Último día en la selva, pero volamos hacía Bogotá a las 9 de la noche, así que tenemos todo el día por delante.
Nos hemos levantado a desayunar con los españoles. Cuando hemos llegado a la zona de comer, nos ha sorprendido una cabeza de caimán y una pata en la barbacoa. Tal cual. El padre de Macguiver salió anoche a cazar y trajo un caimán negro. Es una caza típica de ellos y se vende en los mercados a unos 10€ el kilo. Mientras Macguiver nos lo explicaba, nos reconocía que cada vez hay que irse más lejos porque van quedando menos. Dice que, sobre todo, se nota desde que cazan con escopeta, porque antes con arpón era más difícil cazarlos. Parece ser que hoy comemos caimán. Amy ha salido mientras hablábamos con una piel de caimán seca de un metro de largo. Esta cría va a ser dura de mayor, cada mañana nos ha recibido con un animal diferente. En cierto modo, es un estilo de vida envidiable para un niño, siempre y cuando estén adaptados a los mosquitos. Interacción constante con animales, decenas de niños de la misma edad y sin coches. ¡Qué maravilla!
Después del desayuno, nos hemos ido con Charly a echar la mañana en una canoa tradicional, remando por unos lagos y selva inundada que forma el Amazonas. Charly nos ha ido contando mil historias del Amazonas; el hombre tiene buena conversación y no es tan fantastico como Macguiver. Reconoce que los duendes y espíritus del Amazonas son creencias culturales, pero a veces a él le cuesta no creer en ellos. Es algo muy arraigado en la cultura, y el hecho de vivir rodeado de selva hace que se preste a explicar de forma mágica tanto sonidos como acontecimientos traumáticos, tales como muertes o desapariciones. Nos cuenta que la familia de Macguiver es muy creyente en estos temas y para el es algo 100% real.
La ruta con la canoa ha estado bonita. Hemos ido por un bosque inundado precioso, lleno de unos árboles tipo ficus con raíces aéreas que crean minibosques. Se ven locales pescando artesanalmente en el bosque inundado y de vida se dejan ver rapaces y garzas. El día está con mucho viento y dice Charly que así es muy difícil ver los delfines porque se confunden con el oleaje. Desde el lago, hemos estado un rato buscando delfines y, remontando el Amazonas, hemos paramos en la casa flotante de un amigo de Charly, donde nos hemos podido tirar al rio a bañarnos nuevamente.
De vuelta a las cabañas, nos esperaba un buen plato de caimán, arroz y lentejas. Nos han servido carne de la pata; la cabeza seguía haciéndose en la barbacoa a fuego lento. A la noche nos cuentan que se juntan las dos familias, la de charly y la de su mujer, se sientan en el suelo alrededor de la cabeza del caimán y van cogiendo trozos, directamente de la cabeza, mientras se la comen y beben todos juntos. Es algo 100% cultural porque la carne no es nada del otro mundo. Una carne dura, con sabor a barbacoa y un regusto que no sabría si clasificarlo como a pescado o pollo. Con ají está bueno, pero habiendo pollos en abundancia, no hay necesidad de matar un caimán, más allá de lo cultural.
Hemos echado la sobremesa con la familia y, a las 15:00, hemos cogido la barca para Leticia tras despedirnos de la familia entera. Hasta la niña pequeña se ha venido en el barco para decirnos adiós, totalmente recomendable la estancia con ellos. Un encanto la familia entera. Dos horitas de navegación para llegar al caos de Leticia, tras 4 días en Puerto Nariño es abrumador.
Estaba atardeciendo y hemos ido a lo que llaman el parque de los loros a hacer tiempo. Es un parque en el que, al atardecer, llegan miles de cotorras a dormir. Son literalmente miles; el ruido se hace tan fuerte que hasta dificulta hablar. Es curioso que se lie esta pajarería en medio del parque del pueblo. Si esto pasa aquí, ¿qué no pasará en medio del Amazonas? Ya de noche, hemos comido pollo asado y a las 21:00 para Bogotá. Nos ha recogido nuestro amigo del alojamiento y a dormir, que mañana salimos a las 8 para Curaçao.