Tras una corta noche que apenas sabe a siesta escasa nos levantamos a las 2 para prepararnos y salir, mientras reniego y me quejo, ¿quien me mandará meterme en estos líos?, maldita la gana de moverme si no están siquiera puestas las calles. Llegamos muy pronto a la estación y no esta abierta, afortunadamente los vigilantes se portan y nos abren la cancela para que podamos esperar dentro.
El bus de Cruz del Sur es cojonudo, butacas amplias, muy reclinables, amplio espacio para las piernas y dan hasta desayuno. No se como lo hacemos en España pero nuestras compañías de bandera avergüenzan cuando son comparadas.
Al amanecer comienzo a ver paisaje y me entra la primera emoción del viaje, la que estaba buscando y que no encontraba en Lima, ese sentimiento de proximidad a lo desconocido, ese saber que ya no estamos en territorio familiar, viendo como desfila la pobreza en forma de casas paupérrimas, comparo con lo visto en Senegal y Nepal y no sabría decir quien es mas pobre, para eso ya hay índices que yo no sigo, para mi la pobreza tiene la misma pinta en todas partes, suciedad y casas diminutas, frágiles como cajas de zapatos.
La estación de Paracas es un chamizo infame de cañas y arena, sin paredes pero tienen un poco de todo: tienda, consigna, bar, sala de espera y hotel. Allí mismo nos venden la excursión a las Islas Ballestas (40PEN + 5 a pagar al embarcar) seguro que saliendo al pueblo es mas barato pero aquí no nos complicamos la vida, nos guardan todo, nos traen, nos llevan y nos embarcan.
La mar esta serena y llena de medusas mientras nos vamos acercando a las islas, personalmente y considerando que no soy biólogo ni zoólogo ni ornitólogo, mi interés único es observar el candelabro / tridente. Y así aparece por la izquierda, dominando toda la escena, rotundo, poderoso, pleno, puro desafío al cielo. Me hipnotiza, conforme nos alejamos me sorprendo de sus detalles, de su tamaño, de que haya aguantado no se sabe cuantos años hasta que llegué yo a verlo, comienzan las satisfacciones del viaje, esto es viajar por Perú, misterios e historia en el mismo paquete.
Las islas rebosan de vida en forma de pájaros y de olor a mierda, principal producto de la isla. También hay leones, pingüinos y pelícanos que nos atraen mayor atención. Todos nos protegemos ante la posibilidad de que nos caiga un premio, al final hay suerte y no cayó nada.
Continuamos con la excursión a la reserva nacional de paracas (35pen). Salvando un lenguado que comimos que estaba verdaderamente sabroso, del resto poco se puede decir, es de primero de magia, nada por aquí, nada por allí, la definición mas absoluta de la nada. La nada y tú, escribía Alfredo González, debería haberse pasado por aquí. No hay nada para ver porque no hay nada, reitero, solo cielo, arena y mar. Un cielo inclemente que cabalga nubes presurosas camino de los andes, nubes que no dejan una gota de lluvia para regar esta tierra infértil. No vimos absolutamente nada de vida animal, cosa lógica porque los animales no son idiotas y no quieren vivir allí. El suelo es un pedregal relleno de arena azotado por un viento frío constante que no permite estar cómodo, bajo un sol inclemente y con chaqueta, un mar bravo y frío debido a la corriente de Humboldt que trae agua antártica para imposibilitar el baño. Para mi fue totalmente prescindible esta visita**, sobre todo porque nos impedía completar nuestro plan del viaje de día, estar pronto en Ica para ir al oasis de la Huancachina. Lo único que nos salvó es que nos volvimos a encontrar a Regina, una guía que nos había asaltado durante la vuelta al pueblo y que se presto voluntaria para ir con nosotros hasta Ica para que pudiéramos hacer SandBoarding y Buggies por las dunas.
Y así fue, nos acompaño prestándonos incluso dinero porque estábamos escasos de soles, primero un taxi hasta la parada de bus Soyuz mas cercana en plena Panamericana (15PEN), ilusión y sesión de fotos por poder pisar una carretera tan mítica y una vez allí, tras pasar dos buses llenos, cogimos un colectivo hasta Ica (5PEN), una furgoneta conducida por dos niños imberbes y llena de nativos. En el peaje nos paró la policía y ese momento a mi me alegro el día. Pidió los papeles y toda la minivan se puso a alegar/ gritar que éramos familia, que íbamos a una fiesta. Incluida mi señora. Yo no pude porque se me escapaba la risa y esa risilla me acompaño el resto del viaje, familia, familia! El asunto murió con la correspondiente mordida y nadie parece decir nada.
Al final llegamos a tiempo para hacer el tour con buggys por las dunas de los alrededores del Oasis (60PEN) echamos cerca de una hora subiendo y bajando dunas como locos con el vehículo, engendro donde los haya, un motor, 4 ruedas y 12 asientos enmarcados en un chasis tubular. Nos tiramos también duna abajo con tablas mientras se ponía el sol. Una descarga atronadora de adrenalina para acabar el día suavizados del todo. El paseo bien merece la pena, es una montaña rusa plena de emociones, mientras vas comiendo arena como si estuvieras muerto de hambre. El sandboarding no lo hicimos muchas veces, el tiempo apretaba pero disfrute cada una de ellas como si fuera un helado de fresón en un caluroso dia. Regina todavía nos indico un hotel donde pasamos la noche, más seguro que pasarla en Ica. El oasis es un poco ñoño, la decoración de la laguna imita a ciertos paseos marítimos edulcorados pero la vista de las impresionantes paredes de arena que están ahí, mires hacia donde mires, presentes en todo momento, amenazando con invadir el oasis, hacen que bien merezca la pena la visita y la estancia. Cena simple y para cama, que estábamos rotos. Pese a los ruidos de un viaje de estudios de preadolescentes hormonados, dormimos como niños.
**: Sin embargo, una vez en casa, repaso las fotos de la reserva natural de Paracas y me sorprendo de la belleza descarnada que presenta, de la viveza de sus colores, del brillante contraste de azul, naranja y gris, aunque las fotos fueran tomadas desde un simple movil. Quizás no fuera tiempo perdido la visita...