Tres meses han pasado ya desde que volvimos de este maravilloso país, fui con un flechazo y volví completamente enamorado.
Egipto no deja indiferente a nadie y solo puede variar la intensidad como lo vives. Si bien en un primer momento, el primer día, es cierto que Oriente me golpeó con todas sus fuerzas y me sentí un poco fuera de lugar en cuanto le tomas el pulso y entiendes su dinámica sólo tienes que dejarte llevar, vivir el presente y disfrutar a tope de este maravilloso destino.
Desde pequeño soy un amante de la cultura egipcia, he estudiado, visto y leído vorazmente miles de páginas sobre el Antiguo Egipto pero nada se asemeja a cuando estás allí, lo tienes delante y lo visto en televisión o leído en un libro queda en recuerdos que son sustituidos por la realidad y que nunca se irán de tu mente.
Egipto es eterno y nos hace participes de su eternidad y de su inmortalidad. Nos enseña que el tiempo es una tontería porque ellos son los dueños del tiempo. Caras gráciles, colores vibrantes, pequeños detalles... que han vencido al tiempo y llegado a nuestros días como si nada hubiera pasado, como si el tiempo entre ellos y el nuestro fuera de solo un segundo.
Tres meses han pasado ya de nuestro viaje a Luxor. Con los sentimientos y los recuerdos ya interiorizados seguimos comentando anécdotas que nos pasaron, seguimos recordando a esas personas que conocimos, esas comidas que comimos y esos caminos que recorrimos. Con la mente puesta en volver el próximo año otra vez, porque ahora Egipto se ha convertido en nuestro rincón de descanso y de desconexión y por qué no de comunión con los egipcios, su vida, su entorno y su inmortalidad.