Día 10: Delta del Okavango
Un día más en el delta del Okavango. El dulce despertar estaba programado para las 5:30, pero a las 5 de la mañana un rugido atronador retumba por toda la zona…


A las 6 desayunamos y a las 7, ya preparados con nuestras mochilas de exploradores, nos distribuyeron en los distintos mekoro para empezar con las actividades del día. Nuestro siguiente destino es la isla de enfrente, donde haríamos un safari a pie (sí, caminaríamos por la zona donde se había oído el rugido…). Hay un par o tres de normas básicas a seguir cuando se va en mokoro:
- no hacer movimientos bruscos, que lo pueden desestabilizar y hacerlo volcar.
- no meter la mano en el agua, por muy tentadora que parezca: aparte de serpientes de agua, hay unas hierbas que cortan mucho, tienen el filo muy afilado.
- no hacer ruido: hay que ir en el mayor silencio posible porque los polers se guían por el oído para detectar donde hay animales, por ejemplo, hipopótamos (que no querríamos encontrar de golpe y que se pongan de mala hostia).
Todo de sentido común, pero ya os lo explicarán antes de embarcar la primera vez. Nuestro primer paseo en mokoro, abrigadillos porque a esa hora todavía hacía bastante rasca:

Tras un relajante trayecto en mokoro de unos 20 minutos, desembarcamos en la isla vecina. El safari a pie nos llevó más de tres horas: de 7:30 a 11 de la mañana. Es uno de los pocos lugares del viaje donde se puede andar, y la verdad es que se agradece estirar un poco las piernas

El guía fue de nuevo Walter, igual que ayer, pero varios polers nos acompañaron para controlar el entorno y cerrar la fila (hay que andar en fila india, de más bajito a más alto, como los hermanos Dalton

Nada más empezar a caminar nos encontramos con un elefante que venía en nuestra dirección, así que nos quedamos quietos hasta que pasó de largo y siguió en dirección a la ribera del río (donde estaban los mekoro).

Luego seguimos andando entre las hierbas y vimos un grupo de impalas a lo lejos:

En esta zona los animales huían en cuanto nos detectaban, se nota que no están muy acostumbrados a los humanos todavía. Había que ir totalmente en silencio, pero aún así, más de 20 personas andando se hacen notar…

Mientras andábamos vimos junto a un árbol una “cama de elefante”: en una zona con ligera pendiente, estaba todo lleno de marcas y con la tierra movida. Ahí había dormido algún elefante, al parecer los más enormes se acuestan en terrenos en pendiente para poder levantarse más fácilmente (si no, imaginad lo que le costaría levantarse a semejante mole, con lo poco ágiles que tienen las patas…).
No anoté todo lo que nos contaron, pero sí algunas cosas curiosas, como fue el caso del llamado “árbol salchicha”. El árbol salchicha es éste:

Da un fruto que puede llegar a pesar hasta 7 kg, así que no es muy recomendable pararse a la sombra de este árbol demasiado rato, es mejor arriesgarse a pillar una insolación a que te parta la cabeza una de las salchichas asesinas del maléfico árbol salchicha

El árbol salchicha también es útil para construir mekoro a partir de su tronco, se tarda aproximadamente un mes y medio en hacerlo. La parte trasera del mokoro es el trozo de tronco más cercano a las ramas, y la parte delantera es la más próxima a las raíces (hay que construirlo de una sola pieza, por eso interesan árboles con troncos amplios y largos).


El paisaje durante el safari a pie
Proseguimos con nuestro camino, viendo impalas y red lechwes a lo lejos. En esta zona hay muchos termiteros (y muy grandes). Al parecer las termitas salen cuando hace viento porque la temperatura es más fresca y además porque la brisa les trae el olor de la comida. Pueden detectar comida desde una distancia de hasta 20 metros. Los termiteros, por supuesto, son mucho más grandes bajo el suelo que la parte que se ve en la superficie.

Dimos la vuelta ya en dirección al río de nuevo y nos encontramos con esto:

Huellas frescas de leones


Volvimos hacia la orilla del río algo decepcionados, los habíamos tenido tan cerca… La verdad es que a esas alturas yo ya estaba más que convencida de que el único felino que vería sería éste, a mi vuelta a casa tras finalizar el viaje:

Nuestro gato Luffy (aunque yo lo llamo Gordito o Pichu)
Es muy guapo, de hecho es el felino más guapo del mundo, pero yo quería ver otros… a este ya puedo verlo y manosearlo siempre que quiera, animalico

Otras cosillas que vimos esa mañana: huellas de hipopótamo, mangostas rayadas (pero estas se fueron demasiado rápido y no pudimos hacer foto), águila marcial, águila culebrera, babuinos, antílopes…


Los polers en la orilla, esperando nuestro regreso tras la excursión:

Sobre las 11 emprendimos el regreso en mokoro, el poler nos fue explicando algunas cosillas. Por ejemplo, navegábamos rodeados de nenúfares: el nenúfar de día tiene una flor de color blanca, que se abre únicamente durante el día como su nombre indica. Por el contrario, hay un nenúfar con flores amarillas que únicamente se abren de noche, el nenúfar de noche. El nenúfar de día tiene el tallo hueco, así que es el que utilizan los niños de la zona como tubo para respirar debajo del agua (sería una especie de snorkel en el Okavango). No me arriesgaría a probarlo sabiendo que la zona está atestada de hipopótamos, serpientes de agua y posiblemente cocodrilos, pero imagino que ellos conocen el sitio muy bien y saben lo que hacen


El poler, Edward, también nos explicó que el color rojo del fondo del agua es porque las hojas y el tallo de los nenúfares son de color verde o rojo en función de como incida el sol sobre ellos, y a veces esas partes de las plantas se van al fondo del agua y por eso se ve del mismo color. Aquí ya de vuelta:

Éste fue el día que más tiempo libre tuvimos, de 11:30 a 13, por ejemplo, pudimos descansar y hacer el vermut en el campamento. Yo aproveché para anotar todo lo que no había podido apuntar esos últimos días, antes de que se me olvidase todo y la verdad es que me vino muy bien. Otros estuvieron charlando, sentados frente al río… bastante relajado todo. A las 13 comimos: calabaza gatinada, ensaladas varias y fruta. Las comidas siempre eran algo más sencillas (pero abundantes y ricas) y las cenas estaban más trabajadas, ya que podíamos disfrutarlas con más calma.
Este par de días en el delta decir que de sonido de fondo oíamos hipopótamos bastante frecuentemente; el ruido que hacen cuando están en el agua es distinto al que emiten cuando salen a tierra firme, nos lo explicaron (y demostraron) los polers. Luego, como buenos guiris, casi todos intentamos hacer esos ruidos. Por suerte para nosotros, en el Delta los hipos no suelen salir mucho a tierra firme a comer porque ya tienen la hierba dentro del agua y no lo necesitan. Así que el sonido que oíamos todo el rato era el que hacen cuando están en remojo.
Después de comer y hasta las 15:30 volvimos a tener un rato de descanso, para echar la siesta o en mi caso escribir. La verdad es que fue un día muy tranquilo, que nos vino bien para relajarnos después de tanto ajetreo y madrugones varios. Luego salimos de nuevo en nuestros mekoro, nos aguardaba un paseo más largo hasta la aldea de la cual provenían todos los polers, situada en otra isla más alejada (a algo más de media hora de distancia).

Nos montamos de nuevo con el mismo poler que por la mañana, ya nos lo habían asignado para todos los trayectos. Al poco de empezar a deslizarnos por el agua, vemos que regresamos de nuevo hacia la orilla (pero en una zona más alejada del campamento) y Edward baja del mokoro, se debía de haber olvidado algo, así que allí nos quedamos


Por fin regresó Edward, pero claro, había que recuperar el tiempo perdido: así que el tío empezó a empujar el mokoro como si no hubiera un mañana, íbamos a toda leche por el Okavango, yo creo que nunca nadie ha sobrepasado esa velocidad. La cáscara de nuez se movía muchísimo de un lado al otro y yo ya me veía en el agua, mi único consuelo era que no había demasiada profundidad, pero ese tema a las serpientes de agua y los cocodrilos se la trae floja, claro

Pues bien, no sé cómo demonios lo hizo, pero acabamos adelantando a todos los demás y siendo los que marcábamos el ritmo. Mí no entender, pero a pesar del rato parados volvíamos a ir a la cabeza. A los lados del río había majestuosos elefantes comiendo hierba fresca, y a Edward no se le ocurrió nada más que acercarnos todo lo que pudo a ellos, ante mi creciente acojone


Yo veía a los demás mekoro mantenerse lejos y seguir todos en fila el mismo camino, y en cambio aquél loco nos metía de cabeza entre los elefantes, así que no lo tuve nada claro y empecé a ponerme algo nerviosa. Imagino que el hombre sabía lo que se hacía, ya que evidentemente no pasó nada… uff, qué emoción… de nuevo, tenerlos tan cerca y poder contemplarlos en su entorno es una sensación impresionante, muy difícil de explicar. Son unos animales preciosos, me encantan los elefantes.

Aquí están cerca, pero todavía nos acercamos más
Sobre las 16:15 llegamos al poblado y estuvimos hasta las 17:30, no demasiado rato. Se llamaba Xaxaba (aunque se pronunciaba de una forma muy rara que ahora mismo no sabría reproducir) y en él habitaban unas 600 personas. Los polers son de allí, aunque algunos de ellos viven en Maun durante parte del año y vuelven al poblado durante la temporada turística para trabajar con los guiris y los mekoro. Otros imagino que vivirán siempre allí, sobretodo las mujeres, que son las que se encargan de la mayoría de tareas. Los niños más grandes, si no entendí mal, iban a la escuela a Maun (y pasaban allí parte de la semana) y luego regresaban al poblado el fin de semana.


Xaxaba
Las casas estaban hechas de latas (que son buenos aislantes) y material de termitero, junto con pilares de madera que hacían de base. El techo era de palos que marcaban la estructura, cubiertos de paja. Estuvimos por allí dando una vuelta, viendo las casitas y a los niños, unos supervivientes natos:


Luego visitamos un pequeño mercadillo de artesanía que montan para los guiris. Aquí de nuevo se impone el regateo, pero está complicado conseguir rebajas en el precio: al parecer cerca de esa zona hay un lodge de lujo normalmente ocupado por turistas norteamericanos que acceden a pagar lo que se les pida. Así que no rebajan, porque ya saben que conseguirán vendérselo a mejor precio a los yanquis ricos. Nosotros, como no, no compramos nada.

Luego la asociación cultural de la aldea nos cantó algunas canciones típicas, con algo de baile incluido, pero no me dio la impresión de ser demasiado turistada (no se disfrazaron, ni pasamos el día con ellos, ni nos enseñaron a saltar como hacen los Masai, por ejemplo). Tampoco cobran ninguna tasa por visitar la aldea. Simplemente reciben la visita, intentan vender su artesanía, pero sin insistir, y les puedes dar la voluntad por el detalle de cantarnos algo. Personalmente, hubiera prescindido de esta visita y habría preferido hacer otro safari a pie para ver animales, pero a otros viajeros les encantó la experiencia. Además, si puede servir de ayuda para los familiares de los polers (algunos nos presentaron, orgullosos, a sus mujeres e hijos), pues tampoco lo encuentro mal (ya digo, no nos pasamos todo el día allí ni mucho menos).

Tras la experiencia tribal, a las 17:30 volvimos a nuestros mekoro y de nuevo salimos a toda leche en dirección al campamento. Teníamos más de media hora de camino, que acabó convertida en treinta minutos raspados gracias a la velocidad que de nuevo pilló Edward, aunque esta vez ya me pilló más acostumbrada y no me impactó tanto.

Con velocidad o no, deslizarse en mokoro por el río es una experiencia muy relajante (si no te meten de bruces contra un elefante de tres metros de alto y cuernacos descomunales) y evocadora. Me encantó la experiencia, la verdad.
A las 18 nos tenían preparada otra sorpresa en una islita frente al campamento (que tampoco explicaré), y desde allí disfrutamos de una maravillosa puesta de sol africana, para no olvidar:

Hubo sesiones de fotos con los polers:

Y finalmente, tras esconderse el sol, acabamos de cruzar en mokoro hasta el campamento. De 18 a 20 tocaba ducharse (de nuevo, todo fantástico, agua caliente a tutiplén en las duchas de campaña). A las 20 cenábamos: crema de champiñones de primero, y de segundo pescado con verduras y puré de patatas, y coliflor al queso. Desde luego, hambre no pasamos… Luego de postre había macedonia con natillas.
Esa noche alargamos la sesión frente a la hoguera y hasta las 22:30 no nos fuimos a dormir, creo que fue el día que más tarde nos retiramos (sin contar los días en Victoria Falls). Ya nos habíamos acostumbrado a los sonidos del delta, y los ronquidos de los hipopótamos me parecían algo lógico y habitual. Aunque todavía no lo sabíamos, al día siguiente nos esperaba una de las jornadas más emocionantes del viaje, empezando con el vuelo en avioneta sobre el delta y finalizando en la acampada salvaje en la zona no inundada de Moremi, uno de los lugares más maravillosos que he visto nunca. Pero esto, amigos, ya es otra historia… ¡os espero en la siguiente etapa!