17 de febrero. Es domingo y ya nuestro anteúltimo día en la isla.
Era momento de dedicar el día a la diversión de las niñas así que decidimos visitar por segunda vez Anakena, la paradisíaca playa de la isla.
Antes dimos algunas vueltas por Hanga Roa, y junto a la iglesia bajamos a ver un mercado de artesanos ya que hasta ese momento no habíamos comprado ningún souvenir.
Hay artesanías de todo tipo, desde los clásicos imanes o llaveros con forma de moais que salen unos 2 dolares cada uno, hasta fantásticas piezas gigantes representando moais, tablillas Rongo Rongo, y otras figuras de la cultura Rapa Nui, que cotizaban a precios realmente caros!
Compramos algunos recuerdos para nosotros y unos regalitos para amigos. En esta feria de artesanos fue el único lugar de la isla donde pude regatear un poco los precios.
El resto de la tarde lo pasamos haciendo playa, aunque por cierto, ese día como era domingo, prácticamente todos los locales parecía que se habían ido a pasar el día a Anakena, así que no tuvimos “exclusividad” en la playa como la primera vez. De todas maneras lo pasamos fantástico, bañándonos, tomando sol y admirando constantemente a los moais guardianes de la playa del Ahu Nau Nau.
Rumbo a Anakena, un camino que se funde con el mar
Bien entrada la tarde, dejamos la playa y encaramos con el auto a hacer un tramo de ruta que no habíamos conocido hasta ese momento. Empalmaríamos Anakena con el camino costero que lleva a Tongariki y el Rano Raraku.
Parece repetitivo, pero nuevamente nos encontramos con paisajes idílicos y solitarios. En esa ruta pasamos por la playa de Ovahe que está próxima a Anakena, y luego fuimos a conocer un lugar de mucho significado místico para los Rapa Nui: el llamado Ahu Te Pito Te Kura.
En ese lugar, a pocos metros de un gigantesco moais derribado llamado Paro, y a metros del mar, se encuentra una piedra redondeada que indica, según la leyenda, el punto exacto del Ombligo del Mundo y que se cree tiene poderes magnéticos. Cuando llegué, un grupo de personas se abrazaban a la piedra redonda recargando energías. Esperé pacientemente mi turno, y por supuesto, toqué la roca buscando cargarme de energía. Otro momento de enorme emoción sin duda, entre los muchos que vivimos en este viaje!
El moai Paro, en el Ahu Te Pito Te Kura
El centro del universo, para los antiguos Rapa Nui
Cargándome de energía
Siguiendo el camino paramos luego en el sitio arqueológico de Papa Vaka que consiste en un conjunto de petroglifos, es decir, dibujos grabados en la roca, hechos por los antiguos rapa nui con distintas temáticas marinas. Pudimos observar dibujos de un atún, de un tiburón, canoas, anzuelos y otros.
Camino de vuelta volvimos a pasar por el Ahu Tongariki, y siguiendo la ruta disfrutamos de más y más hermosos paisajes y otro bello atardecer. En realidad me pregunto: ¿habrá algo que no sea bello en esta mágica isla?
Luego, ya de vuelta en Hanga Roa otro rato en la plaza para que las niñas sigan gastando energía (¿Cómo es que aún tenían tanta luego de todo un día en el agua y la arena?)
Vuelta a la casa, a bañarse todos, cenar y tratar de dormirnos temprano. Nos quedaba solo un día por delante y decidimos que no podíamos irnos de Rapa Nui sin ver el amanecer en el Ahu Tongariki.