Día 13.
Recorrido:
Saint-Remy.de-Provence/Baux-de-Provence/Arles/Narbona (Narbonne).
Distancia total: 196 Km. Tiempo en el coche: 2 horas 26 minutos. Esto era en teoría porque nos pasó una incidencia que nos retrasó bastante y que contaré en su momento cronológico.
Perfil en GoogleMaps:
SAINT-REMY-DE-PROVENCE.
Llegamos a Saint-Remy poco antes de las siete de la tarde. No llegan a 20 los kilómetros que la separan de Aviñón y se tarda una media hora en cubrir esa distancia por una carretera que según se avanza va mostrando paisajes más bonitos. De camino hacia el hotel, pasamos por el centro de la pequeña población, que te gusta nada más verla. Era domingo y en sus calles había un mercado de pintores con sus obras. Lo único malo: el intenso calor.
Teníamos reserva para pasar la noche en el Hotel Le Castelet de les Alpilles, un tres estrellas con una situación magnífica, cerca de la carretera y a cinco minutos andando del centro del pueblo. El sitio nos gustó bastante. El personal sumamente amable, muy bonito el edificio, las habitaciones estupendas y no os cuento lo que nos pareció el aire acondicionado, por no hablar del aparcamiento gratuito. También tenía unas preciosas vistas a los montes de Les Alpilles (no se aprecia en las fotos lo bonito que era el paisaje) y una piscina a la que nos fuimos casi de cabeza cuando terminamos el check-in. Nos dieron toallas para la piscina y había libros y revistas para leer. La habitación nos costó 90 euros, y como fue habitual durante todo el viaje, no cogimos el desayuno por su elevado precio.
Después de un bañito que supo a gloria, ya bastante más descansados, salimos a dar una vuelta por Saint-Remy. Es pequeño y no se tarda mucho en recorrer, pero desde el primer momento nos pareció un lugar lleno de encanto en casi todos sus rincones.
Fue un asentamiento celto-ligur y aquí fundaron los romanos la ciudad de Glanum, cuando conquistaron Provenza. Así, en el casco histórico se pueden encontrar restos y edificios romanos, románicos, medievales y renacentistas, en fin, todo un compendio arquitectónico. También hay que citar su vinculación con dos personajes muy conocidos ya que fue cuna en 1503 de Nostradamos, y lugar de residencia del pintor Van Gogh entre 1889 y 1890, cuando estuvo en el hospital de Saint-Paul de Mausolé, que antes había sido un monasterio. Van Gogh plasmó en muchas de sus obras el paisaje de Saint-Remy y sus alrededores, lo que se puede comprobar paseando por el pueblo, donde hay numerosos carteles informativos identificando cada lugar con su cuadro.
Lo que más gusta de Saint-Remy es callejear y contemplar su luz y su ambiente, sus casas, sus ventanas de colores, las flores que adornan sus fachadas y los árboles de copas verdes que te recuerdan algo y no sabes qué, hasta que te tropiezas con el panel informativo y ves esos mismo árboles en el cuadro de Van Gogh.
Cuando empezó a caer la tarde, los pintores del mercadillo recogieron sus obras y nosotros empezamos a buscar un lugar donde cenar algo. Había muchos sitios y casi todos llenos. Al final nos acomodamos en la agradable terraza de un curioso local donde ofrecían “tapas” y “sangría” (calamares, croquetas, huevos fritos, chorizo…). Y es que no parecía la típica copia de las tascas españolas, pues también servían copas y combinados, y estaba decorado con mobiliario de mimbre, cojines de colorines y hasta pusieron grandes velas en las mesas cuando se hizo de noche. Pedimos algo para picar (mejillones, calamares y unos huevos con chorizo, lo malo es que el chorizo era tan picante que rabiaba). No fue para nada para recordar, pero estuvimos muy a gusto, pues sentarse en una terraza a disfrutar del ambiente es otro de los placeres que ofrece Saint-Remy.
Por la mañana, fuimos al centro a desayunar, lo que fue fácil pues hay mucha oferta: cafés, bollos, tostadas, bocadillos, zumos… Precios variados, pero en una cafetería aparente se podía encontrar café con leche, croisant y zumo de naranja natural por cuatro euros.
Aparte de ver el pueblo, en Saint-Remy se puede visitar el antiguo Monasterio de Saint-Paul, convertido en hospital donde estuvo ingresado Van Gogh (enseñan su habitación y cuenta con un precioso claustro) y los restos de la ciudad romana de Glanum. Como soy una fanática de las ruinas de ciudades antiguas, allá que nos dirigimos. A las 10 de la mañana hacía ya mucho calor, así que decidimos ir allí primero y luego volver atrás para visitar el Monasterio de Saint-Paul. Cometimos el error de sacar el coche del aparcamiento del hotel, ya que pensamos que la ciudad romana (a un par de kilómetros escasos de nuestro alojamiento) tendría su propio parking. Nos quedamos con los ojos a cuadros cuando entramos en el supuesto aparcamiento de Glanum (así lo indicaba, aunque supongo que nos tomaron el pelo) y nos cobraron 2 euros. Estuvimos a punto de marcharnos, pero… en fin, la jornada no había hecho más que empezar y ya estábamos casi resignados al “payant”, “payant”.
Junto a la carretera, fuera del recinto de pago, se encuentran los dos únicos monumentos romanos que había en Saint-Remy hasta que se empezó a excavar la ciudad de Glanum, se les conoce como Les Antiques y son El Arco del Triunfo y El Mausoleo des Jules, imágenes muy conocidas en los folletos turísticos de Provenza.
RUINAS DE LA CIUDAD ROMANA DE GLANUM.
Entrar a Glanum cuesta 7 euros y lleva una hora visitar el lugar y el pequeño museo. Evidentemente no es la mejor ciudad romana con la que te puedas tropezar, pues fue destruida y saqueada por los godos en el año 480. Conserva restos del foro, la curia, la basílica, el templo, viviendas y tiendas.
Sin embargo, lo más bonito es ver como un todo las ruinas en su magnífico emplazamiento. Tiene un mirador superior desde el que se contempla la antigua ciudad enmarcada por el precioso paisaje de la Provenza, las colinas de Les Alpilles y, al fondo, la imponente silueta del Mont Ventoux, que se distingue perfectamente. De todas formas, si merece o no la pena visitarlo… No sabría decir, es una valoración muy personal; y tratándose de ruinas y piedras antiguas reconozco que no soy demasiado objetiva, me gustan todas.
Mirador sobre Glanum con el paisaje de Provenza. Arriba, a la derecha, se recorta la silueta del Mont Vetoux.
Saint-Remy visto desde el mirador de Glanum.
Me hubiese gustado visitar el Monasterio de Saint Paul, pero por no volver atrás, y pasar de nuevo por la incertidumbre de si habría que pagar o no el aparcamiento y, además, soltar otros 14 euros por las dos entradas… La verdad es que el bolsillo se estaba empezando a resentir de tanto sacar y sacar euros. Así que decimos seguir carretera adelante hasta nuestro próximo destino.
LES BAUX-DE-PROVENCE.
Tardamos poco más de un cuarto de hora en cubrir los 10 kilómetros que nos separaban de este diminuto pueblo, también catalogado como entre “los más bellos” de Francia. Su nombre deriva de la bauxita, mineral de color rojo intenso, que se descubrió aquí en 1821. Lo que más llama la atención es su ubicación, en lo alto de una de las colinas calcáreas de Les Alpilles, rodeado por el típico paisaje de la Provenza, con sus pinos y sus canteras. La ciudadela corona el alto confundiéndose con la enorme plancha rocosa, vigilando altiva a los miles de turistas que buscan casi con desesperación un hueco para dejar sus vehículos a lo largo de la virada carretera que lleva a sus dominios. Por supuesto, está prohibido acceder al pueblo en coche privado.
La ciudadela en lo alto del risco.
Como estábamos avisados (y también hartos del continuo “payant”), decidimos dejar el coche en la cuneta (igual que otros cientos más), justamente antes la zona de aparcamiento de pago (cinco eurazos nada más y nada menos), que empieza ya un par de kilómetros antes del pueblo.
Supongo que no siempre habrá tales avalanchas humanas, pero puedo decir que en ninguna parte durante este viaje (ni siquiera en Carcasona) he visto tal concentración de visitantes por metro cuadrado, con la consiguiente especulación comercial (por una botella de agua pedían hasta 10 euros). Y, sí, el pueblo es bonito y su ubicación estupenda (lo mejor de todo, sin duda), pero tampoco me pareció el más bonito, ni el mejor ubicado, ni las vistas desde sus miradores las más espectaculares. En fin, nada tan extraordinario que justificase el maremágnum que incluía una cola kilométrica para entrar a las ruinas del castillo, pagando, por supuesto. Así que, con el calor que hacía y después de dar una vuelta y de muchos intentos por sacar alguna foto decente, escapamos a toda prisa.
Vistas desde el pueblo:
Las callejuelas.
Iglesia de Saint-Vicent. Muy bonita.
Capilla de los Penitentes Blancos, decorada por el artista local Yvres Brayer. Muy pintoresca.
Quizás a otra hora de menos afluencia (por la tarde o por la noche) o en otra época del año, con menos gente, mi opinión hubiese sido diferente. Así que tampoco le quiero quitar a nadie la idea de visitar este lugar.
ARLES.
A 19 kilómetros de Les-Baux-de-Provence, en media hora llegamos a Arles, después de perder un buen rato dando vueltas por un barrio bastante poco atractivo debido una jugarreta que nos hizo el navegador hasta que al fin nos llevó a los alrededores del casco histórico. Tuvimos la suerte de encontrar un hueco en la calle, en una zona de aparcamiento gratuito en la parte exterior de la muralla, junto a una de las puertas. Primero, dimos un paseo por las orillas del Ródano, donde estaban haciendo lo que parecían unas importantes obras de acondicionamiento de los márgenes, seguramente para evitar las inundaciones provocadas por las crecidas del río.
Entramos por un lateral de la muralla y sorteando apenas tres o cuatro calles, llegamos hasta el símbolo de la ciudad, el famoso anfiteatro.
Antes de iniciar las visitas, compramos bebida y comida preparada en uno de los numerosos puestos que hay bordeando la plaza, y volvimos junto al Ródano, para comer a la sombra, pues como el día anterior, el calor volvía a apretar de lo lindo. Un rato más tarde estábamos de nuevo junto al anfiteatro.
Ya sabíamos que si se va a visitar más de un monumento en Arles interesa comprar un bono, se llama “Pass Monuments” y los hay de dos tipos: el Avantage (permite visitar prácticamente todos los monumentos y varios museos durante 6 meses, cuesta 15 euros, 1 euro más en julio y agosto ) y el Liberté (permite visitar cuatro monumentos y un museo durante un mes, cuesta 11 euros, 1 euro más en julio y agosto). Escogimos éste último porque no nos iba a dar tiempo a ver mucho más y tampoco tiene sentido darse un atracón en unas pocas horas. Los monumentos incluidos en los pases son 6: Anfiteatro, Teatro antiguo, Criptopórticos, Alyscamps, Termas de Constantino y Claustro de la iglesia de Saint-Trophime. Entrando en tres de ellos ya compensa el pase siempre que uno de los elegidos sea el Anfiteatro que cuesta 8 euros.
Teatro Romano Antiguo:
Conserva solo dos columnas originales, conocidas como “las dos viudas.” A partir del siglo V fue utilizado como cantera y en el siglo IX pasó a ser un fuerte. Aquí se celebran festivales. En mi opinión, no es necesario pagar la entrada ni elegirlo como monumento a visitar del “pass” pues se ve perfectamente desde el exterior.
Criptopórticos
Se accede a través del Ayuntamiento.
Galerías subterráneas romanas, cuyo origen se remonta al año 30 a.C. Han sido acondicionadas recientemente y también están en el catálogo del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO junto al resto de monumentos romanos de Arles. Es interesante visitar estos subterráneos, pero me dejó un poco fría la forma en que lo tienen montado. Está demasiado oscuro y eché en falta más información.
Galerías subterráneas romanas, cuyo origen se remonta al año 30 a.C. Han sido acondicionadas recientemente y también están en el catálogo del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO junto al resto de monumentos romanos de Arles. Es interesante visitar estos subterráneos, pero me dejó un poco fría la forma en que lo tienen montado. Está demasiado oscuro y eché en falta más información.
Iglesia de Saint Trophime y claustro.
El acceso a la iglesia es gratuito; hay que pagar para visitar el claustro. Fue construida entre los siglos XII y XV, tiene un extraordinario pórtico románico, con esculturas del Viejo y Nuevo Testamento y figuras de Apóstoles y Santos.
El edificio se encuentra situado junto a la Plaza de la República, una de las más bonitas de Arles.
El claustro merece mención aparte por sus esculturas, columnas y capiteles, que fueron realizados entre los siglos XII y XIV. Merece la pena verlo.
El Anfiteatro romano.
Como dicen las guías, es uno de los monumentos romanos mejor conservados del mundo. Data del año 90 y tiene cabida para más de 20.000 espectadores. Actualmente se sigue utilizando, sobre todo para corridas de toros. En concreto, el día que fuimos había una. Una vez pagada la entrada, se puede pasear libremente por el interior y tiene unas vistas estupendas de la ciudad desde los niveles superiores.
Podríamos haber visitado otros lugares incluidos en el Pass, como las Termas de Cosntantino, los Alycamps, o el Museo Réattu, sito en la antigua Encomienda de los Caballeros de la Orden de Malta, que cuenta con bocetos de Picasso y obras de otros pintores y escultores famosos. También (ya con pago aparte) el Espacio Van Gogh. centro cultural situado en el antiguo Hospital donde estuvo ingresado el pintor en 1889, dedicado a su vida y su obra, donde incluso se puede ver su habitación, como en uno de sus cuadros. En las calles de Arles existen paneles informativos que identifican sus pinturas con los lugares de la ciudad, en la que pintó decenas de obras durante su convalecencia. Pero hacía mucho calor, estábamos cansados y nos esperaba un viaje largo por delante, así que después de un último paseo, dimos por terminada la visita a la ciudad.
Calles de Arles.
Nos hubiera gustado dedicar más tiempo a Provenza, pero tenemos intención de volver en época de la floración de la lavanda para apreciar mejor toda su belleza. De camino hacia Narbona, vimos los paisajes de la Camarga, con sus marjales donde anidan los flamencos y otras aves; y los caballos blancos y los toros pastando en los campos verdes.
El navegador se empeñó en llevarnos por el centro de Montpellier, pero nos encontramos con unas obras. Así que perdimos un montón de tiempo intentando encontrar una salida. Al final, el aparatito nos llevó a dar un rodeo de bastantes kilómetros por una autopista, eso sí, menos mal que era gratuita.