La vista del fiordo que me saludó por la mañana era menos brillante que la de la tarde anterior: estaba bastante nublado, pero no llovía ni tampoco amenazaba. Después de los platos fuertes del sur, íbamos a girar hacia el norte, rumbo a unos territorios mucho menos concurridos por el turismo. El programa incluía, además de la cascada Detifoss, varias actividades en torno al lago Myvatn, donde nos hospedaríamos esa noche. El perfil aproximado en Google Maps era el siguiente.

Camino del norte. Eglisstadir.
Después de desayunar, tocaba deshacer el camino del fiordo por la carretera 92 para recuperar la “ring road” pasado Reydarfjord, con unas vistas menos brillantes que la tarde anterior por la falta de sol -incluso parecía vislumbrarse un poco de niebla en las montañas del fondo-, pero que tampoco carecían de encanto. Pasamos por el Mirador de Grenafell, que esconde una pequeña pero preciosa cascada, seguida, al cabo de un rato, por otra mayor en escalera y varias chorreras de gran tamaño. Les presté más atención en directo que con la cámara, pues la escasa luz no ayudaba a las fotos, pero apenas mermaba la belleza del paisaje. Y es que perdí la cuenta de las cascadas que vislumbré antes de llegar a Eglisstadir, donde nos limitamos a hacer una parada técnica en una gasolinera.

Fundada en 1944, esta ciudad de poco más de dos mil habitantes, es la mayor del este de Islandia y, en sí misma, su mayor interés turístico radica en haberse convertido área de servicios y avituallamiento para los viajeros que pasan por hacia el sur o hacia el norte por la carretera 1. Sí que hay lugares históricos dignos de mención en las granjas colindantes y, como curiosidad, a 27 kilómetros, en Hallormstaðaskógur, a orillas del lago Lögurinn, empezaron a plantarse árboles en 1905 y en la actualidad se ha convertido en el mayor bosque de Islandia, con 740 hectáreas y más de 80 especies de árboles diferentes.




Continuamos después un largo tramo en paralelo al río Jökulsá á Dal, que me trajo la nostalgia de no poder explorar los fantásticos cañones que iban formando sus aguas en muchos tramos, al igual que las numerosas cascadas que íbamos dejando atrás. En fin, todo no se puede tener.






Cuando giramos hacia el norte, dejando el curso del río, el panorama empezó a mostrar su carácter volcánico en toda su crudeza, volviéndose negro y descarnado o, en contraste, con tonos marrones moteados de verde, al estar los viejos campos de lava cubiertos de musgo. Ese fue, con diferencia, el día más oscuro que tuvimos, pues un toldo de nubes bajas ocultaba los cráteres más altos de antiguos volcanes, dormidos de momento. Menos mal que la niebla solo era densa a larga distancia y permitía ver bien los paisajes cercanos; pero las fotos salían mal.



El Círculo de Diamante (Diamond Circle).
Al igual que en el sur de Islandia existe el Círculo de Oro o Círculo Dorado, en el norte existe el Círculo del Diamante, de unos 250 kilómetros de longitud, cuyos puntos turísticos más destacados son la Cascada Detifoss, el Lago Myvatn, el cañón Asbyrgi, el pueblo de Húsavik y la Cascada Godafoss; también están en esta zona los campos volcánicos de Krafla, el área geotérmica de Hverir y las formaciones de lava negra de Dimmuborgir.

Cascadas Detifoss y Selfoss.
Tras cruzar el puente suspendido sobre el Jökulsá a Fjölum, tomamos un giro a la derecha hacia la carretera 862, que conduce al aparcamiento oeste de la cascada Detifoss, perfectamente acondicionada para el paso de cualquier tipo de vehículos y desde la que, ya a bastante distancia, se divisa la altísima nube de vapor de agua que forma la tremenda caída de la cascada. Antes, existe otro acceso desde la carretera 1, por la 864, que permite ver la cascada por su lado este, pero se trata de una pista sin asfaltar y está, según me han comentado, en muy malas condiciones. En cuanto a cuál es la que tiene mejor panorámica, hay versiones para todos los gustos y yo no puedo opinar. Como de costumbre, tocaba acercarse pertrechados con pantalones impermeables, chubasquero y la capucha puesta.


Desde el aparcamiento sale un sendero entre rocas de basalto, perfectamente señalizado y delimitado por cuerdas, que conduce a varios miradores. Antes de llegar al primero, un indicador señala, hacia la derecha, el camino para ir a Selfoss, la otra cascada que se puede ver allí. La ignoré, de momento, y fui directamente al primer mirador de Detifoss, que está como a un kilómetro del parking. Sin llegar a ver aún la caída completa, la desmedida fuerza del agua me pareció abrumadora, no en vano está considerada la cascada más poderosa de Europa, con caudales medio y máximo de 200 y 500 m³ por segundo, respectivamente, dependiendo de la estación y el deshielo.

Un poco más adelante, hay un camino que desciende a la base de la cascada, pero estaba cortado por conos y una señal de prohibido el paso. Ignoro desde cuándo. Para llegar al siguiente mirador hay que mojarse y mucho, porque se pasa por una zona donde el vapor de agua cae casi a chorros sobre los visitantes. Además, el suelo, con piedras sueltas, estaba bastante resbaladizo y había que tener cuidado.
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Al final, se alcanza un mirador desde donde se ve el agua precipitarse hasta el fondo en un panorama del que cuesta trabajo desprender la mirada. Detifoss se alimenta del río Jökulsá a Fjölum, que nace en el glaciar Vatnajökull; mide 100 metros de ancho y sus aguas se precipitan desde una altura de 44 metros hasta el cañón Jökulsárgljúfur, un tramo del cual también se puede contemplar desde aquí. Me dijeron que se puede continuar por un sendero hasta la siguiente cascada, llamada Hafragilfoss. Una lástima no haber dispuesto de tiempo suficiente para comprobarlo.


Volví sobre mis pasos y recuperé la ruta principal para, girando a la izquierda, dirigirme hasta la cascada Selfoss, que no pude contemplar tan de cerca como me hubiera gustado por culpa del barro, ya que había llovido bastante la noche anterior. Aun así, la panorámica era bonita, aunque quizás desde el lado este se vea mejor. No lo sé.


Hverir y zona geotérmica de Namajfall.
De camino hacia el lago Myvatn, estuvimos en esta zona geotérmica, a los pies de la montañana Namajgall, que incluye fumarolas y manantiales de barro sulfuroso. El olor a huevos podridos se nota mucho y resulta bastante desagradable. Para mí, lo más impactante fue el entorno, hasta el punto de que con aquellos colores entre rojizos y anaranjados, me parecía encontrarme en otro planeta, si bien el centenar de personas que había alrededor (es un lugar concurrido en el norte) menguaba un poco el efecto.



Lo que no pude hacer por falta de tiempo fue recorrer el sendero que rodea la montaña y conduce hasta un mirador. Así que me contenté con observar en la distancia a los que caminaban hacia la cumbre y a los que ya estaban en ella. De todas formas, simplemente contemplar el paisaje merece mucho la pena. Es impresionante.


Lago Myvatn.
El lago Myvatn y sus alrededores suele ser una parada imprescindible para quienes dan la vuelta a la isla, pues los accesos son muy fáciles desde la carretera de circunvalación. Cuenta con una superficie de 37 km2, el cuarto más extenso del país, y resulta muy interesante desde el punto de vista geológico al encontrarse en la Dorsal Atlántica, una zona de intensa actividad volcánica (con el Askja bastante cerca), ya que se han producido nueve erupciones en las últimas tres décadas. Su nombre significa “lago de las moscas enanas”, por la proliferación de estos insectos.

En pueblo de Reykjahlíð, de poco más de 200 habitantes, hay un centro de información turística, dos o tres hotelitos y otros alojamientos, y también se pueden contratar diversas actividades turísticas. Y allí fuimos a almorzar, en un restaurante ubicado junto a su pintoresca iglesia.

Central Geotérmica de Bjarnarflag.
Después de comer, retrocedimos hasta este sorprendente lugar, que está muy cerca de Hverir. Me resultó de lo más llamativo contemplar aquellos terrenos rojizos, blanquecinos y ocres, con fondo de colinas de colores, plagados de fumarolas, con tuberías e instalaciones para su aprovechamiento y, sobre todo, el llamado Blue Lake, una especie de laguna de color azul turquesa, que me pareció discordante en semejante sitio. Aquí está prohibido el baño por sus altas temperaturas.


Baños naturales de Myvatn.
Teníamos incluida la entrada en los Baños Naturales de Myvatn, para entendernos, la “Blue Lagoon” del norte, más pequeña, pero también bastante más barata y, desde luego, mucho menos concurrida. El cielo estaba nublado y, aunque la temperatura era muy buena para hacer turismo, la idea de darme un baño con dieciséis grados me hacía poca gracia. Y más cuando supe que para acceder a las piscinas hay que ducharse completamente sin bañador. Lo del bañador me daba igual, pero mojarme la cabeza y el pelo me fastidiaba bastante, la verdad. Al final, decidí que no me podía ir de Islandia sin probar sus típicos baños termales. Proporcionan toalla, taquillas, gel, champú y acondicionador para el pelo "de gran calidad", según su publicidad.
Paisaje desde el fondo de la piscina termal.


Está todo muy bien montado y se puede hasta tomar un café, un refresco o una copa en las piletas (hay varias). A los islandeses les encanta esto, el acudir a una piscina para ellos es toda una actitud social. Lo cierto es que, aunque en el exterior hacía fresquito, resultaba de lo más agradable meterse en aquella vaporosa y caliente agua azul (entre 36 y 40 grados), y en un escenario tan particular, al aire libre y con unas vistas imponentes. Reconozco que el baño fue una buena experiencia, casi imprescindible en un viaje a Islandia, aquí o en otro sitio. Me llevé la cámara acuática y saqué unas fotos, no muy lucidas, pero que sirven de recuerdo.

Teníamos dos horas y media para el baño, pero tras unos cuarenta minutos ya estaba cansada del remojo y me fui a dar una vuelta por el exterior para ver de cerca el Blue Lake, que me atraía bastante más. De nuevo, me quedé impresionada por el sitio y sus alrededores.






Cueva de Grjótagjá y falla.
Después del baño, fuimos hasta donde se encuentra la Cueva de Grjotagja, famosa por haberse rodado allí una de las escenas más recordadas de la serie Juego de Tronos. Por el interior, corre un manantial de agua caliente que surgió en la falla que separa las placas tectónicas de Eurasia y Norteamérica. Me asomé a la cueva, pero me quedé a medio camino a la hora de bajar porque dentro había un grupo de chavales y el sitio es bastante reducido.


Sí que me hice la típica foto en el exterior, en la falla, con un pie en la parte americana y otro en la europea, el único lugar de Islandia donde esto es posible, según nos comentó la guía. Sea cierto o no, con foto o sin ella, el sitio impresiona.




Castillos de lava de Dimmuborgir.
A continuación, nos dirigimos a Dimmuborgir, cuyo nombre significa “castillo oscuro”, un campo de lavas negras extremadamente moldeado por la gran explosividad volcánica de este lugar, dando lugar a cavernas y formaciones de lo más pintoresco.


Hay varios recorridos de diferente duración, marcados por colores, a través de senderos señalizados por cuerdas, desde los cuales se divisan las diferentes formaciones. Nosotros hicimos una ruta de una hora, aproximadamente, combinando dos de los recorridos. Vimos lo más importante y me pareció suficiente.


Aunque en el folklore islandés se asegura que aquí viven gnomos y duendes y que es un lugar que conecta la tierra con los infiernos, lo cierto es que la vegetación, de color verde brillante, que ha crecido en torno a las lavas suaviza bastante esa percepción aterradora del lugar.


Entre los sitios que llaman más la atención están los arcos naturales, muy buscados para hacerse la típica foto (yo caí, lo admito) y, sobre todo, una pequeña cueva conocida como “la iglesia” o “la catedral”, por su similitud con una iglesia islandesa. Estos dos lugares están señalizados y resulta muy fácil llegar hasta ellos.



También me gustó el mirador que hay en la zona de acceso, donde se encuentra una oficina de información y un restaurante, ya que ofrece una estupenda vista panorámica del conjunto de lavas, así como del volcán Hverfjall. Con una altura de 400 metros y casi un kilómetro de diámetro, cuenta con un sendero para recorrerlo, según explica un panel informativo que señala también el nombre de otros cráteres que se divisan desde el sitio.

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Para finalizar la jornada, cenamos en ese mismo restaurante, cuyo comedor nos ofreció unas vistas espléndidas del lago Myvatn y sus alrededores.

Por la noche, nos alojamos frente al lago, en su zona occidental, en el Hotel Laxa, de tres estrellas, sencillo pero muy cómodo, aunque un poquito aislado, lo cual no deja de ser normal en estos lugares remotos. Como vecinos más próximos, los caballos.
