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Esta expresión significa “montaña joven”.
Esta imponente montaña es la que aparece en casi todas las fotografías que se hacen del recinto. Como telón de fondo perenne de la ciudadela y la que le da forma a la clásica postal de Machu Picchu.
Su altitud es de 2693 m. y se puede subir caminando hasta su cima. Unos 300 metros de diferencia de nivel respecto de la ciudadela. Aunque a priori parece una montaña inaccesible o imposible de subir sin recurrir a los recursos de escalada.
Teníamos hora de subida a las 7:00, en el primer turno. En el puesto de acceso hay que registrarse manualmente en el libro, indicando nombre y hora de inicio. Fuimos puntuales. Delante de nosotros solo se habían registrado cuatro personas.
Al poco del inicio se encuentra el desvío para los que han optado por subir a la pequeña montaña Uchuy Picchu. Una caminata corta de 1 km. hasta su cima que tiene unos 50 m. de desnivel con la ciudadela. No lleva mucho tiempo abierta esta ruta. Se puede incluir con el boleto cuatro.
Un tramo con bastante vegetación y un tramo cuesta abajo hasta el punto bajo de la propia montaña a subir.
Ahora comienza lo bueno.
Subida constante en zigzag. Camino estrecho y empinado. La mayoría en tramos de escaleras, muchas de ellas excavadas en la roca de la montaña.
Algunos tramos de escaleras son altos para mis cortas patitas. Hay que agarrarse para poder superarlos.
Menos mal que a veces aparecen cables de acero para ayudarse en esa tarea.
Cuando aparece algún descansillo se aprovecha para normalizar la respiración y contemplar el paisaje que nos deja ver la vegetación. El río Urubamba circula en el fondo del valle rodeando el cerro Putucusi, la primera montaña que vemos cuando nos acercamos a Machu Picchu. Su figura me recordaba las montañas de la Bahía de Halong.
La silueta de la ciudadela se adivina entre la vegetación y la cima de la pequeña Uchuy Picchu con gente sobre la misma.
En uno de los escalones se encuentra clavado una indicación metálica con la lectura: Santuario Histórico de Machu Picchu. Prohibida su destrucción. 2005. Punto geodésico.
Mirando hacia arriba ya se vislumbran las construcciones y terrazas de esta montaña. Terrazas que parece que fueron hechas para evitar la erosión y la pérdida de tierra con las fuertes lluvias. Se utilizaban como jardines o puede que hasta se cultivaran.
Terrazas que limitan con el abismo. Son realmente estrechas y con mucha sensación aérea al subirlas.
Con buen criterio cuando el camino discurre por las escalinatas de las terrazas el sendero es de un solo sentido. Un tramo de estas escaleras es muy pendiente, con peldaños pequeños y sin apenas protección. En algún lugar he leído que a este tramo se le llama “las escaleras de la muerte”. Y no se sabe porque. Ya que, afortunadamente, nadie ha perdido la vida allí.
Venciendo el vértigo te atreves a mirar hacia abajo. Y esto es lo más gratificante de subir a esta montaña. La recompensa de estas vistas es el gran premio al esfuerzo realizado.
La silueta de todo el santuario de Machu Picchu, la montaña Machu Picchu al fondo, El claro zigzag del trazado de la carretera para subir del pueblo al recinto arqueológico, el Cañón del río Urubamba, el tronar de su agua, los cerros que nos rodean con esa vegetación tan peculiar (ceja de selva), ….. Y hasta el Nevado Salcantay.
Aún no se ha llegado a la cima, la alcanzaremos algo más arriba. Restos de edificios sin techo pero con algunas paredes y ventanas. Una piedra labrada grande a la que llaman Silla del Inca.
Pero la vista y la atención siguen puestas en la panorámica de allá abajo. En la maqueta con forma de “puma” de la mayor y más famosa obra arquitectónica y de ingeniería de la civilización inca. Contemplar Machu Picchu es entender el concepto de lo bello y lo sagrado que tenían los incas.
La ciudad está rodeada de huacas, accidentes naturales a los que la cosmología inca atribuye poderes más allá de lo terrenal. Al norte y al sur se elevan picos montañosos, lugar de encuentro entre el cielo y la tierra y, mientras, las aguas del río Urubamba, que dan vida, discurren por el valle, 450 metros más abajo.
Con la sensación de estar asomado al vacío, puede que hasta tengas los pies colgando al mismo, y estas panorámicas en un día estupendo de sol, sin niebla, sin nubes, es difícil decidirse a comenzar el retorno. Pero ya va llegando bastante gente y hay que dejar hueco.
Hasta llegó el guarda que pone orden y llama la atención a los que se acercan a los lugares prohibidos. Menudos pitidos se marcaba.
Se regresa por el otro lado de la cumbre, entre rocas grandotas y algún pequeño túnel excavado en la roca y bastante estrecho. Luego converge con el camino de subida y nos vamos cruzando con los visitantes que ahora suben, que son bastantes más que cuando nosotros subimos. Una ventaja de madrugar.
Pensábamos desviarnos por el camino que pasa por el Templo de la Luna pero aún no lo han abierto. Permanece cerrado desde antes de la pandemia.
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