Según habíamos concertado a las 7 de la madrugada nos pasarían a recoger por el hotel para empezar el tour que habíamos contratado, 16 días por la costa oeste incluyendo una buena parte de los parques naturales con los que cuenta EEUU. Veinte minutos antes de la hora ya habíamos hecho el check in y esperábamos en el hall del Hilton Lax. Y esperamos y esperamos… hasta que llegadas las 7.30 nos dio la impresión de que algo raro pasaba. Y tanto. La cosa es que según supimos después “alguien” había apuntado mal el lugar de recogida y el guía pasó de largo. Gracias a la inestimable ayuda del conserje del hotel se arreglaron las cosas. Él se encargó de hablar con la sede de la empresa (nada menos que en Nueva York) y todo se solucionó cogiendo un taxi hasta el Downtown, al hotel Hilton Doubletree, el otro lugar de salida, donde nos estaban esperando. La broma costó 60 dólares (70 con la inevitable propina) que, por suerte, pagó la empresa.
Una vez resueltos los problemas que por poco estuvieron por dejarnos más colgados que un chorizo en Los Ángeles empezó al fin el recorrido. El guía hablaba en un perfecto castellano (cosa que es de agradecer) y el grupo tampoco es muy extenso (21 personas, 17 españoles y 4 italianos).
Salimos de la enorme ciudad de Los Ángeles por la interestatal 10 e hicimos la primera parada dos horas más tarde en una reserva india, que nos dicen que en California toman el nombre de rancherías. Nos llama la atención saber que los indios, en este caso los cabazon (de los que no había oído hablar nunca, lo mío eran los apaches o los sioux), suelen tener casinos. En la mayoría de estados de EEUU el juego está prohibido (ya sabemos que en Nevada no) pero no pasa lo mismo si el local está dentro de las reservas por lo que los indios se aprovechan. Así que si los blancos antes les quitaron sus tierras y sus modos de subsistencia ahora ellos se lo devuelven quitándoles el dinero que tienen en los bolsillos. En nuestro caso sólo pasamos por al lado del casino, en la localidad (por llamarlo de algún modo ya que allí empezamos a ver que los pueblos y ciudades tienen forma de todo menos de eso) de Cabazon (sí, se llama como la tribu) y sólo paramos un momento en un área de servicio para ir al WC y comprar algo de desayuno. Que nadie vaya pensando, de todos modos, que en esos lugares va a encontrar alcohol. Terminantemente prohibido el alcohol en las reservas ya que, como de todos es sabido, es una de los grandísimos problemas que tradicionalmente han tenido los indios. Por cierto, fue una ley de 1875 promulgada por el General y luego presidente estadounidense Ulysses Grant la que confinó a los indios americanos en reservas.
Después de un descanso breve continuamos camino a través del desierto de Mojave, paso obligado en nuestro camino hacia Arizona. Se trata de un extenso terreno cubierto de algunos arbustos, algo que suele chocar si pensamos en un desierto. Gran parte de la vegetación que vemos se conforma por el árbol Joshua, un peculiar arbusto que al parecer sólo crece allí. Vive unos 200 años y sus hojas puntiagudas le ayudan a vivir en un lugar tan extremo ya que las espinas almacenan el agua. Nos contaron que el Joshua tree está emparentado con la yuca. En él encontramos algunos de los atractivos turísticos de la Costa oeste que visitaremos en este viaje, como Las Vegas o el Death Valley. El Ejército también controla una parte del desierto, donde se han establecido instalaciones militares y zonas de prácticas de armamento.
El día no dio mucho más de sí en cuanto a las visitas se refiere. Se trataba de unas de esas jornadas de traslado algo sosas en las que poco más tienes que hacer que mirar el paisaje que te rodea. Atravesamos el valle de Yucca, lleno de molinos de energía eólica, y paramos para comer en Blythe, en un área de servicio. Decidimos entrar todos en un establecimiento de Carl’s Jr a comer la típica comida americana (es decir, hamburguesas o pollo rebozado con patatas y el refresco de rigor).

Al cabo de una hora proseguimos el viaje y pasamos por el llamado Sun Valley, ya en Arizona, donde vemos un montón de casas nuevas en las que no vivía nadie y que fueron el fruto del boom inmobiliario que acabó estallando. Vamos, como en España.
Nos alojamos en el hotel Hampton Inn and suites del Happy Valley de Phoenix, la capital del estado. Se trata de un establecimiento muy agradable que dispone de piscina al aire libre. Aprovechamos que llegamos temprano para darnos un baño y meternos también en el jacuzzi, aunque poco rato porque el agua está ardiendo y hace mucho calor.
hamptoninn3.hilton.com/ ...Center.jpg
Los que quisimos tuvimos la opción de ir por la noche (extra) a una cena cowboy en un establecimiento al que vi que sólo van americanos y algún turista aislado. Según he tenido ocasión de ver después este sitio, llamado Rustler’s Rooste, se fundó en 1971 y cuenta con una clientela fija que suele acudir allí a celebrar sus acontecimientos más destacados. Seguramente por eso estaba lleno de gente que cumplía años.
En las puertas del restaurante te recibe su mascota, un enorme toro (ellos dicen que es un buey de cuerno largo) llamado Horney que pasa bastante de nosotros a pesar de que nos pegamos a las verjas para hacerle fotos. Las paredes del restaurante están forradas en madera y todo se encuentra decorado muy al estilo del viejo oeste. En medio de la enorme sala un grupo de country canta mientras nosotros cenamos. No resultan para nada molestos. Mientras nos preparaban la cena salimos a dar una vuelta por el exterior, también curiosamente decorado con paja, botas, paredes pintadas con fachadas de edificios típicos de los pueblos de las pelis (el salón y demás).


Como nadie del grupo quiso bailar al final decidimos volver al hotel y ponernos a descansar porque a la mañana siguiente tocaba salir a las 7.30.