Amanece nublado. Parece que la previsión de lluvia se va a cumplir.
Delicioso desayuno para despedirnos de Puerto Varas.
En unos 20 minutos estábamos llegando a Puerto Montt desde Puerto Varas.
Puerto Montt es una ciudad que, probablemente, tiene sus atractivos, pero nuestro único interés era pasar por la oficina de Naviera Austral, en la costanera, para comprar los pasajes del ferry de Hornopirén a Caleta Gonzalo para el día siguiente. Normalmente, el ferry no se llena y no es necesario reservar, pero siendo temporada alta, no queríamos correr un riesgo innecesario.
Pasado Puerto Montt comienza la Carretera Austral. Justo pegada al mar, vamos recorriendo el Seno de Reloncaví. Pueblecitos de pescadores, casitas de madera salpicadas entre la vegetación y el mar, a cuyas puertas cada uno anuncia sus productos: pescado, centolla, pan amasado……………Iglesias de madera con tejuelas de alerce.
Porque la madera de alerce es muuuuy resistente. Nos contaban que las láminas de madera o tejuelas duran 200 años por una cara, y al cabo de ese tiempo, les dan la vuelta, y dura otros 200 años; por eso se ha usado mucho para revestir fachadas.
Pueblos pesqueros como Piedra Azul, donde las barcas de pescadores son parte de su paisaje costero.
Una fina llovizna hace acto de presencia.
De las varias opciones que había investigado para el día, la primera que queda descartada es la subida al Volcán Apagado. Con esta niebla, no veríamos nada desde arriba. En cambio, hace un buen día para internarnos en los bosques lluviosos…….La decisión ya estaba tomada!.
Lenca es otro de esos pequeños pueblos que salpican la costa. Ahí no teníamos problema para encontrar las indicaciones de la desviación hacia el Parque Nacional del Alerce Andino. Por la estrecha pista ripiada, que en 7 Km nos lleva al punto de ingreso al parque, algunos carteles invitan a la reflexión.
En la entrada al parque, bajo la fina lluvia, el guardaparques nos explica los senderos existentes. Tras pagar los 1500 CLP por persona, y con el objetivo de llegar a la laguna Chaiquenes, ya estamos dispuestos para adentrarnos en el bosque.
Agradecemos la lluvia, que ha acabado con los tábanos, y podemos caminar en paz.
Por un sendero muy fácil, nos vamos sumergiendo en el mundo de las hadas.
Es científicamente conocido que en este bosque habita una gran diversidad de flora y fauna. Y, ciertamente, asombra durante la caminata. Tantos tipos de árboles y arbustos diferentes. Coigües, lengas, tineos, mañíos, canelos, ulmos, acompañan a los verdaderos protagonistas, los alerces, esos abuelos de los bosques chilenos, algunos milenarios, que, con su enorme porte, nos inspiran a mirar hacia arriba para descubrir sus copas que sobresalen sobre el resto de habitantes del bosque. También es obligado fijarse en sus troncos, gruesos y robustos.
Por momentos, me detenía a escuchar el concierto de una orquesta de cánticos, que multitud de aves se esmeraban en ofrecernos. Y es que aquí viven carpinteros, cachuditos, torcazos, y muchas especies que se esconden tras las ramas infinitas de los árboles.
Pumas, pudús, zorros, monitos del monte, completan el repertorio.
Pero, lo que nunca cuentan es que uno se siente en un país de hadas………..seguro que aquí habitan seres misteriosos, no puede ser de otra forma, viendo, oyendo y sintiendo este lugar.
“Quién no ha visto el bosque chileno, no conoce este planeta”. Pablo Neruda
Tras casi 4 km llegamos a los Saltos del Río Chaicas, una hermosa y potente cascada que se abre paso entre la exuberancia de la selva.
Sólo 100 metros más adelante, miramos hacia arriba para abarcar la envergadura de un gigante alerce milenario. Y es que los alerces pueden vivir hasta 4500 años. Símbolo de eternidad para los mapuches, que lo llamaban lahuán. Mantenían amistad con ellos y los protegían para superar la muerte. Actualmente, se encuentran en peligro de extinción.
A partir de entonces, el sendero ya no es tan cómodo, aunque sin más dificultad que una cuantas piedras resbaladizas y un cruce de un pequeño río, donde la fuerza del agua se ha llevado el puente.
Llegamos a la laguna Chaiquenes justo cuando la llovizna decide descansar y el sol asoma tímidamente. Un lugar de quietud, de sosiego, una laguna de aguas tranquilas envuelta entre la vegetación que puebla las laderas y llega hasta sus orillas. Un buen lugar donde descansar y reponer fuerzas.
Al regreso, los rayos de sol hacían brillar las hojas mojadas, y miles de tonos de verde se iban descubriendo en las laderas y en los bordes del camino.
Un paseíllo de 14 km.
Descargable para GPS: es.wikiloc.com/ ...id=6194844
Retomando la Carretera Austral, llegamos a Caleta La Arena, un conjunto de casas de madera en diferentes colores, sobre el mar y al pie de verdes montañas que caen abruptamente sobre el mar, recordando paisajes de islas del Pacífico.
Donde tenemos que esperar para embarcar en la barcaza que cruza, en media hora, el estuario de Reloncaví, para llevarnos a Caleta Puelche.
La hora de salida de la siguiente barcaza no estaba clara. Como ya sabemos que en la Patagonia los tiempos son relativos, y hay que contrastar la información, preguntamos a varias personas. Según una, saldría dentro de hora y cuarto (un poco extraño, ya que las salidas son cada 45 minutos). Según otra, saldrá en 5 minutos………. O sea que, hicimos la media, y calculamos que estaríamos saliendo en media hora. Así, teníamos tiempo para tomarnos unos cafés. Nuestro cálculo no falló.
Tras desembarcar en la rampa de Puelche, comenzamos nuestra andadura por la provincia de Palena, en el denominado Chiloé continental.
Los primeros kilómetros son de un asfalto tan reciente que todavía no figura en los mapas. Una vez que termina el asfalto y empieza el ripio, nos sentimos de verdad hacia la Patagonia salvaje, hacia el inicio de una nueva aventura por la Ruta Austral.
Al encontrarnos con los primeros ciclistas, me iba acordando de todos aquellos que conocimos el año pasado y que recorrieron la Ruta Austral en bici: Pepe e Isabel, los canadienses Caroline y su marido, los estadounidenses, la pandilla de jóvenes alemanes……….Todos los que nos cruzamos hoy van caminando bajo la lluvia, empujando la bici. Son unos valientes, pero se les ve sobrepasados.
¡Eso sí que es una aventura!.
Poco antes de Hornopirén las vistas se despejan, dejándonos entrever un bonito paisaje de la costa.
Hornopirén es nuestro destino final del día. Un pueblecito al borde del fiordo, sobre el que caen las montañas. En este lugar, las montañas se permiten el capricho de rozar el mar.
Sus 2400 habitantes están íntimamente unidos al mar y al fiordo: pesca, cultivos de salmón, y actividades relacionadas con el turismo de embarque hacia la Ruta Austral.
Ubicado en un enclave magnífico, en un pequeño puerto protegido por montañas, en el corazón del fiordo Leptetú, donde no falta de nada: farmacia, gasolinera, centro de salud, tiendas, alojamientos…
Para dormir: Hotel Oecklers. Desde el principio me dio mala espina, y pensé que nos la iba a jugar. Aunque había reservado, la reserva no estaba anotada. De todas formas, tuvimos sitio porque otros clientes nunca llegaron.