Día 14.
Recorrido:
NARBONA/CUCUGNAN-CASTILLO DE QUERIBUS/CASTILLO DE PEYREPERTURSE/GARGANTAS DE GALAMUS/COLLIOURE
Distancia total: 177 kilómetros. Tiempo en el coche 3 horas, 35 minutos.
Perfil en GoogleMaps:
NARBONA (NARBONNE)
Llegamos a Narbona sobre las ocho de la tarde. Fundada en el año 118 a.C. fue una de las primeras colonias fundadas por los romanos fuera de Italia y pronto adquirió gran importancia estratégica ya que se encontraba en la vía que comunicaba con Hispania. En el siglo V se integró en el reino visigodo y permaneció en poder de los musulmanes desde 718 hasta 759, cuando pasó a formar parte del reino de los francos. Obtuvo bastante autonomía al convertirse en vizcondado y durante la Edad Media prosperó gracias al comercio y a su posición fronteriza, consiguiendo también gran importancia en el ámbito religioso. Con la anexión definitiva del Rosellón por Francia, perdió su importancia estratégica y comenzó un declive que se certificó cuando la Revolución Francesa suprimió su arzobispado. Su economía se recuperó en el siglo XIX gracias a la viticultura.
Teníamos reservado alojamiento en el Hotel La Residence, de tres estrellas, a un par de minutos caminando de la Catedral. Nos costó 100 euros, pero otros alojamientos que vimos más baratos o no nos convencía la zona o requerían desplazarse en coche al centro con la consiguiente pérdida de tiempo. En fin, que era esto o no ver Narbona y como por distancia nos venía bien para hacer noche, lo aprovechamos. Ofrece garaje para los vehículos por un suplemento, pero salía más barato dejar el coche en la calle y encontramos sitio casi en la puerta. Además, ya había terminado el horario de pago.
Aunque estábamos algo cansados, salimos a dar una vuelta por el casco viejo de la ciudad, que nos gustó más de lo que habíamos imaginado. En un par de minutos llegamos a la Catedral. La dejamos a un lado y seguimos hasta la Plaza del Ayuntamiento, con el espectacular conjunto medieval que forman los edificios del antiguo Palacio Arzobispal, que lucía una bonita decoración de banderines y gallardetes. También vimos unas carpas de algún festejo que debió haberse celebrado horas antes y que, al intentar evitarlas, hacía que las fotos perdiesen un poco de perspectiva. Además, ya había muy poca luz y salieron oscuras.
El Palacio de los Arzobispos tiene varias torres que le dan un aspecto imponente. El torreón Gilles Aycelin de finales del siglo XIII y principios del siglo XIV y la Torre San Marcial y de la Madeleine del siglo XIII, con el palacio viejo de origen románico y el palacio nuevo de estilo gótico alterado, construido entre los siglos XII y XIII. Aquí están ubicados actualmente el Ayuntamiento, el Museo de Arte y el Museo Arqueológico. En el centro de la plaza (en el hueco que marcan las escaleras, abajo, a la izquierda), pueden verse los restos de la “Vía Domitia”, que se empezó a construir en el año 120 a.C. para unir Roma con la Hispania romana.
Plaza del Ayuntamiento, Catedral y alrededores.
Llegamos hasta el Canal de la Robine, uno de los grandes atractivos de la ciudad y que está catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1996. Caminamos por la Cours de la Republique y el Promenade des Barques, contemplando la pintoresca estampa que forman las filas de barcas en el agua, y los puentes adornados con macetas de flores que le brindan gran colorido y vistosidad. Pasado el Pont de la Liberté, había otro tipo de barcas, ya no tenían el aspecto de las típicas de recreo, y nos pareció que muchas de ellas se utilizan como residencia permanente, como ocurre en Amsterdam.
Volvimos a la plaza del Ayuntamiento con la idea de tomar algo para cenar en alguna de las terrazas que habíamos visto a la ida, pero apenas quedaba ya nadie allí y estaban recogiendo las mesas. Así que dimos una vuelta para ver la fachada de la Catedral y llegamos nuevamente hasta el Canal de la Robine, contemplando el correr del agua.
Regresamos al hotel y tomamos un par de sándwiches que nos habían sobrado de la comida.
A la mañana siguiente, después de poner el correspondiente ticket del aparcamiento (1,5 euros), hice uno de los recorridos recomendados por un panel de información turística que encontré en la calle, repitiendo de día alguno de los lugares que vimos la noche anterior y otros diferentes.
Plaza de las Cuatro Fuentes.
Edificio de Les Halles (el Mercado).
Pont du Marchands, formado por las propias casas. Tiene siete arcos y su origen es romano (el puente Vetus), pero fue en la Edad Media cuando los comerciantes instalaron sus tiendas y puestos sobre él. Según pudimos leer, actualmente es el único puente habitado de Francia.
Canal de la Robine.
Quedó para el final la visita a la Catedral de San Justo y San Pastor (Saint-Just-et-Saint-Pasteur), cuyo horario de visita es de 09:00 a 14:00 y de 16:00 a 18:00.Esta Catedral es de estilo gótico y se construyó para reemplazar a una iglesia del siglo IV que había en este mismo lugar. Se empezó a edificar en 1272 y nunca se llegó a concluir, ya que con la invasión del Príncipe Negro en 1355, los cónsules se negaron a derribar parte de las murallas y las obras se abandonaron. Tiene 41 metros de altura, lo que la convierte en la tercera más alta de Francia, solamente superada por las de Amiens y Bourges.
Desde el exterior, impresionan sus altísimos muros, que semejan los de una inexpugnable fortaleza. El interior me pareció magnífico y me gustaron muchísimo las vidrieras. Realmente merece la pena entrar a verla y, además, es gratis, incluido el claustro y los jardines. Vamos, para no perdérselo.
Claustro de la Catedral.
Jardines y Palacio Viejo.
Otros lugares que se pueden visitar son el Horreum romano (galería subterránea que se supone que se utilizaba como almacén o granero y única construcción romana que conserva la ciudad), el Museo Lapidario, la Iglesia de San Sebastián y la Basílica de San Pablo. En 2016, se tiene previsto inaugurar un Museo (diseñado por Norman Foster) que exhibirá más de 15.000 piezas recuperadas en las excavaciones de la Narbo Martius romana. Hay bonos para abaratar las visitas de pago, pero no teníamos tiempo para más en Narbona.
CUCUGNAN/CASTILLO DE QUERIBUS.
Desde Narbona a Cucugnan hay 63 kilómetros que se hacen en una hora y cuarto, aproximadamente. Por el camino nos dejamos la Abadia de Fontfroide, apenas a 5 kilómetros de Narbona. Nos pillaba de paso y nos hubiera gustado visitarla, pero el tiempo no sobraba y como había que elegir, los castillos cátaros tenían preferencia, así que la Abadía quedó para otra ocasión.
La carretera D-611 es muy virada y no permite alegrías conduciendo. Para compensar, tiene un paisaje muy bonito, en los que destaca la enorme amplitud de los viñedos, lo que explica que por todas partes se vean bodegas y anuncios de vinos, incluso a la entrada de los pueblos te saludan enormes botellas invitándote a degustaciones. También vimos unas gargantas con unas pozas muy bonitas, la verdad es que no sabría decir dónde están, pero paramos un momento para echar un vistazo y hacer unas fotos.
Los viñedos salpican el paisaje continuamente.
Vimos estas bonitas gargantas desde la carretera.
Cucugnan es un pueblecito minúsculo, de 113 habitantes, que vive de la agricultura y el vino, pero que también ha entrado en los circuitos turísticos por su proximidad a dos de los más emblemáticos castillos cátaros: Queribus y Peyrepertuse. Castillos aparte, resulta agradable darse un paseo por sus pequeñas callejuelas, visitar su iglesia románica y subir a lo más alto para ver de cerca el molino de viento “D’Omer”, del que se tienen noticias ya desde 1692. Desde este punto, se contemplan unas vistas magníficas de todo el entorno, incluyendo la inquietante silueta del castillo de Queribus.
El pueblecito se ha convertido en un área de servicios para los turistas que visitan los castillos y hay un par de hoteles y varios restaurantes. También se puede comprar vino, miel y otros productos locales.
Como todavía era pronto para almorzar, después de ver el molino, decidimos seguir hasta el castillo de Queribus, apenas a cinco kilómetros, por una carretera que se retuerce sobre sí misma mientras sube y sube, dejando muy pronto a Cucugnan convertido en un grupo de puntitos salpicando el verde horizonte.
Dejamos el coche en el parking y sacamos las entradas en una caseta. Enseguida seguimos la estela de las decenas de visitantes que afrontaban el empinado sendero que conduce al castillo. Pese a que la inquietante silueta del castillo despierta tu atención desde el primer momento, no es posible sustraerse a la belleza del paisaje, sobre todo en un día claro como era el caso, y los tonos azules y verdes se intensificaban hasta hacer pensar que la naturaleza había obrado su photoshot particular. A lo lejos, pero con toda claridad, se distinguía la alargada estampa del castillo de Peyrepertuse, confundiéndose con la roca en la que anida.
Se conocen menciones del Castillo de Queribus ya desde 1020, en el testamento del conde de Besalú. En 1162 pasó a formar parte del Reino de Aragón. Durante la cruzada albigense contra los cátaros, este castillo les brindó refugio y, de hecho, fue el último bastión cátaro antes de caer en poder de los cruzados franceses en 1255 y pasar a la Corona de Francia. Tuvo mucha importancia durante los siglos XIII y XIV, cuando fue reconstruido íntegramente, ya que se encontraba en una ubicación clave entre los reinos de Francia y Aragón. Con la firma del Tratado de los Pirineos, el Rosellón fue anexionado a Francia y el castillo perdió su interés estratégico.
Está construido sobre un pico rocoso de 728 metros de altitud y consta de tres recintos superpuestos. Lo que queda son ruinas, pero se conservan muros, ventanas, un pozo, una cisterna, salas abovedada, una con acceso a una atalaya, restos de la muralla con troneras y cañoneras, el patio, la vivienda del señor feudal… En fin, restos suficientes para que compense con creces trepar hasta él en una caminata de menos de quince minutos, por un sendero excavado en la roca y empinado, pero no excesivamente duro. Y, por si eso fuera poco, hay que añadir el extraordinario panorama que se contempla alrededor.
Otra cosa a mencionar es el viento. Cuando fuimos, el día era perfecto, con sol y calor, y apenas soplaba una leve brisa en Cucugnan; pero al traspasar una de las puertas de Queribus, fue como ingresar en una nueva dimensión y alguien te pegase un empujón: el portal del viento, se podría denominar. Resulta increíble la súbita racha de viento que te pilla desprevenido y casi te tira al suelo. Luego nos enteramos de que es algo habitual aquí y que hay días en que incluso se llega a cerrar el acceso porque puede resultar bastante peligroso. Así que, ojo con el aire en Queribus una vez traspasada la puerta que aparece abajo, a la izquierda.
Terminada la visita, regresamos a Cucugnan, con la idea de comer en el pueblo. Estuvimos mirando los restaurantes, pero estaban llenos y había que esperar; además, nos parecieron un tanto caros para lo que ofrecían, más o menos de lo siempre. Así que fuimos hasta una furgoneta, donde vendían comida preparada. No era nada del otro mundo, pero tampoco estaba mal y tenían una terracita muy mona con mesas y sillas a la sombra, desde donde podíamos contemplar un panorama idílico, con el molino a un lado y el castillo de Queribus a otro. No se podía pedir mucho más por los 12 euros que costaba cada menú, con ensalada, bocadillo, bebida y helado.
CASTILLO DE PEYREPERTUSE.
Siguiendo los indicadores de la carretera, continuamos camino hacia nuestro siguiente y último castillo cátaro. Desde Cucugnan hay un poco menos de 10 kilómetros, que se hacen en un cuarto de hora. Según te vas aproximando, la estampa del castillo confundido con la roca en la que se apoya se va agrandando, atrayendo la mirada (y el objetivo de la cámara de fotos) sin remedio. A sus pies, se encuentra el pueblecito de Duilhac, también encaramado sobre un mar de viñedos, pero apenas lo parece por la mole del castillo que surge en vertical, sobre una cresta caliza, a 800 metros de altura. Esta vez no visitamos el pueblo y fuimos directamente al aparcamiento del castillo, que estaba hasta los topes. Incluso había algunos jóvenes colocando los coches, y no sé por qué pusieron el nuestro casi a medio kilómetro de la entrada, todo cuesta arriba, que tuvimos que hacer a patita, claro está.
Junto a la taquilla hay un estupendo mirador sobre el valle (hacia abajo) y el castillo (hacia arriba). Quien no pueda o no quiera continuar, puede llegar a este punto en el coche y echar un vistazo. En mi opinión, merece la pena y, hasta aquí, es gratis.
Vistas desde el mirador donde comienza el sendero hacia el castillo.
Después, todo es otro cantar. Los precios y los horarios varían según la época del año. En julio y agosto es más caro, así que la entrada nos costó 9 euros (6,5 euros el resto del año). Por cierto, un inciso para mencionar que si se va a visitar varios castillos cátaros hay un bono que se llama "pasaporte" y cuesta 2 euros, con él hacen un descuento creo que de un 1 euro por castillo.
La primera parte del camino es en bajada y a la sombra de los árboles; luego, se convierte en una continua subida y al sol. Y mientras sudas la gota gorda contando escaleras, te preguntas cómo puedes ser tan masoquista para pegarte esa paliza y encima pagar por ello. Hay tramos bastante empinados con escalones tallados en la piedra, pero la verdad es que tampoco es terrorífico, y el objetivo merece la pena. Se tarda entre veinte minutos y media hora en llegar al primer nivel del castillo, donde se encuentra el recinto bajo y el torreón.
Torreón de Sant Jordi, arriba. Nivel superior del castillo.
Una vez recuperadas las fuerzas, hay que seguir subiendo hasta el recinto mediano y, más aún, hasta el torreón de Sant Jordi, desde donde se obtienen las mejores vistas, tanto del paisaje como del propio castillo.Es el momento de abstraerse del gentío (llegamos justamente en medio de la demostración de aves rapaces) y sentarse a leer el folleto que entregan con la entrada y que explica la historia de este lugar, que estuvo habitado ya en época de los romanos, desde el siglo I a.C.
La primera mención de este castillo se remonta al año 1070, cuando pertenecía (al igual que el de Queribus) a los condes de Besalú. Su dominio pasó después a los condes de Barcelona y en 1111 pasó al vizcondado de Narbona. En 1224, durante la cruzada albigense contra los cátaros, Guillermo de Peyrepertuse resultó excomulgado por no someterse hasta que cedió en 1240 tras el fracaso del sitio de Carcasona, y el castillo pasó a la corona francesa.
En los siglos posteriores se realizaron varias obras (como la escalera de San Luis, en 1242 y el torreón de Sant Jordi, terminado en 1251). Peryrepertuse jugó un importante papel defensivo, dada su posición fronteriza con el Reino de Aragón. En 1542 fue tomado por Juan de Graves en nombre de la Reforma, pero pronto fue apresado y ejecutado. Al igual que el castillo de Queribus, perdió su importancia estratégica con el Tratado de los Pirineos en 1659 y fue deteriorándose paulatinamente, hasta que ser abandonado en tiempos de la Revolución Francesa. A mediados del siglo XX se empezaron a ejecutar trabajos para su recuperación como bien monumental y turístico.
Ya solo queda caminar por el recinto, recorrer la barbacana, las capillas y los patios, asomarse a los miradores abiertos en los muros, imaginar las viviendas y sentarse a descansar un momento a la sombra en cualquiera de sus rincones de piedra e imaginar cómo habría sido allí la vida en el medievo. Aquí también hay advertencias por el peligro que puede representar el viento, pero al contrario que en el de Queribus, no lo notamos especialmente.
Desde esta perspectiva, se ve la parte baja del castillo de Peyrepertuse, el pueblo de Duilhac y, al fondo, la silueta del castillo de Queribus.
GARGANTAS DE GALAMUS.
Dejamos el castillo de Peyrepertuse y seguimos por la carretera D-14 hasta Cubieres-sur-Cinoble para ver este magnífico sitio natural. El río Agly corre por el fondo de este estrecho cañón, formado por la erosión de la roca calcárea. Tiene unos dos kilómetros de longitud y la carretera que lo recorre está excavada en la roca y es tan estrecha que en verano se da paso alternativamente a los vehículos que vienen en una u otra dirección, desde o hacia Cubieres-sur-Cinoble y Saint-Paul de Fenouillet.
Se puede recorrer a pie por la carretera, dejando el coche en los aparcamientos autorizados, en uno u otro lado. Las vistas son espectaculares, y en el fondo de cañón, se puede ver a gente bañándose en las pozas y grupos haciendo rafting en los lugares más recónditos del río. Recomiendo este lugar, es espectacular.
También, en un corto paseo, se puede visitar una capilla excavada en la roca, pero no supimos encontrar el sendero para llegar. Lo vimos al cruzar la garganta ya en el coche, saliendo por Saint-Paul-de-Fenouillet. El acceso estaba junto al aparcamiento de ese lado, pero ya no nos apeteció volver a aparcar y bajar hasta allí.
Todavía nos quedaba un recorrido de 78 kilómetros (más de hora y cuarto) hasta nuestro próximo destino en Francia, el último de este viaje: Collioure.