Hemos tenido que madrugar para bajar de Pampa Linda hacia Villa Mascardi antes de las 9 am, ya que a esa hora cierran el sentido de bajada en la carretera. Lloviznaba al levantarnos.
Descartamos la opción de hacer la caminata a la Laguna Ilón……… había que cruzar un río sin puente y estaba tan crecido que llegaba el agua por la cintura………….agua helada, de glaciar, claro!, con fuerte empuje de la corriente, y con estos 11 ºC que tenemos de verano patagónico. ¡No apetecía nada tan refrescante bañito!.
Otra opción era hacer la caminata a la Laguna Calvú o Laguna Azul. Pero al final, decidimos hacer trabajar al coche, tras descartar la idea de machacarnos de nuevo.
Descendiendo de Pampa Linda, el lago Mascardi presenta un color verde intenso.
El paisaje cambia radicalmente tras el cruce del río Manso, al desviarnos hacia las cascadas Los Alerces. Las alturas se suavizan, los bosques se empobrecen. Y así, llegamos a orillas del lago Hess, todavía en la soledad de la mañana.
Un poco más adelante, paramos en el lago Roca, entre montañas de escasa altura. Sólo se oían los cantos de los pajarillos. Poco interesante.
El río Manso forma parajes muy fotogénicos con su color turquesa tan intenso.
El camino vehicular finaliza al borde de una pasarela de madera, por la que accedemos a las cascadas Los Alerces, siguiendo el curso del río Manso, que no es tan manso como les pareció a sus descubridores en el siglo XIX. Al menos, en este lugar, se precipita con fuerza, formando saltos de agua, y envolviendo el ambiente en cortinas de pequeñas gotitas pulverizadas.
Llegábamos a Bariloche tras pasar por Villa Mascardi y bordear el lago Gutiérrez entre montes bastante pelados.
Ha sido entrar en la ciudad y empezar a agobiarnos con tanto tráfico y tanta ciudad. La temperatura ha subido unos cuantos grados, aunque notamos más sensación de frío que en la montaña, por el viento que sopla. Es la primera vez que notamos frío, a pesar de haber estado a temperaturas más bajas en los días anteriores. La sensación del viento es desagradable.
San Carlos de Bariloche es una ciudad de 200.000 habitantes, al borde del lago Nahuel Huapi, un lugar muy turístico tanto en verano como en invierno. Nosotros no teníamos demasiado interés en conocer la ciudad. Sólo queríamos que hacer una parada “técnica” para comernos un enorme bife de chorizo en El Boliche de Alberto, tomar un enorme helado artesano, y comprarnos deliciosos chocolates en el Rapa Nui. La Patagonia más civilizada, humanizada, menos salvaje.
Tras nuestra breve estancia gastronómica en la ciudad, nos dedicamos a conocer los alrededores.
Al Cerro Otto se puede subir en teleférico, en coche, o caminando. Nosotros, para allí nos fuimos con nuestro cochecito. En vez de entrar en la cafetería giratoria, preferimos girar nosotros mismos, dando una vueltecita a la cumbre del cerro, dejándonos castigar por el viento helador. Sus 1400 m de altura, muy cerca de Bariloche y del lago, nos ofrecen buenas vistas del lago Nahuel Huapi, sus islas Huemul y Gallina, sus penínsulas, sus brazos, y las montañas. Aunque el día no era de lo más ideal para vistas desde las alturas. Tampoco es que impresione paisajísticamente este lugar, al menos, ahora sin nieve.
Nuestra historia continúa hacia Puerto Pañuelo, recorriendo la Avenida Bustillo. Esta carretera, que sigue la costa del lago Nahuel Huapi, está repleta de edificaciones que ofrecen todo tipo de servicios turísticos: alojamientos, cervecerías, cafeterías, restaurantes, tiendas de artesanía, y sobre todo, tráfico, continuo tráfico……..nos está empezando a dar un “shock” de civilización. Y es que esto corresponde a uno de los circuitos turísticos más populares en Bariloche: el Circuito Chico.
Pasamos por Puerto Pañuelo y el Hotel Llao-llao para dirigirnos al Bosque municipal Llao-llao, donde podemos pasear por distintos senderos.
Vamos a acercarnos al bosque de arrayanes, paseando entre cipreses, coigües, lauras, serbales………. Una colección de árboles nativos y especies foráneas introducidas: rosas mosqueta, quintrales, calafates, colihues, maitenes, parrillas, maquis, chinchines, y sobre todo, el bosque de arrayanes, estos árboles que envejecen convirtiéndose en esculturas vivientes, con sus troncos retorcidos color canela.
Muy cerquita, comienza otro sendero que queríamos recorrer por recomendación de la masajista de Pampa Linda, el que lleva al Cerro Llao-llao. En un corto paseo de unos 3 km en ligera subida, llegábamos a un mirador con unas vistas maravillosas. Un poco antes de la cima, teníamos vistas veíamos Villa Tracul y el lago Nahuel Huapi.
Desde la cima disfrutamos de una panorámica preciosa: el Brazo Tristeza, entre montañas que le dan aspecto de fiordo, el Lago Escondido, el Lago Moreno. Un día muy gris que no nos permite ver las cumbres de los Andes, pero que le da cierto aire nostálgico. Me ha encantado el Brazo Tristeza y mirarlo de frente. Re-lindo, como dicen por aquí.
Hotel Llao-Llao
Y desde aquí, directos a nuestro alojamiento para las próximas 2 noches, en la Península San Pedro, un lugar tranquilo sobre el lago Nahuel Huapi. El Fabula Lake House es, sin duda, un lugar encantador y peculiar, muy peculiar.
Por la noche nos uníamos a la fiesta que estaban organizando en la casa. Un asado para toda la familia, primos y cuñados incluidos, a la que nos sumábamos los huéspedes, una alemana y una pareja de estadounidenses en luna de miel. Larga conversación, todo terminó con limoncello casero.
Habitación enorme con vistas al lago. Decoración rotunda y artística con madera.
¿Qué contar de Walter?!! Pues que no va a ser fácil olvidar su barba castaña, su boina, su aire bohemio, su acento entre italiano y argentino.
Tampoco va a ser fácil olvidar su encantadora casa de madera, construida por él mismo, con creatividad e ingenio. Es para verla! No se puede describir. El Gaudí de la madera.
O sus reflexiones acerca de la vida, que fluye sin complicaciones en este lugar del mundo.
O los desayunos en el rinconcito frente al ventanal con vistas al lago.