El primer día de nuestra estancia en el Mara, mis amigos habían expresado su deseo de ver leones. Y vaya si habíamos visto leones. Y los que nos quedaban por ver.
Finalmente yo creo que vimos leones todos los días.
Intercambiando opiniones en la cena mostré mi deseo de ver un leopardo. Un deseo largamente acariciado y que quedó sin cumplir el año anterior en el P. N. Matobos. Se escondió en un árbol y no lo pudimos ver.
Y ya puestos a pedir, pues que estuviera subido en un árbol comiéndose su pieza de caza.
A veces hay que tener cuidado con lo que se pide.
Ya he contado como en la mañana recibimos tarde el aviso de Johnson del avistamiento de un leopardo en un árbol. Y que cuando llegamos aquello estaba atestado de coches y furgonetas y por eso nos marchamos.
En el safari de tarde, después de dar varias vueltas, Jose pensó que nos acercáramos al árbol en el que estaba subido en la mañana el leopardo.
El Leopardo caza y sube sus presas a un árbol para que otros depredadores no le quiten la comida que tanto le ha costado conseguir y resguardarlas de los buitres. El mismo árbol le sirve también de despensa para varios días.
Así que, presumiblemente, debe de ir al árbol a comer durante esos días. Y efectivamente, allí estaba el leopardo. Y precisamente comiendo.
El deseo que yo había expresado. Pero tenía que haberlo rematado mejor, tenía que haber pedido que estuviera menos camuflado.
El pelaje del leopardo se camufla perfectamente entre los claroscuros de las hojas del árbol. Un árbol enorme y con unas hojas muy bonitas. Pero preferíamos mejor ver al leopardo.

Su pieza era un ñu del que veíamos sus patas y pezuñas, su piel colgando… y el leopardo detrás de su pieza.

De vez en cuando se dejaba ver cuando cambiaba de posición comiendo, pero enseguida se parapetaba detrás de su presa.

Una pieza enorme comparada con su tamaño. Comería algo en tierra para aliviarlo de peso. Pero sí que la pueden subir hasta las ramas de los árboles.
Poseen unos fuertes músculos en sus extremidades, unas uñas retráctiles y durísimas con las que pueden trepar fácilmente por los troncos y ramas de los árboles. Todo eso unido a sus potentes mandíbulas, han hecho la proeza de trasladar y subir un cuerpo muerto, más pesado que él mismo, a la rama del árbol. Ahí podrá disfrutar de su presa sin tener que engullirla de prisa.
Estuvimos largo tiempo observando lo que nos dejaba ver. Al acecho de sus movimientos. Oyendo el crujir de los huesos en sus bocados. Algún trozo caía al suelo.
El leopardo come con exquisita limpieza, sin desgarrar toda la pieza y sin apenas mancharse. Come de a poquito y poco a poco la pieza se va quedando en la piel vacía que cuelga ya del árbol.

Acechando y mirando pudimos conseguir algunos momentos inolvidables de su mirada ambarina.


Cuando paró de comer pensamos que bajaría a beber a un riachuelo cercano. Pero se retiró a descansar a otras ramas interiores del árbol en donde se camufló aún mejor.

El sol se estaba ya retirando. Así que pensamos que lo mejor era que nosotros también nos retiráramos. La noche estaba cercana.

Pero ahora, recapacitando y a toro ya pasado, opino que tuvimos bastante suerte y fuimos afortunados con poder mirar esos ojos brillantes, ese pelaje tan sugerente.. Echarle alguna foto… En realidad, muchas fotos, pero pocas que sirvieran.
Sí que mi deseo se había cumplido. Había sido recompensada con su sola presencia en lo alto del árbol.
Esos momentos gloriosos es uno de los mejores trofeos de este viaje. Porque me encantan los leopardos, pienso que son de los seres más hermosos de la fauna salvaje.
El leopardo es unos de los felinos más esquivos del planeta. Es totalmente independiente y va a su bola.
Huye de los humanos, es desconfiado, de hábitos solitarios y discretos. Muchos factores para que no sea tarea fácil su avistamiento.
Por ello, los pocos que se tienen, se aprecian muchísimo más.
El sol se regocijaba con nosotros regalándonos un nuevo y precioso ocaso.


Al fondo divisamos un arco iris. Por la zona del campamento parece que hay tormenta. Cuando nos bajábamos del jeep ya estaba lloviendo, pero los atentos masais que siempre nos reciben, hoy lo hacen con un paraguas.
Las conversaciones en la cena incluyeron, lógicamente, nuestro encuentro con la mamá de Kazuri.
Lejos estábamos de imaginar que este encuentro con el leopardo no iba a ser el único y que conoceríamos en primer plano a la joven Kazuri
El leopardo es un animal que no está en peligro de extinción pese a su gran persecución en el pasado por su bonita y vistosa piel. No olvidemos que forma parte de la lista de los trofeos más preciados, de los “big five”.
Pero es este precioso pelaje moteado el que le proporciona un perfecto camuflaje que unido a su capacidad para esconderse (utiliza como nadie las luces y sombras para pasar desapercibido) y a su gran versatilidad para adaptarse a los diversos hábitats, han evitado su desaparición de la sabana africana. Bueno, y de cualquier hábitat, ya que puede vivir en cualquier lugar siempre que pueda esconderse y tenga presas para cazar.
Dicen que le gusta cazar de noche pero realmente caza cuando se le presenta la oportunidad.
El día que visitamos el río Mara.
Regresábamos al campamento para comer y descansar algo y retomar otro safari por la tarde. Ibamos rezagados. El coche que conducía Tipira, con nuestros compañeros, nos llevaba ya media hora de adelanto
Aquel día la joven leopardo cazó su presa en pleno medio día. No tuvimos ocasión de ver cómo había sido la cacería y la oportunidad de dónde le vino.
Ni recuerdo como habíamos llegado allí..
Solo sé que de pronto lo vimos entre la maleza. Parecía agotado y miraba sin parar a todo su alrededor, jadeando. Su presa estaba tendida en el suelo, también entre la yerba.


Rodeándolo había tres o cuatro coches. Pero él no miraba a ningún coche. El estaba atisbando si se encontraba por allí algún depredador o carroñero. Los vehículos y los humanos no parecíamos importarle en absoluto.
Ya más descansado se fue hasta la misma presa. Vuelta a mirar en derredor.

Y entonces hizo lo que parecía imposible. Con su boca abierta agarró a la presa por el cuello, la alzó y metida entre sus cuatro patas la fue arrastrando sobre la maleza un corto recorrido.


La depositaba en el suelo, descansaba, y mientras, giraba su cuello en todas direcciones, inquieto, en guardia…

Y así en varios trayectos cortos. No podía ser de otra forma. Su cuerpo no es tan grande y el de su pieza es más del doble que él mismo.
Acudieron más coches. Hubo uno incluso que se puso en la misma línea de la trayectoria que llevaba el animal. Todo sea por darle a los clientes un buen punto de vista.
Tanto coche ya empezaba a no gustarnos. Que hacemos?, nos vamos?.
Súbitamente José arrancó el coche. Yo creí que nos retirábamos. Pero tuvo como una visión. Adivinó el camino del leopardo. Allí estábamos nosotros, al lado de un arbusto.
El animal estaba aún lejos. Arrastrando la pieza, descansando sin dejar de mirar a su alrededor. Torció su trayectoria para evitar el coche que se había puesto en medio y siguió adelante.


Y llegó hasta su destino. A dónde tenía pensado depositar su preciosa carga. En el arbusto que estaba justo delante de nuestro coche. Y allí no cabía ninguno otro coche más




En ese momento el mundo era un trocito de espacio en el que solo estaba el arbusto con varias ramas entre las que se encontraba depositado el ñu muerto, el leopardo a punto de comenzar su almuerzo y el coche que el ignoraba por completo. Y nosotros dentro, claro está.
El leopardo ese día iba a almorzar antes que nosotros. Su objetivo al depositar el cadáver entre los arbustos era comer una parte del mismo para aliviarlo de peso y poderlo subir a su despensa, en lo alto de algún árbol cercano.
Estábamos invitados a mirar. Sabía perfectamente que estábamos allí pero no le importaba Y no nos perdimos ni un instante, ni un gesto.


Ya más relajado comenzó su comida, en silencio, sin prisa pero sin pausa.
Lo teníamos tan cerca…. Volvimos a comprobar cuanto de cierto hay en su pulcra limpieza a la hora de comer.

Cuando lo estimó oportuno se retiró a beber agua y ya lo perdimos de vista. Pero volvería enseguida pues su preciada caza seguía entre las ramas del arbusto.


Fueron unos minutos intensos en los que el tiempo me pareció que se detenía. Era una escena brutal. Hasta llegué a emocionarme…
Rarín, nuestro rastreador masai, era bastante parco en palabras, con nosotros. Quizá por timidez, por el idioma…. Se volvió a mirarnos y solo dijo: im – presionante, en español. Con signos claros de que la magia de aquel encuentro hasta para él había sido fuera de lo común. Con lo que ya llevará visto…
Decidimos ya irnos porque llevábamos bastante retraso respecto de los compañeros que estarían esperando para comer.
Todo el rato he estado hablando del leopardo. Cuando era una hembra de leopardo, en femenino. Pero en aquellos momentos no lo sabíamos.
Al día siguiente Jhonson me dijo que era una joven hembra llamada Kazuri y que era hija de la, también hembra, que habíamos visto en lo alto del árbol.
Ordeno las fotos y recuerdo aquellos momentos....
Siempre estaré agradecida a Kazuri y su mamá por permitirnos compartir algunos momentos de su intimidad.