Desayunamos en el Ancient café al lado de la oficina de turismo. Colocan seductora pastelería encima de una mesa en la acera, y no puedo evitar casar con el café, una madalena de coco. Sandra pide una baguette con tortilla francesa y dos cafés. El pan en Laos tiene fama ganada, y se encuentran panaderías y bakerys con buenas hogazas y diversas variedades de buen pan. En el Ancient, preparan además desayunos continentales, americanos, africanos, o lo que haga falta, aunque de cualquier manera, en esta ciudad hay muchos sitios para desayunar al estilo que uno quiera.
Tras una ducha, alquilamos unas bicicletas, en una de los muchos hogares particulares de los callejones, que ofrecen este servicio junto con el de lavandería. El día de bicicleta sale a 20000 kips (2 eu). Arrancamos el pedaleo por la orilla del Mekong donde se encuentran las paradas de los botes, siguiendo calle adelante en dirección a la salida del centro, hasta enlazar con la gran avenida diagonal, que corta en dos la franja de tierra entre los ríos.
En dos horas, hemos dado la vuelta a la ciudad, hasta la punta donde confluyen el Nam Khong (Mekong) y el Nam Khan. Merece la pena este transporte alternativo. Los conductores son absolutamente respetuosos circulando, y en ningún momento se tiene sensación de peligro. Los tuctucs, autos, motos, camiones, bicicletas, peatones y hormigas, mantienen una feliz convivencia, que hace que junto a la bondad del terreno, y la cadencia de la bicicleta, se disfrute enormemente del tour. Las dos ruedas, también permiten el desvío de las vías más transitadas, hacia el interior de las tierras húmedas, o zonas menos concurridas, donde la vida diaria es sensiblemente diferente a la del centro.
Como hasta las 6 de la tarde, no hemos de devolver los biciclos, volvemos a salir del centro en dirección al Phosi Market a unos dos kilómetros, quizás el mayor mercado de Luang Prabang, en busca de “la piedra del río que depila” que le han descrito a Sandra. El mercado es muy popular, y la presencia de forasteros anecdótica, lo que hace que el inglés prácticamente inexistente, deje paso al universal lenguaje de la gesticulación.
En la mayoría de puestos donde pregunta, ni siquiera intentan responderle, sino que la rechazan de inmediato apartando la mirada. Los laosianos sin generalizar, sobre todo los de mediana y tercera edad, porque los jóvenes son mucho más abiertos, son esquivos y distantes, mucho, supongo que primordialmente, por su ajetreada historia reciente: 1) colonización francesa a finales del XIX; ocupación japonesa durante la 2ª guerra mundial; ...
... 2) independencia de Francia a mediados de los 50; 3) guerra civil hasta mediados de los 70, con intervenciones estelares de Tailandia, Vietnam, la URSS, y EEUU, utilizando al pais como tablero de ajedrez, y en la que EEUU monta otra de sus guerras secretas en Laos, inscribiendo a Laos en el libro Guiness, como el más bombardeado de la Historia, ...
.... arrojando indiscriminadamente sobre la población, entre 1964 y 1975, año en que se retiró de Vietnam, 260 millones (2 millones de toneladas) de bombas de racimo en 584000 misiones (más que todas las arrojadas durante la II Guerra mundial). Restos y rastros no son difíciles de encontrar, puesto que yo mismo vi dos colocadas a modo de saludo, a la entrada-peaje de un puente en Van Vieng; y 4) instauración de la comunista República Democrática Popular de Lao que se mantiene en el poder hasta el día de hoy. Por todo ese bagaje, muchos laosianos dan la sensación de que “sufren” sin disimulo al extranjero, por otro lado, ecuación comprensible.
Sandra acaba gesticulando con dos chicas de una tienda de estética del mercado. Con un guijarro de la calle en la mano, hace como que se frota el brazo; una de las chicas saca una crema y hace como que se unta con ella y luego se da friegas; Sandra asiente con la cabeza y se señala el ojo, para que la chica le deje ver la crema; y así, hasta el final de la obra, que acaba con la adquisición de una especie de esponja rectangular rosa con textura de lija, y una crema de vitamina C, por 80000 kips (8 eu). Yo participo poco, y fotografío a una señora tumbada como muerta en una camilla del centro de estética de al lado, con una máscara de crema blanca, mientras las chicas que la “embellecen”, sólo tienen ojos para el espectáculo que se da en la competencia.
Pasamos a la sección de alimentación, pero como todo es muy denso, no apetecen los olores y la vista de las moscas revoloteando sobre la carne, el suelo está pringoso, no llega la luz del dia, y no nos producen curiosidad los trozos de alimentos no identificados, lo rodeamos, y nos dirigimos a la verja de la entrada donde están encadenadas las bicicletas.
De regreso al centro, decidimos devolver las bicis dos horas antes del límite. En la planta baja del callejón, hay un grupo de gente cocinando sobre una plancha de lata, haciendo las funciones de barbacoa. Por la mañana, nos alquiló las bicicletas una chica joven, pero ahora, bajo la vigilancia de un fornido chaval de boca y mirada torcidas, una señora recoge la bicicleta de Sandra entrándola en el chalet, y al recoger la mía, hace como que chequea, y dice “tenemos un problema”, señalándome el timbre, al que, obviamente igual que por la mañana, le falta el capuchón superior. La mete en la casa junto a la otra, y entra en escena el macizo joven de antes, balbuceando que he roto el timbre y que pague 20000 kips extras, al tiempo que el secundario de la barbacoa se me queda mirando, y aparece algún otro en el escenario. Suelto al aire un “¡joder, ya estamos!”, y al chaval que se relame, un "habla con la chica de la mañana para que diga que ya estaba roto el timbre".
Entra, sale, y gruñe que pague porque él había chequeado las bicis por la mañana antes de que las alquiláramos. Le digo al zumosol, que me acompañe a hablar a otro lado, me responde que dónde, y le contesto que al hotel. Se vuelve a meter en la casa y sale el patriarca. Ya en el jardín del hostal, le pido al chaval de recepción al que involucro, que le explique en lao al viejo, que no hemos roto nada, y que por tanto no hay nada extra que pagar. Tras 5 minutos a tres bandas, hace una llamada por el móvil, cuelga, se levanta y se larga sin decir nada. Una vez se ha ido, el chico del hotel comenta que hasta hace poco, era habitual la práctica de requerir indemnizaciones por desperfectos, que evidentemente ya tenían los vehículos, sino es que los ocasionaban ellos mismos.
Vamos a comer a un chiringuito a la orilla del río, viendo de camino la parrilla de un puesto callejero, donde lo rustido ha pasado de ser, pescado y carne con buena pinta por la mañana, a un montón de ranas y cangrejos en ese momento, de los que están dando buena cuenta un grupo de chavales.
A mi me da de repente un bajón, por primera vez en el viaje, y empiezo a sentirme física y mentalmente cansado, por lo que, después de comer unos platos de arroz, y beber unas beerlao, volvemos al hotel, y me tumbo bajo el ronroneo del aire acondicionado. Anochecido ya, e hidratados con otra cerveza y el agua de la ducha, nos infiltramos en el mercado nocturno a recorrer los pasillos entoldados entre los puestos de artesanía, sin duda bonita y bien trabajada, sobre todo la madera, el papel y las telas.
Bajo los toldos, nos encontramos con Gorka y Rosa, que nos informan de que han resuelto seguir un viaje diferente, por lo que se separan los caminos. Compramos unas latas de beerlao, y unos paquetes de Marlboro, que resultan ser los más baratos hasta ahora (15000 kips/1'5 euros), y en la balconada de madera del Thatsaphone, con vistas a la frondosidad de los jardines de Luang Prabang, conversamos, bebemos, y fumamos hasta medianoche.