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Como ya he descrito antes, nos levantamos a las 6 de modo que ante de las 7 estábamos terminando de desayunar.
A las 7 y poco saliendo a la A14, por donde circulamos unos 40 km hasta Palapye, donde entroncamos con la A1, girando hacia el sur pero solo por otros 10 km, ya que teníamos que volver a girar, esta vez hacia el este para tomar la B140 que nos llevaría hasta la frontera de Martins Drift, donde aprovechamos para llenar el depósito (la gasolina en Botswana estaba casi 10 céntimos de euro más barata que en Sudáfrica) y parar en la aduana, donde nos sellaron la salida del país y pasamos de largo por el foso desinfectante (como nos íbamos, no teníamos ni que meter la ruedas ni nuestras zapatillas) para salir a un estrecho paso que nos llevó a cruzar, por un puente aún más estrecho, otro de los míticos rios africanos: el Gran Limpopo, que aquí hace de frontera natural entre Botswana y Sudáfrica. Unos metros después, llegamos a los edificios aduaneros sudafricanos de Groblersburg, donde todo fue muy rápido y fácil, si bien tuvimos que esperar turno destrás de una larga fila de camiones con remolques para tomar la N11 en dirección a Mokopane.
Nada más cruzar, nos dimos cuenta del cambio sustancial entre los países recorridos y Sudáfrica. El firme era mucho mejor, la calzada un poco más ancha, las líneas de la carretera estaban perfectamente pintadas, había arcenes, las vacas y cabras estaban detrás de vallas protectoras y hasta los campos eran más verdes y frondosos, dotados de sistemas de riego modernos. Seguíamos circulando a 120 km/h por lo que en una hora y media alcanzamos los suburbios de Mokopane, importante ciudad minera con una muestra enorme de ello en su entrada norte y, además, con la explotación citrícola más grande de todo el hemisferio sur. A partir de aquí, el paso se hizo lentísimo pues la carretera estaba en obras, tardando en llegar a las primeras casas casi media hora, pero empleando otra media en atravesar la ciudad que, aunque no es muy grande (unos 130.000 habitantes) no tenía ni un solo cartel indicador en sus cruces, por lo que era fácil perderse y acabar lejos de la salida adecuada. Al final preguntando, conseguimos llegar al acceso de la A1, autopista de peaje y dos/tres carriles y mucho tráfico que viene desde el norte, y que nos llevó, en menos de dos horas hasta nuestro destino de hoy, la capital administrativa de la República de Sudáfrica, una gran ciudad moderna que cuenta con casi 3 millones de habitantes. Siguiendo las indicaciones de “Maps.me” nos fue relativamente fácil atravesar la complicada madeja de autopistas de esta ciudad y llegar a nuestro alojamiento de hoy.
Elegimos “The Wild Peach” (el “melocotón salvaje”) por su fácil acceso por la A1, estar en una zona nueva y relativamente segura e idéntica facilidad para salir al día siguiente hacia el aeropuerto de Tambo, en la cercana Johannesburgo (a unos 50 km), donde debíamos devolver el coche y prepararnos para los vuelos de regreso. Por lo demás, estaba en un barrio tranquilo, a pocos minutos de centros comerciales y a 10 km de, por ejemplo, los “Union Buildings”. Era una finca con un edificio central de dos pisos (donde estaban las habitaciones), con un jardín con árboles, zonas de aparcamiento (todo perimetrado con una valla electrificada) y un pequeño lugar común para los desayunos. Nuestra habitación era grande (más bien destartalada) decorada en un ambiente "industrial" que la hacía muy poco acogedora y donde era difícil diferenciar las características propias de estos elementos de construcción de la potencial falta de limpieza (suelos de cemento, techos altísimos, escasa luz...). En todo caso el dormitorio tenía una gran cama (dos unidas) con colchones y sábanas aceptables, muebles (armario, TV grande, escritorio, una silla...) muy castigados y una nevera, un microondas y una tetera. El escaso menaje no tenía calidad alguna. El baño merece comentario aparte pues estaba abierto al dormitorio (es decir, no tenía techo, lo que podía resultar incómodo). Lavabo e inodoro más o menos nuevos, espejo, ventana exterior y una ducha al suelo con tabiques de mampostería pero sin mampara ni cortina, por lo que todo se inundaba fácilmente. Toallas flojas y pidiendo el relevo. El desayuno al día siguiente, simplemente correcto. Sin aire acondicionado. Muebles muy castigados. Las fotos de Booking no reflejan la realidad del alojamiento. La sala de desayunos estaba sin limpiar (mesas con migas) y con escasa luz. Por un precio realmente bajo (604 ZAR -unos 29€- por una doble “de luxe” pero que de lujo solo tenía el nombre ¡cómo serían las básicas!) cumplió con su objetivo de tener fácil acceso a las autopistas, pero poco más.
Serían las 2 de la tarde cuando, tras dejar el equipaje en la habitación, nos acercamos a un lavadero que había a escasos 400 m (ya lo tenía visto desde España), pues al pobre Toyota había que lavarle, no solo la cara, sino la espalda, el interior y hasta sus “partes bajas”, pues era de un color indefinido y había que devolverlo tan inmaculadamente blanco como cuando nos lo dieron. El modo de lavado en Sudáfrica es efectivo pero muy poco delicado. Siempre es el mismo operario el que se encarga de dejar el coche en condiciones y para ello usa una lanza fortísima de agua (tipo Karcher) que, tardó lo suyo, pero consiguió quitar kilos y kilos de barro y lodo, así como miles de mosquitos y otros bichos estampados en cristales y frontal. Cuando por fuera ya parecía un coche normal, nuestro hombre sacó todas las alfombrillas para lavarlas y aspirarlas, pero antes utilizó la lanza para limpiar las puertas por dentro (y los montantes) así como el portón trasero, lo que dejó limpio el interior, pero también bastante mojados los asientos y guarniciones. ¡Ya se secarán! nos dijo el simpático trabajador. Y efectivamente, se secaron mientras él limpiaba centímetro a centímetro todo el interior del vehículo (salpicadero, palanca de cambios, huecos, relojes, mandos, puertas…) quedando todo perfecto. A las ruedas, además de la lanza para sacar barro y piedras, les aplicó un producto que las hacía brillar como si fueran nuevas. Pero esto no fue todo. Como en alguna puerta (y en zonas de plástico negro) parecía que se apreciaban “ligeros rayados” fruto de las ramas de nuestra frustrada excursión al mokoro, nos dijo que no nos preocupásemos, y cuando todo estuvo terminado, apareció con otro producto “mágico” (una especie de pulimento en seco) que fue aplicando amorosamente con un trapo hasta conseguir que las rayas casi casi desaparecieran (ya veíamos como la Hertz se tragaba la fianza ante semejante destrozo en un coche de solo 5 meses…). Hora y media de trabajo sin descanso y 120 ZAR (unos 6€ solamente) pagados a la jefa del lavadero, consiguieron que el “Starlet Cross” estuviera en estado de perfecta revista para su devolución al día siguiente en Tambo. Le dimos casi lo mismo de propina que el precio del lavado (100 ZAR) al afanado trabajador, pues se lo había ganado.
Siendo las 4, pusimos los “Union Buildings” en nuestro semi-navegador, y en 20 minutos estábamos ante estos impresionantes edificios, que pudimos ver por fuera ya que a esas horas solo se puede acceder a los jardines. Además, desde aquí arriba, las vistas de Pretoria eran magníficas. Estuvimos una hora recorriendo aquello, donde había muchos jóvenes recién graduados haciéndose fotos con sus familias (sobre todo bajo la enorme estatua de Mandela) y disfrutando de una muy agradable tarde soleada. Pasadas las 5 intentamos localizar el otro punto de Pretoria que teníamos marcado como visitable: el monumento Voortekker, y hacia allá nos fuimos, pero errando algunos cruces, lo que nos llevó a tener que recorrer buena parte de la ciudad, comprobando que, la mitad, era realmente monumental y con muy buenos edificios (Ayuntamiento, Parque de la Libertad, zona universitaria…), pero cuando intentamos acceder a la colina donde creíamos estaba el Voortekker, volvimos a equivocarnos y nos vimos metidos de lleno, y ya con escasa luz natural, en la zona de la estación de ferrocarril, donde los barrios ya no son tan glamurosos (aunque sin llegar al agobio que produce Johannesburgo) y sí mucho más populares, con edificios-colmena tristes y casi abandonados. No pudimos ver nuestro ansiado monumento a los pioneros (aunque sí lo habíamos visto, en la distancia, desde la colina de los “Union Buildings”, tan cuadrado, tan de hormigón y tan característico de esta ciudad), pero, a cambio nos llevamos una amplia impresión de esta ciudad, de su urbanismo y de alguno de sus barrios, donde hace 53 años nació alguien tan conocido y que genera tanta controversia, como el multimillonario Elon Musk.
Vuelta al hotel y a preparar las maletas para el retorno, es decir, meter en ellas los regalos y recuerdos a cambio de cebar una bolsa plegable que siempre llevamos, con la ropa sucia y todo aquello que no era frágil (Ethiopian Airlines nos permitía una franquicia de 2 maletas por pasajero, es decir, al final llevábamos 3 bultos facturados y los equipajes de mano).
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