IGUAZU
18.1.2018
Después del periplo por la Patagonia y la Tierra del Fuego nos desplazamos al otro extremo del país, la región de Misiones, en la frontera con Brasil y Paraguay. El vuelo con la compañía LATAM exige hacer escala en Buenos Aires y dura aproximadamente dos horas y media y me costó 260 euros, ida y vuelta, reservada en Travelgenio.
Si la Tierra del Fuego es húmeda y fría, la región de Iguazú es más húmeda aun pero cálida. De hecho nos recibe con una tormenta tropical que hace zozobrar el avión poco antes del aterrizaje.
Me alojo en una cabaña en la Posada 21 Oranges de Puerto Iguazú (C/Montecarlo s/n), establecimiento con encanto, atendido por personal muy acogedor y con un desayuno espectacular, cuya única pega es que queda lejos de la población, y no es que Puerto Iguazú sea una maravilla, pero es el único lugar donde hacer algo aparte de ver las cataratas. Por tres noches me cobran 165 euros.
Si no se quiere tomar un taxi (no se dice coger un taxi, aquí), que el establecimiento facilita a precio más favorable, la alternativa es ir a la carretera, que está a medio kilómetro aproximadamente, para tomar el bus, que es baratísimo. También aquí se puede tomar el autocar que va a la parte argentina de las cataratas (para ir a la parte brasileña tenemos que tomar el autocar desde Puerto Iguazú). Uno de mis errores fue venir del aeropuerto en un taxi oficial (550 pesos – 26 euros) y no avisar previamente al hotel para que me buscara un taxi más económico (me lo habían anunciado en el correo electrónico de confirmación de la reserva). Si el taxista del aeropuerto te propone llevarte al día siguiente a las cataratas, es mejor no aceptarlo, ya que la diferencia de precio con el autocar es muy grande y en cualquier caso se puede concertar el taxi en el hotel, que siempre será más barato.
Otra de la pegas del establecimiento es lo mal que funciona internet, pero casi habría que echar la culpa al servicio de teléfonos más que al hotel. Cuando a la noche me paseé por Puerto Iguazú sin alumbrado público, lo comprendí todo. Esta parece una población que ha crecido rápidamente sin orden ni concierto, como los poblados mineros del lejano Oeste, orientada especialmente a los turistas.
Finalmente recomiendo llevar un buen repelente de mosquitos. No es que hubieran muchos, pero por si acaso.
Tras instalarme en mi espaciosa cabaña, que cuenta con una buena nevera, me voy a Puerto Iguazú. Aquí todo está concentrado en tres calles, especialmente la avenida Córdoba, donde se apiñan la mayoría de restaurantes y la estación de buses urbanos e interurbanos
El primer día elijo para cenar el Dama Juana (Córdoba, 42), por su agradable terracita donde un señor tañe el arpa. Como plato principal tomo uno de los pescados típicos de la zona, el pacú, que no está mal del todo.
LAS CATARATAS DE IGUAZU
Hay que empezar diciendo que Iguazú no es una catarata, sino un conjunto inmenso de cataratas. Parece como si la mitad de un lago se hubiera hundido y le cayera toda el agua del mundo desde el otro lado.
Dicen las guías turísticas que las cataratas de Iguazú se ven desde Brasil y se sienten desde Argentina, por lo que es recomendable dedicar dos días a su visita, comenzando por el lado brasileño, pero si solo se dispone de un día, recomiendo el lado argentino, que es donde se sitúan la mayoría de las cataratas.
Me dirijo a Puerto Iguazú y tomo el autocar que por poco más de 4 euros (ida y vuelta) me lleva, tras ágiles gestiones en el paso fronterizo, a las puertas del parque brasileño de las cataratas. Tras pagar la entrada de 64 reales (unos 16 euros), tomamos otro bus interior que nos transporta a lo largo del parque, donde existen varias bajadas. Yo opto por bajarme frente al hotel, donde ya tenemos una panorámica magnífica. Desde ahí voy andando por el camino que me lleva hasta el puerto, al lado de la tremenda catarata Unión, la mayor de las del territorio brasileño. Muchos se hacen fotos en este punto.

Desde allí una pasarela nos situará encima de la conocida Garganta del Diablo, donde una curvatura del terreno forma una especie de canal por donde ingentes cantidades de agua se precipitan produciendo un ruido ensordecedor y una nube de vapor de agua que vuelve a lo más alto, empapándonos como pollos. La gente sigue haciéndose fotos, aunque la mayoría de ellas saldrán veladas por el agua.
Hay que tener cuidado con los coatíes, muy simpáticos, pero que nos intentarán robar la comida al menor descuido. Pude presenciar como uno de ellos saltaba sobre la bolsa de chucherías de un niño y se la arrebataba de la mano de un certero mordisco.

El lado brasileño tiene menos que ver que el argentino, por lo cual sobra tiempo para visitar el Parque de las Aves (11 euros), frente a la entrada del parque de las cataratas. El lugar es doblemente interesante, porque no solo se dedica a la exhibición, sino que constituye un centro de reproducción y recuperación de fauna autóctona.

A la vuelta, un reparador bañito en la piscina de la Posada y cena a base de algunas cosillas compradas en la Panadería – Confitería El Arbol Real, en la avenida Córdoba, frente a la estación de autobuses. Un estupendo lugar para comprar todo tipo de cosas comestibles para llevar o tomar in situ. El día ha sido largo, y hay que descansar para madrugar al día siguiente y visitar el lado argentino de las cataratas. Aquí es importante llegar pronto, pues hay bastante más visitantes que en el lado brasileño.
De buena mañana me sitúo en la carretera general, donde para el bus para las cataratas argentinas. Un avispado taxista se detiene allí mismo y las cuatro personas que estábamos esperando negociamos el traslado por el mismo precio que nos costaría el billete de bus (75 pesos el trayecto). Mis acompañantes resultan ser un matrimonio francés acompañado por la hija que vive en Argentina, por lo que aprovecho para practicar mi francés.
Aunque es temprano ya hay riadas de turistas que se dirigen corriendo a la parada de tren interior del parque (entrada 500 pesos). Si en Brasil era un autocar, en Argentina es un tren descubierto el que nos adentrará en este grandioso parque. Es obligatorio bajar en la primera parada, donde se agolpa otro gentío que está esperando para llegar a la Cascada del Diablo. Opto por hacer cola, porque después será peor; la cosa en realidad está bien organizada, ya que te dan un número de turno, por lo que no tendremos que soportar a los listillos que intenten colarse. A la tarde completaré los otros itinerarios en las cascadas intermedias. Mientras tanto me entretengo mirando las cabriolas de los monos caís que pululan por los árboles y las instalaciones de la estación.
Una vez en la segunda parada nos dirigimos a la Garganta del Diablo a través de larguísimas pasarelas que atraviesan las amarronadas aguas del río Iguazú. Es admirable la obra de ingeniería que se ha puesto en pie para poder situarnos en el ojo del huracán cataratero. Ya de lejos vemos nubes de agua que se elevan al cielo y un estruendo sobrecogedor. Casi hay que pedir permiso para coger sitio en la barandilla, desde donde asomarse al abismo de agua que se abre a nuestros pies. Un momento para reflexionar sobre nuestra pequeñez ante la bravura de la naturaleza.
A la vuelta a la estación intermedia recorro los dos circuitos que recorren las cataratas que había visto el día anterior desde Brasil. Uno no se cansa de admirar la belleza y singularidad de cada catarata y de hacer fotos y más fotos, que por desgracia no podrán reflejar plenamente la magnificencia del conjunto, los sonidos, la humedad ambiental, y tantos otros detalles.

Todavía me sobra tiempo para recorrer los aproximadamente 3,5 km del sendero macuco que nos llevan al mirador de la solitaria cascada Arrechea, unas escaleras nos permiten descender al pie de la cascada sin ningún peligro. Allí me encuentro a un grupo de jóvenes que me dan a probar el mate, mi primera vez en todo el viaje. Encuentro que es parecido al té, y reconforta en aquel ambiente húmedo. El sendero me decepciona un poco pues, aparte de unas gigantescas hormigas, no he encontrado ningún ejemplar de fauna digno de mención.
A la salida hay un grupo de niños guaraníes cantando. Les compro varios sencillos instrumentos musicales para añadir a mi colección.
Mi despedida de Iguazú la hago en Puerto Iguazú con una buena cena en el restaurante Pizza Color, cómo no, en la Avenida Córdoba, en el que repito con el pescado local Pacu