Lunes 18. La alarma del móvil suena 6 am. Era tal el silencio reinante que podíamos oir claramente las olas del mar romper en la costa que estaba a unos 400 metros de la casa. Nos levantamos con mi mujer y estuvimos unos minutos deliberando: que las niñas dormían profundo, que el camino hacia Tongariki podía resultar peligroso ya que era noche cerrada, no hay luz alguna y se nos podía cruzar algún caballo…
Pero finalmente nos pusimos de acuerdo que esta era una de esas excursiones que solo una vez en la vida podrían hacerse, así que preparamos un desayuno para llevar en el auto, levantamos a las niñas y salimos con mucha precaución, mientras recién algún gallo lejano, de los muchos que hay en la isla, daba sus primeros cantos.
Nuestros temores fueron infundados, manejando con precuación y tranquilidad, se llega fácilmente a Tongariki a pesar de la oscuridad. Eran las 7 am y apenas comenzaba a aclarar. Cuando llegamos vimos que no eramos los únicos locos que habían madrugado.
Unas 30 personas mas estaban allí con sus cámaras buscando la toma perfecta. Durante un buen rato sólo se veian los fogonazos de los flashes de las cámaras, pero lentamente el sol fue asomandose detrás del mar y nos brindó un amanecer único e inolvidable detrás de los 15 moais del Tongariki.
Al rato, ya se proyectaba una larga sombre de los moais sobre el prado verde.
Todos los visitantes se comenzaron a ir de a poco. Justo en ese momento una tropilla de caballos apareció en el lugar regalándonos otra postal imborrable para ese momento.
Volviendo a Hanga Roa pasamos por la oficina de LAN para hacer el web check in del vuelo del día siguiente y cargamos gasolina al jeep. (como todo en la isla, carísimo: 50 dolares aproximadamente en llenar el tanque). De todas maneras, el consumo del pequeño 4 x 4 fue eficiente ya que en 5 días exactos que lo tuvimos alquilado, anduvimos de aquí para allá todo el tiempo.
El resto del día lo dedicamos al relax, incluyendo una buena siesta para curarnos del madrugón, y cayendo la tarde decidimos ponerle el broche final a nuestra experiencia en Isla de Pascua, yendo al primer lugar al que fuimos cuando llegamos: el Ahu Tahai. Allí, otra majestuosa puesta del sol fue el telón para un viaje perfecto que jamás olvidaremos.
Al día siguiente nos pasaron a buscar a media mañana para ir al aeropuerto. Compramos una máscara de un espíritu Kava Kava para colgar en nuestro living, ya que según la leyenda, este espíritu es protector del hogar.
Luego, esperamos pacientemente el avión en unos asientos al aire libre que hay en el aeropuerto, prácticamente al lado de la pista.
Puntualmente embarcamos y luego de un placentero viaje de 4 horas y media, estábamos aterrizando en Santiago de Chile.