Cómo pasa el tiempo, ya hace una semana que vine a Corea del Sur.
Ayer me terminé acostando a las 3:00 am. Y hoy me he levantado a las 7:30. Jodé qué ritmo llevo… creo que en breve me permitiré un día de no hacer nada. El problema es que tengo ya bastante cerrado el viaje y no sé cuál quitar, así que el propio cuerpo me lo dirá.
El plan del día era desplazarme a Haeinsa y hacer un poco de senderismo por el parque nacional de Goyasan. En Heinsa se encuentran la tripitaka (se llama así, otra palabra que hemos aprendido en castellano) coreana. Ésta colección de textos budistas está grabada en 80.000 bloques de madera, para poder usarlos como base de imprenta.
Para llegar allí hay que tomar el autobús en la estación de Seobu Daegu (más al Oeste), conectada sin problemas con metro. Jose Antonio, el sevillano, también quería ir, pero no estaba en estado humanoide cuando lo he visto a las 7:45 y se ha vuelto a la cama. No hay problema, pues hay muchos horarios para elegir.

En mi caso, he cogido el de las 8:40, un poco justito (como siempre), pues he llegado a las 8:34 a la estación, pero es muy pequeñan, no había nadie apenas y he podido comprar el ticket sin problemas con tarjeta. (7000 KRW).
El día ha vuelto a salir despejado y precioso. Creo que no soy consciente de la suerte que estoy teniendo. Supuestamente estamos en la estación de lluvias y sólo el día de Seoraksan me ha llovido (y desde luego desluce cualquier plan que se tenga, máxime si se trata de hacer senderismo)
El viaje, en un autobús viejillo pero cómodo, tiene su parada más próxima al templo a 1’2 km, tarda unos 80’ y está señalizada relativamente bien. No obstante, lo mejor es ir fijándose en los carteles que te dicen cuántos kilómetros quedan para llegar a Haeinsa.
El templo budista, en sí resulta interesante, pero en mi opinión a años luz del de Naksan. Su importancia estriba en ser el depósito del la tripitaka.
Sin embargo, la desilusión ha sido que no se puede apenas tener una visión cercana de las mismas. Y es que no es propiamente dicho un museo o una sala de exposiciones. De hecho, cuando he llegado había unos monjes rezando en uno de los edificios.
En definitiva, para la gente que venga sólo por la tripitaka, en mi opinión, es un viaje demasiado largo y cansado.
Sin embargo, quienes vengáis para disfrutar del paisaje no os vais a sentir defraudados. Jodé qué bonito es este país tan montañoso.
El parque nacional de Goyasan, mucho más pequeñito que el de Seoraksan, tiene unas montañas menos espectaculares (no se aprecia la roca como en el de Sokcho), pero a cambio es incluso mas verde en toda su extensión (lo que alcanza la vista).
Ya para llegar a Haeinsa hay que ascender 1’2 kilómetros por las inmediaciones del parque y resulta bonito. Sin embargo, no es nada si decides continuar. Aproximadamente a cinco minutos del Templo está una de las entradas de Goyasan. ES gratuito, está todo sólo en coreano, los trabajadores de los puestos de información no sólo no hablan ni una palabra de inglés, sino que no leían nuestro alfabeto. Pero que eso no os eche para atrás. Hay carteles con planos de colores indicando los senderos y está todo muy bien señalizado.

En mi caso, la idea inicial era hacer un poco del camino que sube a NOMBRE, la parte más sencilla. No obstante, me he sentido tan a gusto que he decidido continuar hasta el pico. Jodé… nuevamente el camino es exigente: para cuatro kilómetros he tardado unos 90’. Por supuesto, no llega al nivel de extenuación de Seoraksan.
Una vez llegas al pico, puedes bajar por donde has subido o continuar el sendero hacia otro pico próximo y así salir por otra de las entradas al parque. Yo es esto último lo que he hecho. Nuevamente el sendero es exigente y cansado. A pesar de ello, las vistas son tan preciosas que todo esfuerzo queda recompensado con creces.
He conseguido llegar al punto final, donde hay una zona de acampada por 5000KRW al día, al de unas 4-4’5 horas de iniciar el mismo. El cansancio se acumula y he llegado bastante tocado.
Además, donde he salido no tiene parada de bus a Daegu (pensaba que era un puesto de información por el que había pasado al ir a Haeinsa). Total, que según Google maps lo más próximo para poder coger un bus de vuelta está a unos 6 kilómetros por carretera. Cuando comienzo a andar por ella, un cochazo con tres señores coreanos me paran, me comentan (más o menos) a dónde voy… y se ofrecen a llevarme a la aldea donde pasa el autobús (gaya). Han sido unos 10’ en coche.
Allí he conseguido localizar una (no hay más) parada de autobús, donde he comprado el billete a un señor que además regenta una tienda adyacente a la parada. La espera es de sólo 35 minutos, he tenido suerte (4900krw). Además, el señor, encantador, ha intentado hablar conmigo (evidentemente sin éxito) y me ha regalado un granizado de arándanos que me ha sabido a gloria bendita para la espera.
El autobús me ha dejado en la misma estación al de poco más de una hora, por lo que me he desplazado a la estación de tren para comprobar los horarios del tren que me llevará a Gyeongju (es un fastidio que no sepa comprobarlos en la página coreana de trenes, coreanrail). Hay para elegir, cada hora aproximadamente.
Así que me vuelvo al hostel, me ducho, organizo la mochila y para Dondaegu Station que me voy. El precio del tren a Gyeongju es de 5000 KRW y tarda unos 80 minutos. Junto a la estación de tren (misma parada de metro) está la estación principal de autobuses, de donde salen los de Gyeongju, tardando cerca de la hora. No obstante, mi hostel está más próxima a la estación de tren que a la de autobuses, por lo que he preferido organizarme de esta manera.
El hostel, coolzaam, es en realidad una casa de dos pisos, teniendo dos dormitorios para los huéspedes, separados por sexos. Me toca un dormitorio con 4 literas, bastante aceptable. El precio, 16€, incluye desayuno; la chica joven que lo lleva, muy agradable y con interés por explicar. Se agradece. La verdad, que la antítesis de Daegu.
Como es tarde, dejo las cosas y siguiendo el consejo de la joven me voy a cenar a una tasca que está al lado del albergue. Allí están especializados en el clásico coreano “gimbab” (3000 krw). En mi caso he comido kobongmin gimbab, que incluye cerdo. Estaba bastante bueno y, novedad, no picaba!!
Aunque no sé si me dará tiempo a ver algo, me acerco hasta la zona de los túmulos, el observatorio y el estanque Anapji o Wolji. Lo que no me ha dado tiempo es a ver el puente Woljeonggyo, que estaba un poco más lejos. Y es que desde la estación de tren, esta zona dista por lo menos 1’5 kilómetros.
Eso sí, decir que es precioso es quedarse corto. La iluminación es muy lograda y da una sensación de serenidad. Además, aprovechando que había wifi gratuito, me puesto a escuchar el pequeño walz vienés de Cohen, versionado por Silvia Pérez en Youtube… qué momento más emocionante.

Por cierto, al parecer hay que pagar por entrar. Lo comento de este modo, porque en las proximidades del parque hay un jardín de lotos, muy chulo. Me he metido por él y no he encontrado ninguna entrada al estanque… pero sí he visto una puerta bajita que podía saltar… y así lo he hecho. Después, a las 9:45, cuando dan el toque de salida, siguiendo a los coreanos en fila, me he percatado que sólo hay una entrada y es de pago. Prometo que mañana no me cuelo.
En frente del estanque está la zona de los túmulos y el observatorio, también iluminado, pero que apenas me ha dado tiempo a ver.
