Nueva Escocia (II) ✏️ Diarios de Viajes de Canada

Hoy queríamos ir a fotografiar el amanecer a Peggy’s Cove y aunque estábamos muy cerca, nos tocó madrugar. Como en el motel no estaba incluído desayuno, en cuanto estuvimos listos, cargamos las cosas en el coche y marchamos. El día amaneció con el cielo cubierto y con 13°C.

La picadura en la cara de Anna tenía mucho mejor aspecto, pero nos sorprendió descubrir que en la mano izquierda tenía otra picadura entre dos nudillos y además la mano parecía algo hinchada. Como no teníamos medicamentos, le dimos con el milagroso afterbite con la esperanza que funcionara tan bien como con la picadura de la cara.

Al llegar a Peggy’s Cove, y como era de esperar, no éramos los únicos que estábamos allí esperando a que amaneciera. Varios fotógrafos más e incluso un par de moteros (no demasiado jóvenes por cierto) que habían dormido al raso. Las rocas son redondeadas y hay muchos huecos donde encontrar un buen refugio.

Aunque el sol intentó abrirse paso entre las nubes, éstas eran demasiado densas y apenas dejaron que los rayos colorearan el faro de color naranja. Mientras tanto Anna se dedicó a recorrer los rincones del pueblo en busca de otros detalles.

No teníamos ni idea pero el 2 de septiembre de 1998, el vuelo Swissair 111 despegó del aeropuerto estadounidense JFK (New York) con destino a la ciudad suiza de Ginebra. Cuando sobrevolaba las costas de Nueva Escocia, se detectó un problema técnico y la tripulación decidió intentar aterrizar de emergencia en el aeropuerto de Halifax. Debido a la premura de la maniobra, no se pudo llevar a cabo y el avión modelo McDonnell Douglas MD-11 acabó en el fondo del océano frente a las costas de Peggy’s Cove. Los 229 ocupantes (215 pasajeros + 14 de tripulación), entre ellos un español, fallecieron.

Como los dos pueblos más cercanos al lugar donde se produjo el accidente eran Peggy’s Cove y Blandford, se estableció en ellos las dos bases de operaciones para coordinar el rescate de los posibles supervivientes.

Como suele ser habitual en estos casos, las poblaciones se volcaron en ayudar en todo lo posible. A petición de los familiares de las víctimas y a los propios vecinos de la zona, se erigieron dos mausoleos (uno en Whalesback-Peggy’s Cove y otro en Bayswater-Blandford) en recuerdo a las 229 víctimas.

Entre los dos puntos, y mientras buscábamos un sitio para desayunar, paramos un par de veces en el arcén de la carretera para sacar fotos de sitios que nos llamaban la atención. Las primera fotos corresponden a la pequeña comunidad de Glen Margaret y la siguiente a una familia de ciervos que estaban junto a la carretera, pero al detectar nuestra presencia y la de otros coches, decidieron cruzar a la otra orilla de la bahía.

Antes de llegar a Bayswater, y viendo que se hacía difícil encontrar un sitio para desayunar, paramos en una gasolinera, repostamos y compramos unos cafés con algo para untar, jejeje. La cercana bahía de Northwest Cove nos gustó mucho y decidimos traernos una postal.

Tras la parada, seguimos por la ruta 103 hasta el pueblo de Lunenburg, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995. Esta declaración ha servido para preservar la típica arquitectura colonial británica que hace tan especial a este lugar. Pero por el contrario, también hace que Lunenburg sea un destino muy turístico. En la actualidad es un importante puerto y un centro notable de construcción naval.

Tras pasar un buen rato paseando, haciendo alguna que otra compra y sacando fotos, nos entró hambre y elegimos la pizzeria Big Reds. Un par de pizzas individuales y los correspondientes refrescos por $36,12.

Después de comer volvimos a callejear un rato para bajar la comida aprovechando que todavía nos quedaba algo de tiempo en el ticket de aparcamiento. Sobre las 15h30 abandonamos Lunenburg y seguimos hacia el siguiente punto que teníamos anotado en el mapa, el faro de Fort Point.

El faro de Fort Point es uno de los tres faros más antiguos en funcionamiento en Nueva Escocia, se encuentra en la ciudad de Liverpool y está abierto al público desde mediados de junio hasta mediados de octubre. La entrada es gratis aunque agradecen las donaciones. Durante la visita nos enteramos que fue construido en 1855 como complemento al de Coffin Island y que su luz se veía a una distancia de 12 kms. La luz original era de color rojo, pero se sustituyó por una de color blanco en 1926. En 1951 el mecanismo del faro se modernizó y se cambió por uno eléctrico y finalmente en 1964 se automatizó completamente.

En el piso superior, además de la sala de la lámpara, tenían una réplica de una sirena de niebla con el que pudimos emular a los primeros fareros. El ruido era realmente “ensordecedor” pero entendemos que muy necesario en los días en que se usaba y cumplía su fin.

El reloj marcaba las 16h30 así que pensamos que quizás podíamos seguir un poco más adelante por la ruta 103 y llegar hasta el siguiente punto que teníamos apuntado en el mapa, el faro de Port Medway. Fue construido en 1899 para ayudar a los barcos en la navegación hacia el puerto. Aunque ya no está en funcionamiento, en 2002 la zona fue declarada parque local para preservar el propio faro y su historia.

Después de esta última visita, pusimos rumbo de regreso, a la carrera y en un pulso contra el reloj, llegando a Peggy’s Cove con el tiempo justo para disfrutar y fotografiar un bonito atardecer. Cuando se fue la luz, cenamos de nuevo en el restaurante Sou ‘Wester ($45,44).

*** final del día 14 ***

Tocaba ya despedirnos de esta zona y de Peggy’s Cove así que no dudamos ni un minuto en volver a madrugar. Recogimos la habitación, cargamos todo en el coche y poco después de las 7h ya estábamos en el parking del faro. El cielo estaba completamente despejado y una temperatura de 12°C. La mano de Anna no había mejorado y seguía hinchada toda la zona alrededor de los nudillos, por lo que empezamos a preocuparnos un poco. Se veía claramente dónde estaba delimitada la infección pero decidimos que localizaríamos una farmacia para ver sí podían echar un vistazo.

Cuando vimos que las primeras luces empezaban a iluminar Peggy’s Cove, volvimos a separamos. Anna se fue a la zona del pueblo y el puerto y yo me quedé por la zona del faro, ambos intentando buscar otros puntos de vista diferentes al día anterior.

No hubo casi nubes pero el amanecer fue increíble y disfrutamos viendo cómo el sol realzaba aún más, las coloridas casas del pueblo y nos quedamos “embelesados” porque a esas horas, estábamos cuatro gatos y la calma era total.

Sobre las 8h30h la luz dejó de ser ‘especial’ y decidimos que era un buen momento para guardar los trastos de fotografía y desayunar. Mientras hacíamos tiempo a que abrieran el restaurante, conocimos a una pareja canadiense que también había ido a fotografiar el amanecer. Resulta que la chica, intentando sacar una buena foto, se había caído y tenía una herida en la rodilla (nada grave). Anna y ella se pusieron a hablar de fotografía e intercambiaron tarjetas (¡¡siguen manteniendo el contacto!!) Cuando dieron las 9h y abrieron el restaurante, nos despedimos y fuimos a desayunar. Como era el último día que estábamos allí, nos dimos un pequeño “homenaje”.

A las 10h abandonamos Peggy’s Cove. El parking estaba lleno de autobuses y la tranquilad del amanecer se había disipado, sustituida por el bullicio típico de los lugares muy turísticos. Así todo, no pudimos evitar echar un último vistazo por el retrovisor para despedirnos de este fantástico lugar.

En la salida del pueblo se encuentra este monumento dedicado a los pescadores de Peggy’s Cove y esculpido directamente en la roca de granito por el artista William deGarthe.

Como el día anterior ya habíamos hecho parte del recorrido, nos dirigimos directamente Shelburne. Un pintoresco pueblo fundado en 1783, durante la guerra de independencia de los Estados Unidos.

Hicimos una parada técnica en Upper Tantallon para echar gasolina (39,61L x $1,01 = $40) y pasar por la farmacia. Nos dieron una crema antibiótica, unas pastillas diminutas azules y nos dijeron que si no mejoraba en un par de días, tendríamos que ir a un médico . ¡¡ No nos gustó nada, nada oír eso!!

Serían las 13h30 cuando llegamos a Shelburne y como solemos hacer siempre que vamos a un sitio que no conocemos, localizamos la oficina de información donde un hombre muy simpático nos explicó brevemente la historia del pueblo y luego nos marcó en un mapa todo lo que había interesante. Aparcamos el coche y fuimos recorriendo a pie la calle Dock dando un paseo muy agradable ya que además de estar al lado del mar, las estilo de las edificaciones hacían que te sintieras en un auténtica ciudad del siglo XVIII. ¡¡Ese es su secreto!!

Uno de los locales en los que entramos fue en el Williams Dory Shop Museum (en la foto anterior, es el edificio de la izquierda) donde te explican la importancia de la industria pesquera durante el siglo XIX además de hacer demostraciones de la fabricación de pequeños barcos de pesca. La entrada cuesta $4 (no entra con la Discovery Pass) y sólo está abierto desde mediados de junio hasta mediados de octubre, así que por poco no llegamos .

¿Os acordáis de las veletas que habíamos visto días atrás, de madera y pintadas a mano? Aquí nos encontramos con un montón de ellas y ¡¡no quisimos resistirnos!!. El chico que atendía la tienda nos desmontó la que habíamos elegido para poder transportarla y que no se rompiese. En el siguiente video podéis ver que molona es (el artilugio para sujetarla es obra del padre de Anna, que es un manitas). ¡¡Tenemos nuestro propio barco pirata!!

Hasta que se hizo la hora de comer, recorrimos el resto de la calle Dock fotografiando los edificios que más nos llamaron la atención (!!que fueron muchos, la verdad!!).

Y casi al final de la calle nos encontramos con el restaurante The Sea Dog Saloon. Como tenía buena pinta, entramos a comer. En el comedor apenas había clientes (se notaba que estábamos fuera de temporada), pero desde la terraza había unas vistas fantásticas de toda la bahía. Comimos unos sándwiches con patatas fritas (en Canadá todo lo sirven con patatas, jejeje) y unos refrescos, $43,41.

Tras deshacer el camino andado llegamos al coche y pusimos rumbo hacia nuestro siguiente destino, el faro de Cape Forchu, en Yarmouth, a unos 100 kms. de distancia.

Decidimos hacer un viaje tranquilo y disfrutar del paisaje y las vistas así que llegamos a Yarmouth sobre las 17h. En el parking del faro había un coche solitario. Habíamos leído que era visitable, pero según nos bajamos del coche lo primero que vimos fue un cartel que decía que estaban cerrados (sólo abren desde el 15 de mayo al 15 de septiembre). No obstante, pudimos recorrer un pequeño sendero con carteles explicativos donde enseñaban lo particular de las mareas en esta zona de Nueva Escocia. Aquí se producen unas de las mareas más altas del mundo y donde la diferencia entre la marea alta y la marea baja puede ser de hasta 5 mts.

La zona donde se encuentra el faro de Cape Forchu, fue descubierta en 1604 por el francés Samuel de Champlain que le puso este nombre por su parecido a la lengua bífida (partida) de los reptiles. El faro actual tiene una forma muy moderna, por no decir “futurista”, que nunca habíamos visto en ningún otro sitio y está considerado como el segundo faro más fotografiado de Canadá, quizás por ser precisamente tan diferente.

El faro original fue construido en 1839, pero en 1961 fue demolido y sustituido el año siguiente por el actual (con esa apariencia peculiar de “troncho de manzana”).

Al finalizar el paseo nos habían dado las 17h30 y como todavía estábamos a unas dos horas del B&B, seguimos nuestro camino hacia el nuestro último destino del día. En la primera gasolinera que vimos en la ruta 101 paramos para repostar (25,51L x $1,02=$26) y coger algo para cenar en cuanto llegáramos al B&B.

A las 19h llegamos a Gilvert’s Cove y seguimos las señales que anunciaban el faro (construido en 1904). Aunque sabíamos que no lo podríamos visitar (sólo abren durante los meses de verano) no nos importó demasiado ya que justo estaba atardeciendo y pudimos disfrutar de un paisaje y una luz preciosos. Por cierto, en esta zona, tuvimos la compañía de unos molestos mosquitos.

Como ya llegábamos un poco tarde al B&B (habíamos avisado por mail la noche anterior) no decidimos no entretenernos mucho más y fuimos directos desde allí a Granville Beach. Kathy, la anfitriona, nos estaba esperando y agradeció que la hubiéramos avisado de nuestra hora de llegada.

Una vez instalados, comimos lo que habíamos comprado por el camino, descargamos las fotos en el ordenador, organizamos un poco el día siguiente y poco más antes de caer rendidos.

Por cierto, la mano de Anna seguía hinchada y parecía que los medicamentos no estaban haciendo mucho efecto. Nos acostamos con la esperanza que tras descansar durante la noche, estaría mejor por la mañana.

*** final del día 15 ***

¡¡Cómo pasa el tiempo cuando te lo estás pasando bien!!! Casi sin darnos cuenta habíamos disfrutado de la mitad de nuestro viaje.

Tras asearnos, bajamos a desayunar a las 8h. Kathy nos estaba esperando y nos acompañó hasta el salón-comedor donde ya estaba servido el desayuno. Sólo podemos decir una cosa: !!qué pasada de presentación y qué bueno estaba todo!!

Durante el desayuno hablamos con ella y le fuimos contando un poco de nuestra historia. De dónde éramos, el itinerario de nuestro viaje y las cosas que habíamos visto hasta ese momento. Ella nos contó también un poquito de su vida. Vivía con su marido en la casa y la granja que había enfrente, al otro lado de la carretera, era de la familia y la dirigía uno de sus hijos. La verdad es que fue una charla muy agradable. No nos cansamos de repetirlo: !!es lo que nos gusta de los B&B!!. Había otros huéspedes, pero no muy madrugadores.

Como las actividades que teníamos planificadas estaban relativamente cerca, nos lo tomamos con mucha calma. Mientras cogíamos una tarjeta de visita del mostrador de hacía de recepción, vimos que tenía un folleto de empresas que se dedicaban a organizar tours para ver ballenas en la bahía de Fundy. Sabíamos que no era temporada (mayormente se ven en julio y en agosto), pero así todo, le preguntamos a Kathy si sabía si en estas fecha aún se podría tener suerte. Nos comentó que le sonaba que alguna empresa todavía organizaba tours por lo que suponía que, aunque no tantas como en verano, sí que se podría ver alguna.

Como nos vio bastante interesados, se ofreció a llamar por teléfono a una de las empresas que todavía ofrecía las excursiones para preguntar. Nosotros, por supuesto, le agradecíamos enormemente que se tomase la molestia y nos hiciera el favor.

Tras colgar nos explicó que efectivamente seguían haciendo salidas para ver ballenas y que como estábamos fuera de temporada, si no conseguíamos ver ninguna, no nos cobrarían. ¡¡No teníamos nada que perder!! Y como poco, daríamos un paseo en barco por la bahía de Fundy. Kathy devolvió la llamada y nos hizo la reserva para el día siguiente.

Ahhhh!!, no hemos dicho nada sobre la mano de Anna. Parece que el descanso le sentó bien, porque a pesar de no haber bajado del todo la hinchazón, tenía bastante mejor aspecto. !!Menos mal!! No nos apetecía repetir la experiencia del año 2014 cuando tuvimos que visitar las urgencias de un hospital en Abbostford (British Columbia) por una infección en mi pierna.

A las 9h30 llegamos a nuestra primera cita del día. Como podéis en las fotos, el cielo estaba totalmente despejado y con una temperatura de 12°C.

Port Royal es una reconstrucción de un pequeño asentamiento francés de 1605. Es uno de los primeros asentamientos de europeos en el continente americano. La tribu Mi’kmaq había vivido siglos atrás en las en las orillas de la bahía de Fundy y habían tenido contactos antes con europeos (incluso debieron hacer negocios con balleneros vascos), pero no fue hasta 1603 cuando hicieron ‘buenas migas’ con los franceses hasta el punto de ser aliados en la colonización de Acadia.

La entrada al fuerte cuesta $3,90 pero como forma parte de la red de Parque de Canadá, entra dentro de la Discovery Pass, así que no tuvimos que pagar nada. En los meses de verano se pueden ver recreaciones de cómo era la vida dentro del recinto, pero una vez más, estábamos fuera de temporada, así que nos tuvimos que conformar con visitar las diferentes edificaciones que formaban parte de la fortaleza. Eso sí, junto con la entrada nos dieron un folleto (en inglés) con el que pudimos conocer un poco más de la historia del lugar.

La primera estancia, actualmente una sala de exposiciones, en su día fue el lugar donde Samuel de Champlain guardaba los accesorios de los barcos.

Las salas que más nos gustaron fueron la cocina y el comedor contiguo. Lo tenían todo tan bien puesto que daban ganas de sentarse a comer.

Por último y para no aburrir, los dormitorios y lo que pudo ser una capilla. Y decimos “lo que pudo ser” porque según ponía en el folleto informativo, no se han encontrado evidencias de que realmente hubiera habido alguna, aunque en 1611 el jesuita Padre Biard escribió que había encontrado un espacio que podía haberse utilizado para tal fin.

Finalizada la visita y tras montar en el coche, nos llevamos un pequeño sobresalto cuando, tras unos segundos arrancado, una alarma en el salpicadero nos avisaba que una de las ruedas estaba baja de presión. No era mucho, pero fuimos a una gasolinera para comprobarlo. El manómetro para medir la presión, alta tecnología, jejeje

Con el problemilla de la rueda solucionado, al menos de momento, fuimos a ver si se podía visitar la Central eléctrica de Annapolis de la cuál habíamos tenido conocimiento de su existencia a través de la guía de viaje. La central aprovecha las extraordinarias características de las mareas que hay en esta zona de Canadá para generar hasta 20 MW de potencia, suficiente para abastecer de electricidad a 4.500 familias. La central como tal no se podía visitar por problemas técnicos en el ascensor, y aunque no es lo mismo, pudimos ver una exposición donde explicaban el proceso de generación de energía gracias a la fuerza de las mareas.

Como era todavía mediodía pensamos que nos daba tiempo a visitar Fort Anne antes de comer y dejaríamos la tarde libre para ir en busca de algún faro (¡¡a este paso nos llamaréis “Los locos de los Faros”!! )

Fort Anne fue construido en 1629 por para proteger el puerto de Annapolis Royal de los ataques franceses durante las primeras etapas de las guerras del Rey Jorge. Después de pasar de mano en mano entre franceses y británicos Annapolis Royal quedó, tras el Tratado de Utrech, bajo mando anglosajón quienes la mantuvieron como capital de Nova Scotia hasta 1749 cuando se fundó la ciudad de Halifax.

Al igual que otros muchos sitios pertenecientes a la red de Parques de Canadá, la entrada costaba $3,90, pero como entraba en la Discovery Pass no tuvimos que pagar nada.

En el centro de información se encuentra una exposición sobre la historia de la fortaleza además de contar con un montón objetos históricos. Nos gustó mucho el tapiz diseñado por Kiyoko Grenier-Sago y tejido por 100 voluntarios que cuenta la historia de la zona durante 400 años (como dato curioso, el tapiz mide 24m x 5,5m y el resultado, es algo magnífico).

Ya en el exterior recorrimos todo el perímetro de la fortaleza. Pudimos visitar el antiguo depósito de la pólvora construido por los franceses en 1708 y lo que pudo ser una prisión (en la foto que está a continuación se puede apreciar la entrada en forma de arco entre los dos cañones.

Una de las características más llamativas de la fortaleza es el foso que la rodea. Diseñado por el francés Sébastien Le Pestre es el que mejor conservado se encuentra en toda Norteamérica. Para que os hagáis una idea de cómo era, ponemos una fotografía aérea (escaneada de una postal).

Cuando empezamos a notar que el estómago daba pequeños rugidos, dimos por finalizada la visita y nos fuimos a un restaurante que está justo enfrente de la entrada de la fortaleza. Bistro East, comida para dos, $63,25. Aunque pagamos algo más de lo que estamos acostumbrados, la comida estuvo muy, muy rica, así que nada que objetar.

Como ya os hemos comentado, no teníamos más visitas planificadas así que a partir de aquí, nos dedicamos a visitar dos faros que teníamos señalados en el mapa. Nos dirigimos primero al faro de Hampton Harbour construido en 1911. Lo que más nos llamó la atención fue ver el puerto estaba completamente “seco” como consecuencia de la bajamar extrema.

Para rematar, fuimos hasta el faro de Schafner point, cerca del B&B para disfrutar del atardecer comiendo unas sabrosas porciones de pizza de la pizzería Sunken Dorey Pizza ($20,51) que habíamos comprado previamente.

Al volver al B&B le preguntamos a nuestra anfitriona a ver si conocía algún lavandería por la zona para hacer la colada (hace ya unos años que tomamos la decisión de llevar menos ropa a los viajes y lavarla cuando nos hace falta). Nos ofreció su lavadora y su secadora para hacerlo allí mismo. Mientras Anna y Kathy esperaban charlando animadamente a que la ropa estuviera lista yo me dediqué a descargar las fotos del día y a revisar los planes del día siguiente.

*** final del día 16 ***

El día amaneció totalmente soleado y bastante fresquito, 8°C. Tras disfrutar otro estupendo desayuno y charla, salimos hacia Annapolis. Kathy nos había comentado que todos los sábados desde mayo a octubre hay un mercado callejero donde artesanos de la zona ofrecen sus productos y nos apetecía dar un paseo mañanero.

Nada más llegar al mercadillo optamos por separamos. Mientras Anna dio una primera vuelta de reconocimiento a los puestos del mercado, yo me fui a la zona del puerto a sacar unas fotos que nos habían quedado pendientes, entre ellas, el faro de Annapolis.

Cuando volví al mercado, Anna me enseñó alguna cosa que ya había comprado y alguna otra que le había parecido muy curiosa (y que al final acabamos comprando, jejeje). Me presentó a una señora que tenía a la venta desde pañuelos a paneras, sencillas y delicadas. Era increíble el detalle y cuidado de los bordados que ella misma hacía a pesar de ser ya tan mayor.

En el puesto contiguo, la señora vendía prendas de lana también confeccionadas por ella. Al oír a Anna directamente le preguntó sí era española. Un poco perplejos le dijimos que efectivamente éramos españoles. Por lo visto, la pista se lo dio el acento porque nos contó que su mejor amiga es de Barcelona (viviendo en Canadá como ella desde hace muchísimos años). Ella misma era natural de Finlandia.

Para llegar a Tiverton (desde donde salía la excursión para ver las ballenas) teníamos que llegar hasta East Ferry y pasar a Long Island, como podéis imaginar, en ferry. Cuando hicimos la reserva nos dijeron que calculáramos que tardaríamos una hora en llegar. Terminamos comprando alguna cosa más y decidimos dar por finalizada la visita cuando ya empezaba a llenarse el recinto y se acercaba el momento de ponernos en marcha.

Al mediodía llegamos a East Ferry y cruzamos en ferry ($7) a Long Island. Tiverton está junto al ferry así que no nos costó encontrar las oficinas de la empresa que organizaba la excursión. Tras presentarnos, validaron nuestra reserva ($149) y nos dijeron que nos presentáramos de nuevo sobre las 13h.

Teníamos aproximadamente una hora libre así que aprovechamos para echar gasolina (38,75L x $1,025= $39,71) y para visitar brevemente el faro de Tiverton, conocido como Boar’s Head.

A la hora, estábamos de vuelta en las oficinas de Ocean Explorations. Había un grupo pequeño de personas esperando y en esos momentos llegó la persona que parecía iba a ser el encargado de llevarnos en la Zodiac. Nos comentó que la fuerza del viento era muy fuerte y que no estaba seguro de si podríamos salir de no cambiar las condiciones. !!Con las ganas que teníamos de hacer la excursión!! Nos comentó que iba a hacer unas comprobaciones y que volvería en media hora y tomaría una decisión.

A su vuelta, le vimos con semblante bastante serio y nos temimos que no habría salida, pero nos comentó que el viento había amainado algo y que si nosotros queríamos podíamos intentar la salida, pero también nos dejó claro que si veía algún tipo de riesgo daría la vuelta y nos devolvería el dinero. A todos nos pareció bien, así que nos preparamos para el viaje con unos trajes especiales ( que no espaciales, aunque lo parezcan!!!!) que nos dieron. Repartieron bolsas estancas para las cámaras aunque nosotros tuvimos que usar las nuestras. Nos avisaron que tendríamos que llevarlas en el suelo ya que era obligatorio utilizar las dos manos para agarrarse en la Zodiac.

Poco después de las 13h30 y de esa guisa que veis, montamos en la lancha. Nos organizaron para ir sentados en los laterales (Anna tuvo suerte porque le toco justo delante del timón y pudo sentarse en una especie de cajón sin casi necesidad de agarrarse). Desde el primer momento en el agua, nos dimos cuenta que el aviso de ir bien agarrados y con las dos manos, no era algo para tomarlo a broma. ¡¡¡Quién quiere parque de atracciones!!! la mar rizada, los golpes secos, el sube y baja, la mayoría levantados de los asientos en cada embestida, el agua salpicando, las risas, los nervios, todos intentando no caer, las cámaras entre los pies, ojos abiertos y al momento cerrados, todos emocionados y expectantes, buscando con la mirada algún “signo” de avistamiento de cetáceo…

No llevábamos mucho tiempo de travesía cuando por radio se recibía un aviso. Con el ruido apenas pudimos entender nada pero intuimos que algo pasaba porque se aminoró la marcha y se cambió de dirección. Habían avistado una ballena desde el faro de Tiverton.

Se redujo la velocidad hasta casi parar y de repente, nuestro guía y nos hizo una señal para dirigir nuestra atención hacía una mancha negra que se veía en el agua.

¡¡Sí, sí, sí!! Estaba apenas unos metros de nosotros. Yo debo tener un problema con estas cosas porque igual que me pasó cuando vimos los osos en Bella Coola en 2014, el corazón se me puso a mil. Como ya habíamos hecho una excursión parecida por aguas del golfo de Bizkaia, sabíamos que las ballenas emergen tres veces para respirar y luego se vuelven a sumergir, así que las cámaras echaban humo cada vez que veíamos una. Por suerte para nosotros, en una de las ocasiones captamos el momento en que la ballena expulsaba agua por el orificio superior (llamado espiráculo).

Tras este primer avistamiento pasó un rato en el que no vimos nada. Había desaparecido. Pero nada más lejos de la realidad porque de repente se volvió a dejar ver y esta vez no estaba sola. Nuestro guía y biólogo, nos explicó que por el tamaño era una cría. En la siguiente foto se pueden apreciar claramente en primer lugar la madre y un poco más atrás, pero sin separarse, la cría.

Durante más de una hora disfrutamos de estas maravillosas y enormes criaturas, siempre muy respetuosos con la distancia mínima para no agobiar ni perjudicarlas o alterar su rumbo. Las fotos que ponemos a continuación son diferentes momentos que pudimos ir captando.

El tiempo pasó volando y se estaba haciendo la hora de volver. Antes de regresar a puerto, nos acercamos a un lugar en la costa donde con un poco de suerte, podríamos ver alguna foca. En este recorrido pasamos junto a Balancing Rock, una roca que, como su nombre indica, está en un inquietante equilibrio y hasta la que se puede llegar por un sendero que parte desde la carretera.

Poco después llegamos a una zona rocosa donde pudimos ver media docena de focas, aunque debían ser bastante tímidas porque no dejaron que nos acercáramos mucho. Tras unos minutos jugando al gato y al ratón con ellas, se dio por finalizada la excursión y pusimos rumbo al embarcadero.

Para que os podáis hacer mejor una idea de lo que vimos, os dejamos este pequeño vídeo. Esperamos que os guste.

Una vez que despojados de los trajes, nos despedimos de nuestros compañeros de viaje y de la gente que aún quedaba en la oficina para seguir nuestro camino ya que nuestra intención era llegar hasta la isla de Brier. Como no habíamos comido, pasamos por una gasolinera que habíamos visto por la mañana para coger algo de comer.

Long Island la atravesamos sin parar ya que no hubo nada que nos llamara la atención y nos fuimos directos al ferry de Freeport. Igual que en los otros ferrys tuvimos que pagar $7 por utilizar sus servicios.

Y una vez en Brier Island, nuestra primera parada fue en el faro de Grand Passage. El faro original se construyó en 1901 como una torre piramidal cuadrada de madera, pintada de blanco y coronadas por una linterna roja octogonal. Charles Buckman fue el primer farero desde 1901 hasta su muerte en 1940. En 1968 fue demolido y sustituido por el actual, una torre de hormigón cuadrado blanco con una sala de la linterna roja unida a un edificio de planta cuadrada.

Tras la visita al faro y sus alrededores, seguimos nuestro recorrido por la isla. Según pasábamos por Dyke Cove no pudimos evitar y sacar unas fotos de la bahía. La acumulación de algas en la orilla había formado un curioso paisaje. También tuvimos la oportunidad de ver una especie de garza gris (apenas se dio cuenta de nuestra presencia, alzó el vuelo).

Al llegar a Westport, tomamos la desviación que indicaba la dirección al faro y recorrimos los apenas 4 kms. que lo separan del pueblo. El faro de Brier Island se construyó en 1809, pero parece ser que no lo hicieron muy bien porque en 1832 fue reconstruido y mejorado.

Cuando volvíamos al coche, vimos a una pareja que parecía estar recogiendo algo entre las rocas tapadas por las algas. La verdad es que nos picó la curiosidad por saber lo que estaban haciendo así que esperamos unos minutos al ver que la chica se dirigía hacia nuestra posición con un saco en los hombros. Cuando estaba a nuestra altura, le saludamos y le preguntamos a ver qué era lo que estaban recogiendo y muy amablemente nos abrió el saco que llevaba y pudimos comprobar que eran caracolillos. Nos comentó que era su medio de vida.

Tras una breve conversación, cogimos el coche y nos dirigimos hacia Sweetcake cove, el punto más cercano a Peter’s Island donde, sabíamos que también había un faro. Construido en 1851 y conocido como faro de Wesport, fue sustituido en 1909 por la actual torre octogonal de madera.

Tras la breve parada para fotografiar el faro, volvimos al embarcadero para coger el ferry de vuelta que nos llevara hasta Long Island. Al llegar, vimos que había bastantes coches esperando. Si no entrábamos en este viaje tendríamos que esperar a que volviera y eso podía suponer casi otra hora.

Y efectivamente, cuando empezaron a moverse y llegaba nuestro turno para embarcar, se encendió la luz roja y un operario nos indicó que el ferry estaba lleno. !!cagüento!! Nos tocó esperar casi 45 minutos.

En cuanto estuvimos en la otra orilla, cruzamos Long Island y por si acaso nos pasaba lo mismo en el ferry de Tiverton, no hicimos ninguna parada y no nos entretuvimos. Por suerte, cuando llegamos el ferry estaba llegando y éramos de los primeros para embarcar.

Tras desembarcar en East Ferry paramos el coche al borde de la carretera y disfrutamos de un colorido y tranquilo atardecer sobre el faro de Boras Head.

Como nos quedaba todavía rato para llegar al B&B, decidimos parar en Digby y cenar en Dairy Queen un par de hamburguesas de pollo con patatas $21,14. Nada sofisticado.. jejeje

Cuando llegamos al B&B eran ya las 21h45 y sólo 3°C en la calle. Al entrar en la casa saludamos a nuestra anfitriona Kathy que nos preguntó por el día, así que pasamos un rato enseñándole las fotos de la experiencia de las ballenas.

*** final del día 17 ***

Hoy no sólo nos despedíamos de nuestros anfitriones, también nos despedíamos de Nueva Escocia ya que nuestras próximas dos noches las pasaríamos en Clyde River, provincia de Prince Edward Island (PEI).

El día amaneció con el cielo totalmente despejado, pero seguía haciendo fresquito, sólo 6°C. Tras asearnos y recoger todos los trastos, bajamos a desayunar y estuvimos charlando con Kathy de los planes que teníamos para el resto del viaje. Antes de marchar, le dimos un detalle que le habíamos comprado el día anterior en el mercado de Annapolis Royal, porque realmente nos hizo sentirnos como en casa.

Aunque teníamos un largo viaje hasta nuestro destino final en Prince Edward Island, eso no nos impidió coger un desvío para poder visitar el faro de Cape d’Or y los acantilados de Copper. Para evitar carreteras secundarias, tuvimos que llegar prácticamente hasta Halifax para coger la ruta 102 en dirección a Truro, pero parecía ser la alternativa más sensata.

El explorador francés Samuel de Champlain llamó a esta parte de la costa Cape d'Or (Cabo de Oro), mientras navegaba por la zona en 1607 y se dio cuenta de los destellos de oro en los acantilados de basalto durante el atardecer. Resulta que el metal en los acantilados era de cobre en lugar de oro, pero el nombre ya no lo cambiaron. El edificio del actual faro se construyó en 1965.

Para llegar al faro, dejamos la carretera 209 y tuvimos que recorrer unos 6 kms por una pista sin asfaltar. Gracias a que no había llovido los últimos días no tuvimos problemas, pero con barro tiene que ser muy complicado hacer ese tramo.

Una vez en el parking encontramos una cuesta empedrada y bastante empinada para bajar hasta el faro. La bajada fue relativamente fácil, pero la subida la tuvimos que hacer haciendo un par de paradas. Por cierto, junto al faro hay un café, pero un cartel nos avisó antes de bajar que estábamos fuera de temporada.

No estuvimos mucho tiempo junto al faro debido al fuerte viento que nos dejaba sin aliento y a ratos, nos impedía movernos. Se hacía muy peligroso acercarse para observar los acantilados, así que sacamos un par de fotos para dar fe de nuestra visita y regresamos al parking.

Antes de marchar, nos animamos a hacer un pequeño trail que estaba marcado alrededor del parking pensando que igual podríamos tener una vista diferente del faro. Pero lo único que vimos, o mejor dicho, sentimos fue la fuerza del viento.

Antes de marchar de allí, aprovechamos para comer los sándwiches que habíamos comprado en la gasolinera de Elmsdale cuando paramos a echar gasolina (31,17L x $0,999 = $31,14).

La siguiente parada que teníamos programada era la visita a los acantilados de Joggins Fossil, pero antes, cerca del pueblo de New Salem, nos llamó la atención una tienda junto a la carretera que tenía unos cuantos faros de madera a diferentes tamaños y no nos pudimos resistir a parar.

En el interior tenía un montón de cosas súper-curiosas. La dueña de la tienda, una señora muy maja, nos explicó que la mayoría de los artículos que tenían a la venta estaban hechos a mano. Su marido era el encargado de realizar todas las cosas de madera como los soportes para latas y botellas, los faros, etc., mientras ella se ocupaba de la cosas de lana y de la pintura decorativa de algunos objetos.

Alrededor de las 17h15 llegamos a Joggins Fossil Cliffs y nos llevamos un pequeño chasco al comprobar que el centro de información cerraba a las 16h (fallo nuestro por no haber comprobado antes el horario). Si tenéis pensado visitarlo, tened en cuenta que incluso en julio y agosto, el centro cierra a las 17h30.

Esta zona fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 2008 y tiene un alto valor geológico por su acumulación de fósiles en las rocas de los acantilados.

A pesar de que el centro de información estaba cerrado, pudimos bajar hasta la playa pero sin información no pudimos aprovechar la visita. Una pena.

Así todo, sacamos unas fotos donde se puede apreciar por un lado el color rojizo de las aguas y por otro las capas de las rocas que se han ido formando a lo largo de millones de años. Si queréis una explicación más técnica, podéis pinchar en este enlace de la Unesco. Y si queréis ver una panorámica más grande de los acantilados, os dejamos otro enlace a una fotografía de la Wikipedia.

Tras la visita ‘a medias’ a los acantilados, seguimos camino hacia nuestro destino en Prince Edward Island, pero antes de llegar, hicimos una parada técnica en Amherts para llenar el depósito (29,09L x $1,01 = $29,24) y como había un McDonald’s al lado aprovechamos para hacer una especie de merienda-cena ($17,69).