Samobor es la vía de escape de muchos habitantes de Zagreb los fines de semana. Se podría entender por su bonito entorno pero en Zagreb también tienen la montaña muy cerca. Seguramente sea porque allí pueden hacer algunas actividades o, y me inclino por eso, por su gastronomía. Quizás sea solo por cambiar de aires.
Se trata de una pequeña pero atractiva localidad de origen medieval con un regusto centroeuropeo con sus características casas de tonos pastel. Paseando por Samobor te das cuenta de lo diferente que es de las ciudades de la costa dálmata que habíamos visitado hasta ahora, tan venecianas.
Dista de Zagreb aproximadamente media hora y llega el autobús.
Es la puerta de entrada al Parque Natural de Zumberak. Por allí discurre el arroyo Gradna, que desemboca más adelante en el río Sava. Eso hace imprescindible cruzar algún puente de los ocho que hay en la villa.
Samobor se visita rápido. Es una ciudad muy tranquila. Desde 1242 ostenta el título de “ciudad libre real”, cuando el rey Béla IV firmó su acta de fundación. No obstante, es mucho más antigua. Se han encontrado restos incluso de la Edad de Piedra.
La villa sufrió un terrible incendio en 1797, después del cuál se reconstruyó en estilo barroco tardío o clasicista. Quizás el rincón más representativo de la ciudad sea la Plaza del Rey Tomislav, con bonitos edificios color crema y algunas cafeterías. Allí encontramos el Ayuntamiento, que fue diseñado por el famoso constructor de Zagreb, Bartol Felbinger. En su fachada hay relieves que muestran a los alcaldes Ferdo Livadić y Ljudevit Šmidhen.

Nos detenemos en la plaza para comer algunos de sus deliciosos pasteles, entre otros la famosa kremšnita. Para entendernos, se trata de un milhojas muy ligero hecho con vainilla, crema y nata montada.

Estaba muy bueno pero creo que otro que comimos, con muchas capas, una de ellas de nutella, era aún mejor.
Desde la plaza puede verse al otro lado la torre de la iglesia de santa Anastasia. Es sencilla, con fachada de color amarillento.

Uno de los atractivos de Samobor es su castillo. Su construcción fue promovida por el rey checo Ottokar II de Bohemia en 1268, probablemente en el lugar de una fortificación previa, con la intención de frenar las aspiraciones territoriales del rey Esteban V de Hungría.
Las familias nobles Arpadović, Babonić, Anžuvinac, Frankopan, Erdody, los duques de Celje, Matija Korvin, las familias Ungnad, Gruber, Auersperg, Kulmer, Kiepach, Alnoch y Montecuccoli, fueron algunos de sus habitantes, y todos ellos fueron cambiando la fisonomía del castillo, pasando del románico inicial al barroco del siglo XVIII.
Están documentados los litigios entre los señores del castillo y los habitantes de la ciudad de Samobor, recurrentes desde el siglo XV hasta 1769. Para inicios del siglo XX el castillo estaba en ruinas, y el conde de Erdödy-Kulmer, último propietario, lo vendió a la ciudad.
Hoy sigue en ruinas. Un ascenso de unos 20 minutos permite entrar libremente para ver la torre del homenaje y la pequeña capilla gótica de Santa Ana, del primer tercio del siglo XVI. En el siglo XVI el castillo comenzó a ampliarse paulatinamente hacia el norte, levantándose una sólida muralla defensiva con una torre pentagonal alrededor de la estructura original.
En el siglo XVIII la fortaleza sufrió profundas reformas, entre ellas la construcción de un edificio de tres plantas a modo de vivienda, perdiendo su carácter defensivo y convirtiéndose en un castillo de estilo barroco.

Precisamente parece que son esas ruinas uno de los motivos de la afluencia de turistas los fines de semana. Yo solo subí hasta la fuente que hay al principio del camino porque no llevaba el calzado adecuado para un ascenso por montaña.
De camino hacia el castillo pasamos por delante del museo de la ciudad, en el que no entramos (creo que estaba cerrado).