Esta vez disfrutamos de un desayuno en condiciones en el bien dotado comedor del hotel: un par de huevos a la plancha, bacon, fiambre, queso, ensalada, café o te, leche, cereales, pan tostado, mantequilla, mermelada, zumos, fruta, yogures…, es decir, de todo y sin demasiadas prisas porque había que esperar a que abriera la panadería de Mc Gregor, para poder comprar unas porciones de la famosa tarta de manzana, cosa que hicimos religiosamente. Probada allí mismo, recién hecha, toca afirmar que está muy buena. Incluso, cuando por la noche, tomamos las porciones que sobraron, seguía estando muy rica.

Recogida del equipaje, llenado del depósito y de nuevo a la C14, que, como siempre, durante unos kilómetros era buena y durante otros, un desastre. A pocos kilómetros por el sur del “Gaub Pass” (un paso de montaña a 750 m.s.n.m., con una pista en malas condiciones, pero con bonitos paisajes), en una recta bastante larga, vimos varios coches parados, y eso ya sabemos que es indicador de que hay animales que ver, un accidente, una avería o cualquier otro motivo, como fue el caso, ya que allí estaban los carteles que avisaban que estábamos cruzando el Trópico de Capricornio. Una vez más, atravesábamos esta línea imaginaria que delimita la zona austral de la intertropical. Anteriormente lo habíamos hecho, por ejemplo, en nuestra visita al P.N. Kruger (Sudáfrica, 2016) o en el Desierto de Atacama (Chile, 2019). Como curiosidad indicar que el trópico se llama así porque en la antigüedad clásica, el solsticio de verano (en el hemisferio sur) se producía cuando el Sol estaba en esa constelación; hoy en día se sigue llamando así, pero igual debería cambiar de nombre, ya que el solsticio de verano se produce actualmente estando el Sol en la constelación de Sagitario. Todo el que pasaba por aquí se paraba un rato a hacerse fotos, tanto junto al cartel “oficial” (cuajado de pegatinas, fea costumbre que en el fondo debe entenderse como un atentado contra el patrimonio) como en una de esas “ventanas” que allí han puesto (con publicidad privada) para realizar “selfies”. Unos 40 km antes de Walvis Bay, esta C14 (reconvertida en M36) pasó a tener asfalto (pero con obras cada dos por tres) lo que nos permitió ir más relajados.

Sería poco antes del mediodía, cuando llegamos sin problemas hasta nuestro alojamiento para esta noche. El “Sunflower catering” es un alojamiento de aspecto muy nuevo con pocos apartamentos que está en una urbanización moderna a unos 3 km del centro, lo que no es problema si llevamos coche. Tiene cartel en la puerta y zona de aparcamiento dentro. Nuestro estudio, con grandes ventanales, era más que amplio, pues tenía un dormitorio amplio con una cama grande (bien de colchón y de sábanas, aunque no eran blancas), mesillas y al lado, zona de cocina con frigorífico, microondas, mesa y 2 sillas y menaje en buenas condiciones. Una puerta daba a un gran baño con bañera de hidromasaje, lavabo (apréciese el detalle para dejar el tapón), inodoro y ducha amplia con buena agua y buenas toallas. Pero, además, otra puerta daba a otras dos habitaciones (cada una con una cama grande y armarios) y otro inodoro de servicio. Personal amable que nos permitió entrar antes de la hora, limpieza buena y wifi bien. No recuerdo TV ni aire acondicionado. En su día pagamos 700 ND (unos 36€) sin desayuno.

Descargamos el equipaje y nos dirigimos hacia el mar, pues Walvis Bay, además de puerto, tiene playas y hasta una especie de paseo marítimo, donde abundan las mansiones de buen gusto y por donde veremos las pequeñas lagunillas donde anidan los flamencos rosados. Más allá están las grandes salinas de la zona, por las que también se puede circular, habiendo momentos en que a un lado del camino estaba la salina y al otro, el atlántico. Como además hizo un día de sol espléndido, recorrer la costa fue muy agradable.

De regreso y siendo una hora excelente para comer, paramos en el lado izquierdo del gran espigón del puerto, lo que se conoce allí como “Waterfront” y que es un pequeño muelle desde donde salen las embarcaciones para recorrer la bahía y visitar alguna de las pequeñas islas que en ella hay o llegar hasta la punta “Pelican Point”, donde hay una colonia de leones marinos (pero no tan enorme como la de Cape Cross). Allí pudimos dejar el coche (vigilado con propina) junto a algunos puestecillos de artesanía himba y de otras tribus, y buscamos mesa en uno de los varios restaurantes de primera línea. Elegimos el “Anchor’s”, ya que tenía una mesa libre casi sobre el agua. Procedía tomar pescado, así que, además de una buena ensalada, un plato de fresquísimas ostras de la zona y un calamar a la plancha, pedimos un filete (enorme) de pez espada (marlín, dicen por aquí) y un arroz con sabrosísimos frutos del mar que no se acababa nunca. Todo muy sabroso y bien presentado. Buena y fresca cerveza, coloridos combinados sin alcohol y postres apetitosos, todo por un precio ajustado al sitio y a la calidad de la comida (650 DN o 32 €).

Terminada la colación, compramos algún recuerdo a las himbas de los puestecillos y, recogido el Toyota, decidimos dar una vuelta por la ciudad que, salvo este paseo y los centros comerciales, no era nada del otro jueves, llevándonos una sorpresa, cuando menos, simpática. Casi al final de una de las calles principales que conforman una cuadrícula casi perfecta (la Nangolo Mbumba Road) y en su acera derecha, vimos una bandera española. Nos acercamos y descubrimos que se trataba de un edificio propiedad del INSOMAR (Instituto Social de la Marina), donde los marinos mercantes españoles y tripulantes de esos enormes pesqueros que nos llevan la sabrosa merluza del Cabo a casa, podían pernoctar en habitaciones dignas y económicas, o bien hacer la pensión completa, igualmente a bajo precio, cuando faenan por estos mares. Dada la hora solo había un vigilante (un chico de color que solo hablaba… inglés) pero que nos permitió entrar y ver las acogedoras instalaciones (biblioteca, salón de actos, sala de TV…), donde había fotos y más fotos de personalidades españolas y pequeños recuerdos relacionados con el mar. No es la primera vez que, estando de viaje lejos de casa, tropezamos con alguna institución española (aparte embajadas y consulados) como, por ejemplo, las muchas sedes del Instituto Cervantes.

Pasadas las cinco de la tarde, nos dirigimos hacia uno de los enormes centros comerciales, donde, además de descubrir especialidades culinarias namibias y precios de las cosas de diario, nos sentamos, sobre las siete, en un sitio agradable para tomar algo, y de ahí, volvimos a nuestro apartamento.