Hoy empezamos por las inmediaciones del lago Brienzersee con dos objetivos claros: las Giessbachfälle y el pueblito de Iseltwald.
GIESSBACHFÄLLE
Las Giessbachfälle se alzan a 500 metros de altura; el agua que procede del Giessbach nace en la zona del monte Faulhorn y el valle de Sägistal, y se arroja hacia el Brienzersee, cerca del embarcadero. El camino que conduce hasta la catarata se construyó en el siglo XIX y se bautizó cada uno de los 14 tramos de la cascada con el nombre de un héroe de Berna.
También es de esta época el GrandHotel Giessbach, desde cuya terraza se ven las caídas de agua. El Giessbachbahn es el funicular turístico más antiguo de Europa y conecta el embarcadero “Giessbach See” con el hotel.
Para llegar a ellas seguimos las indicaciones Giessbach/Axalp y luego hacia el GrandHotel.
Hay un parking de pago (5 CHF) y aunque apenas hay nadie, pagamos religiosamente. Al final de la visita hay ya muchos coches y un vigilante comprobando los tiques. La subida nos lleva una hora entre escalones; podemos pasar justo detrás de la caída de agua.
No solo el entorno es espectacular, sino también las vistas hacia los lagos.
Aquí algunas rutas para hacer en los alrededores: Giessbach
ISELTWALD
Bajamos por la Seestrasse, por la orilla sur del Brienzersee, a otro pueblo encantador: Iseltwald. Aparcamos fuera de este (el coste fue el más barato de todo el viaje, 0.5 CHF la hora) y dimos un paseo hasta el muelle por el borde del lago, atravesando las tranquilas calles.
Por Hübell y Seeburg llegamos hasta un edificio que nos llamó la atención, el Schloss Seeburg en el extremo de la península que se forma en el pueblo.
A la derecha, siguiendo por la orilla en forma de arco, hay varios embarcaderos y restaurantes; nos llegó el olorcito de pescado frito del Seegarten (Calle Gruebi) y allí comimos un mix de diferentes pescados que nos supieron a gloria.
LAUTERBRUNNENTAL
Atravesando Wilderswill y después del cruce Grindelwald-Lauterbrunnen, llegamos a Lauterbrunnental, un inmenso valle con paredes verticales y cimas altas. Tres caídas de agua son las principales, aunque llegan a contarse hasta 72. Además, la zona es el punto de partida de múltiples rutas que nos acercan hasta los Alpes.
Aquí puedes leer más sobre Lauterbrunnen
En esta primera ocasión solo nos dedicamos a recorrer el valle. Volveríamos más adelante.
Aparcamos en Kirchenparkplatz, junto a la iglesia del pueblo (hasta 3 horas, 2 CHF; de 3 a 6 horas, 4 CHF) y caminamos valle adelante; pasando el cementerio a la derecha llegamos a la Staubbachfäll, que tiene 297 metros de caída vertical. Se dice que es una de las cataratas de caída libre más grandes de Europa.
La entrada es gratuita y se asciende por un camino en pendiente. Luego seguimos por un túnel y escaleras metálicas. Hay que llevar chubasquero, porque al pasar por detrás, en su parte más baja, llegas a mojarte. Se tiene una buena panorámica del pueblo, con la iglesia y el bien alineado cementerio, algo alejado de ella.
Puedes leer más sobre la caída de agua Staubbach
Continuamos hacia el fondo del valle y vamos viendo otras caídas más pequeñas, entre ellas, pasado el camping Jungfrau, las Spichbachfäll, de 263 metros, pero de menor volumen de agua. Vemos también algunas casas con turba en el techo.
Hasta las Trummelbachfäll hay unos 3 km que recorremos a pie. Estas cataratas están en el interior de la montaña «Schwarzer Mönch».
De su torrente caen hasta 20.000 litros de agua por segundo; son diez saltos de agua glaciares con una altura total de unos 200 metros, procedentes de las gargantas del Eiger, Mönch y Jungfrau. La entrada cuesta 11 CHF y hay 10 puntos de interés.
En un ascensor se accede a los puntos 6 al 10. Luego bajamos a pie y vemos el resto. Además de la fuerza del agua al bajar, nos llamó la atención las oquedades labradas en la roca por la fuerza erosiva del agua, y las formas redondeadas que va dejando a su paso.
Son las únicas cataratas glaciares en Europa dentro de una montaña a las que se puede acceder (solo en verano).
Para profundizar sobre las Trummelbachfälle
Un escenario magnífico nos esperaba a la salida; desde la terraza del café de enfrente, babeamos con las montañas de Gimmenwald como telón de fondo.