![]() ![]() Ruta por el Oeste Americano ✏️ Blogs de USA
Ida Madrid – San Francisco, vuelta desde Los Ángeles y dos semanas en medio para recorrer el Lejano OesteAutor: Vetonia Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (10 Votos) Índice del Diario: Ruta por el Oeste Americano
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Etapas 7 a 9, total 20
Jueves, 19 de septiembre de 2019
Siempre me ha parecido muy sugestivo lo de poder salir directamente al exterior desde la puerta de mi “casa”. Me parece la mejor forma de comprobar qué tal día hace, si debo ponerme manga larga o corta y si respiro el aire (sobre todo el aire del campo, claro) igual o mejor que el día anterior. Por ello, salí con mi café aguachirri y mi Ducados a echar un vistazo, a seguir tomando conciencia del momento. El gran viaje tantas veces imaginado estaba en marcha. Las pruebas de ello me rodeaban, un coche alquilado a la puerta, una maleta sin apenas deshacer, un saloon al otro lado de la carretera, donde los fines de semana se organizaban bailes con música country... ¡ESTÁBAMOS EN RUTA!!! Y el destino del día suena bien hasta viéndolo por escrito: Yosemite. Llegamos a la entrada sur del Yosemite National Park donde adquirimos el American Beauty, el pase anual, y accedimos al párking de Mariposa Grove Wellcome Plaza donde dejamos el coche para tomar el bus del parque que nos adentraba en el bosque de gigantes desde donde poder hacer una pequeña ruta entre secuoyas. ![]() La mañana estaba preciosa, buena temperatura, poca gente y las ardillas nos dieron la bienvenida cruzándose en nuestro camino cada pocos metros. La vista se elevaba constantemente para verificar que es cierto que un árbol puede arañar las nubes y los troncos vencidos y las raíces de los caídos parecían aportar pruebas de un proceso extraordinario. La intención era dar una corta vuelta, disfrutar de un paraje tan extraordinario, ver al Capitán Grant y el tronco abierto en canal por los desaprensivos que vieron la oportunidad de hacer un túnel vegetal donde seguro que no era necesario, pero acabamos haciendo el Grizzly Giant Loop Trail, algo más largo. Así tuvimos la ocasión de cruzarnos con algunos ciervos (uno hasta se dejó fotografiar) ![]() , y de entrever un pájaro carpintero. Había un grupito de personas hablando en susurros al pie de un árbol con la vista fija entre el follaje superior y allí estaba el auténtico Pájaro Loco de los dibujos animados. Mucho más grande de lo que me imaginaba que eran. De regreso a nuestro Arizono (el Hyundai tenía matrícula de Arizona) continuamos hacia el Valle para entrar a él por el famoso mirador de Tunnel View, tachando de la lista la subida a Glacier Point, no nos iba a dar tiempo. Allí saqué la que, seguramente, es una de las mejores fotografías de mi vida, pero es que mires a donde mires, todo son postales. ![]() Pasamos el resto del día recorriendo el valle, parando en la Bridalveil Fall, rodeados de gente y de cuervos. Aunque no nos encontramos con grandes aglomeraciones en ningún momento. Las expectativas las tenía muy altas, y en varios puntos se iban viendo cumplidas, pero al llegar a Swinging Bridge se desbordaron. Belleza en estado puro, apenas contaminada por unos pocos humanos que mancillaban la sinfonía de verdes. Si ya la cascada hubiera llevado agua imagino que me habría dado un fuerte episodio de síndrome de Stendhal. Hasta ese momento, mi mayor sensación de estar viendo algo extraordinario construido por la naturaleza sin la ayuda de la humanidad se centraba en el recuerdo del valle de Ordesa, seguido muy de cerca por el de Pineta, en mis queridos Pirineos. Pero reconozco que el rio Merced, escaso de caudal, lento en su discurrir bajo la estructura de madera del puente, refleja un mundo de cuento, parece irreal, parece pintado, parece mentira que el desorden natural origine tal cuadro de tonos y perfiles conjuntados de manera tan armoniosa. ![]() Todavía quedaba día para alucinar con otro escenario natural digno si no de un cuento, sí de un sueño: el paso por Tioga Pass. En lo alto del puerto, a última hora de la tarde, entre las luces que dejaban pasar las nubes que descargaron una granizada importante, el lago Tenaya se erigió en espejo empañado de otra visión. ![]() Montes de granito salpicados de pinos que crecen en grietas imposibles, bosques oscuros y el chivato de alerta por peligro de heladas que se encendió en el salpicadero, conformaron otro escenario nunca visto. ![]() Bajando hacia la vertiente oriental de Sierra Nevada tocaba ver hasta dónde llegaríamos con buena luz para buscar alojamiento para esa noche. Llevaba varios moteles seleccionados entre Lee Vining y Lone Pine. Desde justo a la bajada del puerto hasta la misma entrada a Death Valley. Acabamos en Bishop, el destino más probable, pero como no había seguridad, no lo llevaba reservado, tocó buscar y tras un intento fallido nos acogió el Bishop Thunderbird Motel, y la habitación que nos asignaron, la 18, tenía a la puerta 3 bonitas Harleys aparcadas. Por supuesto, dos camas enormes, baño, microhondas y nevera. Decidimos salir a cenar y lo hicimos en un restaurante mejicano, con la esperanza de poder leer la carta y hacernos entender. Esa parte sí la conseguimos, pero las costillas que pedí, esperando una carne asada, “en seco” resultaron ser una especie de estofado y el pollo que pidió mi hermano, estaba especiado de forma extraña para nosotros, tampoco nos gustó. Las patatas sí. Bueno, al menos habíamos entendido a la camarera y ella a nosotros, pero se quedaron sin propina. Etapas 7 a 9, total 20
Viernes, 20 de septiembre de 2019
Si algo nos esperaba en este viaje eran contrastes. Y uno de los más llamativos era el que nos tocaba para este día. De los apenas cinco grados de Tioga Pass íbamos a pasar a los 36 del Valle de la Muerte. De los bosques y frondosidades de Yosemite a las llanuras de sal de Badwater. El camino por la US-395-Sur, pasando por Big Pine, Independence y Lone Pine hasta tomar la CA-190-Este lo disfrutamos muchísimo. Era nuestro segundo día en ruta, y aquello verdaderamente se parecía al Lejano Oeste imaginado tras años de ver westerns. Fueron nuestros primeros kilómetros compartidos con los vehículos que más veríamos en estos días de carretera: camiones, furgonetas tipo Pick-up y autocaravanas. De estas, muchas espectaculares, tamaño autobús. Fue la primera vez que vimos una de éstas arrastrando un coche, un utilitario enganchado a la parte trasera de la caravana, justo al revés de lo que nuestra poca experiencia de caravanas sabía, normalmente, aquí en España, el coche tira del remolque. ![]() Esta vez sí localizamos claramente el cartel del parque para hacernos la foto antes de entrar. Y esta supervivienda rodante se paró tras nosotros, no para hacerse ellos la foto, al parecer (igual habían visitado aquello cien veces o no les daba por hacer este tipo de fotos) sino para ofrecerse a sacarnos una a los dos juntos. Un ejemplo de lo maja que fue la gente que nos fuimos encontrando. En su mayoría, educados, amables y muy cumplidores de las normas de circulación y de civismo. Tocaba buscar un café (o sucedáneo más bien) y no parecía que fuera a haber muchas opciones tras entrar al parque, por lo que aparcamos nada más vislumbrar las destartaladas instalaciones de Panaming Spring. Llevaba mi hermano el coche y se estaba complicando innecesariamente el aparcamiento, había sitio de sobra, justo enfrente de la puerta del local, cuando solté una expresión que nos hizo reír a carcajadas a los dos: - ¡Aparca en el siguiente cactus! Como si fuera lo más natural del mundo dar la referencia de un espacio en función de estas plantas tan poco habituales por nuestro entorno más habitual. Al pseudocafé solo me animé yo, él prefirió tomar algo de nuestras reservas (yogur bebido y unas cookies) pero nos sentamos en el porche a ver la vida pasar y no había mucha vida que mirar, la verdad. Habíamos entrado en un desierto de verdad, seco, seco, plano y desnudo. Pero prometía. Al menos a mi hermano le entretuvieron tres chicas que llegaron durante nuestro almuerzo y se estuvieron cambiando de ropa en el coche. La siguiente parada era para ver lo más esperado de un desierto: dunas. Mesquite Flat. ![]() De allí me vine con un pedacito de rama reseca como recuerdo, que se unió a los souvernirs naturales que ya llevaba, a saber, una piedrecilla del Valle de Yosemite y un piñón de secuoya y posteriormente se completaría la colección con una ramita de pino del Gran Cañón y un puñadito de arena roja de Arizona. Era temprano todavía, pero el termómetro del coche no dejaba de subir mientras enfilábamos hacia las explanadas de sal de Badwater Basin. Hubo momentos en los que no se veía ningún otro coche ni en la misma dirección que nosotros ni viniendo de frente, y aquellas soledades son grandes, como casi todo en este país enorme, la escala a utilizar es distinta a la que estamos acostumbrados. Sí había público en el punto más bajo de Norteamérica, 85 metros por debajo del nivel del mar. Y calor. De hecho, una señal de prohibido indicaba que no se recomendaba pasar más de 10 minutos al sol. Aun así, la gente se alejaba bastante del párking; no yo, por supuesto, con sombrerito (el viejo de paja que llevé, que aún no había sustituido por el deseado de cowboy) y con agua en la mano, aparte de la cámara al cuello, poco me alejé de la rampa. Sobre todo porque mi hermano localizó un ave en el charco rojizo, parecía una cigüeñuela y me extrañó mucho verla en aquél sitio. Pobre, igual estaba herida cuando su bandada pasó por allí, pero no lo parecía. Eso sí, no había más. ![]() De regreso hacia la carretera 190 hicimos el desvío para ver Artist Palette, donde los colorines parecen esparcidos de forma artificial sobre las rocas. Pero muchos, eh? No solo tonos de rojos de las rocas o amarillos de la arena, hay azules, verdes, morados, rosas, creo que todos los colores están representados y en diferentes tonalidades según la incidencia de la luz, de la sombra, de la hora del día. El paisaje, aquí, es el escenario perfecto para una peli del espacio, donde se visitan planetas extraños. La carretera, con el asfalto como recién barrido y pintado de negro, resaltaba entre los amarillos predominantes como un brochazo. Ya enfilando hacia Death Valley Junction, por donde había leído que teníamos una nueva carretera a Pahrump que nos ahorraría kilómetros, una parada más, Zabriskie Point. Por increíble que pueda parecer, subí yo sola, y ¡era cuesta arriba! Pero con mi maravilloso bastón plegable de trekking me asomé a estos miradores para ver más piedras, más arena y más amarillos. Mi hermano prefirió echarse un cigarrito tranquilamente, supongo que llevábamos ya muchas piedras en dos días y mi hermano es más bien urbanita. ![]() En este tramo realizamos un pequeño desvío para fotografiar los típicos depósitos de agua oxidados que hemos visto tantas veces en el cine. ![]() Creíamos que la carretera atravesaría por el medio del pueblo, ya que no había circunvalación, pero Pahrump es uno de esos pueblos (como todos los que vimos) superdesparramaos. Ocupa una extensión enorme, teniendo en cuenta que tiene más de 30.000 habitantes, podría esperarse algo grandecillo, pero es que se perdía en la distancia, ocupando todo un valle. Claro, la mayoría de las viviendas son casas individuales, al menos no apreciamos ningún edificio alto, ni al cruzar por el “centro” ni a lo lejos. Esa noche se iba a poder resarcir. No teníamos, ninguno de los dos, grandes expectativas sobre nuestra única parada en el estado de Nevada, pero nos iba a sorprender. Lo de atrochar por una carretera nueva sonaba bien, pero la pena es que no estaba terminada y durante muchos kilómetros (perdón, millas) los carriles se iban cortando y los desvíos creaban retenciones entre la maquinaria que trabajaba en ella. Aquí fue donde descubrí que Arizono tenía control de velocidad de crucero, que me resultó muy práctico en días sucesivos; sin embargo, a mi hermano no le gustó usarlo. La vimos a lo lejos, antes de llegar, lo que habíamos oído: una ciudad en mitad del desierto, Las Vegas. Etapas 7 a 9, total 20
Aquí sí tenía claro qué noche llegaríamos, y aunque tenía entendido que los fines de semana se encarecen los alojamientos, nuestro hotel, reservado con meses de antelación, fue el más barato de todo el viaje, 52,00 $ la noche; eso sí, era un poco cutre, pero lo básico, como siempre, estaba correcto, sábanas y baño decentes y la ubicación buena sin estar en pleno Strand. La llegada, a última hora de la tarde, pero de día aun, nos deparó bastante tráfico, en las larguísimas avenidas que tomamos para llegar al hotel. Era el Fortune Hotel & Suites.
Desde allí, en unos 15 minutos andando estábamos en el Times Square de Las Vegas. El punto donde hay cuatro puentes para cruzar las calles y, que yo viera, tres de sus extremos desembocan en un casino. Cada esquina es un espectáculo, el Bellaggio, el París, el Caesar y el Flamingo. Nuestro destino eran las fuentes del Belaggio, pero las encontramos abarrotadas y, además llevábamos hambre. Encontramos una pizzería como en un puesto de mercado del centro comercial que hay al bajar el puente, antes del Casino París y pillamos una pizza individual y una botellita de agua por 10$ cada uno. Nos las llevamos a las puertas del Caesar, donde había unos muretes con plantas y allí nos instalamos para nuestra cena. Espectáculo no nos faltaba. Junto al de las fuentes, que no podíamos ver desde allí, pero sí oír, porque estábamos justo al lado, lo más variopinto de la publicidad que se hacen los casinos pasaba ante nosotros. Chicas vestidas de coristas (mejor sería decir decoradas, porque llevaban más metros de plumas que de tela) de varios colores, de rojo las del Flamingo, por ejemplo, y otras que, quizás, simplemente se sacaban unos dólares posando para fotos con los turistas, y protestando cuando las sacaban sin permiso. Superhéroes y muñecos Disney, por supuesto y, sobre todo, el movimiento de los visitantes, de cualquier parte del mundo. Intentábamos adivinar procedencias por las caras, por la ropa, por la pinta en general, por retazos de conversaciones, fue un rato muy entretenido, y, para ser la capital del ocio, pues no nos salió nada caro. Aguantamos un par de sesiones de las fuentes, viendo bailar al agua al ritmo de Michael Jackson y de otro tema electrónico demasiado moderno para mí. Casi prefería los temas de Disney que habían sonado durante nuestra cena… Entramos en el Caesar y alucinamos con la reproducción de la Roma clásica que se tiene marcada. Templetes, pasillos con falsos frescos, pan de oro y mármoles de atrezo, pero resultones a no poder más. Y para ir de una sala a otra, por supuesto, pasillos de tragaperras, salas de ruletas y juegos de cartas y “bucha” gente. ![]() Me jugué un dólar en una tragaperras y, por supuesto, lo perdí. Pero tanto me entretuve mirando a ver si realmente ya había terminado mi jugada, que una chica del establecimiento se acercó a ver si tenía algún problema con la máquina. Es que perder dinero es algo muy rápido en Las Vegas, ni te enteras y ya no lo tienes. Menos mal que ese vicio no lo tenemos ninguno y somos prudentes (por necesidad) en esto de los riesgos financieros. ![]() Había visto algún documental del Venetian y, como no estaba muy lejos (todo parece mucho más cerca de lo que está en realidad) pues nos fuimos a dar una vuelta entre góndolas. Y las hay, con gondoleras que cantan y techos pintados de cielo azul y suelos decorados como adoquines mojados en lo que fácilmente se podría confundir con una plazuela italiana. ![]() Vimos de lejos los fuegos artificiales del Treasure, creo que tienen un espectáculo chulo con barco pirata y todo, pero no me quedaban muchas fuerzas y acabamos frente a un coche deportivo que exponían delante de una heladería tomando un helado y de ahí al hotel. Etapas 7 a 9, total 20
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