Lunes, 23 de septiembre de 2019
La primera visita del día era el único evento que llevaba contratado desde casa. Tocaba continuar hacia el Este, siguiendo por la frontera entre los estados de Utah, donde terminaríamos el día y Arizona, donde se encontraba el primer destino del día y con sesenta minutos de diferencia horaria. Hacia territorio navajo.
Abandonábamos Kanab con destino inicial a Page, sin haber visto apenas nada del pueblo. Repostaje completo, como cada mañana (unos 20$ al día, como mucho). Paradas por el camino, como siempre. Aquí un puente, allí un cartel, aquí un campo o un monte.
Antelope Canyon X
Cuando empecé a organizar este viaje y a localizar los hitos imprescindibles no dejaba de encontrarme con imágenes de Antelope Canyon. Que si es mejor el superior, aunque hay demasiada gente, que si acceder al inferior es más dificultoso y también empieza a tener grupos masificados,…
Y entonces me encontré con referencias al Antelope Canyon X. Es el último tramo abierto al público, también gestionado por los navajos, forma parte del mismo cañón, pero es una sección distinta. Además de parecer más desconocido (y por tanto habría menos aglomeraciones) era algo más barato, aunque no fue esta la razón, acabé reservando en éste.
Llegamos con tiempo a la explanada desde donde saldrían los coches de la organización. Una caseta, como las de obra, hacía las veces de oficina de recepción de Taiding Tours. Allí pagamos y nos entregaron una pulserita de papel que nos identificaría como clientes legales, y a esperar nuestro coche, que salió a su hora.
El chofer, como todo el personal, era navajo, una india navajo con unas joyas preciosas de las famosas piedras azules de lapislázuli, pulseras, collares, pendientes. Una señora ya madura, que caminaba con bastones y se puso a los mandos del todoterreno y nos llevó a través de unas pistas de tierra hasta unos toldos tendidos sobre cuatro palos donde nos ofrecieron botellas de agua fresca.
Allí tomó el grupo otro indio, un señor bajito y simpático que, en inglés, claro, nos explicó lo que íbamos a ver. Para nosotros iba a ser una sorpresa, porque de la charla apenas cogimos cuatro palabras sueltas. Eso sí, apoyaba sus explicaciones con gestos e incluso con algún dibujo realizado en la arena con su bastón.
La bajada hacia el cañón, si la hubiera llegado a visualizar antes del viaje, me habría hecho dudar seriamente. Ahora tocaba bajar, pero, a la vuelta, habría que subirla, y yo lo paso bastante mal en las cuestas pronunciadas y más con calor, que estaba empezando a apretar cuando llegamos.
Eso sí, una vez abajo, no volví a acordarme de la cuesta. La primera parte del recorrido es por terreno bastante abierto. Las rocas a ambos lados mostraban formaciones ondulantes creadas por las sucesivas riadas que lo han ido creando durante miles de años, millones, seguramente.
Luego entramos en espacios más cerrados y todavía más llamativos, la luz de sol se va colando en ángulos sorprendentes, resaltando huecos y salientes de un profundo color rojizo y suaves a la vista y al tacto.
Nuestro grupo estaba formado por unas diez o doce personas y nos daba tiempo a todo, a quedarnos los últimos para plasmar algún detalle llamativo o adelantar a todos y no sacar a nadie más en la foto.
Cuando emprendimos la vuelta, satisfechos, nos esperaba una muy agradable sorpresa. Nuestro guía, que se mostró muy amable todo el tiempo, tomándonos fotos y respondiendo preguntas, había hablado al inicio de una disposición con forma de “Y” (de lo poco que entendimos, por sus dibujos en el suelo), pero nosotros al menos lo habíamos olvidado. Por eso cuando, cerca del inicio de la cuesta maldita, nos dirigió hacia otro pasillo nos mostramos sorprendidos y encantados, quedaba más. ¡Y qué más! Nos habían dejado lo mejor para el final y allí estaban las formaciones de las famosas fotos de Antelope Canyon. El pasillo de roca se estrechaba, se retorcía, se bifurcaba y era un caleidoscopio de formas y de colores, de brillos y sombras. Absolutamente maravilloso. La única pega es que aquí coincidimos con otro grupo, guiado por una india del tipo de las que veríamos más, joven, pasada de peso y con una larga melena de pelo negro liso y brillante. Y, entre ellos, el grupo de chinos pesaos que se hacen catorce fotos en cada rincón cada uno.


Siguiendo el camino la tarde se fue oscureciendo, y nubarrones negros parecían correr delante de nosotros pare recibirnos en nuestro siguiente destino. Yo estaba aterrada, porque el destino era nada más y nada menos que Monument Valley, a donde esperaba llegar a tiempo para ver el atardecer sobre los famosos mittens. Además, el circuito de tierra que se puede hacer entre ellos, con la lluvia se convierte en un auténtico barrizal y nuestro Arizono igual no podría superar la prueba.
Lo que tuviera que ser sería, (me ha venido a la memoria La Condesa Descalza, jejeje) y nosotros no podíamos hacer nada. Si acaso, entretenernos lo mínimo por el camino para disfrutar lo que pudiéramos y ya mañana sería otro día (y ahora, Lo que el viento se llevó, estoy muy cinematográfica, por lo que parece).
Compramos algunos víveres en un súper que encontramos en una estación de servicio y comimos unos sándwiches en el mismo párking, mientras nos caían algunas gotas, sin llegar a chaparrón.
La única incidencia sanitaria del viaje tuvo lugar entonces. A mi hermano le empezó a molestar una lentilla y para cuando se la quitó y se echó las gotas, ya el ojito empezaba a infamarse, de modo que no hicimos el cambio de conductor y continué yo al volante.
De nuevo en ruta nos fuimos animando porque, aun con el cielo amenazante y la falta de luz brillante, el terreno a nuestro alrededor sí que estaba trasladándonos a Hollywood. ¡La cantidad de veces que hemos visto a Jonh Wayne cabalgando por estos lares, y a James Stewart, y a Gary Cooper y a Clint Eastwood, y a Charles Bronson y a tantos y tantos hombres Malboro!

Ya se veían esas majestuosas torres de tierra rojiza, si no los perfiles más famosos, si varios de tamaño espectacular. Y, al pie de la carretera, el primer puesto de venta de artesanía navajo que nos encontramos. Como ya se sabe que luego no vuelves a encontrar lo mismo y se pierden oportunidades, nos paramos. Éramos los únicos clientes para cuatro o cinco vendedores que salieron de los coches donde pasaban la ventosa tarde, para atendernos. Acabamos comprando unos pequeños recuerdos, bonitos y baratos. En efecto, no volvimos a ver las mismas cosas a los mismos precios, sino mucho más caros. Lástima, porque lo que aquí me pareció caro (joyas con piedras azules engarzadas) después lo encontré desorbitado o claramente falso.

Monument Valley
Ya estaba ahí el cruce desde la US-163 para llegar al Hotel The View. El más caro de todos los alojamientos del viaje, pero comparado con el más cercano en precio (el hostel de San Francisco) no tiene ningún punto de comparación.
La entrada al recinto de Monument Valley cuesta 20$, pero nos entregaron en recepción un vale para canjear ese importe en la tienda de regalos en determinados productos. Nuestra habitación, reservada como tres meses antes, por lo menos, era una 2 Queen Beds With Premium View, más o menos hacia la mitad del edificio, y nuestra terraza tenía las vistas completas y centradas de las tres formaciones más famosas del famoso valle.

Dejamos las maletas y nos fuimos pitando a hacer lo que nos diera tiempo de la ruta. El atardecer esperado no llegó, estaba nublado, pero las sensaciones fueron maravillosas y las fotos no sufrieron demasiado, sin llegar a los niveles de excelencia deseados, eso sí.
Aguantamos hasta el límite, de hecho era noche cerrada cuando regresamos al hotel, recorriendo los últimos tramos de la pista de tierra ya solo con la luz del propio Arizono, aunque tampoco es que fuéramos los últimos.
Los puntos que visitamos, aun con algo de gente, nos permitieron bastante soledad para como debe de ponerse en las horas y los días más solicitados. Tengo foto de mi hermano completamente solo en el John Ford Point.

Cenamos en el restaurante del hotel, donde los ventanales sabíamos que ocultaban las maravillosas vistas, en lugar de mostrarlas como ocurriría si las tuvieran efectistamente iluminadas, cosa que nosotros de ninguna manera hubiéramos preferido.
Las raciones son enormes, y la comida estaba rica. Tipo bufet para la ensalada y la sopa, que te servías tú (yo aproveché para quemarme con la sopa, que era de tomate y estaba buenísima).