5 de agosto de 2014. Nuestra segunda mañana en La Habana la dedicamos casi íntegramente a ver el Museo de la Revolución, ubicado en el antiguo Palacio Presidencial, justo al lado del Hotel Sevilla. Este palacio, construido entre 1913 y 1920, fue guarida oficial de varios presidentes cubanos corruptos. El último, Fulgencio Bastista. La entrada del museo está flanqueada por dos elementos emblemáticos: los restos de la garita del Ángel, parte de la muralla que rodeaba a La Habana en la época colonial, y un cañón utilizado por Castro durante los combates de Bahía de Cochinos. Vale la pena pagar unos pocos cucs más (si no recuerdo mal, no llegaban a 5 cucs entre los dos) y optar por el recorrido de aproximadamente dos horas con guía.
Además de los datos meramente informativos que éstos ofrecen del museo y del contexto histórico, a lo largo del viaje pudimos comprobar de primera mano que son unas fuentes estupendas para conocer la vida cotidiana y los problemas a los que se enfrentan diariamente los cubanos. En la mayoría de los casos, un poco de conversación es suficiente para tirar del hilo y descubrir desde las variopintas opiniones que éstos tienen del régimen (des del más castrista al más disidente) hasta las filigranas que hacen para gestionar la todavía existente cartilla de racionamiento. También las intríngulis del mercado negro y sus duras vivencias durante la grave crisis del "periodo especial".
Del palacio, destaca la decoración interior, que corrió a cargo de la archiconocida Tiffany's de Nueva York; los revestimientos de mármol de Carrara, un lujo de la época; y el Salón de los Espejos, muy parecido al de Versalles y que durante nuestra visista estaba en proceso de restauración. No obstante, al ir en visita privada la guía nos coló unos minutillos para contemplar, en la medida de los posible, su belleza y semejanza al homónimo francés. En el primer piso, además de esta maravilla versallesca, está también el Despacho Presidencial y el Salón del Consejo de Ministros, ambos visitables.
Además de los datos meramente informativos que éstos ofrecen del museo y del contexto histórico, a lo largo del viaje pudimos comprobar de primera mano que son unas fuentes estupendas para conocer la vida cotidiana y los problemas a los que se enfrentan diariamente los cubanos. En la mayoría de los casos, un poco de conversación es suficiente para tirar del hilo y descubrir desde las variopintas opiniones que éstos tienen del régimen (des del más castrista al más disidente) hasta las filigranas que hacen para gestionar la todavía existente cartilla de racionamiento. También las intríngulis del mercado negro y sus duras vivencias durante la grave crisis del "periodo especial".
Del palacio, destaca la decoración interior, que corrió a cargo de la archiconocida Tiffany's de Nueva York; los revestimientos de mármol de Carrara, un lujo de la época; y el Salón de los Espejos, muy parecido al de Versalles y que durante nuestra visista estaba en proceso de restauración. No obstante, al ir en visita privada la guía nos coló unos minutillos para contemplar, en la medida de los posible, su belleza y semejanza al homónimo francés. En el primer piso, además de esta maravilla versallesca, está también el Despacho Presidencial y el Salón del Consejo de Ministros, ambos visitables.
Quizás uno de los puntos más originales del palacio, que no deja de ser una herramienta de autobombo del régimen, es el Rincón de los Cretinos. Aquí, encontramos una dedicatoria a cada uno de los cuatro grandes enemigos del régimen cubano:
- Fulgencio Batista: "Gracias cretino por ayudarnos a hacer la Revolución"- Ronald Reagan: "Gracias cretino por ayudarnos a fortalecer la Revolución"
- George Bush: "Gracias cretino por ayudarnos a consolidar la Revolución"
- W. Bush: "Gracias cretino por ayudarnos a hacer irrevocable el socialismo"
Acabamos la visita en el Memorial Granma. Es un homenaje al yate de 18 metros que trasladó en diciembre de 1956 a Fidel Castro y a 81 revolucionarios desde México (concretamente, desde Tuxpán) hasta Cuba. Actualmente, el barco está en una gran urna de cristal, con vigilancia 24 horas e incluso, según nos contó la guía, con una condiciones de temperatura controlada. Según la Lonely Planet, "para evitar que alguien irrumpa y zarme con él rumbo a Florida". Y es que, según nos confirmaron varios cubanos a lo largo de nuestro viaje, tienen vetado el acceso a los barcos. La corta distancia que separa Cuba de Florida y los múltiples intentos que ha habido a lo largo de los años por escapar por vía marítima son los principales argumentos. El barco está rodeado de otros vehículos que participaron en la revolución.
Una vez dado por finalizado el recorrido, nos dirigimos a visitar la Real Fábrica de Tabacos Partagás, situada en la parte posterior del Capitolio. Lamentablemente, todas las fábricas de tabaco cierran 2-3 semanas en agosto por vacaciones, y no pudimos acceder a ver la producción de los habanos. No obstante, al día siguente, en Viñales (Pinar del Río), pudimos observar en un secadero de tabaco su confección tradicional.
Al salir de curiosear la tienda de la fábrica (esta sí que estaba abierta), empezó a llover y decidimos coger un carro-taxi e ir a La Dominica, un restaurante italiano de la Cadena Habaguanex, ubicado en la Calle O'Reilly, al lado de la Plaza de la Catedral. Pasta muy rica a muy buen precio. Está bien posicionado en Tripadvisor, y después de varios ágapes cubanos, también apetecía cambiar un poco y volver a saborear algun plato de la gastronomía mediterránea.
Callejeamos de nuevo por La Habana Vieja, pasando por la calle Mercaderes, hasta llegar a la Avenida del Puerto y la Fundación Museo Havana Club. Aquí hacen visitas guiadas en varios idiomas. Incluye un copazo inicial en su bar (ron con hielo o con cocacola), visita al museo (que cuenta con una maqueta de un antiguo ingenio azucarero), pase de vídeo que ilustra cómo se fabricaba antiguamente el ron, y cata de ron añejo final. A palo seco, para los que no somos muy duchos en saber apreciar estos potentes digestivos, era casi imposible de beber...¡Pero que no se diga que no lo probamos!
Después del correspondiente baño a media tarde en la piscina del hotel y para hacer tiempo a la cena, fuimos a la Bodeguita del Medio, donde probamos por fin el tan afamado mojito y de donde nos llevamos un grato recuerdo. Eso sí, tengo que apuntar (sí o sí) que fue uno de los mojitos más mediocres que probamos en toda Cuba. Allí, un grupo de música nos deleitó con famosas canciones cubanas que, posteriormente y gracias al CD que les compramos, oíriamos durante todo el viaje: Guantaramera, El bodeguero, Hasta siempre comandante, Chan Chan- Voy para mayari...
Finalmente, fuimos a cenar al Paladar de Doña Eutimia, en el callejón del Chorro. Según Tripadvisor, el tercer mejor restaurante de La Habana (de un ránquing de 455). Pedimos hora el dia anterior, ya que es imposible ir sin reserva. Aquí, nos decantamos por dos entrantes (camarones al ajillo y garbanzos fritos) y dos segundos platos (pollo y vaca frita). Todo acompañado con arroz y frijoles. Éste último plato es una especie de ternera desilachada frita. Muy rico. Y vaya, para variar, no nos quedamos con pizca de hambre...
Una vez dado por finalizado el recorrido, nos dirigimos a visitar la Real Fábrica de Tabacos Partagás, situada en la parte posterior del Capitolio. Lamentablemente, todas las fábricas de tabaco cierran 2-3 semanas en agosto por vacaciones, y no pudimos acceder a ver la producción de los habanos. No obstante, al día siguente, en Viñales (Pinar del Río), pudimos observar en un secadero de tabaco su confección tradicional.
Al salir de curiosear la tienda de la fábrica (esta sí que estaba abierta), empezó a llover y decidimos coger un carro-taxi e ir a La Dominica, un restaurante italiano de la Cadena Habaguanex, ubicado en la Calle O'Reilly, al lado de la Plaza de la Catedral. Pasta muy rica a muy buen precio. Está bien posicionado en Tripadvisor, y después de varios ágapes cubanos, también apetecía cambiar un poco y volver a saborear algun plato de la gastronomía mediterránea.
Callejeamos de nuevo por La Habana Vieja, pasando por la calle Mercaderes, hasta llegar a la Avenida del Puerto y la Fundación Museo Havana Club. Aquí hacen visitas guiadas en varios idiomas. Incluye un copazo inicial en su bar (ron con hielo o con cocacola), visita al museo (que cuenta con una maqueta de un antiguo ingenio azucarero), pase de vídeo que ilustra cómo se fabricaba antiguamente el ron, y cata de ron añejo final. A palo seco, para los que no somos muy duchos en saber apreciar estos potentes digestivos, era casi imposible de beber...¡Pero que no se diga que no lo probamos!
Después del correspondiente baño a media tarde en la piscina del hotel y para hacer tiempo a la cena, fuimos a la Bodeguita del Medio, donde probamos por fin el tan afamado mojito y de donde nos llevamos un grato recuerdo. Eso sí, tengo que apuntar (sí o sí) que fue uno de los mojitos más mediocres que probamos en toda Cuba. Allí, un grupo de música nos deleitó con famosas canciones cubanas que, posteriormente y gracias al CD que les compramos, oíriamos durante todo el viaje: Guantaramera, El bodeguero, Hasta siempre comandante, Chan Chan- Voy para mayari...
Finalmente, fuimos a cenar al Paladar de Doña Eutimia, en el callejón del Chorro. Según Tripadvisor, el tercer mejor restaurante de La Habana (de un ránquing de 455). Pedimos hora el dia anterior, ya que es imposible ir sin reserva. Aquí, nos decantamos por dos entrantes (camarones al ajillo y garbanzos fritos) y dos segundos platos (pollo y vaca frita). Todo acompañado con arroz y frijoles. Éste último plato es una especie de ternera desilachada frita. Muy rico. Y vaya, para variar, no nos quedamos con pizca de hambre...