Nos despertamos temprano para poder dejar las maletas a las 7 fuera de la habitación (los empleados del hotel las recogían y las llevaban al bus) y salir puntualmente a las 7.30. No hablé del conductor, un americano muy agradable que hacía su trabajo muy bien.
Cogimos la interestatal 17 y nos dirigimos al primer punto de nuestras visitas del día. Durante el camino vemos varios curiosos y enormes cactus que reciben el nombre de saguaro. Tuvimos la suerte de parar para hacernos la foto con algunos de ellos (aunque nosotros ya lo habíamos hecho con uno que se erguía ante la puerta de entrada del hotel). Son los cactus más enormes que he visto nunca. Miden entre 12 y 18 metros de altura (he leído que se ha dado un caso de más de 23) y pueden tener varias ramas que son más altas que yo.

El guía, ya de nuevo en el bus, también nos habla un poco de los indios y nos reitera que en las reservas tienen prohibido el alcohol. También nos explica qué es el pan indio, una especie de tortilla mexicana hecha con los frijoles que se extraen del palo verde, arbusto muy típico de la zona que tenemos ocasión de ver y que, como su nombre indica, tiene el tallo completamente verde. También toma el nombre de “Palo verde” una importante central nuclear situada en Wintersburg, estado de Arizona, a unos 80 km al oeste de Phoenix. Se trata de la mayor central nuclear de los EEUU que da energía a unos 4 millones de personas.

Siguiendo con los indios, el guía nos cuenta también que fabrican una cerveza con el higo chumbo que suelen beber en una fiesta que se celebra en la ciudad de Flagstaff. Y con estas explicaciones sobre los antiguos pobladores de aquellas tierras llegamos a uno de sus asentamientos, el llamado castillo de Montezuma. Dejamos el bus en el aparcamiento y mientras el guía fue a comprar las entradas entramos al WC y leímos alguna de la información que nos ofrecen en el pequeño centro de visitantes. Después emprendimos un corto camino hacia las ruinas de aquella estructura de ladrillos de adobe de cinco pisos de altura. Se ha datado en el año 1100 y al parecer era la casa donde vivían 8 familias de los indios sinagua, una tribu que aparentemente pertenecía a los anasazis, habitantes del actual estado de Arizona y que ya no existe. La estructura fue abandonada posiblemente por una sequía importante que duró 50 años y fue descubierta en el siglo XIX, durante la Guerra civil americana. A pesar de que lleva el nombre del famoso dirigente azteca no tiene nada qué ver con él. Pero como entonces no se sabía nada de los mencionados sinagua a los que lo encontraron les pareció que tenía un cierto parecido con las construcciones de los viejos habitantes de México.

Retomando nuevamente la interestatal 10 pasamos por el Oak Creek Canyon, un desfiladero formado por un río, el Oak Creek, un afluente del río Verde que ya vimos, y que presenta distintas formaciones de piedra arenisca roja. Una de esas piedras, ya muy cerca de la ciudad de Sedona, es la que recibe el nombre de Bell rock, una enorme formación rocosa roja que, mirada de cerca y desde el punto adecuado, tiene la forma de una campana. Se dice que tiene propiedades relajantes, espirituales, e incluso un aprovechado cobraba 75 dólares en los años 80 por sentarse sobre ella.
Personalmente no le encontré a Sedona más atractivos que el propio entorno (espectacularmente hermoso) y algunas esculturas que poblan su centro. Por lo demás es una sucesión de tiendas, restaurantes y galerías de arte, todo de elevado precio. El nombre de Sedona proviene del primer sheriff y fundador de la ciudad, cuya esposa se llama así.
Dejamos atrás Sedona después de haber pasado allí un buen rato y continuamos camino hacia uno de los platos fuertes del viaje, el Gran Cañón del Colorado (el Colorado, como muchos habrán supuesto ya, es un río; tenemos ocasión de verlo y no me parece demasiado grande aunque nos cuentan que hace 9 años pierde agua a pasos agigantados).
Se dice del Gran cañón que es uno de los fenómenos geológicos más impresionantes del mundo y, desde luego, tal y como pudimos ver, más visitados. Su superficie total es de casi 5000 km2, con una profundidad que casi alcanza los 2000 metros y en algunas zonas los supera. Pensar que las dos riberas, la norte y la sur, están cerca es un error. Distan la una de la otra en 350 km y se necesitarían 5 horas de coche para ir de un lado a otro. Tampoco los visitantes de uno y otro lado son los mismos. Abundan en el sur y son escasos en el lado norte. También es importante decir que bajar por el cañón tampoco es tarea fácil. Es algo sumamente controlado y que requiere de requisitos estrictos. Lo mismo ocurre con la práctica de rafting en el río.
Que nadie piense que el Gran cañón es un lugar pelado, casi desértico. A su alrededor se extienden grandes cantidades de árboles, muy densos en muchas zonas y en su mayoría pinos ponderosa, de tronco rojizo, y donde abundan los animales (wapitis –una especie de ciervo- o ardillas en su mayoría). Tampoco ha sido siempre un lugar donde no ha habitado ningún ser humano. Se han encontrado restos de presencia humana del segundo milenio antes de Cristo y que los ya mencionados indios anasazis vivieron allí hacia el año 500 y hasta el siglo XII.
Observar el cañón puede hacerse fácilmente de dos maneras: sobrevolándolo en helicóptero o desde alguno de los miradores. El precio del helicóptero es elevado y dura media hora pero al parecer (yo no subí a causa del vértigo) te sumerge de tal modo que puedes verlo en su extensión. Eso sí, sólo puedes llevar contigo la cámara de fotos y tienen que pesarte antes para decidir qué lugar ocuparás en el trasto. Para los que no tengan dinero o ganas, los miradores son la solución idónea. Nosotros estuvimos en la ribera sur y pudimos pasear por ella, alcanzo algunos de los puntos dispuestos para tal fin.

Esa noche nos alojamos en el Canyon Plaza resort, muy cerca del cañón. Se trata de un gran complejo hotelero cuyas habitaciones tienen un salón con sofás, TV, nevera, microondas y dos camas enormes. También tiene piscina pero a esas horas refrescaba y no apetecía bañarse. Se encuentra en la población de Tusayan, cuyo único encanto está en encontrarse a dos millas de la entrada del parque. Eso sí, los precios se elevan por esa circunstancia.
Después de dejar las cosas en la habitación, salimos a dar una vuelta y a comprar algo para comer el día siguiente. El guía nos había dicho que si llevábamos bocadillos para comer en el bus nos podía dar una sorpresa adicional.
Tusayan tiene un cine IMAX que proyecta una película sobre la historia del cañón producida por National Geographic y que había visto ya en casa en DVD un par de veces. Como no me apetecía verla otra vez decidí dar una vuelta por la tienda, leer algo de información que proporcionan en el mismo edificio sobre la famosa formación e ir a comprar a una de las tiendas del pueblo. Puedo afirmar que es caro.