Reykjavik, como capital que es, contrasta con el resto del país al haber mucho más movimiento de gente, aun siendo una ciudad pequeña no tiene nada que ver con esas pequeñas aldeas que fuimos visitando. Hay bares y restaurantes, tiendas de todo tipo, música en la calle... Pero la naturaleza siempre sigue presente en parques, el lago y sobretodo porque al estar en una península está prácticamente rodeada por el mar.
Pasamos la mañana visitando la ciudad. En primer lugar fuimos a la iglesia luterana Hallgrímskirkja, siendo probablemente la más famosa de todo el país y la más alta con unos 75 metros.
Obviamente impresiona por su altura y el diseño de la fachada, al parecer inspirada en los flujos de lava. Por dentro es bastante sobria y a mi, personalmente, no me gustó nada, ni por dentro ni por fuera. Tan poco me gustó que ni foto le hice.
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Recorrimos las calles comerciales, aprovechando para parar en las pocas tiendas de souvenirs que encontramos y así llevar algún regalo, y nos acercamos al lago que hay en medio de la ciudad.
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Seguimos paseando y pasamos por la catedral, un edificio muy sobrio, para finalmente nos dirigimos al mercado, situado en el puerto, para hacernos con algo de pescado ahumado. -----
Sobre el pescado no puedo hacer mucha recomendación, ya que a mi no me gusta ahumado, aunque puedo decir que los que lo encargaron quedaron encantados. Compramos en el puesto que más nos gustó y que vimos con más público local, ya que los precios eran similares. El resto del día lo dedicamos a pasear por el paseo marítimo y disfrutar un poco de la vida y el ambiente de la ciudad, hasta que a media tarde cogimos nuestro coche para dirigirnos a la zona de Keflavik.
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Habíamos reservado una cabaña para pasar la noche en Alex Guesthouse, justo al lado del aeropuerto, ya que a la mañana siguiente cogíamos el avión de vuelta. Pero antes de nada teníamos pendiente pasar por la Laguna Azul, que queda a pocos kilómetros.
A pesar de la gran cantidad de gente que había y el precio tan alto que tiene, a mi me pareció la más bonita de las lagunas azules que vimos. El lugar, de aguas azul turquesa entre montículos de lava es impresionante.
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El Spá es de lo más lujoso y ofrecen todo tipo de tratamientos y productos propios, aunque se nos iban de presupuesto, por lo que nos quedamos con lo más económico, que es utilizar el barro del mismo suelo de la laguna para embadurnarte y salir de allí con la piel bien suave.
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Una visita de lo más recomendable, aunque hay opciones más económicas e incluso gratuitas a lo largo de todo el país.
A la mañana siguiente nos dirigimos al aeropuerto, menos mal que con suficiente tiempo de antelación, pues nos encontramos el parking de coches de alquiler cerrado y las oficinas vacías, tardamos media hora en dar con la chica de la compañía y nos explicó que al ser 31 de agosto estaban cerrando como fin de temporada, cosa que según ella harían también muchos hoteles y negocios turísticos del país.
Nos despedimos de nuestro fantástico Polo, que nos había llevado por los paisajes más espectaculares que podíamos imaginar, sin nada que envidiarle a un coche más grande, y también de una isla que nos había dejado boquiabiertos a cada momento, allá donde mires quedas impresionado. Será difícil encontrar un país que pueda superar tanta naturaleza y tanta belleza.
Tak Tak Ísland.