![]() ![]() Ruta por el Oeste Americano ✏️ Blogs de USA
Ida Madrid – San Francisco, vuelta desde Los Ángeles y dos semanas en medio para recorrer el Lejano OesteAutor: Vetonia Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (10 Votos) Índice del Diario: Ruta por el Oeste Americano
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Etapas 19 a 20, total 20
Lunes, 30 de septiembre de 2019
Tocaba hacer el equipaje ya de forma definitiva. Deshacernos de nuestra querida nevera de corcho y de las botellas de agua sobrante. Avisamos en recepción de lo que quedaba en la habitación por si alguien lo podía aprovechar. Al regresar a por las maletas, vimos la neverita en un cuarto de mantenimiento sirviendo para guardar cervezas, nos dio casi pena. Nuestro vuelo salía por la tarde y, aun teniendo en cuenta que nos gusta llegar al aeropuerto (y más a uno desconocido) con tiempo de sobra, el caso es que teníamos la mañana libre. No nos aventuramos hacia el centro por si surgía algún imprevisto que nos impidiese regresar a la zona del hotel con tiempo, así que cogimos el coche para un trayecto corto (pero con cuestas) y nos limitamos a dar una vuelta por la playa cercana, no era Santa Mónica, bastante alejada, ni siquiera Venice, pero Manhattan Beach nos dio una idea de cómo son las playas californianas. Blanca y enorme. Teníamos un muelle bonito con un acuario en su parte final, una bonita pasarela de madera desde la que observar a los surfistas y un paseo marítimo al estilo americano, sin terrazas ni chiringuitos donde tomar algo mirando el mar. ![]() ![]() De Los Ángeles a Madrid Antes, teníamos que devolver el coche en las oficinas de Álamo. Le habíamos dado un repaso de limpieza a base de toallitas húmedas y sacudir algo el polvo y esperábamos no tener problemas con la entrega, ya que, sobre todo yo, había fumado todos los días dentro, cosa que está prohibida. Después de la experiencia de la Toscana, donde nos descubrieron un arañazo en el paragolpes delantero que supuso la friolera de más de 400,00 € (que luego pagó el seguro, sí) no las tenía todas conmigo. Principalmente porque el recorrido por Monument Valley y la subida a Muley Point había sido por carreteras sin asfaltar y circular por pistas de tierra no está permitido con coches de alquiler, ni siquiera con los SUV, como nuestro Arizono. Pero no hubo ningún problema, nos dijeron que el coche estaba perfecto y nos llevaron en un minibús de la compañía hasta nuestra terminal, la B, o Tom Bradley Terminal. Allí tocó esperar, picoteando algo de merienda de nuestras sobras y haciendo tiempo viendo pasar a la gente, fumando como una descosida para enfrentarme a otro largo trayecto en que sabía que lo echaría de menos. A la hora de facturar (por cierto todo a través de máquinas automáticas para sacar la tarjeta de embarque), mi maravillosa flecha navajo era un problema. No estaba permitida en el equipaje de mano y no cabía en ninguna de las dos maletas. Decidí, en el mostrador de facturación, partirla por la mitad y meterla en la maleta, como ya había pensado hacer si no quedaba más remedio. Ya en casa, pude pegarla y la herida queda tapada por las cuentas de colores que lleva enrolladas en el centro del asta. El vuelo, otra vez con Norwegian como el de Nueva York, esta vez, por el tipo de billete, supongo, estuvo algo mejor. No nos tocó en la fila del medio, si no en una lateral, con un chico español en la ventanilla con el que charlamos bastante, sobre todo al principio, luego, suerte él, se durmió la mayor parte del viaje. Yo apenas descabezo algún ratito en estos trayectos tan largos y se me hace muy pesado, pero se pasó viendo pelis, haciendo solitarios, cenando y desayunando con lo que nos dieron. Llegada a Madrid sin incidencias, taxi a casa y, al día siguiente, sin tiempo ni para ver las fotos, vuelta al trabajo. Etapas 19 a 20, total 20
Sacar conclusiones de un viaje, nada más volver, no me deja perspectiva porque los recuerdos son demasiado vívidos, porque no he masticado las sensaciones y aun confundo las expectativas y las imágenes que me creé antes de ir, con las realidades vistas y con los resultados de las fotografías.
Por eso, ahora, cuando ya han pasado unos meses, soy capaz de cribar y me voy dando cuenta de qué es lo que se me ha quedado de verdad grabado en el disco duro. Ver ahora, para redactar este relato, las imágenes de Google sobre las carreteras recorridas, buscando aquellos puntos por los que pasamos, me emociona más incluso que cuando las miraba para hacerme una idea de lo que iba a encontrar. Ya he estado allí. Puedo cerrar ese capítulo de deseos y dejar espacio para otros nuevos. Como era de esperar, no todas las expectativas se cumplieron en la misma medida. Sigo lamentando no haber estado al caer la tarde en alguno de los puntos más exóticos de nuestro recorrido para disfrutar de la luz anaranjada del atardecer, o no haber podido subir a un tranvía en San Francisco, y sé perfectamente que es muy difícil que vuelva a ellos. Pero tampoco esperaba absorber de Yosemite energía para, al menos, una década, hasta que se diluya con el tiempo. En medio de esos dos extremos mil sensaciones. De orgullo, por haber sido capaz de hacer este viaje y de ofrecérselo a mi hermano, para quien ha sido algo muy especial. Me siento más formada, no solo como viajera (que también) si no como persona. De cada destino me traigo esa sensación ya conocida. Enfrentarme a situaciones desconocidas e ir saliendo de ellas con más o menos tropiezos (qué lástima no dominar el inglés) pero saliendo hacia adelante, por supuesto. Entender un poco mejor una cultura que vemos día sí día también a través de una película, de un documental, de las mismas noticias diarias. Escarbar en los motivos por los que la gente da una imagen concreta. Viendo dónde viven, lo que comen, cómo visten o dónde compran es más sencillo entender sus motivos. Y, por todo ello, valorar mejor aún todo lo que tenemos el privilegio de disfrutar aquí, en esta península al sur de Europa digna de ser envidiada. Si de mi primer viaje internacional, a Roma, me vine con la sensación de que los italianos son muy exagerados para los tamaños, viendo sus monumentos, de Estados Unidos tengo que decir que la propia naturaleza los ha dotado de excesos excesivos. Tal cantidad de espacio, aun hoy en día, cuando nos apiñamos en las ciudades, para ellos es lo normal. La mayoría de las familias de ese país viven en casas individuales, incluso en grandes ciudades. Salir a la carretera como nos lo ha vendido el cine, encuentra sentido en esas distancias tan enormes entre dos puntos, no ya habitados, si no, simplemente ocupados. Horas al volante para pensar, acertar o equivocarse por completo en las conclusiones. Espacios donde poder gritar con la seguridad de no llegar a ser escuchado, con el premio de libertad y el castigo de soledad que eso conlleva. De cara al público, sus espacios naturales son casi perfectos, en organización y en diseño, en lo que se haya tenido que diseñar, porque la obra ya estaba hecha. Recorrer nuevos caminos al volante de un coche, por el simple hecho de ir cambiando la panorámica a través del parabrisas es uno de mis mayores disfrutes. Me gusta conducir, además. Y este destino era la meta soñada, ahora ya, disfrutada. Etapas 19 a 20, total 20
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