiadas, aunque dan charlas gratuitas a las 11h30, 13h00 y 15h00 sobre la historia de la abadía y duran aproximadamente 20 minutos. No sirve la Heritage Card.
En nuestra visita anterior a Irlanda, solo la habíamos visto desde la carretera. Sacamos “la foto”, pero no la visitamos. Esta vez sí queríamos hacerlo.



Nosotros empezamos por el castillo visitando todas las estancias abiertas al público. Desde un salón dedicado a la historia de las monjas benedictinas, la biblioteca (fotos a continuación), la sala de estar o el comedor. ¡Todo lleno de detalles!




La sala de estar era la habitación preferida de Margaret y la sala principal para el entretenimiento y para recibir a los invitados. Esta era la habitación donde se retiraban las señoras después de cenar a disfrutar de “pasatiempos típicos de las damas”, como la lectura o la costura. Entre los objetos de interés de esta habitación se encuentra una chimenea de mármol de Carrara y una réplica de un deslumbrante vestido rosa de Margaret.


La habitación que quizás, más nos gustó, fue el comedor con su chimenea de mármol negro y su aparador acristalado de estilo gótico en el lado opuesto de la habitación. Por supuesto, no podía faltar una gran mesa donde se debieron servir opulentos banquetes. Entre platos, bajo platos, copas y cubiertos, dan para varios lavavajillas, jejeje.
No os dejéis engañar por las fotos sin gente. Es un sitio muy visitado. Nosotros tenemos muuuuuuchaaaaa paciencia para esperar a que no haya nadie cuando no nos interesa. jajaja
No os dejéis engañar por las fotos sin gente. Es un sitio muy visitado. Nosotros tenemos muuuuuuchaaaaa paciencia para esperar a que no haya nadie cuando no nos interesa. jajaja



Tras la visita al castillo, fuimos dando un paseo hasta la iglesia neo-gótica, que está considerada como una catedral en miniatura y fue construida por Mitchell Henry en memoria de su esposa Margaret.


Nuestra siguiente parada fue los jardines victorianos amurallados. Aunque se puede llegar andando, hay un autobús (gratuito) desde el centro de visitantes. Nosotros, como no teníamos demasiado tiempo, sacrificamos el paseo por poder dedicar más tiempo a los jardines.

Lo primero que tuvimos ocasión de ver, fueron unos curiosos inquilinos de los jardines, la cerda Gloria y el cerdo Ken. Los nombres se los pusieron unos grupos de niñas y niños que visitaron la abadía y los jardines durante la pascua de 2018.

Ubicado en medio de un pantano irlandés, el jardín victoriano de Kylemore fue construido en la misma época que el castillo y llegó a contar con 21 invernaderos climatizados y un grupo de trabajo de 40 jardineros. Debido a su grandeza, los jardines de Kylemore fue comparado en magnificencia con Kew Gardens en Londres. Como dato curioso, decir que en los jardines sólo hay plantas y flores introducidas en Irlanda antes de 1901.



Con el paso de los años, el jardín se fue descuidando y quedó completamente cubierto, con zarzas y árboles que ocultaban todos los rastros de su antiguo esplendor. Las monjas benedictinas iniciaron un amplio programa de restauración en 1995 y en el año 2000 el jardín fue abierto al público. El proyecto de restauración de los Jardines de Kylemore ganó el prestigioso Premio Europa Nostra en 2001 y ahora atrae a visitantes de todo el mundo.


La última parte de nuestra visita la dedicamos a la casa de los jardineros que, además de almacén de herramientas, tenía habitaciones para descansar y también estancias dedicadas al estudio de las plantas.



A las 17h45 salía el último autobús hacia el centro de visitantes, así que estuvimos atentos para no perderlo porque si no, nos hubiera tocado volver andando y a esas horas sí que ya no apetecía.

A las 18h dimos por finalizada la visita y, como no teníamos más visitas programadas, decidimos hacer un recorrido en coche por los alrededores de Connemara siguiendo las carreteras N59, R341 y R342.

Mientras tuvimos luz, fuimos haciendo varias paradas cuando alguna cosilla del paisaje nos llamaba la atención. En la foto de arriba, aunque parece un lago, realmente es el final de fiordo en la bahía de Streamstown. De camino al B&B, paramos en Clarinbridge en un supermercado que seguía abierto y compramos la cena (10,15€).


Llegamos al B&B sobre las 22h y mientras cenamos, descargamos las fotos del día, saludamos a la familia y dimos un repaso a las actividades para el día siguiente. Como venía siendo habitual en este viaje, no nos fuimos a la cama antes de la media noche.
*** final del día 11 ***
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