No hay duda de la riqueza del refranero español, pero tampoco de que es complaciente con todos, porque tiene refranes opuestos para cada ocasión, para que cada uno se sirva el que más le guste. Para el sencillo paseo de dos horas en camello por la laguna de Djerba de este sábado contratado con Viator, vista la irregular experiencia de sus dos tours anteriores, mis expectativas podían acogerse a un par de refranes: “No hay dos sin tres” y “A la tercera va la vencida”.
Por desgracia, se cumplió el primero de ellos, y nadie vino a recogernos a las 8 de la mañana en la puerta del hotel, en esta ocasión porque se me olvidó escribir donde nos tenían que recoger, y como parece que les importaba un pimiento, nadie se molestó en llamarnos para preguntar donde era la recogida. Más pérdida de tiempo, llamadas, correos, internet y saliva.
Un par de horas antes, estábamos en nuestra terraza preferida, la de la cafetería “Princ” sin la e final, porque se había caído del rótulo, en una rotonda del mismo centro del pueblo, si es que el pueblo de Erriadh tiene centro. En cualquier caso, desde las sillas bajo las arcadas del soportal donde se encuentra el café, el tiempo transcurre a paso lento, y nos basta con saludar con un gesto al amistoso chaval de la cafetería, para que nos sirva un delicioso expreso y un cortado.
A la derecha de la cafetería, el de los pollos a la brasa; a la izquierda, el de las tortas enrolladas y las pastitas; en la acera de enfrente, el quincallero de la esquina con chilaba marrón de invierno, sentado en el escalón de la puerta de su tienda, rodeado de palas, bolsas, cazuelas, cedazos, cestos, frutos secos, y sacos de granos y semillas; frente a nosotros, el portalón sin datos de la panadería sin mostrador, a cuya altura van parando uno tras otro los coches y motocicletas de los clientes habituales, que salen al cabo de un instante con una, dos o varias barras de pan.
En la calzada, los autobuses escolares se detienen para que bajen con sus mochilas a cuestas, los chicos y chicas del instituto, a mitad de camino de la sinagoga de La Ghriba; un hombre aparca el coche delante nuestro, entra a pedir un café, se lo toma, monta y se va; una mujer mayor con el pañuelo en la cabeza, entra en la pastelería contigua, y sale con una bolsa en la mano, ...
... una chica joven que lleva de la mano a su hermano pequeño, cruza en diagonal a la otra acera; más motocicletas; otro autobús; otro cliente que se sienta en la mesa de al lado, toma café, fuma, y mira el móvil, mientras el ferretero sigue sentado junto a sus palas en formación, mirando lo mismo que lleva mirando desde hace decenas de años, pero quizás sin ver a algunos y algunas que ya no están, y seguro que a otros y otras que han cambiado o crecido o, ...
Se detiene otro ciclomotor en la puerta de la panadería y al volver el hombre arranca con una mano en el manillar y la otra con la bolsa del pan. El grill de los pollos me calienta la espalda, y me giro hacia el interior de la cafetería para hacerle un gesto al chico, que nos deja en la mesa otro expreso y otro cortado.
4
A las 9, fracasados los camellos, el treceavo taxi nos lleva en 25 minutos al zoco de Houmt Souk, que sigue igual que siempre. Entra!!, babuchas!!, de donde sois?, barato!!, donde vais?, italianos?, ahhhh!!, Messiiii!!, invito!!, Barçaaa, invito!!, no!!, cuanto vale esto en España, amigo?, no, merçi!!, tre bien!!, grazie!!, shukraan!!, españoles!!, allez-y s’il vous plaît!!, shukraan!!, calidad, calidad!!, entra!!, diez dinar!!, ahhh!!, espera, espera!!, merçi!!, ...
Aunque el restaurante Essofra también está en su rincón de siempre, y el camarero con su simpatía habitual, a pesar del día nublado, hoy toca un menú de platillos de bienvenida, brik de camarones, dorada, escalopa de pollo con acompañamiento, y bebida, que vuelve a recibir mi elogio, a cambio de un módico desembolso de 15 €.
Montamos en un taxi (14º) y nos vamos a la península de Ras Ramel, para los turistas la Isla de los flamencos, una agradable península arenosa conectada a la isla por el istmo de Bin Bahrin, rodeada de humedales, inundada durante las mareas altas, y que separa el mar de la laguna de Bhar Mayet o Bar Sghir. Desde Houmt Souk hasta la entrada, unos 2 € el taxímetro.
El taxista, que durante el trayecto nos habla sonriente de Borj El Rous, la pirámide de calaveras españolas de Houmt Souk, entra al istmo por el camino que lleva a la playa de El Hachen o Sidi Hachani, paralela a los muros berlineses de 5 estrellas del Radisson Blu Palace Resort.
Desde el inicio del camino en la carretera, hasta el punto final en el aparcamiento del chiringuito playero La Rose, hay medio kilómetro, que es todo lo que los vehículos normales pueden rodar en la península, ya que a partir de ese punto comienzan arenas y dunas, solo accesibles para los 4x4, y a duras penas, para los motolocales que siguen las compactadas rodadas de vehículos anteriores.
Desde la terraza clavada en la arena del chiringuito, entramos en la península caminando por la playa partida en dos por las áreas protegidas valladas con cañas. Al otro lado de ellas, niños jugando y motoristas con cañas de pescar, circulando o empujando a pie la moto por la arena. Detrás de ellos, los humedales y bandadas de pájaros. Nosotros vamos de un lado a otro del vallado, ahora por la orilla del mar, ahora por los humedales, hasta llegar a las dunas en el punto donde la lengua de arena se estrecha y se encorva.
Subimos y bajamos las dunas escondiéndonos de los camelleros, y nos sentamos a contemplar a los pescadores que clavan sus cañas alrededor de las ruinas de la mezquita de Sidi Hachani, derrotada por la erosión de las aguas y la sal marina, construída en el siglo XVI por el jeque que le da nombre, Ahmed Hachani, cacique de este territorio costero.
Las dunas, la península y la laguna, ricas en flora, moluscos, crustáceos y peces, se han convertido en un lugar favorable para las aves migratorias que pasan el invierno y nidifican, y para los vecinos de los pueblos de la zona que plantan sus cañas de pescar, o pescan anchoas de manera artesanal embolsándolas con las redes desde sus barcas.
Más allá, donde la franja de la lengua adelgaza y la punta pincha el mar, las agencias y los touroperadores también han encontrado un lugar favorable para la pesca del turista, que atrapan en Houmt Souk y los cargan en “tradicionales” barcos piratas, para luego descargarlos y secarlos bajo sombrillas o en chiringuitos especializados montados en los amarraderos.
Como de nuevo la tardenoche se nos echa encima, regresamos a tomarnos algo a la terraza del chiringuito La Rose, ...
... y ya marchamos a la entrada en la carretera del lujoso Radisson Blu, para tomar un taxi, el decimoquinto, al Carrefour de Houmt Souk a comprar cervezas, y allí otro, el decimosexto, a Erriadh a hacer las maletas, recoger un cuarto de pollo encargado, liquidar la cuenta del minibar, imprimir las tarjetas de embarque, y despedirnos de los grafitis de las calles y del muecín de la mezquita de la esquina.
Por desgracia, se cumplió el primero de ellos, y nadie vino a recogernos a las 8 de la mañana en la puerta del hotel, en esta ocasión porque se me olvidó escribir donde nos tenían que recoger, y como parece que les importaba un pimiento, nadie se molestó en llamarnos para preguntar donde era la recogida. Más pérdida de tiempo, llamadas, correos, internet y saliva.
Un par de horas antes, estábamos en nuestra terraza preferida, la de la cafetería “Princ” sin la e final, porque se había caído del rótulo, en una rotonda del mismo centro del pueblo, si es que el pueblo de Erriadh tiene centro. En cualquier caso, desde las sillas bajo las arcadas del soportal donde se encuentra el café, el tiempo transcurre a paso lento, y nos basta con saludar con un gesto al amistoso chaval de la cafetería, para que nos sirva un delicioso expreso y un cortado.
A la derecha de la cafetería, el de los pollos a la brasa; a la izquierda, el de las tortas enrolladas y las pastitas; en la acera de enfrente, el quincallero de la esquina con chilaba marrón de invierno, sentado en el escalón de la puerta de su tienda, rodeado de palas, bolsas, cazuelas, cedazos, cestos, frutos secos, y sacos de granos y semillas; frente a nosotros, el portalón sin datos de la panadería sin mostrador, a cuya altura van parando uno tras otro los coches y motocicletas de los clientes habituales, que salen al cabo de un instante con una, dos o varias barras de pan.
En la calzada, los autobuses escolares se detienen para que bajen con sus mochilas a cuestas, los chicos y chicas del instituto, a mitad de camino de la sinagoga de La Ghriba; un hombre aparca el coche delante nuestro, entra a pedir un café, se lo toma, monta y se va; una mujer mayor con el pañuelo en la cabeza, entra en la pastelería contigua, y sale con una bolsa en la mano, ...
... una chica joven que lleva de la mano a su hermano pequeño, cruza en diagonal a la otra acera; más motocicletas; otro autobús; otro cliente que se sienta en la mesa de al lado, toma café, fuma, y mira el móvil, mientras el ferretero sigue sentado junto a sus palas en formación, mirando lo mismo que lleva mirando desde hace decenas de años, pero quizás sin ver a algunos y algunas que ya no están, y seguro que a otros y otras que han cambiado o crecido o, ...
Se detiene otro ciclomotor en la puerta de la panadería y al volver el hombre arranca con una mano en el manillar y la otra con la bolsa del pan. El grill de los pollos me calienta la espalda, y me giro hacia el interior de la cafetería para hacerle un gesto al chico, que nos deja en la mesa otro expreso y otro cortado.
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A las 9, fracasados los camellos, el treceavo taxi nos lleva en 25 minutos al zoco de Houmt Souk, que sigue igual que siempre. Entra!!, babuchas!!, de donde sois?, barato!!, donde vais?, italianos?, ahhhh!!, Messiiii!!, invito!!, Barçaaa, invito!!, no!!, cuanto vale esto en España, amigo?, no, merçi!!, tre bien!!, grazie!!, shukraan!!, españoles!!, allez-y s’il vous plaît!!, shukraan!!, calidad, calidad!!, entra!!, diez dinar!!, ahhh!!, espera, espera!!, merçi!!, ...
Aunque el restaurante Essofra también está en su rincón de siempre, y el camarero con su simpatía habitual, a pesar del día nublado, hoy toca un menú de platillos de bienvenida, brik de camarones, dorada, escalopa de pollo con acompañamiento, y bebida, que vuelve a recibir mi elogio, a cambio de un módico desembolso de 15 €.
Montamos en un taxi (14º) y nos vamos a la península de Ras Ramel, para los turistas la Isla de los flamencos, una agradable península arenosa conectada a la isla por el istmo de Bin Bahrin, rodeada de humedales, inundada durante las mareas altas, y que separa el mar de la laguna de Bhar Mayet o Bar Sghir. Desde Houmt Souk hasta la entrada, unos 2 € el taxímetro.
El taxista, que durante el trayecto nos habla sonriente de Borj El Rous, la pirámide de calaveras españolas de Houmt Souk, entra al istmo por el camino que lleva a la playa de El Hachen o Sidi Hachani, paralela a los muros berlineses de 5 estrellas del Radisson Blu Palace Resort.
Desde el inicio del camino en la carretera, hasta el punto final en el aparcamiento del chiringuito playero La Rose, hay medio kilómetro, que es todo lo que los vehículos normales pueden rodar en la península, ya que a partir de ese punto comienzan arenas y dunas, solo accesibles para los 4x4, y a duras penas, para los motolocales que siguen las compactadas rodadas de vehículos anteriores.
Desde la terraza clavada en la arena del chiringuito, entramos en la península caminando por la playa partida en dos por las áreas protegidas valladas con cañas. Al otro lado de ellas, niños jugando y motoristas con cañas de pescar, circulando o empujando a pie la moto por la arena. Detrás de ellos, los humedales y bandadas de pájaros. Nosotros vamos de un lado a otro del vallado, ahora por la orilla del mar, ahora por los humedales, hasta llegar a las dunas en el punto donde la lengua de arena se estrecha y se encorva.
Subimos y bajamos las dunas escondiéndonos de los camelleros, y nos sentamos a contemplar a los pescadores que clavan sus cañas alrededor de las ruinas de la mezquita de Sidi Hachani, derrotada por la erosión de las aguas y la sal marina, construída en el siglo XVI por el jeque que le da nombre, Ahmed Hachani, cacique de este territorio costero.
Las dunas, la península y la laguna, ricas en flora, moluscos, crustáceos y peces, se han convertido en un lugar favorable para las aves migratorias que pasan el invierno y nidifican, y para los vecinos de los pueblos de la zona que plantan sus cañas de pescar, o pescan anchoas de manera artesanal embolsándolas con las redes desde sus barcas.
Más allá, donde la franja de la lengua adelgaza y la punta pincha el mar, las agencias y los touroperadores también han encontrado un lugar favorable para la pesca del turista, que atrapan en Houmt Souk y los cargan en “tradicionales” barcos piratas, para luego descargarlos y secarlos bajo sombrillas o en chiringuitos especializados montados en los amarraderos.
Como de nuevo la tardenoche se nos echa encima, regresamos a tomarnos algo a la terraza del chiringuito La Rose, ...
... y ya marchamos a la entrada en la carretera del lujoso Radisson Blu, para tomar un taxi, el decimoquinto, al Carrefour de Houmt Souk a comprar cervezas, y allí otro, el decimosexto, a Erriadh a hacer las maletas, recoger un cuarto de pollo encargado, liquidar la cuenta del minibar, imprimir las tarjetas de embarque, y despedirnos de los grafitis de las calles y del muecín de la mezquita de la esquina.