El programa del día era un tanto relajado en cuanto a lugares para visitar, aunque no dejaba de tener su interés y su belleza. Además, son sitios remotos donde no circulan muchos coches ni caminan demasiados turistas. Según Google Maps, la distancia a recorrer era de 321 kilómetros, con el siguiente perfil:
Pseudocráteres de Skútustaðagígar.
La noche anterior, la guía nos dijo que, como el día se presentaba relajado, saldríamos a las nueve y media, más tarde de lo habitual, lo que me vino de perlas para hacer por mi cuenta una pequeña excursión a los pseudocráteres.
A las siete, ya estaba en el bufet del hotel para desayunar y poco después me dispuse a recorrer los tres kilómetros que me separaban de la zona de pseudocráteres, para lo cual solo tenía que caminar por la carretera 848. Carece de arcenes, pero a esa hora de la mañana apenas pasaba algún coche aislado, así que me moví sin problemas. Si bien estaba un poco nublado, la temperatura era muy agradable y disfruté mucho de lo que fui viendo durante la caminata.
Treinta y cinco minutos después llegué a Skutustadir, donde hay un centro de visitantes, que estaba cerrado a esa hora, lo que no me importó, pues un panel informativo explicaba perfectamente las rutas que existen para visitar los pseudocráteres, con senderos perfectamente señalizados y sin pérdida alguna. Como disponía de poco tiempo, escogí el más sencillo, de una media hora, pero que me pareció suficiente en función de lo que había que ver.
Pese a su forma, los pseudocráteres nunca emitieron lava, sino que surgieron al contactar la lava de los verdaderos volcanes con el agua del lago, creando erupciones de vapor que les confirieron la forma de cráter.
Estaba advertida de lo molestas que son las moscas enanas, que no pican pero se te meten por todas partes, y llevaba una malla de cabeza, aunque pronto me di cuenta de que, al menos a esa hora tan temprana, no había ni una sola, así que la llevé sobre la gorra, pero sin ponérmela en la cara, lo que me ayudó a disfrutar de aquel lugar único, con unas vistas fantásticas sobre el lago. A esa hora estaba sola, sin nadie alrededor, salvo las ovejas, que aparecían en el sendero y me miraban sorprendidas.
A lo lejos, escuché un estruendo. Eran los caballos que habían atravesado la cerca de su granja y cruzaban a galope la carretera hacia los pastos próximos al lago. Fue un momento muy especial.
Seguí el itinerario recomendado, parándome en los miradores, que me ofrecían unas panorámicas casi mágicas, mientras los cisnes y los patos nadaban tranquilamente. Desde los promontorios, distinguí el pequeño lago Stakholsjorn, dentro del gran Myvatn, con el pueblo y los islotes de lava reflejándose en el agua. Uno de ellos me pareció que tenía la forma de unos labios sonriendo.
Me encantó esta pequeña excursión, quizás porque la hice en solitario y en completo silencio, salvo el retumbe de los cascos de los caballos. Al final, regresé nuevamente por la carretera hasta el hotel, rodeada por un montón de flores.
Cuando pasamos por este mismo lugar con el bus, un buen rato después, ya había bastante visitantes recorriendo el sendero. Preferí haberlo visto así.
Bosque de Höfði.
Aunque no lo recorrimos, desde la orilla del lago pudimos contemplar uno de los pocos bosques que hay en el país, en la península de Hofoi, que cuenta con senderos y puntos panorámicos sobre los pilares de lava. Es una zona con gran valor ecológico por su diversidad de flora y fauna, con 15 especies de patos.
Zona geotermal de Leirhnjukur.
De camino hacia el cráter Viti, pasamos por esta impactante zona geotermal, que abastece de energía a una gran parte del país. Se ven fumarolas, larguísimas tuberías, arroyos, unos rojos y otros transparentes, pequeñas lagunas y pozas en ebullición. Hay un par de miradores para contemplar todo el conjunto.
Y en el lado derecho de la carretera yendo hacia el cráter Viti, aparece la famosa ducha con su agua corriendo. Una de las curiosidades de Islandia.
Cráter Víti
Este cráter, de 300 metros de diámetro y cuyo nombre significa “infierno”, es uno de los conos volcánicos que hay dentro del gigantesco volcán Krafla, que ocupa una superficie de diez kilómetros. En su interior hay un lago de color azul, cuyo tono vira del turquesa al aguamarina, según la luz.
Junto al aparcamiento, hay un mirador desde el que se contempla el cráter y el lago. Además, un empinado sendero conduce a la parte superior, donde se aprecian los fondos de otros cráteres y una buena perspectiva de la zona geotérmica con sus coloridas colinas. El cráter Viti también se puede rodear, pero el camino no es sencillo.
Ahí, acabaron nuestras visitas a la zona del Myvatn, si bien, de camino hacia Godafoss, aún pudimos contemplar unas panorámicas muy bonitas del lago, pues las nubes le conferían un bello efecto plateado al paisaje que se reflejaba en el agua.