Mi segundo día en Bangkok y ya estoy en la cafetería del hotel Hua Lamphong.

Desayunando un estupendo café con tostadas pienso que lo primero que voy a hacer será pasarme por la estación de trenes para comprarle el billete a Chiang Mai a Carmen (mi compañera de viaje) que llegará a Bangkok el 9 y el mismo dia cogerá el mismo tren que yo mañana. Se lo dejaré en el hotel. Así que lo primero que hago es acercarme al mostrador de recepción para asegurarme de que ésto es posible y fiable. Hablo con la (¿o el) recepcionista que es muy amable y coqueta o coqueto y me dice que por supuesto me quede tranquila que se lo darán cuando llegue.
Aclarado el tema salgo y nada mas salir del frio del aire acondicionado me doy de narices con Bangkok que es como una inmersión en una sopa espesa y caliente. La boca de metro es al mismo tiempo el pasadizo para la estación.
En la ventanilla le muestro al vendedor mi billete y por señas y algo de inglés le digo que quiero el mismo billete para el domingo y le doy el nombre completo de Carmen. Le pago y sale unos 200 bahts mas barato que comprado en agencia.
La estación tiene de todo, puestos de comida y otras cosas y además una farmacia. Estupendo porque aprovecho para comprar el repelente contra mosquitos. Le pregunto al farmacéutico si habla inglés, me dice que "little" yo le digo que yo también "little" aunque no es del todo cierto. Ayudándome de la mímica imitando a un mosquito y haciéndole sonreir, me da el repelente, sale mucho mas barato y seguro que es mas efectivo que el que se pueda comprar en España. Le pregunto si será suficientemente efectivo porque a mi me pican mucho los mosquitos. Se pone serio, coge el repelente y lo cambia por otro exactamente igual "better" me dice. Me río de la broma, nos reímos los dos. Me pregunta que de donde soy, se lo digo, se le ilumina la cara y me suelta un ¿Como está usted? en castellano. Le contesto en su idioma Saba idi ka? se echa a reir y me dice que la próxima vez que vuelva a Tailandia el me enseñará tailandés y yo a el, español. Nos despedimos y decido que puesto que estoy tan cerca del barrio chino me voy a dar una vuelta por allí para lo cual tendré que atravesar el canal.

Escobas de todos los tamaños, cestas y cestillos, mangueras y rastrillos, manufacturas varias, tornillos y arandelas grandes, pequeñas y medianas, manguitos y poleas... los hombres se afanan arrastrando carros y carretas repletos de todo tipo de artículos. Talleres de forja y soldadores en el medio de la acera soldando metal, todo el mundo me mira con cierta curiosidad, no es para menos y me siento un poco fuera de lugar pero... siempre me han gustado las ferreterías.
Me meto por otra calle aparentemente sin interés alguno con el fin de escaparme a la mirada de todos esos señores y de repente descubro una tienda de antigüedades chinas. La señora está en la puerta, ella misma parece una figura si no fuera porque al verme parpadea y me mira con cierto desdén, parece una reina, así que con un gesto le pregunto si puedo pasar, me responde con otro gesto, le doy las gracias con leve inclinación de cabeza, no sea que le mande a un señor que veo al fondo que me la corten y me cuelo dentro. Es una gran nave con todo tipo de muebles y enseres. Enormes camas de esas que solo se ven en las películas, chineros y vitrinas de diferentes tamaños, armarios, todo maderas nobles. Pesadas sillas imposibles. Cuando salgo me fijo en una vitrina llena de teteras y vasitos antiguos que harían las delicias de cualquier coleccionista. No pregunto ningún precio. Le doy las gracias a su dueña con leve inclinación de cabeza y sigo mi camino. No hemos intercambiado ni una palabra y sin embargo nos hemos entendido, además conservo mi cabeza.
En una esquina un restaurante ya ha colgado sus patos lacados. El lugar tiene muy buena pinta, incluída la cocina, todo al aire libre. No me importaría comer ahi, el pato lacado me encanta. Me fijo que hay un callejón donde alguna gente está desayunando. En Tailandia se puede comer a cualquier hora, no lo se bien, pero creo que la diferencia entre desayuno, comida y cena no existe, se come cuando se tiene hambre y ya está.


Camino por una calle fijándome en los pequeños callejones y oteando dentro de las tiendecitas y viviendas, todo en uno. Camino durante un buen rato y me encuentro con el siguiente templo, el Kamalawat que me parece imponente.

Continúo mi paseo y cada vez aprieta mas el calor y la humedad. Creo que es hora de volver al hotel y descansar. Vuelvo caminando y veo a la gente descansando delante de sus tiendas ya montadas hace unas horas. Un perro blanco y rizoso está echado encima de una silla delante de un ventilador. Las demás personas están a su lado charlando apaciblemente. Sonrío. Ya veo el canal y ¡que bien! un señor con un carro lleno de mangos y piñas recien cortados... Una señora está comprando y charlando con él. Por señas le pido un mango cortado, nos sonreímos los tres y cuando me lo da me pregunta algo señalando una bolsita con lo que parecen especies, le digo que si con la cabeza, 20 Baths todo. Una vez cruzado el bonito puente me siento en uno de los banquillos a descansar y a comer el delicioso mango con picante que me sabe a gloria bendita. Después me pongo en marcha.
Cerca del hotel ya se han puesto unas señora a cocinar y a vender. Me viene de perlas, me pido un Pad Thai (55 Baths) que como allí mismo sentada en una mesita enfrente de una señora que también está comiendo y que me pasa las diferentes especies. A mi me gusta lo picante así que estoy en mi salsa. La comida está buenísima, a continuación entro en mi hotel que está al lado y me retiro a mi habitación para darme una ducha y descansar. Empiezo a leer echada en la cama y me despierto a las 4 de la tarde.
La siesta me ha sentado fenomenal y con renovadas energías bajo a la cafetería donde me hacen un estupendo café con hielo con el que ya me despejo totalmente. Me acerco a la persona de recepción que me saluda amable y pregunta que puede hacer por mi. Le explico que quiero darme una vuelta por Kao San y me informa que un poco mas allá hay una parada de autobuses, el 35 me llevará a mi destino, me lo escribe en tailandés para que se lo muestre a la revisora y así ella me dirá donde debo bajar. La miro y le digo sonriendo que ya veré cuanto aguanto pues todavía me estoy aclimatando, pone cara seria y me dice que tiene un remedio. Me da dos caramelitos.... la miro y viendo su cara me doy cuenta de que está de broma, me río a mi vez y pienso si todos los tailandeses tendrán ese sentido del humor, por lo que he visto, creo que si.
