Nuevamente madrugamos ya que sabemos que el día de hoy se presenta duro y cansado. El año pasado por estas fechas visitamos la Acrópolis de Atenas y recordábamos el calor que pasamos, aunque pronto descubriríamos que eso no fue nada con lo que nos esperaría en este viaje.
Tras un desayuno bastante mediocre en el que además nos atendió la mujer más borde y maleducada que encontramos en todo el verano, recogimos nuestras cosas y dejamos las maletas para no llevar los coches cargados a Efeso. Como el dueño del hotel no aparecía y la borde que estaba allí pasaba de todo, le dijimos que no podíamos esperar más y que pagaríamos a la vuelta, así que nos fuimos a realizar una de las visitas que más nos ha impresionado: las ruinas de Éfeso. Al realizar esta visita, es cuando uno se da cuenta realmente de lo que debía ser una ciudad romana, ya que su estado de conservación, la cantidad de edificios que puedes ver, la calzada romana, la incomparable Biblioteca de Celso, los teatros, las letrinas, las casas, en fin, el impresionante patrimonio que se conserva te hacen ver realmente lo que debió ser esta ciudad.
Pudimos realizar la visita sin ningún agobio de gente, ni en las taquillas ni dentro, así que después de aparcar el coche y tras comprarnos unos sombreros para cubrirnos del sol, entramos a disfrutar de esta joya arqueológica que nos impactó. Antes de entrar nos ofrecen un coche de caballos para llevarnos a la puerta de arriba sin cansarnos y así recorrer las ruinas sólo de bajada, ya que hay dos kilómetros de ida y dos de vuelta, pero tras rechazar la propuesta y cargados con botellas de agua, nos adentramos en esta maravillosa ciudad llena de historia y que nos pareció inolvidable.
A pesar del calor y de la distancia que hay que recorrer, vamos disfrutando con todo lo que nos encontramos a nuestro alrededor y pasamos aquí media mañana disfrutando de este lugar. El calor empieza a apretar ya fuerte y alguno de nosotros incluso se encuentra un poco mareado, así que una vez visitado todo tanto de subida como de bajada, cogemos nuevamente los coches y volvemos a Selçuk. La idea era visitar el castillo y las ruinas de San Juan Bautista así que nos acercamos allí para valorar si merece la pena la visita, pero con el calor que hace y después de lo que acabamos de ver, decidimos que ya está bien de ruinas por hoy y nos vamos a Sirince con el fin de visitarlo y comer allí.
Llegamos al pueblecito tras recorrer una pequeña carretera de montaña que hace que el viaje sea más lento de lo esperado y en seguida vemos que aunque es un pueblo pintoresco, es totalmente turístico y lo único que vemos son tiendas y mercadillos. Hace un calor de muerte pero aún así damos un paseo y realizamos algunas compras ya que los precios están bastante baratos, sobre todo el jabón natural de aceite de oliva y las pasminas y pañuelos.
Agotados y muertos de calor, buscamos dónde comer y como somos once personas recorremos algunos restaurantes donde no hay sitio y terminamos comiendo muy bien en el Dimitros, donde tenemos una maravillosa sombra. Nos tiramos como posesos a por unas cervezas frías y comemos una buena comida turca a buen precio, que será la tónica general durante este viaje.
Después de comer volvemos al Villa Dreams y tras dar unas cuantas vueltas porque habían cortado las calles con el mercado, conseguimos recoger nuestras maletas y salir con rumbo a nuestro primer destino de costa: Göçeck.
Es un viaje largo, de casi 300 km., que por carreteras turcas supone casi cuatro horas, así que ya de noche y sin incidentes llegamos a nuestro hotel, el Jasmin Apart.
Nada más entrar al hotel ya nos damos cuenta de que esto es otra cosa: está todo impecable, la piscina y el jardín cuidadísimos y los apartamentos grandes y muy bien equipados.
El calor es insoportable y lo primero que hacemos es poner el aire acondicionado a tope, pero entonces cunde el pánico: nuestro apartamento, que está en la primera planta y es enorme, tiene aire en el salón donde duermen los chicos pero en nuestra habitación no lo encuentro. Desesperada busco al dueño, que para colmo no habla inglés y por señas y como podemos le explicamos que es imposible dormir allí. A mí casi me da un ataque al pensar que tengo que meterme en ese horno, pero no hay ninguna opción de cambiarnos, así que le pedimos un ventilador y mi hermana se ofrece a cambiarnos el apartamento porque ellos de noche no ponen el aire, aunque luego reconocerán que alguna noche fue realmente dura de aguantar.
Tras este percance inicial y una vez instalados, nos vamos al puerto a conocerlo y cenar algo y aquí descubrimos gratamente que se trata de un lugar con mucho encanto. Elegí este destino por su ubicación y porque el alojamiento se adecuaba a nuestro presupuesto, pero sin saber muy bien lo que nos íbamos a encontrar, y la verdad es que nos encantó y estuvimos muy a gusto aquí. Es una zona totalmente turística y se ve que es de gente de dinero. Los precios son los más caros del viaje, el puerto está lleno de yates y gente guapa y bien vestida, y también vemos los barcos turísticos que realizan el tour de las 12 Islas. Decidimos informarnos de los precios y los diferentes barcos y finalmente reservamos una excursión para dentro de dos días en un barco que es un poco más caro que los otros pero como pudimos comprobar fue todo un acierto.
Tras cenar unas pizzas y unas fajitas en el West a precios bastante caros, volvemos dando un paseo a nuestro hotel pensando en empezar al día siguiente nuestros días de playa.
