La isla de El Hierro pertenece a la provincia de Santa Cruz de Tenerife y es la más pequeña, la más occidental y la más meridional de las Islas Canarias. Su superficie es de 268,71 Km2 y su población no llega a los 11.000 habitantes. Tiene tres municipios: Valverde (que es la capital), La Frontera y El Pinar. La UNESCO la declaró Reserva de la Biosfera en 2002 y en 2014 catalogó como geoparque a la totalidad de la isla.
Se trataba de la última isla canaria que nos quedaba por visitar, (nada extraño, según nos comentaron los lugareños), quizás por ser la más lejana y tradicionalmente la más desconocida, si bien este hecho cambió notablemente después de que pasase a ser portada de muchos medios de comunicación nacionales y extranjeros por los temblores de tierra y posteriores erupciones en el mar que se registraron entre julio de 2011 y marzo de 2012. Según los estudios realizados, el cráter del volcán ahora apagado que provocó este fenómeno se encuentra a más de 80 metros de profundidad, unos cinco kilómetros mar adentro frente a las costas de la población pesquera de La Restiga. Las erupciones obligaron a evacuar a los habitantes del pueblo y alrededores y provocaron la desaparición de gran parte de la fauna y la flora marina, pero actualmente están regenerados y se pueden realizar con toda normalidad las tradicionales actividades de buceo, uno de los principales atractivos turísticos de El Hierro, cuyos los fondos marinos son extraordinarios.
El caso es que el tema de las erupciones avivó nuestra intención de completar el periplo canario, a lo que colaboró mucho también el estupendo diario “Por El Hierro: mucho en poco” de la forera meha, a quien no puedo sino agradecer una vez más sus recomendaciones y esas fotos tan bonitas que nos pusieron los dientes muy largos.
Como contábamos con unos días de vacaciones a primeros de año, quisimos aprovechar la oportunidad para huir de los primeros coletazos del frío y la lluvia en la península y volver a nuestras queridas Islas Canarias. Pensamos que los nueve días de que disponíamos serían muchos para El Hierro (lo cual después no fue cierto) y decidimos combinar la estancia con su vecina La Gomera, a la que también teníamos buenas ganas tras haberla visitado hace años en una de las típicas excursiones de un día que parten de Tenerife.
Sin embargo, la comunicación de estas dos islas tanto entre sí como con la península no es directa, lo que nos obligaba a recalar previamente en Tenerife, complicando bastante el asunto. Si se quiere ir por vía aérea, los vuelos salen del aeropuerto de Tenerife Norte, Los Rodeos; si se prefiere la vía marítima, los ferris zarpan desde el Puerto de los Cristianos, al sur de Tenerife. Así que tocaba hacer una componenda de cuidado para cuadrar horarios sin perder jornadas enteras en traslados, buscando también las combinaciones más ventajosas económicamente y, a ser posible, la “cata” de las dos modalidades para que el viaje fuese más variado. Al final, el asunto quedó así:
1er. día: Vuelo Madrid/Tenerife Norte con Air Europa; y Vuelo Tenerife Norte/El Hierro con Binter.
-Visita El Hierro-
5º día: Ferry El Hierro/Tenerife Los Cristianos con la naviera Armas; y Ferry Los Cristianos/La Gomera, también con Armas.
-Visita La Gomera-
8º día: Vuelo La Gomera/Tenerife Norte con Binter
9º día: Vuelo Tenerife Norte/Madrid con Air Europa.
DÍA 1. LLEGADA A LA ISLA Y VALVERDE.
A las 08:00 salió puntualmente el vuelo de Air Europa rumbo a Tenerife Norte (ni siquiera un vaso de agua gratis durante el trayecto). Llegamos a las 10 de la mañana hora canaria, y por fortuna pudimos facturar directamente las maletas en el mostrador de Binter, lo que nos permitió estar libres hasta las 16:40, hora a la que salía nuestro vuelo hacia El Hierro. Así aprovechamos lo que hubiesen sido unas horas tediosas en el aeropuerto para ir a dar una vuelta por Santa Cruz de Tenerife. Pero eso lo cuento en otra etapa del diario.
El vuelo de Binter salió puntual y en los cuarenta minutos escasos del trayecto les dio tiempo a ofrecernos prensa, un vaso de agua, una chocolatina y un caramelo. No estuvo mal, comparándolo con el nada de nada de Air Europa. Desde el pequeño avión turbohélice pudimos contemplar unas bonitas imágenes aéreas del Teide y de La Gomera. La llegada a El Hierro, con el sol de cara, no resultó demasiado impactante y más bien daba la sensación de aterrizar en poco menos que un árido peñasco (nada más lejos de la realidad como pudimos comprobar después). Lo bueno de estos cortos trayectos aéreos, con apenas quince viajeros, es que todo acaba rapidito, incluida la tediosa espera de las maletas.
En el pequeño aeropuerto recogimos el coche (un Opel Corsa, el más barato del catálogo) que habíamos alquilado por internet con la compañía CICAR. Quizás sea algo más cara que otras, pero su fama de seriedad y sus condiciones me convencieron, en especial el seguro a todo riesgo sin depósitos, fianzas ni retenciones en la tarjeta de crédito. Además, el segundo conductor es gratis y podíamos devolver el coche en el puerto de La Estaca, lo cual nos venía fenomenal para coger el ferry el último día. El coche era prácticamente nuevo y nos costó 123 euros desde las 17:30 del sábado a las 14:00 del miércoles. El empleado tenía más clientes y simplemente nos dio las llaves para que fuésemos a buscar el coche al parking. Nos fijamos en que tenía unos pequeños arañazos en una aleta, así que, pese al seguro a todo riesgo, le hicimos unas fotos por si acaso. Adelanto, que al devolverlo no hubo ningún problema, ni siquiera lo miraron. También nos entregaron un CD informativo sobre la isla y un mapa de carreteras, bastante necesario para moverse por la isla (también sirve perfectamente el que dan en las Oficinas de Turismo).
Mientras mi marido examinaba el vehículo, aproveché para pedir folletos en el mostrador de información turística del aeropuerto, donde me atendió una señora encantadora, que me proporcionó unos mapas y algunos buenos consejos. También me dio una mala noticia: a consecuencia de unos desprendimientos en la zona del Mirador de los Bascos, en la zona noroeste, estaba cortado un tramo de la carretera que rodea la isla, desde el Pozo de la Salud a la Playa del Verodal. Esto obligaba a dar un rodeo tremendo para ir desde Frontera a la zona del Sabinar y el Faro Orchilla, cuando normalmente está casi a tiro de piedra. Una auténtica faena. Algo a tener muy en cuenta para los que vayan próximamente. No sabían cuándo se solucionaría, así que mejor asegurarse con antelación, solicitando información en turismo o en los alojamientos para preparar los recorridos previamente y no encontrarse con sorpresas. Y de verdad que “unos pocos kilómetros” de aquí no equivalen a “unos pocos kilómetros” de otros sitios.
Fotografía que hice del plano turístico que nos dieron. Señalo en rojo la zona de los cortes en la carretera:
Detalle de la zona cortada:
No había tiempo para mucho más antes de que se hiciera de noche (a principios de enero, allí se pone el sol sobre las 18:30, algo más tarde que en la península) y fuimos directamente hasta nuestro alojamiento de esa jornada en la capital, Valverde. Como ocurre en cuanto te mueves en El Hierro, enseguida comenzó la montaña rusa que supone cualquier trayecto por la isla. Son apenas 8 kilómetros, pero hay que subir del nivel del mar a casi 600 m. que se encuentra Valverde, poco menos que Madrid. Pese a la penumbra en ciernes, rápidamente nos dimos cuenta de que lo de la apariencia de “peñasco árido”, nada de nada, pues incluso los acantilados y los campos de lava más jóvenes se encuentran salpicados por líquenes, plantas crasas, tabarbas, cardones (las que tienen forma de candelabro) y chumberas junto con otras numerosas especies vegetales endémicas.
Con el navegador del teléfono, llegamos sin ningún problema a nuestro primer destino, el Hotel Boomerang, situado a unos pocos metros de la Iglesia de la Concepción, en pleno centro de Valverde. El estar cerca del centro en estos lugares no es una tontería, porque las casas están diseminadas en un terreno de terrazas y hay que subir y bajar constantemente para ir de un sitio a otro, lo cual no siempre resulta cómodo.
Vista de Valverde desde la carretera.
El Hotel lo habíamos reservado por booking.com y, como de costumbre, sin ningún problema. Un dos estrellas, correcto para los 50 euros que nos costó. Eso sí, el dueño (un hombre servicial y muy agradable) es capaz de relatarte la historia universal al completo y la española en particular. Por cierto, que los alojamientos en El Hierro no suelen tener calefacción (ni aire acondicionado) y la humedad puede acentuar la sensación de frío en las zonas altas, como Valverde. Todavía llegamos a tiempo de contemplar unas bonitas vistas junto al hotel, pues la mayor parte de la isla es un inmenso mirador, que exhibe el mar, la costa cercana o lejana dibujando formas increíbles, las nubes que corren o se estancan, los diferentes tonos verdes de la vegetación, los marrones, negros y rojizos de la lava petrificada, las casitas de vivos colores y las siluetas de las islas vecinas. ¿Qué más se puede pedir?
Hacia las ocho, ya de noche, fuimos a dar una vuelta por Valverde. Las calles estaban poco concurridas, las tiendas cerradas. Nos llamó la atención la cuidada iluminación navideña y, sobre todo, la música que sonaba bastante alta desde unos altavoces instalados en las farolas de las calles y cuyos sones alcanzaban a toda la zona centro. Quizás sea una deformación propia de los que vivimos las Navidades entre miles de personas cargadas con paquetes y sorteando coches, pero nos resultaba curiosa la situación, con aquellas calles casi desiertas, iluminadas por estilosas luces navideñas y música de fondo que nadie parecía escuchar. En fin, ignoro qué horario tenía la música, pero igual los vecinos no estaban demasiado conformes con tales recitales junto a las ventanas de sus casas.
Como habíamos comido mucho y bien en Santa Cruz de Tenerife, y tampoco vimos demasiados restaurantes abiertos, cenamos en una pizzería. Dimos otra vuelta por Valverde, subiendo y bajando escaleras y nos fuimos a dormir.
Como habíamos comido mucho y bien en Santa Cruz de Tenerife, y tampoco vimos demasiados restaurantes abiertos, cenamos en una pizzería. Dimos otra vuelta por Valverde, subiendo y bajando escaleras y nos fuimos a dormir.
Calles de Valverde iluminadas con luces navideñas.
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DÍA 2. VALVERDE, FUENTE DE ISORA, MIRADORES DE ISORA, LAS PLAYAS Y LA LLANIA, PICO MALPASO, MIRADOR DE LA PEÑA, LAS PUNTAS Y FRONTERA..
Este fue, más o menos, el recorrido que hicimos este día, según el perfil sacado de GoogleMaps
Volvimos al centro de Valverde para desayunar. Nos costó encontrar un bar abierto ya que era domingo. Al final, acertamos con el sitio y tomamos un zumo de naranja natural gigante (medio litro), dos cafés con leche y dos croissants rellenos (esto se estila mucho en Canarias), uno de jamón y queso con tomate y lechuga, y otro de lomo con queso, tomate, lechuga y mayonesa. Como nos gustaron los croissants, encargamos también dos bocadillos para pic-nic, una botella de agua de litro y medio, y una coca-cola. Todo no llegó a 18 euros. No estaba mal.
Calles de Valverde.
Iglesia de la Concepción del siglo XVIII.
La mañana había amanecido espléndida, pese a las nubes eternas que se mueven arriba y abajo sobre Valverde. Después de dar otro paseo y hacer algunas fotos, en las que por primera vez captamos la impresionante imagen del Teide en el horizonte azul y que ya apenas nos abandonaría en todo el viaje, dejamos la habitación (tras una hora larga debatiendo sobre historia y sus personajes con el dueño del hotel) y emprendimos nuestro primer recorrido por El Hierro, sin tener al principio una idea muy clara de a qué darle prioridad. Al ver el cielo tan despejado, decidimos ir hacia Malpaso, el punto más elevado de El Hierro, no fuera que otro día nos lo encontrásemos perdido entre las nubes y con las vistas panorámicas desdibujadas.
Fue mirar el mapa para ver el recorrido, arrancar el coche, enfilar hacia el sur por la HI-1 y empezar el goteo de paradas constantes en los miradores señalizados y que cuentan con nombre. Los miradores improvisados a lo largo de las carreteras son innumerables, pues cualquier sitio es bueno para echar un vistazo y olvidarte del tiempo mientras contemplas el vertiginoso horizonte; y si no paras más es porque materialmente no puedes hacerlo sin que corra peligro tu integridad física o la de los otros conductores que surcan unas carreteras muy viradas y con fuertes desniveles, como es lógico dado el terreno, pero, en general, con buen firme y poco concurridas. También hay que ir por pistas sin asfaltar para llegar a destacados lugares turísticos, pero a ese tema llegaremos en su momento.
Apenas tardamos unos minutos en toparnos con el Mirador del Parque Eólico. Aunque puede parecer que la estructura de los molinos estropea el panorama, es interesante detenerse allí porque hacia el lado contrario se ve una bonita vista de La Caleta y, además, hay un panel informativo en el cual se detalla los esfuerzos que se están haciendo para dotar a la isla de una energía completamente limpia y renovable.
Vistas desde el Mirador del Parque Eólico. Al fondo, La Caleta.
Llegando a Tiñor, el pueblo más pequeño de la isla, nos desviamos hacia la izquierda, por la carretera HI-104 y después la HI-35, que conduce al pueblo de Isora, de tradición agrícola y ganadera, con bonitas casas de colores que salpican la montaña. Allí, seguimos las indicaciones que nos llevaron a la Fuente de Isora (que no es el mirador de Isora). Hay que dejar el coche en el aparcamiento y bajar caminando hasta la fuente por un camino empedrado que forma parte de la red de senderos que comunican la isla, y de los que se valían sus antiguos habitantes para ir de unos lugares a otros. Sería interesante disponer de tiempo para recorrerlos con calma pues pese a los desniveles que hay que salvar, los espléndidos paisajes compensarían con creces el esfuerzo.
La zona costera se fue abriendo según descendíamos, mostrando unas vistas extraordinarias. Llegamos hasta la fuente y los pequeños depósitos de agua. El Hierro no tiene ríos ya que la humedad la recibe principalmente de la llamada “lluvia horizontal”, que es la que captan los árboles y la vegetación de las abundantes nubes que arrastran los vientos alisios y que se quedan enganchadas a las laderas de los altos picachos. Sin embargo, sí hay unos pocos manantiales y algunos pozos y fuentes de los que se extrae el agua, siendo la Fuente de Isora una de las más importantes.
Fuente de Isora y alrededores.
Volvimos a la carretera y retrocedimos hasta el centro del pueblo, desde donde seguimos las indicaciones que nos condujeron por la HI-35 al Mirador de Isora, perfectamente acondicionado con balconadas de piedra y barandillas de madera, uno de los más espectaculares de la isla, por lo menos en mi opinión. Desde sus 800 metros de altura y en caída prácticamente vertical se contempla el Valle de Las Playas, un escarpe semicircular de 5 kilómetros de longitud y con desniveles de casi 1.100 metros en su punto central. A nuestra izquierda, junto al túnel que conecta esta zona con el resto de la isla, pudimos ver como motas minúsculas los Roques de la Bonanza, portada de muchos catálogos turísticos herreños; a la derecha, el Parador Nacional, situado en un singular paraje casi aislado, que conoceríamos en nuestra última noche de estancia en la isla. Como se aprecia perfectamente en la foto, la carretera termina apenas a unas decenas de metros del propio Parador. No hay forma de ir más allá por la costa, ni siquiera por caminos, a pie. La única posibilidad son los senderos que ascienden tierra adentro hasta los propios miradores.
Retrocedimos hasta el cruce con la HI-401 y tomamos dirección a El Pinar, que rápidamente hizo honor a su nombre con la aparición de un extenso bosque de grandes ejemplares de pino canario, que, salvando la variedad de pino, nos recordó a nuestra Sierra de Guadarrama. Siguiendo las indicaciones, nos desviamos a la izquierda, para llegar al Mirador de las Playas, con vistas parecidas al anterior, aunque más centrado sobre el Valle, aunque los árboles que lo rodean y las nubes bajas que empezaron a aparecer hicieron que resultase un pelín menos espectacular que el de Isora. Aquí hay mesas para picnic.
Seguimos en dirección hacia La Hoya de Morcillo, que cuenta con zona recreativa y es el único lugar de la isla donde se permite la acampada. Continuamos hacia la derecha por la HI-40 hasta llegar al cruce con la HI-1, para enseguida tomar la HI-45, carretera que lleva a Malpaso y a la Ermita de la Virgen de los Reyes, pero que a poco de empezar se convierte en pista de tierra, lo que hay que tener en cuenta a la hora de circular por ella. No recuerdo si antes o después del cambio de firme, paramos en un paraje impresionante, con unas vistas de vértigo, desde donde un par de jóvenes estaban preparando los bártulos para tirarse en parapente. El terreno, de tierra suelta, estaba muy inclinado y me dio cierta “cosa” caminar por allí hacia un borde que no se sabía muy bien donde estaba, así que preferí ir hacia unos matorrales a la derecha que me pudieran detener si salía rodando, aunque supongo que fue una sensación mía porque mi marido descendió tranquilamente. Las vistas eran realmente espectaculares, con el Valle del Golfo, coronado al fondo por la isla de la Palma.
Más adelante, la pista se divide en dos y hay que tomar la de la derecha para llegar a Malpaso, el punto más alto de la isla con 1.501 metros de altitud. Según íbamos avanzando, también se incrementaban los precipicios, que ofrecían vistas fabulosas donde no se interponían las nubes, que tampoco restaban encanto al panorama allá donde estaban.
Dejamos el coche y seguimos a pie hasta el hito. El cielo estaba completamente despejado a esta altura y lucía un sol espléndido, apreciándose perfectamente el perfil de la escarpadura que envuelve el Valle del Golfo, aunque las nubes que se habían acumulado en las laderas, apenas permitían distinguir sus costas, excepto los Roques de Salmor. Según nos comentaron, dadas las características de la isla, a esta altura es muy difícil que no aparezcan nubes en alguna parte. De todas formas, la estampa era espléndida, con el manto de nubes envuelto por una media luna rocosa, sobre la que reinaba el Pico de Teide sobresaliendo sobre la superficie de La Gomera, y, por si fuera poco, con la isla de la Palma a su izquierda.
En la parte occidental, también había nubes, mientras que la zona sur se mostraba despejada, con la costa batida por las olas y un sorprendente paisaje plagado de cráteres, algunos desnudos y otros cubiertos por la vegetación. Las fotografías no pueden captar las auténticas perspectivas, y las islas vecinas aparecen mucho más pequeñas de lo que se ven en realidad, que parece que las tienes allí mismo. Merece mucho la pena visitar este lugar.
Retrocedimos por la pista de tierra hasta tomar de nuevo la carretera HI-1 y paramos en La Llania para tomar nuestros bocatas en un merendero, donde hay una fuente. Después, subimos por el sendero que lleva al Mirador de la Llania, un paseo corto, de unos diez minutos ida y vuelta, con un entorno precioso, en un bosque de laurisilva, que se une con el bosque de fayal, con encinas y hayas. El Mirador nos mostró un paisaje similar al de Malpaso, con el Valle del Golfo ya algo menos tapado por las nubes, y la sorprendente caída vertical de los montículos verdes hacia el mar, en la parte más al noroeste.
De la zona de aparcamiento, junto al sendero que lleva al Mirador, sale una bonita ruta de dos horas de duración, llamada “circular de La Llania”, que recorre el bosque de laurisilva. No la hicimos porque andábamos justos de tiempo y ya íbamos a ver laurisilva en La Gomera; pero contemplando el entorno, seguro que merece la pena. Esta ruta también puede enlazarse con la subida caminando a Malpaso, lo que alarga la excursión hasta unas cinco horas y media según me comentaron.
De nuevo en el coche, por la HI-1 nos dirigimos a La Frontera en un descenso vertiginoso hacia el mar, que iba mostrando cada vez con más detalle el perfil de las costas y las poblaciones del Valle del Golfo ya apenas sin nubes, desde los Roques de Salmor hasta la Punta de la Dehesa. Hay varios miradores en los que detenerse para contemplar un panorama cada vez más amplio y detallado, en el que llama la atención el montículo de tierra donde se asienta la Ermita de la Caridad en La Frontera, al lado de la cual está el Hotel Rural Ida Inés, donde teníamos reservado alojamiento para las dos noches siguientes.
Sin parar siquiera a dejar las maletas, recogimos la llave de la habitación (la recepción cierra por la noche) y giramos a la derecha, por la carretera HI-550 que, paralela a la costa, se dirige al túnel que atraviesa la montaña y comunica en pocos minutos esta parte de la isla con la capital, Valverde. Al otro lado, enfilamos hacia Erese y Guarazoca, donde enseguida aparecen indicadores hacia el Mirador de la Peña, uno de los lugares que no hay que perderse en El Hierro.
Inaugurado en 1989, el Mirador de la Peña es obra del escultor, arquitecto, pintor y paisajista César Manrique, lamentablemente fallecido en un accidente de tráfico en 1992. Soy una gran admiradora de este artista canario, sobre todo por su afán de integrar la arquitectura con el paisaje; y, en este caso, al menos en mi opinión, lo consiguió plenamente. Muy acertado el edificio de piedra volcánica que alberga un restaurante, cuyo comedor acristalado tiene unas vistas fabulosas al Valle del Golfo. En el exterior, bonitos jardines con una gran variedad de plantas autóctonas de las islas Canarias y varias terrazas que se asoman vertiginosamente al mar, ofreciendo espectaculares panorámicas.
Sin embargo, no elegimos la mejor hora para hacer la visita ya que el sol estaba completamente de cara, su reflejo deslumbrando la completa panorámica costera del Valle del Golfo. Por el contrario, era ideal para fotografiar los Roques de Salmor, que exhibían un colorido radiante.
Así que decidimos volver otro día, por la mañana, para apreciar mejor el panorama. Al salir a la carretera, vimos el indicador hacia el Mirador de Jinama y allá que fuimos, aun sabiendo que nos encontraríamos con el mismo inconveniente por el sol. Este mirador consta de una especie de atalaya que supervisa el Valle del Golfo, en una y otra dirección. También se encuentra en sus proximidades la Ermita de Nuestra Señora de la Caridad.
Los miradores en la isla de El Hierro suelen ser algo más que un punto panorámico hacia el horizonte, ya que normalmente están estupendamente habilitados, con varias terrazas o balconadas de madera o piedra, a diversas alturas y orientados en diferentes direcciones. Además, suelen estar unidos con la red de senderos que tradicionalmente utilizaban los lugareños para ir de un punto a otro de la isla, y también los pastores con sus rebaños y agricultores en sus tareas labriegas. Por eso, casi todos los miradores dan la oportunidad de ir un poco más allá, surcando estos senderos, aunque sólo sea unas decenas de metros, lo que permite obtener panorámicas diferentes de cada lugar.
En concreto, el Mirador de Jinama es el principio (o final) de una de las rutas senderistas más conocidas en El Hierro, aprovechando el camino que baja hasta la localidad de La Frontera. El desnivel es de casi 800 metros, pero las vistas que se van obteniendo según se hace camino seguramente resultan espectaculares. Hasta el último momento estuvimos valorando la posibilidad de hacerlo, y bien que nos hubiera gustado, pero nos fue imposible dedicarle las cinco horas que requiere.
Volvimos al coche y de camino hacia el túnel pudimos apreciar la vegetación de la parte oriental de la isla y los numerosos cráteres, con el sorprendente fondo del volcán rey canario: el Teide.
Antes de volver al Valle del Golfo nos desviamos hasta Ermita de la Virgen de la Peña, un pequeño santuario blanco que también brinda un impresionante mirador. Desde aquí sale otro sendero y, como de costumbre, hicimos unos metros sin darnos cuenta de que estaba prohibido el paso por desprendimientos, de lo que nos enteramos al salir a la carretera más arriba, ya que en la parte de abajo alguien había apartado el cartel que lo avisaba.
El sol estaba ya bastante bajo y ofrecía una luz perfecta para una preciosa puesta de sol, así que esperamos hasta verlo desaparecer en el horizonte. Lástima que no pudiese captar con mi cámara la belleza del panorama en toda su intensidad.
Volvimos a cruzar el túnel y nos detuvimos en Las Puntas, donde se encuentra el que durante bastante tiempo figuró en el Libro Guinnes de los Records como el hotel más pequeño del mundo, con sus cuatro habitaciones. El hotel se llama Punta Grande y está situado al final de un peñasco casi colgado en el mar, del mismo nombre. La ubicación es alucinante, pero para ser sincera no sé si será posible conciliar el sueño en un sitio así, con el mar casi de almohada, golpeando furiosamente alrededor.
Hotel Punta Grande (y lo de la derecha es una ola, sí).
Nos acercamos a una pequeña rampa para barcas y tuvimos que salir corriendo cuando saltó una ola que casi nos arrastró.
Hay habilitadas piscinas naturales, pero si el que vimos es el oleaje habitual… pues no sé, no sé. Por lo demás, el lugar es impresionante, más todavía a punto de hacerse de noche, con las olas saltando sobre las rocas de lava negra y el reflejo naranja del sol que moría en el horizonte.
Cenamos allí, en el restaurante Garañones, especializado en pescado fresco. Nos dejamos aconsejar, lo que fue todo un acierto porque no identificábamos los nombres de los pescados al ser diferentes de los que conocemos; pero nos lo explicaron perfectamente, recomendándonos según nuestras preferencias (con espina o sin espina, blanco o azul, carne fina o contundente, más o menos hecho). Pedimos una especie de pez espada y otro similar al atún. Estaban riquísimos, al igual que los dos mojos, las patatas arrugadas y las croquetas de bacalao y espinacas, aunque casi lo que más nos gustó fueron las lapas, las mejores que hemos tomado nunca (tampoco es que las hayamos comido muchas veces, la verdad, pero éstas estaban exquisitas). No recuerdo el precio, pero nos pareció muy correcto para la calidad de la cena y la cantidad que nos pusieron.
Continua en la siguiente etapa, cuyo enlace es:
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