El día amanece frío, 8 grados marca el termómetro cuando salimos. Retrocedemos por la 848 para ver el volcán negro de Hverfjall. A la izquierda empieza a verse el humo que sale de la tierra de las fumarolas de Hverir.
A continuación y justo antes del camping Vogar vamos a la famosa cueva de Grótagjá. La entrada no está señalizada. Hay un cartel azul que indica “Birkilan” y una valla que corta el camino, pero que abrimos sin dificultad. Llegamos a un aparcamiento, con un cartel que explica que antes la cueva se usaba como baño termal, pero que debido a la erupción de Krafla entre 1975-1984, la temperatura subió hasta los 60 grados; en la actualidad está entre los 43-46 y toda responsabilidad de estar allí es del visitante.
A la derecha está la entrada más concurrida para las pocas personas que estamos allí. La bajada se hace por las mismas rocas encajonadas, parece peligroso, pero con cuidado se llega bien abajo. Además, nos ayudamos unos a otros, la solidaridad ante un posible peligro activa a la gente. Dentro hace calorcito y los colores de la piedra y del agua tan azul nos dejan embobados durante un rato.
Mientras papá se entretiene con su cámara, nosotros salimos para que puedan entrar otras personas, porque el espacio no da para mucho. Caminamos por el senderillo marcado a la derecha, que lleva a la parte superior, subimos una escalera de madera con 4 peldaños para pasar una alambrada, donde el suelo está resquebrajado y deja a la luz unas grietas similares a las que veremos por la tarde en Stóragjá. Hay una buena panorámica de la zona humeante de alrededor.
De vuelta al parking, caminamos hacia a la izquierda un poco y encontramos otra abertura a la gruta; es menor y se nota mucho más el calorcito.
Bajamos y encontramos a unos jóvenes desayunando dentro, que se levantan y se van. Estamos en la continuación de la cueva, que desde esta parte nos gusta más.
Empieza a lloviznar mientras seguimos por la 860 hacia la N1 para ir a la zona geotermal de Hverir; el humo que sale de algunos puntos de la tierra y el famoso olor maloliente nos van guiando. Antes de llegar, nos encontramos una pequeña sorpresa, un lago de un azul imposible, en un ambiente algo industrial, rodeado de fumarolas y tuberías, que deducimos, aprovechan y reparten el calor por el resto de la isla.
En Google maps viene señalizado como “lago azul”. Un cartel señala que la temperatura alcanza los 100 grados; en el extremo más cercano a las tuberías sale un fuerte chorro de agua y de humo.
Siguiendo por la misma carretera, a la derecha subimos a un mirador que nos deja una imagen completa del lago y su entorno.
Hverir es la zona geotermal de fumarolas y solfaratas a los pies de la montaña Namafjall. Nos llama la atención que de una guagua bajan los turistas con patucos tipo quirófano en los pies; cuando acabamos la visita y nos miramos las suelas entendemos por qué . No deja de lloviznar en todo el rato, y el frío y el viento se dejan notar bastante.
Con respecto al mal olor es imposible no percibirlo, pero no nos desagrada tanto como habíamos leído; por momentos nos huele a tabasco, a pólvora… incluso a comida. ¡Y eso que habíamos desayunado hacía poco!
La visita se puede hacer libremente en el sentido que quieras; nosotros nos asomamos a un mirador de madera y ya nos quedamos helados ante lo que vemos; hay tal cantidad de colores rojizos, crema, naranjas, verdes… incluso a veces parecen ser fluorescentes.
Luego seguimos hacia la derecha paseando entre las distintas fisuras que dejan escapar humo con distinta intensidad, observando los agujeros en el suelo, cómo hierve el lodo y forma burbujas que intentamos atrapar con la cámara…
La visita no implica riesgos siempre que se respeten los límites de las estacas. Todo un espectáculo que parece ser de otro mundo.
Namafjall es mi segundo flechazo en Islandia, después de Hellnar en la península de Snaefellsnes. Se puede subir hasta la cima por la izquierda, el camino parece bastante empinado, pero la gente lo recomienda mucho para tener una visión de conjunto.
Preferimos seguir haciendo fotos y disfrutando de este regalo de la naturaleza que nos impacta a cada paso. Acabamos atravesando una fumarola enorme. La sensación allí es estar ante un paisaje imposible, de Marte, como han comentado algunos viajeros.
Nada más salir a la carretera está el desvío a Krafla, pero no nos damos cuenta y nos lo pasamos. Ya que vamos por la N1, decidimos seguir hasta el desvío a la 862 que lleva a Detifoss, que está a unos 24 km., y ver Krafla, el cráter Stora-Viti y Leinrhnjukur por la tarde. Así es el destino, uno planifica y sobre la marcha cambian los planes. Ya nunca los veríamos, pero a cambio pudimos ver la famosa cascada por las dos orillas. En principio casi habíamos descartado ir desde la oeste, ya que después subir con coche normal (y más con la AC) por la 862 hasta Vesturdalur y seguir hacia el norte no lo contemplábamos, porque a pesar de no estar considerada “F”, algunos compañeros del foro esos mismos días habían desaconsejado transitar por ella, dado el mal estado. Así pudimos comprobar por nosotros mismos desde dónde es mejor, uno de los debates más concurridos cuando uno prepara un viaje a la isla.
Jökulsárgjlúfur está en la parte norte del P.N de Vatnajökull; acoge la serie de cascadas de Selfoss, Dettifoss, Hafragilsfoss and Réttarfoss, la de las formaciones rocosas de Vesturdalur y los acantilados de Ásbirgy.
En el aparcamiento hay varios senderos señalizados que llevan a Detifoss. El camino es arenoso, a veces resbaladizo, pero sin peligro, con grandes bloques de piedra en algunas zonas antes de llegar a la de la cascada.
Primero vamos a la parte en la que el río Jökulsa viene aparentemente tranquilo antes de precipitarse de forma descomunal, con Selfoss como telón de fondo; a continuación, a la derecha, justo enfrente del torrente de agua. No deja de lloviznar y el agua que choca abajo y vuelve a subir nos llega por igual; hacia la izquierda apenas podemos ver el agua siguiendo el curso del cañón. La ropa impermeable cumple su función, de lo contrario hubiéramos estado empapados hace mucho.
Impresiona el caudal de entre 200 y 500 metros cúbicos de agua (según la estación) que caen por minuto, que dejan casi invisibles a los visitantes que están el orilla este, a la que se llega por la carretera 864. Son 100 metros de ancho y 45 de caída.
Hay unas escaleras de metal, construidas encima de otras antiguas hechas de piedra y madera, por las que nos acercamos un poco más a la caída de agua. También hay un mirador en la parte superior en el que nos llega un fuego cruzado de agua, la lluvia va hacia la derecha y el agua que rebota a la izquierda. Este es uno de los inconvenientes que suelen señalarse de verla desde la orilla oeste.
Por último, caminamos hacia Selfoss, a unos 600 m, una bonita estampa que ofrece el cañón, la cascada cada vez más redondeada cuanto más nos acercamos.
Vemos algunas “playas” en la parte inferior. No parece haber tal cantidad de agua como la que se derrama en la cascada.
Después de unas dos horas, salimos recorriendo el camino de vuelta hacia Krafla; no ha dejado de llover y empieza a bajar la niebla. En el desvío de la 863 vemos el famoso lavamanos con la ducha, funcionando en su soledad.
Pasamos la central eléctrica de Kröflustöð y nos dirigimos hacia Leinrhnjukur; llueve a mares, por lo que en el mismo aparcamiento paramos a tomar café y a descansar un poco, recordando el dicho islandés de que si hay mal tiempo, solo tienes que esperar un poco.
El poco que esperamos no fue suficiente; a pesar de que había algunas personas entrando, desistimos, la niebla apenas dejaba ver nada. Lo mismo ocurrió con el cráter Stora-Viti. Subimos para ver si adivinábamos algo debajo de la niebla, pero fue imposible. Otra visita pendiente.
La grieta Stóragjá es nuestra siguiente parada, por lo que volvemos a la zona de la que partimos esta mañana. Es muy fácil pasarse la entrada; desde la N1, pasando estas señales está justo cogiendo el desvío a la derecha, sin entrar en la 848.
Hay un pequeño aparcamiento de piedra; de frente se ven los distintos senderos que se pueden hacer desde aquí, entre ellos a Grótagjá (2 km) o a Dimmuborgir (7 km). Según vamos caminando se ven grietas a la derecha, que separan grandes bloques de piedra.
Justo al llegar hay una escalera con una barandilla para bajar y luego una estrecha senda de tierra que está algo embarrada tras la lluvia.
Otra fisura entre las piedras inclinadas deja ver un agua de similar azul a la de Grótagjá, aunque la entrada es muy estrecha. Hay una cuerda y una cadena para el que quiera animarse.
Volver de nuevo al punto de partida de esta mañana no tuvo otra razón que enlazar con la 87 para hacer noche en Húsavík. La gente suele recomendar subir al norte solo para hacer el avistamiento de ballenas, que no era nuestro caso. Pero nos venía bien para al día siguiente entrar en el P.N. de Jökulsagljúfur desde el norte.
Así que hacia las 19.00 cogimos la 87 que al poco nos sorprendió con una grava que ya echábamos de menos y algunos socavones, además de una pendiente del 14% en algunos tramos.
La piscina de Húsavík (Laugarbrekka 2) estaba llena de la gente del pueblo. Las piscinas suelen ser en la isla el punto de reunión, incluso en invierno. Nos llamó mucho la atención que los hombres estaban en jacuzzi grande y las mujeres en la piscina infantil con los niños, salvo alguna excepción. El cante que dimos al salir lo notamos enseguida con todos las miradas sobre nosotros, supongo que por el pelo y la piel morenos, en contraste con ellos, aparte de por las zapatillas y por llevar toalla. La piscina es amplia, exterior, tiene una grande de natación con un tobogán y el agua algo fría, la infantil con un tobogán más pequeño y el agua caliente, un jacuzzi a 38 y otro a 41, además de una poza de agua fría, a 4,5 grados. Allí es cultura y hasta algunos niños pequeños se metían en ella. Eran preciosos, tan rubitos y blanquitos, parecían querubines; pero también tenían sus malas ideas y les echaban el agua helada con un vasito a otros o a sus padres. A los más pequeños se los llevaban ya después de la ducha con el pijama puesto. La foto está tomada de www.myvisitnorthiceland.is
Así acabamos otra jornada en Islandia, dormimos en el camping del pueblo, que está nada más salir de la piscina a mano derecha, uno de los que más nos gustó. Tiene un pequeño parque infantil que estaba medio embarrado y mojado por la lluvia, pero ¿quién dijo inconvenientes? Ni que no se pudiera usar un tobogán aunque se me moje el culo-pensó don terremoto.
Aprovechamos para poner la lavadora (de pago en una cajita metálica) mientras cenamos; tendimos la ropa en el mismo cuarto donde había un calefactor, pero estaba medio mojada al día siguiente, por lo que inventamos el sistema de tender dentro de la AC. Durante la noche el viento y la lluvia no nos dieron respiro. Los primeros pensamientos negativos empezaron a aparecer con miedo a que se nos fastidiara lo que quedaba por llegar.
A continuación y justo antes del camping Vogar vamos a la famosa cueva de Grótagjá. La entrada no está señalizada. Hay un cartel azul que indica “Birkilan” y una valla que corta el camino, pero que abrimos sin dificultad. Llegamos a un aparcamiento, con un cartel que explica que antes la cueva se usaba como baño termal, pero que debido a la erupción de Krafla entre 1975-1984, la temperatura subió hasta los 60 grados; en la actualidad está entre los 43-46 y toda responsabilidad de estar allí es del visitante.
A la derecha está la entrada más concurrida para las pocas personas que estamos allí. La bajada se hace por las mismas rocas encajonadas, parece peligroso, pero con cuidado se llega bien abajo. Además, nos ayudamos unos a otros, la solidaridad ante un posible peligro activa a la gente. Dentro hace calorcito y los colores de la piedra y del agua tan azul nos dejan embobados durante un rato.
Mientras papá se entretiene con su cámara, nosotros salimos para que puedan entrar otras personas, porque el espacio no da para mucho. Caminamos por el senderillo marcado a la derecha, que lleva a la parte superior, subimos una escalera de madera con 4 peldaños para pasar una alambrada, donde el suelo está resquebrajado y deja a la luz unas grietas similares a las que veremos por la tarde en Stóragjá. Hay una buena panorámica de la zona humeante de alrededor.
De vuelta al parking, caminamos hacia a la izquierda un poco y encontramos otra abertura a la gruta; es menor y se nota mucho más el calorcito.
Bajamos y encontramos a unos jóvenes desayunando dentro, que se levantan y se van. Estamos en la continuación de la cueva, que desde esta parte nos gusta más.
Empieza a lloviznar mientras seguimos por la 860 hacia la N1 para ir a la zona geotermal de Hverir; el humo que sale de algunos puntos de la tierra y el famoso olor maloliente nos van guiando. Antes de llegar, nos encontramos una pequeña sorpresa, un lago de un azul imposible, en un ambiente algo industrial, rodeado de fumarolas y tuberías, que deducimos, aprovechan y reparten el calor por el resto de la isla.
En Google maps viene señalizado como “lago azul”. Un cartel señala que la temperatura alcanza los 100 grados; en el extremo más cercano a las tuberías sale un fuerte chorro de agua y de humo.
Siguiendo por la misma carretera, a la derecha subimos a un mirador que nos deja una imagen completa del lago y su entorno.
Hverir es la zona geotermal de fumarolas y solfaratas a los pies de la montaña Namafjall. Nos llama la atención que de una guagua bajan los turistas con patucos tipo quirófano en los pies; cuando acabamos la visita y nos miramos las suelas entendemos por qué . No deja de lloviznar en todo el rato, y el frío y el viento se dejan notar bastante.
Con respecto al mal olor es imposible no percibirlo, pero no nos desagrada tanto como habíamos leído; por momentos nos huele a tabasco, a pólvora… incluso a comida. ¡Y eso que habíamos desayunado hacía poco!
La visita se puede hacer libremente en el sentido que quieras; nosotros nos asomamos a un mirador de madera y ya nos quedamos helados ante lo que vemos; hay tal cantidad de colores rojizos, crema, naranjas, verdes… incluso a veces parecen ser fluorescentes.
Luego seguimos hacia la derecha paseando entre las distintas fisuras que dejan escapar humo con distinta intensidad, observando los agujeros en el suelo, cómo hierve el lodo y forma burbujas que intentamos atrapar con la cámara…
La visita no implica riesgos siempre que se respeten los límites de las estacas. Todo un espectáculo que parece ser de otro mundo.
Namafjall es mi segundo flechazo en Islandia, después de Hellnar en la península de Snaefellsnes. Se puede subir hasta la cima por la izquierda, el camino parece bastante empinado, pero la gente lo recomienda mucho para tener una visión de conjunto.
Preferimos seguir haciendo fotos y disfrutando de este regalo de la naturaleza que nos impacta a cada paso. Acabamos atravesando una fumarola enorme. La sensación allí es estar ante un paisaje imposible, de Marte, como han comentado algunos viajeros.
Nada más salir a la carretera está el desvío a Krafla, pero no nos damos cuenta y nos lo pasamos. Ya que vamos por la N1, decidimos seguir hasta el desvío a la 862 que lleva a Detifoss, que está a unos 24 km., y ver Krafla, el cráter Stora-Viti y Leinrhnjukur por la tarde. Así es el destino, uno planifica y sobre la marcha cambian los planes. Ya nunca los veríamos, pero a cambio pudimos ver la famosa cascada por las dos orillas. En principio casi habíamos descartado ir desde la oeste, ya que después subir con coche normal (y más con la AC) por la 862 hasta Vesturdalur y seguir hacia el norte no lo contemplábamos, porque a pesar de no estar considerada “F”, algunos compañeros del foro esos mismos días habían desaconsejado transitar por ella, dado el mal estado. Así pudimos comprobar por nosotros mismos desde dónde es mejor, uno de los debates más concurridos cuando uno prepara un viaje a la isla.
Jökulsárgjlúfur está en la parte norte del P.N de Vatnajökull; acoge la serie de cascadas de Selfoss, Dettifoss, Hafragilsfoss and Réttarfoss, la de las formaciones rocosas de Vesturdalur y los acantilados de Ásbirgy.
En el aparcamiento hay varios senderos señalizados que llevan a Detifoss. El camino es arenoso, a veces resbaladizo, pero sin peligro, con grandes bloques de piedra en algunas zonas antes de llegar a la de la cascada.
Primero vamos a la parte en la que el río Jökulsa viene aparentemente tranquilo antes de precipitarse de forma descomunal, con Selfoss como telón de fondo; a continuación, a la derecha, justo enfrente del torrente de agua. No deja de lloviznar y el agua que choca abajo y vuelve a subir nos llega por igual; hacia la izquierda apenas podemos ver el agua siguiendo el curso del cañón. La ropa impermeable cumple su función, de lo contrario hubiéramos estado empapados hace mucho.
Impresiona el caudal de entre 200 y 500 metros cúbicos de agua (según la estación) que caen por minuto, que dejan casi invisibles a los visitantes que están el orilla este, a la que se llega por la carretera 864. Son 100 metros de ancho y 45 de caída.
Hay unas escaleras de metal, construidas encima de otras antiguas hechas de piedra y madera, por las que nos acercamos un poco más a la caída de agua. También hay un mirador en la parte superior en el que nos llega un fuego cruzado de agua, la lluvia va hacia la derecha y el agua que rebota a la izquierda. Este es uno de los inconvenientes que suelen señalarse de verla desde la orilla oeste.
Por último, caminamos hacia Selfoss, a unos 600 m, una bonita estampa que ofrece el cañón, la cascada cada vez más redondeada cuanto más nos acercamos.
Vemos algunas “playas” en la parte inferior. No parece haber tal cantidad de agua como la que se derrama en la cascada.
Después de unas dos horas, salimos recorriendo el camino de vuelta hacia Krafla; no ha dejado de llover y empieza a bajar la niebla. En el desvío de la 863 vemos el famoso lavamanos con la ducha, funcionando en su soledad.
Pasamos la central eléctrica de Kröflustöð y nos dirigimos hacia Leinrhnjukur; llueve a mares, por lo que en el mismo aparcamiento paramos a tomar café y a descansar un poco, recordando el dicho islandés de que si hay mal tiempo, solo tienes que esperar un poco.
El poco que esperamos no fue suficiente; a pesar de que había algunas personas entrando, desistimos, la niebla apenas dejaba ver nada. Lo mismo ocurrió con el cráter Stora-Viti. Subimos para ver si adivinábamos algo debajo de la niebla, pero fue imposible. Otra visita pendiente.
La grieta Stóragjá es nuestra siguiente parada, por lo que volvemos a la zona de la que partimos esta mañana. Es muy fácil pasarse la entrada; desde la N1, pasando estas señales está justo cogiendo el desvío a la derecha, sin entrar en la 848.
Hay un pequeño aparcamiento de piedra; de frente se ven los distintos senderos que se pueden hacer desde aquí, entre ellos a Grótagjá (2 km) o a Dimmuborgir (7 km). Según vamos caminando se ven grietas a la derecha, que separan grandes bloques de piedra.
Justo al llegar hay una escalera con una barandilla para bajar y luego una estrecha senda de tierra que está algo embarrada tras la lluvia.
Otra fisura entre las piedras inclinadas deja ver un agua de similar azul a la de Grótagjá, aunque la entrada es muy estrecha. Hay una cuerda y una cadena para el que quiera animarse.
Volver de nuevo al punto de partida de esta mañana no tuvo otra razón que enlazar con la 87 para hacer noche en Húsavík. La gente suele recomendar subir al norte solo para hacer el avistamiento de ballenas, que no era nuestro caso. Pero nos venía bien para al día siguiente entrar en el P.N. de Jökulsagljúfur desde el norte.
Así que hacia las 19.00 cogimos la 87 que al poco nos sorprendió con una grava que ya echábamos de menos y algunos socavones, además de una pendiente del 14% en algunos tramos.
La piscina de Húsavík (Laugarbrekka 2) estaba llena de la gente del pueblo. Las piscinas suelen ser en la isla el punto de reunión, incluso en invierno. Nos llamó mucho la atención que los hombres estaban en jacuzzi grande y las mujeres en la piscina infantil con los niños, salvo alguna excepción. El cante que dimos al salir lo notamos enseguida con todos las miradas sobre nosotros, supongo que por el pelo y la piel morenos, en contraste con ellos, aparte de por las zapatillas y por llevar toalla. La piscina es amplia, exterior, tiene una grande de natación con un tobogán y el agua algo fría, la infantil con un tobogán más pequeño y el agua caliente, un jacuzzi a 38 y otro a 41, además de una poza de agua fría, a 4,5 grados. Allí es cultura y hasta algunos niños pequeños se metían en ella. Eran preciosos, tan rubitos y blanquitos, parecían querubines; pero también tenían sus malas ideas y les echaban el agua helada con un vasito a otros o a sus padres. A los más pequeños se los llevaban ya después de la ducha con el pijama puesto. La foto está tomada de www.myvisitnorthiceland.is
Así acabamos otra jornada en Islandia, dormimos en el camping del pueblo, que está nada más salir de la piscina a mano derecha, uno de los que más nos gustó. Tiene un pequeño parque infantil que estaba medio embarrado y mojado por la lluvia, pero ¿quién dijo inconvenientes? Ni que no se pudiera usar un tobogán aunque se me moje el culo-pensó don terremoto.
Aprovechamos para poner la lavadora (de pago en una cajita metálica) mientras cenamos; tendimos la ropa en el mismo cuarto donde había un calefactor, pero estaba medio mojada al día siguiente, por lo que inventamos el sistema de tender dentro de la AC. Durante la noche el viento y la lluvia no nos dieron respiro. Los primeros pensamientos negativos empezaron a aparecer con miedo a que se nos fastidiara lo que quedaba por llegar.