Tras tomar nuestro propio desayuno (esto tiene una ventaja, y es que los horarios del café con leche, los marcas tú, con lo que puedes ganar tiempo) cargamos el coche y nos dirigimos, primero a la sucursal del Banco de Namibia, donde cambiaríamos unos 800€. Entré y el vigilante de seguridad me preguntó que quería, respondiéndole que cambiar euros. Me mandó a la típica máquina de tiques donde no encontré la opción “cambiar divisas” o cosa parecida. Entonces otro trabajador me mandó directamente a una cola ante la única ventanilla que, a esas horas, funcionaba. El problema era que los que hacían cola eran comerciantes que llevaban cajas de seguridad repletas de billetes pequeños y monedas, de modo que cada uno se podía tirar 15 minutos ante la ventanilla, ya que el cajero contaba y recontaba los billetes, los agrupaba en fajos y lo mismo hacía con las monedas (éstas no las contaba, sino que las “pesaba” en una báscula). A la media hora de hacer cola, los que tenía delante, muy amables, me hicieron el favor (sin yo pedirlo) de que pasara directamente a ventanilla para cambiar mis euros. Cuando llegué el cajero me dijo que no podía cambiarme el dinero, sino que tenía que pasar por una de las mesas y preparar cierta documentación, tras lo cual, debería volver allí.
Yo ya empezaba a impacientarme porque el sistema me parecía ineficaz, pero es lo que tocaba. Apareció una señorita que me acompañó a su mesa, donde me pidió el pasaporte y los euros a cambiar (6 billetes de 100 y 4 de 50) que revisó y revisó hasta que le parecieron bien. Preguntándome cosas (nacionalidad, dirección, teléfono, correo electrónico, cuanto tiempo íbamos a estar en Namibia, motivo del viaje, donde dormiríamos…) comenzó a rellenar un formulario que le llevó unos 10 minutos y que me hizo firmar por triplicado. Yo ya no sabía si estaba pidiendo un préstamo personal, porque no entendía toda esta burocracia ¡para cambiar unos simples euros!
Pero la cosa no quedó ahí. La señorita se fue con mis euros, mi pasaporte y los documentos firmados hacia la “rebotica” del banco, quedándome yo a la espera, con cara de tonto, otros 10 minutos. Cuando reapareció, se puso a cumplimentar un nuevo formulario (esta vez 15 minutos) que tuve que suscribir, convencido ya de que estaba firmando la hipoteca de una casa porque todo estaba escrito en afrikáans. Vuelta a desaparecer en las entrañas del banco otros minutos. Cuando por fin “volvió a la vida”, la empleada me pidió que la acompañase y entonces me dejó en el último puesto de la cola de aquel único cajero, donde la cola de comerciantes cambiadores de billetes había crecido hasta el doble que antes.
Kafkiano. Afortunadamente, el cajero, en cuanto terminó de contar los miles de billetes de uno que estaba a medio y de pesar kilos y kilos de monedas (que, por cierto, no valen casi nada), me vió en la cola y me dijo que avanzara colándome por delante de los demás. A la vista del legajo de documentos que le entregué y del pasaporte, me pidió los euros, se los dí y al minuto tenía delante de mi 16.530 ND o lo que es lo mismo, 80 billetes de 200, de color morado y no muy viejos, más el pico en billetes más pequeños y calderilla. No me lo podía creer. Había pasado hora y media dentro de aquel banco para cambiar 800€, algo que en cualquier oficina de cambio se hace en… ¿3 minutos? Al menos el cambio conseguido fue muy cercano al oficial.
Ahora fuimos, un poco más arriba de la misma calle, a la oficina de MTC, donde quisimos comprar una sim para los 15 días que íbamos a estar en este país. De momento, aunque pagásemos las 2 semanas, solo ofrecían 7 días de conexión, por lo que tendríamos la obligación de “renovar” el contrato en otra oficina una vez agotados los primeros 7 días, así que optamos por contratar solo una semana. Quiero recordar que fueron 40 ND por la compra de la tarjeta física y unos 150 por 7 Gb de datos y 30 minutos en llamadas locales. Le dimos a la señorita nuestro viejo “Motorola G3” que solemos utilizar para estos menesteres, en el que colocó y activó la sim. En principio todo bien, excepto que hubo que cumplimentar un extenso contrato. Yo creía que se iba a repetir lo del banco, pero, afortunadamente, tan complicado proceso “solo” nos llevó unos 25 minutos.
En todo caso, no sirvió para mucho, puesto que en cuanto salíamos de las ciudades o pueblo grandes, del “Motorola” desaparecían las rayitas de turno y nos quedábamos sin cobertura. Por supuesto que, ante tales resultados, no renovamos la otra semana ni buscamos ninguna otra sim en Botswana.
Ya liberados de tanta incongruencia administrativa (banco, telefonía…) pudimos terminar de visitar la ciudad, encaminándonos hacia el puerto y la cercana playa de Shark Island View Point, simpático lugar al que merece la pena llegar y que acoge a algunos campistas y sus autocaravanas. Los bonitos y pintorescos edificios de Luderitz meritaban igualmente un paseo, pues eran (originales o copias) más propios de cualquier ciudad alemana que de estas latitudes.

Con algo de retraso sobre el horario previsto repostamos gasolina y recorrimos, por la conocida B4, la decena de kilómetros que nos separaban del aeropuerto, porque justo enfrente, estaba la caseta de control del pueblo fantasma de Kolmanskop, una población minera que dejó de serlo y que, en los últimos 50 años, ha sido invadida y tragada por las arenas del desierto de Naukluft.

Previo pago de 360 ND (unos 18€, por 2 adultos y un coche) empezamos a visitar los más emblemáticos edificios de este singular poblado, constatando que la mayoría de sus salones, cocinas y habitaciones, estaban semisepultadas en fina arena, llegando a veces hasta el techo de los cuartos. Cientos de fotos, a cuál más espectacular, nos ocuparon unas 2 horas en tan siniestro recinto, en el que hay un casino, un pequeño museo, tienda de recuerdos, restaurante y baños. Huelga decir que en la cincuentena de edificios visitables (algunos estaban cerrados o tenían vallas donde, por seguridad, no se permitía entrar) había de todo: tiendas, comercios, barberías, farmacias, escuelas, hoteles, almacenes, talleres y un buen número de casas particulares, algunas de varias plantas y muy buena factura, pero condenadas a no acoger nunca más a nadie. Una visita realmente curiosa y recomendable.


Sobre las 2 de la tarde, salimos de Kolmanskop por la conocida B4 que en una hora (unos 120 km) nos llevó hasta el cruce de caminos de Aus, donde tomamos la C13 para llegar, en poco más de otra (110 km) a Helmeringhausen, donde conectaríamos con la C14, para recorrer los últimos 140 km hasta Maltahöhe, donde estaba nuestro alojamiento para hoy.
A eso de las cinco (todavía con luz solar) llegamos a Maltahohe, que era poco más que dos gasolineras y un supermercado. El “Hudup Guesthouse” fue fácil de localizar. Tenía bonitos jardines y barbacoa comunitaria. Pudimos dejar el coche dentro, aunque no parecía disponer de muchas plazas. Nuestra habitación (doble de luxe) era amplia con una salita en la entrada (dos sillones y mesita, nevera y tetera). El dormitorio, de tamaño adecuado con una cama doble grande, bien de colchón y muy buenas sábanas y almohadas blancas, dos mesillas con lamparitas y un buen escritorio con enchufes. Había otra cama individual al lado (algo que siempre viene bien para dejar las maletas abiertas). Aire acondicionado. Baño de tamaño normal con inodoro, pequeño lavabo, espejo y ducha al suelo con cortina (bien de agua caliente y buenas toallas). Wifi bueno, sin TV, sueño tranquilo y limpieza muy buena. La propietaria fue muy amable y atenta, prefiriendo el pago en efectivo (865 ND que son unos 44€; sin desayuno). La puerta corredera del baño no encajaba bien y al estar cerca de un curso de agua, había bastantes mosquitos (aunque había varios insecticidas eléctricos). Recomendable.
Descargado el equipaje salimos a dar una vuelta por el pueblo, vuelta que fue corta ya que empezó a oscurecer y, como es costumbre, no había farolas por las calles (hay que llevar siempre un par de “frontales” con luces led). No encontramos donde cenar, aunque al lado de nuestro alojamiento estaba el “Maltahöhe Hotel” pero no nos convenció su aspecto más bien rancio, así que un poco de fiambre, queso, fruta, ducha y a la cama, que al día siguiente teníamos una intensa jornada.