Desayunamos en una milagrosa bakery de Pak Beng. Bagels, croisant y dos cafes, después de haberme levantado de madrugada pensando que diluviaba, por el sonido del agua del riachuelo sin analizar que corría debajo de la caseta, y de haber convivido con los perros que ladran en el Bounmy, al no haber podido salir a rondar de madrugada por el pueblo, por estar cerrada la verja de entrada.
La salida del slow boat, acaba siendo a las 10, en un bote diferente, y más ancho y con salvavidas a diferencia del de ayer. Tiene dos filas laterales de asientos, y en medio han desenrollado esteras para la gente sin asiento y los beodos. La estimación de viaje es de unas 8 horas, o sea una llegada prevista sobre las 6 de la tarde. Luego confirmo.
La barcaza cumple con lo que promete en el mismo nombre del servicio: lentitud, pero no con interpretación de ineficacia, impuntualidad, o poca agilidad. No se puede negar que se tienen ganas de llegar, y que por ser segunda parte, la etapa se hace más cansina, pero el ronroneo del motor que empuja la embarcación por el café con leche del Mekong, con una guarnición de verduras tan magnas como por las que discurre el río, recompensa con intereses el cansancio de la etapa.
Las anécdotas también contribuyen: un japonés montado en una moto, cargada y agarrada en la proa descubierta del barco, con mantón de manila al viento, que hace dos viajes al precio de uno; un grupo de escoceses que, instalados en las esteras del pasillo central de la cubierta, agotan las existencias de beer Lao del bar del bote; un elefante salvaje, comiendo en una orilla del río;
una solitaria señora en la terraza superior de un crucero de lujo, saludándonos con la muñeca, como la realeza; la expectación de los niños de las riberas del río, en las paradas en las aldeas; la partida de cartas que se echa el capitán con una familia laosiana, traspasando el timón a su joven auxiliar; un loro que habita el hombro, de un pasajero laosiano; el paso por la confluencia con el río Nam Ou, junto a las veneradas cuevas de Pak Ou en un acantilado, ya acercándose a Luans Prabang.
A las 5 1/2, el bote atraca en Luang Prabang. Cogemos songthaew por 40000 kips (4 eu), apartando a un intermediario que nos pide el dinero por adelantado. El conductor nos dirige correctamente, a la tranquila y armoniosa Thapsaphone Guest House, en un callejón genial de Sisavangvong Rd, calle principal de la lengua de tierra entre el Mekong y el Nam Khan, a un paso del mercado nocturno de artesanía, que aparece y desaparece cada día.
Ahora solo se escuchan grillos y algunas voces, canciones de cuna entre los jardines que se ven desde la terraza de madera. Lo primero es lo primero, así que tras una ducha necesaria, salimos a hacer la ronda. Sorprende la multitud de turismo que circula, y la sucesión de tiendas y restaurantes elegantes que hay montados. Durante la búsqueda de un lugar para hacer la primera comida del día, los precios que vamos viendo en las cartas son disparatados. En una de ellas, aparece un sorprendente “gaspacho” a 4 euros, que me evoca los bricks de Alvalle, y las jarras de gazpacho con cubitos de hielo que se hacían en mi familia, provocándome la risa delante de la desconcertada y primorosa encargada, que espera nuestra decisión en la entrada del restaurante.
Viramos a la derecha por una calle, hasta aparecer en una terraza con plantas y vistas al Nam Khan, distante unos 100 metros por lo menos de su restaurante, donde después de mirar la carta, nos sentamos por ser agradable. El pedido, un estupendo guisado de carne de cerdo con setas y verduras, unos noodles vegetas, un plato de cerdo con chile y acompañamiento de arroz blanco, unos noodles en sopa, y las bebidas, suma 130 mil kips (2’5 eu) cada uno, lo cual no está nada mal.
No hay más por hoy.