Lo primero que hicimos fue ir hacia el Valle de los Ingenios. Primero subimos al mirador, desde el que se ve el valle, pero que no merece demasiado la pena, ya que no se ven las torres de los ingenios propiamente dichos. Por supuesto, hay un parqueador, que a la vuelta nos hizo dos saltamontes con hojas (mezcla de búsqueda de propina extra y de lo que se deben aburrir, pues en el rato que estuvimos allí, unos veinte minutos, fuimos los únicos turistas).
Después fuimos hacia el complejo de la torre Manaca Iznaga, una de las más altas que aún quedan en pie y que servía de vigilancia de los trabajadores en los ingenios, plantaciones de azúcar. No subimos porque se accede por unas escaleras de madera muy viejas y con una pinta un poco inestable, aunque muchos guiris sí que se aventuraban.

Al lado hay casas, donde la gente vive en condiciones de bastante pobreza, y un bar-restaurante-tienda donde estuvimos tomando algo. En la parte de atrás hay una máquina para prensar la caña de azúcar donde hacen demostraciones a grupos.

De ahí estuvimos dando vueltas con el coche por el valle, pero tampoco vimos nada demasiado interesante, así que decidimos dedicar el resto del día a tumbarnos en la playa, Playa Ancón. Llegar fue un poco odisea porque no está señalizado, y nunca sabes si parar en alguna cala que se veía o un poco más adelante... Al final paramos cerca de unos hoteles. La playa no me pareció ninguna maravilla, si bien pudo deberse a las lluvias de esos días.
Cogimos unas hamacas y, dado que el agua estaba muy revuelta, nos dedicamos a leer tumbados en la hamaca. Cada poco pasaban unos chicos preguntándonos que si queríamos algo para comer, para beber,... Cuando finalmente nos decidimos por comer algo, fuimos hasta el chiringuito, y la primera impresión es que les había molestado que no se lo pidiéramos en la hamaca (más comisión) y la segunda es que era un chiringuito de un hotel todo incluído, por lo que sacaran de nosotros iba todo a su bolsillo. No obstante, pedimos unos sandwiches que resultaron estar muy buenos. Eran 4 tíos enormes, súper musculados y con pinta mafiosos, que tardaron mucho en hacerlos, y nosotros pensando que "vaya mierda nos van a traer y nos hacen esperar para fastidiarnos", pero resultó que el tío se los estaba currando. Nos cobró 11 CUCs por los tres.
Cuando se nubló volvimos a Trinidad y estuvimos paseando por sus calles hasta la hora de la cena. Entramos en un sitio llamado Sol Ananda bastante peculiar: es una especie de casa colonial reconvertida en restaurante y con un grupo tocando en directo. La decoración y el ambiente, un 10 (donde nosotros cenamos era un cuarto con dos mesas... y una cama, un armario ropero,...) aunque la comida dejaba algo que desear, sobre todo en cantidad. Para ser Cuba la relación calidad de la comida/precio algo caro, pero por la experiencia merece la pena (32,90 CUCs). Lo habitual, que nosotros también hicimos y que los camareros invitan a ello, es recorrer el resto de estancias después de cenar. Esto es lo que me pedí yo, pollo a la miel, que fue lo que más nos gustó.

Otra vuelta por Trinidad, con acoso de jineteros incluído, y a dormir.