Nos habían dicho que los desayunos eran a partir de las 7 y media, así que unos minutos antes ya estábamos en la puerta del comedor haciendo “pressing”, pues nos quedaba tomar la autopista R21, directa hasta el aeropuerto de Tambo, pero que podía ofrecernos algunos atascos que teníamos que prever. Luego había que devolver el coche, algo que también podría llevarnos media hora o más (en función de las cosquillas que los de Hertz quisieran buscarnos con el coche), acceder a la terminal, facturar, comprar algunas cosas más para gastar los últimos rands, porque hay cosas que solo se venden en las “dutty free”, como por ejemplo, latas de paté de cebra o cocodrilo, botellas grandes de Amarula o “biltong” distinto al de vaca, todo lo cual, además, debe ir sellado en las típicas bolsas libres de impuestos para superar sin problemas las aduanas de nuestra escala en Addis Abeba.
Sobre las 8 y media dejamos el alojamiento y subimos la rampa de la M1, que en unos pocos kilómetros nos llevaría al cruce en trébol con la definitiva autopista del aeropuerto. Había tráfico intenso, pero nada que nos hiciera pensar en atascos comprometedores, de modo que a los 12 km ya estábamos en la R21, con un tráfico más fluido, y en menos de 20 minutos, salimos por la salida 29 a la bien dispuesta estación de servicio Engen (la más fácil para llenar el depósito porque está a solo 20 km del aeropuerto) donde repostamos hasta arriba (y pedimos tique, para justificar, si fuera el caso, ante la Hertz) y seguimos hacia Tambo, de modo que antes de las 10 ya estábamos entrando en el “parking” de retorno de coches alquilados (está muy bien indicado), donde Hertz es de las primeras empresas en aparecer. Llegamos ante el encargado de darnos el “OK” y, por supuesto, cruzamos los dedos. Quiso la fortuna que hubiera una cierta cola detrás de nosotros, que las luces del aparcamiento no fueran muy potentes, que el coche estaba limpísimo, que al recepcionista le pareciésemos “buena gente” (realmente, lo somos…) y que yo le enseñara el tique de ayer del lavadero y el de hace unos minutos del repostaje, además de decirle que no habíamos tenido ningún problema mecánico (y era verdad) y que la rueda de repuesto estaba en su sitio porque tampoco habíamos pinchado. Me pidió la documentación, comprobó los kilómetros recorridos, miró que por dentro no faltara ningún elemento y estuviera todo limpio (y lo estaba) y abrió el maletero para ver que la rueda y las herramientas seguían allí. Y ahí quedó la cosa. Nos firmó el “OK” sin más y agradeciéndole su trabajo con 50 ZAR de propina nos marchamos de allí antes de que se arrepintiera (realmente el coche no tuvo percance serio alguno, ni pinchazos, ni rayados significativos, ni golpes y aquel protector que “se descolgó” en las pistas del mokoro, estaba en su sitio perfectamente gracias al trabajo del ranger de Kubu Island).
Tocaba buscar los mostradores para facturar nuestro equipaje, y así nos fuimos a la terminal internacional donde un empleado nos indicó los que debíamos utilizar. Y aquí tuvimos la primera incidencia con Ethiopian Airlines. Cuando las 2 maletas y la bolsa de ropa desaparecieron por detrás de la empleada, al darnos las tarjetas de embarque vimos que nos habían cambiado los asientos, de modo que el cambio era sustancial, ya que en vez de ir en las 3 primeras filas de turista (y en ventanilla), nos había colocado el final de ambos vuelos (el JNB-ADD y el ADD-MAD). Le dijimos que no estábamos conformes con el cambio y que nosotros habíamos reservado 3 meses antes, asientos delante. Nos dijo que no quedaban otros (estaba recién iniciado el embarque) y entonces le dijimos que llamara a un supervisor. Cuando apareció éste, nos intentó convencer de que no había otra alternativa, a lo que le respondimos que no estábamos de acuerdo y que hiciera el favor de ponernos en los asientos reservados con antelación o lo más cerca posible. Después de 10 minutos “dialogando” y viendo la cola que se estaba formando detrás de nosotros, nos cambiaron las tarjetas de embarque por los 23A (ventanilla) y 23B para el ET808 de JNB a ADD (estos números corresponden a la tercera fila de asientos del bloque turista) y los 22A (ventanilla) y 22B para el ET726 de ADD a MAD (la segunda fila de asientos del bloque turista). Le agradecimos al supervisor sus atenciones y, más tranquilos y liberados de los equipajes, nos fuimos a comprar a las tiendas libres de impuestos los últimos regalos y recuerdos, pues teníamos casi 2 horas hasta la hora de apertura de las puertas de embarque.
Subimos al primer vuelo de los últimos (no solemos ponernos en cola evitando estar de pie un montón de tiempo, sabiendo que solo necesitaremos un mínimo espacio en los armarios de arriba, ya que a mi me gusta llevar mi mochila debajo del asiento) y llegamos a nuestros asientos. Todo bien (bueno mi pantalla no funcionaba) y tuvimos la suerte de que el tercer asiento (el C) no se ocupó (y decían en el mostrador que no quedaban asientos delante…), por lo que pudimos ir más amplios y yo utilizar la pantalla del tercer asiento. Salimos con muy poco retraso en este vuelo diurno (aunque había mar de nubes y no pudimos ver nada de esa África que sobrevolábamos), tranquilo y donde nos sirvieron una comida que resultó buena y hasta sabrosa, aterrizando en Addis Abeba ya de noche (eran las 9 y media, incluyendo una hora más que allí tienen). Conocedores de la terrible experiencia de pasar por los controles de seguridad de este aeropuerto, nos dispusimos a padecerlos, si bien esta vez pudimos hacerlo por otra “playa” de pasillos (aunque seguían siendo solo 2 los escáneres) que estaba menos atiborrada de pasajeros.
Aún tuvimos tiempo de pasear por las lujosas tiendas de la zona internacional del aeropuerto donde, compramos unas tonterías y, lo mejor, conseguí cambiar 5 USD por más de 1.500 BIRR etíopes para mi colección de billetes (monedas no, porque no se usan). Rellenamos las botellas de agua en las fuentes que aquí si funcionan (en contra de Johannesburgo) y nos encaminamos hacia nuestra puerta de embarque, de donde despegaríamos a eso de las 0005 del sábado 10.
Cuando llegó la hora no tuvimos más remedio que colocarnos en fila, pues ¡sorpresa! este vuelo no disponía de finger para acceder al avión, debiendo hacerlo por autobuses, algo que en este siglo XXI ya no tiene mucho sentido (sobre todo si los otros 3 vuelos previos siempre tuvieron finger). Bueno es lo que tocaba. Subimos al avión por una escalera bastante incómoda y teniendo que respirar los vapores del queroseno de los motores y cuando llegamos a nuestros asientos ¡nueva sorpresa!, el 22A estaba roto, de modo que el respaldo era incapaz de quedarse fijo y se caía hacia atrás solo con soplarle. Lógicamente así no se podía viajar, no solo por comodidad para mi (y para la persona sentadas detrás) sino por la más mínima seguridad. Se lo hice saber a la azafata que comprobó que, efectivamente, estaba roto, y que llamó a un mecánico para ver si lo podían arreglar allí mismo. El operario lo desmontó (hay que ver lo simples que son los asientos de avión) y revisó, pero no consiguió arreglarlo, de modo que llamó a otro y todavía a un tercero, pero sin que ninguno de los 3 diera solución a la rotura. A estas alturas el aparato ya estaba lleno y la azafata nos indicó que vería si había dos asientos libres en alguna parte, cosa que yo veía difícil. Mientras esperábamos volvió la empleada y nos pidió que la siguiéramos, llevándonos hasta la fatídica fila 46, es decir, al lado de los aseos, algo que yo evito siempre que puedo (aunque tenga que cambiar de vuelo o de compañía) pues se nos presentaba un viaje de más de 8 horas junto a los lavabos, algo que no le deseo ni a mi peor enemigo. Le dije que no estábamos conformes, que no era nuestro problema el que mi asiento estuviera roto y que, por tanto, le sugerí que nos pasaran a la cabina de “bussines” donde sabíamos que había plazas libres. Su respuesta resultó ofensiva, pues nos dio a entender que queríamos “colarnos” en la categoría superior. Incomprensible respuesta a un serio problema de la aerolínea, no nuestro. Le insistimos en que no íbamos a volar en la fila 46 (centro) y nos volvimos a nuestra fila 22 a esperar acontecimientos. Ni la sobrecargo ni nadie no hizo el menor caso, excepto un sujeto con un chaleco reflectante (supongo que trabajador de Ethiopian) quien, sin más miramientos, me agarró el brazo y tiró de mi hasta ponerme ante la puerta de salida, gritándome que me bajara y que ya volaría al día siguiente. Por supuesto le dije que no, pero no contento, hizo lo mismo con mi mujer, tirando de ella bruscamente y empujándola hacia la salida. Le dije que quién se creía que era para tratarnos así y que eso esa una agresión física y verbal hacia dos viajeros abandonados por Ethiopian a su suerte, ante una disfunción tan grave como es un asiento roto (¿es que no habían detectado antes la rotura? ¿que revisiones hace esta compañía entre dos vuelos?). Nadie de la tripulación de cabina nos hizo caso y allí seguíamos como dos apestados siendo objeto de comentarios y miradas de los casi 300 pasajeros que no sabían de qué iba el tema. Armaron rampas y seguíamos sin que nadie nos atendiera, por lo que no tuvimos otra opción que sentarnos en la fila 46, aun sabiendo que sería el peor viaje en muchos años.
Efectivamente, tuvimos que soportar más de 400 entradas y salidas a los baños (la mayoría se dejaba la puerta abierta), y como ocurre en estos casos, si el que venía por la derecha veía que el baño de ese lado estaba ocupado pues lo más sencillo era cruzar al del otro lado, aunque para ello hubiera que pisotear a los 3 pasajeros que allí nos sentábamos. Más de 300 pisotones (la mayoría a oscuras porque las luces, al ser vuelo nocturno, estaban apagadas), por lo que tuvimos que volar ¡más de 8 horas! con las piernas recogidas bajo nuestro asiento y, dado el trasiego de gentes (los que tenían que esperar turno no dudaban en apoyarse en nuestros cabezales) nos vimos obligados también a ponernos mascarillas FPII para prevenir contagios. Por si esto no fuera bastante, uno de los pasajeros (el del 36J) al salir del baño derecho, y siendo solo las 3 de la madrugada (quedaban 5 horas de vuelo) le dio tal empujón a la puerta que consiguió arrancarla de sus ejes, dejándola apoyada sin más como si la cosa no fuera con él, quedando el baño inservible y abierto, con el terrible olor que emanaba del mismo. ¡Y aun nos dijo la azafata que por qué no queríamos cenar! ¡Qué agradable es estar comiendo mientras hueles a rayos y los pasajeros te tosen encima de la bandeja!

Cuando hicimos la escala técnica en Marsella, el avión se vació en dos terceras partes, por lo que pudimos trasladarnos a otros asientos más adelantados y lejos de los baños, aunque solo fuera para la hora escasa de Marsella a Madrid. Al legar a Barajas intentamos buscar una oficina de Ethiopian Airlines, pero no hay ninguna. Al día siguiente formulé reclamación por escrito a Ethiopían Airlines donde explicaba todo lo ocurrido, aportando pruebas (tarjetas de embarque, fotos, vídeos…) y les planteé una reclamación económica por 3 conceptos: devolución de la parte proporcional del vuelo ADD-MAD por incumplimiento unilateral de contrato, una indemnización por los padecimientos acaecidos durante el vuelo y otra por los daños morales y físicos experimentados tras la agresión física y verbal de un trabajador en el aeropuerto de Addis Abeba. Por normativa IACI, conozco que las compañías tienen un mes para acusar recibo y dos para dar una respuesta. Hasta la fecha no he recibido respuesta alguna por parte de Ethiopian Airlines.
De momento, os aconsejo no volar con esta compañía, pues el tema del asiento roto es incomprensible, pero lo es más que no tuvieran la atención de resolver el problema de su falta de mantenimiento de forma rápida y eficaz, situándonos en la clase superior, y lo que es totalmente inaceptable, fueron las agresiones físicas recibidas de ese empleado de Ethiopian en ADD.
Os aseguro que no soy ningún gafe, pues llevamos muchos vuelos realizados a todo el mundo con mas de 200 compañías y nunca nos había pasado esto. Pero la odisea no termina aquí. Para evitar perder el vuelo de salida desde Madrid, decidimos ir en nuestro coche en vez de en AVE y dejamos éste en el parking de la T2. Después de 24 días estacionado cuando regresamos vimos que el coche está abierto (con habilidad, porque no había nada roto ni forzado) y el contenido de la guantera, esparcido por el suelo. Pero el ratero decidió dejarse la guantera abierta, por lo que la bombillita de ésta, encendida no sabemos cuantos días, agotó la batería, de modo que cuando fui a arrancar, ni flores. Pasé por la “pecera” del parking, primero para preguntar si hay cámaras de seguridad. Me dijeron que fuera a comisaría del aeropuerto y pusiera una denuncia indicando el día de autos para poder ver las cámaras. Les dije que no sabía el día exacto de los 24 que llevaba el coche estacionado y me dijeron que era imposible revisar los 24 días y que, en todo caso, por protocolo, a los 15 se borraban las imágenes ¡Kafkiano!
Les pregunté si disponían de algún sistema para arrancar el coche, ya que con 5.000 vehículos aquí estacionados no creía que esta fuera la primera vez que ocurría algo así. Me dijeron que no tenían nada y que llamase a mi seguro. ¡AENA, después de cobrarme 124€ por estacionamiento y no garantizar la seguridad de mi coche, no era capaz de invertir 100 eurillos en adquirir un “arrancador” de baterías! De vergüenza.
Pero para más inri, una vez llamado mi seguro e indicándome que tardarán 15 minutos en llegar, informé de ello en la “pecera” para que supieran que iba a llegar un vehículo de emergencias. Cuando llegó el coche del RACE (en 2 minutos tenía mi coche arrancado) me presentaron el tique del parking para que se lo pagase. Lógico por parte de los operarios del RACE, pero ¡¡vergonzoso!! por AENA que no tenía un “protocolo” (de tantos que presumen y que no sirven para nada) para que un vehículo de rescate pudiera acceder gratuitamente al parking durante 10 minutos para arrancar un coche. Guardo cariñosamente el tique por 60 céntimos de euro de la entrada del coche del RACE.
Hemos dejado el coche en varios aparcamientos de AENA (Barajas, Barcelona, Valencia, Alicante, Málaga…) y siempre hemos tenido algún contratiempo, menor o, como ahora, más importante. Nunca han sido baratos estos estacionamientos (ni con el descuento por ser miembro del Club Aena), así que estoy seguro de que la próxima vez estudiaré bien las ofertas de los parkings disuasorios que siempre hay en los alrededores de los aeropuertos, de entrada, a mitad de precio y, posiblemente, mucho más seguros.
Y aquí termino el relato de nuestro viaje de 24 días por Namibia y Bostwana (y, de “rebote”, por Zambia, Zimbabwe y Sudáfrica) que, incluso con tantas vicisitudes, ha merecido la pena, pues los paisajes han sido verdaderamente inolvidables y sus gentes, amables y cercanas. Otra cosa sería hablar de museos, visitas culturales, infraestructuras turísticas, carreteras, alojamientos, restaurantes… pero no estamos ni en la vieja Europa ni en otros países de los frecuentemente visitados, así que cuando planeemos un periplo por estas latitudes australes deberemos ser conscientes de adonde vamos, no cayendo en el error de querer comparar un viaje por Italia, por Vietnam o por Perú, con otro como este por el África profunda.
En cualquier caso, en términos estrictamente económicos, este viaje ha estado cerca de nuestro límite de rentabilidad “turística-sociocultural-económica”, pues, para nosotros (llevamos viajando dos o más veces al año desde 1979) todo lo que supere los 240€ por día (a precios de 2025, claro), deja de ser “rentable” en tales términos “turísticos-socioculturales”. Y eso considerando que habíamos conseguido ahorrar 600€ en los vuelos y más de 2.000€ en el alquiler del coche, ya que, si no hubiera sido así, hubiéramos elegido otro destino con “mejor rentabilidad”, pues seguro que no hubiéramos viajado a estos países (por los días que lo hemos hecho) si hubiéramos tenido que invertir 8 o 9 mil euros en total. Creo (humilde opinión personal) que tanto Namibia como Botswana están ligeramente sobrevaloradas y no merecen invertir cantidades tan elevadas. Algo parecido está ocurriendo últimamente, por ejemplo, con la Isla de Pascua, pues “se sale de madre”, ya que hoy es casi imposible rebajar el coste de los vuelos MAD-SCL-IPC y regreso, por debajo de los 1.700€ por persona, lo que es bastante más caro que volar a Australia. No obstante (y a pesar de todo lo ocurrido), insisto que ha sido muy positivo conocer parte de este rincón del planeta.
Espero que este diario sirva para algo y que quienes no compartan mis opiniones, accedan a disculparme. Ahora toca preparar el siguiente, si bien con un mundo tan revuelto, tan masificado y con los vuelos y hoteles tan subidos de precio, cada vez es más difícil planificar un viaje. Gracias por leerme y… ¡seguid viajando!