Al día siguiente, tras desayunar (llevábamos incluido un sencillo desayuno), volvimos a tomar un taxi (100 kwachas) pero esta vez pedimos que nos dejase en la entrada del Parque Nacional de las Cataratas Victoria del lado de Zambia (está un kilómetro antes del puente internacional).
Pagamos la tasa de entrada (nosotros abonamos los 1.080 kwachas en su propia moneda; otra opción eran 20 USD) y nos adentramos en los miradores (bastantes menos que en el lado de Zimbabwe, pero igualmente bien señalados) donde ¡seguro! nos empapamos a base de bien (recordad llevar los chubasqueros y las chanclas) pues las caídas de agua en este lado estaban más altas que el camino por donde íbamos, por lo que la “lluvia” era constante. En todo caso eran igualmente espectaculares. Al final del camino, si nos atrevíamos a mojarnos hasta el alma, podíamos cruzar un puente colgante (estaba muy resbaladizo porque el agua, fresquita, nos llegaba a las pantorrillas) que nos llevaría al último observatorio, un mirador que ayer veíamos perfectamente desde el puente internacional. Antes de salir, encontramos más babuinos y un camino (había que estar en buena forma física) que iba bajando hasta las “playas” del Zambeze.

Nos despedimos de la estatua de Livingstone y salimos al aparcamiento donde había algunos sitios para tomar algo y, sobre todo, un mercadillo muy interesante de artesanía, donde pudimos adquirir buenos recuerdos, y siendo hábiles regateadores, a precios muy asequibles (podíamos pagar tanto en kwachas como en USD).

De nuevo en la zona de taquillas, en un minuto tuvimos ofertas de taxis para llevarnos de regreso al hotel, y como nos convenció la limpieza y antigüedad del vehículo, y, sobre todo, la buena conducción del taxista, le propusimos que nos diera precio para, después de recoger el exigüo equipaje que nos quedaba en el hotel, acercarnos hasta la frontera de Kazungula. En nuestro caso, tuvimos suerte y accedió a llevarnos a precio razonable (900 kwachas).

Ya en la terminal de pasajeros de Kazungula (Zambia), sellamos nuestros pasaportes y tomamos un taxi local que nos llevó a nuestro “Chobe Inn” en Kazungula-Botswana. Y una vez en “casa”, subimos a nuestro Toyota para acercanos a los centros comerciales, a fin de hacer una especie de merienda-cena, eso sí, pagando con tarjeta, pues seguíamos sin una maldita pula.
Toda una fabulosa experiencia, aunque agotadora, que nos permitó conocer, aunque muy muy ligeramente, dos países más de esta profunda África, y a buen seguro, de forma más independiente, aventurera y económica que si hubiéramos contratado la excursión formal en el hotel.