Me levanto con dos prioridades, ir a la farmacia del pueblo, y solicitar un reembolso por la excursión del día anterior. Tras el desayuno, empiezo por lo último y en la web de Viator utilizo la opción que ofrecen de solicitar directamente al prestador del servicio, el reembolso parcial o total de un tour, y envío una solicitud de reintegro parcial por incumplimiento del programa en cuanto a las visitas a la cueva troglodita de Matmata y al Museo bereber de Tamezret. La otra tarea, la soluciono rápidamente interpretándole los síntomas del resfriado al farmacéutico del pueblo, que adivina en segundos mi mímica, gestos y toses, y me da una caja de Ibuphil Cold 400/60, o sea Ibuprofeno 400 mg más Pseudoefedrina 60 mg, de los laboratorios Philadelphia Pharma de Sfax.
Tras los deberes, otro paseo por Erriadh, pueblo grato donde los haya, tanto como sus gentes, y a las 10 estamos de regreso al hotel, donde nos espera la dueña Chiara con el resultado de sus gestiones para conseguirnos una salida en la barca de algún buceador del pueblo de Ajim, quienes desde la antigüedad, atados con una cuerda bajan a pulmón de 10 a 20 metros, para permanecer unos 4 minutos localizando y cogiendo esponjas, actividad que aún festejan en el mes de julio, durante el Festival de las Esponjas en Zarzis, al otro lado del puente de Djerba. El resultado es negativo. El contacto de Chiara, el dueño del restaurante “Poison d’Or” de Ajim, amigo de uno de estos buceadores, no la ha llamado. Le damos las gracias por la gestión, y marchamos al centro del pueblo para coger un taxi (6º) en dirección a ...
AJIM, o la esponjadicción
Por 2 € y unos céntimos, el taxista nos deja en la barrera de entrada al embarcadero donde los transbordadores cruzan al continente, en la que una cola de todo tipo de vehículos esperan a que les den paso para embarcar en la nave.
En el contiguo puerto de pescadores, mientras los pescadores trajinan con las redes y las capturas del día, preguntamos con ayuda de un traductor offline, por esponjas, barcas y buceadores, pero la única amable respuesta que recibimos es que vayamos al zoco de la capital, Houmt Souk. Seguimos camino y tras cruzar el astillero, donde algunos barcos se repintan y reparan, y otros permanecen a la espera en el dique seco, un tunecino amable que nos ofrece ayuda, nos dirige a una tienda a pocos metros de allí, al lado del restaurante “Le Petit Crustacé”.
Entre una exposición de ánforas para atrapar pulpos y artes de pesca, un arrugado anciano está sentado mirando la calle, al lado de la puerta azul entrecerrada, por cuyo resquicio, un rayo de luz del exterior ilumina un rincón con un manojo de enormes esponjas naturales, enganchadas en ristra a un cordel marinero. El hombre llama a alguien a gritos, y del restaurante contiguo aparece un chaval que da la luz y nos atiende, mientras el anciano permanece como una estatuta en la entrada. Otro racimo de esponjas aparece tirado por el suelo de la tienda, pero son pequeñas y con mucha impureza y resto de concha adherido.
Damos las gracias, y tomamos dirección centro entre terrazas de cafeterias de puerto con pescadores y marinos de piel curtida, restaurantes y tiendas, hasta llegar a los puestos del mercado callejero de alimentos, donde hacemos tiempo hasta la hora de la comida. Echamos mano del maps offline para buscar restaurantes, y voilá, aparece el “Poisson d’Or” del amigo del buceador. Como no podía ser de otra manera, el restaurante está a dos pasos del embarcadero.
Volvemos atrás en su búsqueda, y al pasar distraídos por la puerta de un restaurante, un hombre a la entrada trata de convencernos para que entremos. Mientras le escuchamos, un vistazo a las fotos de los pescados, nos descubre el nombre de “Poisson d’Or”. Le decimos que de acuerdo, pero que como todavía es pronto, nos vamos a dar una vuelta y volvemos en media hora, y le pregunto por ... cervezas y esponjas. A lo primero, me contesta que no voy a encontrar cerveza en todo Ajim; a lo segundo, señala la tienda contigua, y nos invitar a entrar porque es suya. Habla con su hija, al cuidado de la tienda, y tras coger 3 o 4 esponjas naturales de un cesto, nos las regala. De otro manojo del que cuelgan algunas de buen tamaño, compactas y limpias, le compramos dos más por 2 €, y de unas estanterías de babuchas con suela de cuero, me enamoro de dos preciosos pares, que arreglamos por 6 € cada par.
Contentos, le damos al hombre la bolsa con la compra para que nos la guarde, y nos llegamos hasta la terraza de un genuino café portuario, con tipos de cara acartonada y manos curradas tomando café y agua, y nos sentamos a tomar lo mismo y a observar todo lo que circula por la calle delante nuestro. Dos horas después, estoy pagando en el restaurante una cuenta de 24 €, cara a pesar del disfrute de un pica pica, en todos los sentidos, una sabrosa sopa especiada casera de cortesía, y unos platos de lubina al grill y de calamares encebollados, ambos con acompañamiento, pan, bebida, y un par de chays con menta.
Tras felicitar al dueño por la comida y preguntarle por un taxi, nos dice que esperemos un momento y se monta en una bicicleta en dirección al embarcadero, de donde 5 minutos después llega un taxi que se para en la puerta, seguido a 50 metros por el hombre pedaleando y despidiéndose con la mano. En 15 minutos y por 2 €, bajo una monumental ánfora que anuncia la actividad del pueblo, el taxi (7º) aparca en la esquina de una rotonda del centro de
GUELLALA, o cerámica al por mayor
En el pueblo de la cerámica, los alfareros se suceden uno tras otro mientras avanzamos por la calle principal. La milenaria tradición ceramista de Guellala, perfeccionó las del Antiguo Egipto, Fenicia, Grecia y Roma, y se extendió por la costa continental de Túnez hasta Monastir o Nabeul, donde tomó colores amarillo, marrón o verde, utilizando una técnica propia que le da nombre. La antigua cerámica Fatimí del norte de África y la bereber Zirí de las montañas de Argelia, que representaban figuras humanas y animales, se extendieron por el Magreb, Andalucía y Sicilia.
En Túnez, hay dos clases de alfarería, la fabricada por los hombres, y la utilitaria de las zonas rurales, elaborada principalmente por mujeres, y aunque en la actualidad hay un resurgimiento de la cerámica en el país, ésta es más artística que funcional. Los alfareros de Guellala no pueden elegir hoy en día el barniz que quieran, pero el modelado, cocción y decoración sigue haciéndose con las antiguas técnicas y decoración, motivos lineales, puntos, dientes de sierra, cruces o diamantes, que se asemejan a los de los tejidos rurales.
Un escritor y poeta francés de principios del siglo XX, George Duhamel, escribió sobre los alfareros de Djerba: “Busqué poetas, encontré alfareros. Ningún oficio hace pensar mejor en Dios, que formó al hombre del polvo de la tierra. Sobre los caminos de Yerba, entre el terraplén de arena, cretados de color púrpura sus jorobas, circulan los camellos, cargando una carga enorme e inútil: el gran racimo de frascos sonoros.”
De entre las tiendas a lo largo de la calle, entramos en la de Hakim, que nos sorprende con su castellano. El interior es como una cueva de los tesoros, que visitamos con calma para apreciar los motivos bereberes que decoran algunas de las piezas de las pilas de ceniceros, vajillas, lámparas, ánforas, jarras, candelabros, azulejos, etcétera, que ocupan suelo, mesas y paredes. Tras una demostración del “camello mágico”, un botijo souvenir con forma de camello que se llena de agua por un agujero que tiene debajo, y que no vierte al ponerlo recto, sino que lo hace por la boca, separamos lo que nos gusta y, tras el obligado regateo, nos llevamos a buen precio 4 boles y una olla.
En una loma a 1 km del centro, se encuentra el Museo de Guellala, oficialmente de “El patrimonio de Túnez, tesoros y maravillas”. Abierto desde el 2001, es un agradable y bonito museo que expone en salas independientes, diversas colecciones sobre el patrimonio de Yerba y de Túnez, separadas por temáticas como fiestas y festejos, tradiciones, trajes típicos, artesanías, mitos y leyendas, música, cerámica, caligrafía, religión, oficios, etc.
Con alrededor de 100.000 visitantes al año, visitar el museo es hacer un viaje al pasado con los montajes que recrean la vida rural en los menzeles (haciendas), los talleres de alfarería, la pesca, o los molinos de aceite con las prensas giradas por camellos o burros, que exprimían las aceitunas para recoger el espeso aceite de oliva, que ahora es vendido a granel a Italia y a España, o embotellado para venderse en el mercado alemán a precios astronómicos.
La entrada cuesta 10 dinares (3 €), pero la visita es amena, y los jardines y patios del museo son muy gratos de recorrer. Al salir, nos sentamos un rato en la terraza exterior, disfrutando de la panorámica hasta el mar, con los campos y palmeras en primer plano y más allá, el núcleo blanco del pueblo de Guellala. El atardecer nos pilla en la rotonda del centro, y después de media hora de espera, logramos montarnos en el taxi (8º) de un afable taxista que habendo pasado delante nuestro unos minutos antes, regresa a buscarnos tras recoger a su simpático hijo del colegio, al que deja a la entrada de la calle de su casa a la salida del pueblo.
Aunque el taxímetro marca 5 dinares y pico, le damos 6 (2 €) al hombre, cuando nos aparca en Erriadh, y entramos en la droguería buscando material para envolver la frágil cerámica. Apenas dos dias han bastado para poder entablar conversación con la hospitalaria y afectuosa gente del pueblo, y tras la joven droguera, el chico de la cafetería, el farmacéutico, el tendero del comercio de grano, el ferretero, el de los pollos al ast, la librera y los de la tienda de comestibles, decidimos entrar a cenar en la pizzería del pueblo. Igual de amables que todos los anteriores, el pizzero y su esposa nos sirven un par de pizzas y bebida, y solucionamos la cena del día por 5 € y pico, para poder retirarnos al hotel menzel Dar Dhiafa, a disfrutar del relajante silencio de Erriadh.

Tras los deberes, otro paseo por Erriadh, pueblo grato donde los haya, tanto como sus gentes, y a las 10 estamos de regreso al hotel, donde nos espera la dueña Chiara con el resultado de sus gestiones para conseguirnos una salida en la barca de algún buceador del pueblo de Ajim, quienes desde la antigüedad, atados con una cuerda bajan a pulmón de 10 a 20 metros, para permanecer unos 4 minutos localizando y cogiendo esponjas, actividad que aún festejan en el mes de julio, durante el Festival de las Esponjas en Zarzis, al otro lado del puente de Djerba. El resultado es negativo. El contacto de Chiara, el dueño del restaurante “Poison d’Or” de Ajim, amigo de uno de estos buceadores, no la ha llamado. Le damos las gracias por la gestión, y marchamos al centro del pueblo para coger un taxi (6º) en dirección a ...
AJIM, o la esponjadicción
Por 2 € y unos céntimos, el taxista nos deja en la barrera de entrada al embarcadero donde los transbordadores cruzan al continente, en la que una cola de todo tipo de vehículos esperan a que les den paso para embarcar en la nave.

En el contiguo puerto de pescadores, mientras los pescadores trajinan con las redes y las capturas del día, preguntamos con ayuda de un traductor offline, por esponjas, barcas y buceadores, pero la única amable respuesta que recibimos es que vayamos al zoco de la capital, Houmt Souk. Seguimos camino y tras cruzar el astillero, donde algunos barcos se repintan y reparan, y otros permanecen a la espera en el dique seco, un tunecino amable que nos ofrece ayuda, nos dirige a una tienda a pocos metros de allí, al lado del restaurante “Le Petit Crustacé”.

Entre una exposición de ánforas para atrapar pulpos y artes de pesca, un arrugado anciano está sentado mirando la calle, al lado de la puerta azul entrecerrada, por cuyo resquicio, un rayo de luz del exterior ilumina un rincón con un manojo de enormes esponjas naturales, enganchadas en ristra a un cordel marinero. El hombre llama a alguien a gritos, y del restaurante contiguo aparece un chaval que da la luz y nos atiende, mientras el anciano permanece como una estatuta en la entrada. Otro racimo de esponjas aparece tirado por el suelo de la tienda, pero son pequeñas y con mucha impureza y resto de concha adherido.

Damos las gracias, y tomamos dirección centro entre terrazas de cafeterias de puerto con pescadores y marinos de piel curtida, restaurantes y tiendas, hasta llegar a los puestos del mercado callejero de alimentos, donde hacemos tiempo hasta la hora de la comida. Echamos mano del maps offline para buscar restaurantes, y voilá, aparece el “Poisson d’Or” del amigo del buceador. Como no podía ser de otra manera, el restaurante está a dos pasos del embarcadero.

Volvemos atrás en su búsqueda, y al pasar distraídos por la puerta de un restaurante, un hombre a la entrada trata de convencernos para que entremos. Mientras le escuchamos, un vistazo a las fotos de los pescados, nos descubre el nombre de “Poisson d’Or”. Le decimos que de acuerdo, pero que como todavía es pronto, nos vamos a dar una vuelta y volvemos en media hora, y le pregunto por ... cervezas y esponjas. A lo primero, me contesta que no voy a encontrar cerveza en todo Ajim; a lo segundo, señala la tienda contigua, y nos invitar a entrar porque es suya. Habla con su hija, al cuidado de la tienda, y tras coger 3 o 4 esponjas naturales de un cesto, nos las regala. De otro manojo del que cuelgan algunas de buen tamaño, compactas y limpias, le compramos dos más por 2 €, y de unas estanterías de babuchas con suela de cuero, me enamoro de dos preciosos pares, que arreglamos por 6 € cada par.

Contentos, le damos al hombre la bolsa con la compra para que nos la guarde, y nos llegamos hasta la terraza de un genuino café portuario, con tipos de cara acartonada y manos curradas tomando café y agua, y nos sentamos a tomar lo mismo y a observar todo lo que circula por la calle delante nuestro. Dos horas después, estoy pagando en el restaurante una cuenta de 24 €, cara a pesar del disfrute de un pica pica, en todos los sentidos, una sabrosa sopa especiada casera de cortesía, y unos platos de lubina al grill y de calamares encebollados, ambos con acompañamiento, pan, bebida, y un par de chays con menta.

Tras felicitar al dueño por la comida y preguntarle por un taxi, nos dice que esperemos un momento y se monta en una bicicleta en dirección al embarcadero, de donde 5 minutos después llega un taxi que se para en la puerta, seguido a 50 metros por el hombre pedaleando y despidiéndose con la mano. En 15 minutos y por 2 €, bajo una monumental ánfora que anuncia la actividad del pueblo, el taxi (7º) aparca en la esquina de una rotonda del centro de
GUELLALA, o cerámica al por mayor
En el pueblo de la cerámica, los alfareros se suceden uno tras otro mientras avanzamos por la calle principal. La milenaria tradición ceramista de Guellala, perfeccionó las del Antiguo Egipto, Fenicia, Grecia y Roma, y se extendió por la costa continental de Túnez hasta Monastir o Nabeul, donde tomó colores amarillo, marrón o verde, utilizando una técnica propia que le da nombre. La antigua cerámica Fatimí del norte de África y la bereber Zirí de las montañas de Argelia, que representaban figuras humanas y animales, se extendieron por el Magreb, Andalucía y Sicilia.

En Túnez, hay dos clases de alfarería, la fabricada por los hombres, y la utilitaria de las zonas rurales, elaborada principalmente por mujeres, y aunque en la actualidad hay un resurgimiento de la cerámica en el país, ésta es más artística que funcional. Los alfareros de Guellala no pueden elegir hoy en día el barniz que quieran, pero el modelado, cocción y decoración sigue haciéndose con las antiguas técnicas y decoración, motivos lineales, puntos, dientes de sierra, cruces o diamantes, que se asemejan a los de los tejidos rurales.

Un escritor y poeta francés de principios del siglo XX, George Duhamel, escribió sobre los alfareros de Djerba: “Busqué poetas, encontré alfareros. Ningún oficio hace pensar mejor en Dios, que formó al hombre del polvo de la tierra. Sobre los caminos de Yerba, entre el terraplén de arena, cretados de color púrpura sus jorobas, circulan los camellos, cargando una carga enorme e inútil: el gran racimo de frascos sonoros.”

De entre las tiendas a lo largo de la calle, entramos en la de Hakim, que nos sorprende con su castellano. El interior es como una cueva de los tesoros, que visitamos con calma para apreciar los motivos bereberes que decoran algunas de las piezas de las pilas de ceniceros, vajillas, lámparas, ánforas, jarras, candelabros, azulejos, etcétera, que ocupan suelo, mesas y paredes. Tras una demostración del “camello mágico”, un botijo souvenir con forma de camello que se llena de agua por un agujero que tiene debajo, y que no vierte al ponerlo recto, sino que lo hace por la boca, separamos lo que nos gusta y, tras el obligado regateo, nos llevamos a buen precio 4 boles y una olla.

En una loma a 1 km del centro, se encuentra el Museo de Guellala, oficialmente de “El patrimonio de Túnez, tesoros y maravillas”. Abierto desde el 2001, es un agradable y bonito museo que expone en salas independientes, diversas colecciones sobre el patrimonio de Yerba y de Túnez, separadas por temáticas como fiestas y festejos, tradiciones, trajes típicos, artesanías, mitos y leyendas, música, cerámica, caligrafía, religión, oficios, etc.

Con alrededor de 100.000 visitantes al año, visitar el museo es hacer un viaje al pasado con los montajes que recrean la vida rural en los menzeles (haciendas), los talleres de alfarería, la pesca, o los molinos de aceite con las prensas giradas por camellos o burros, que exprimían las aceitunas para recoger el espeso aceite de oliva, que ahora es vendido a granel a Italia y a España, o embotellado para venderse en el mercado alemán a precios astronómicos.

La entrada cuesta 10 dinares (3 €), pero la visita es amena, y los jardines y patios del museo son muy gratos de recorrer. Al salir, nos sentamos un rato en la terraza exterior, disfrutando de la panorámica hasta el mar, con los campos y palmeras en primer plano y más allá, el núcleo blanco del pueblo de Guellala. El atardecer nos pilla en la rotonda del centro, y después de media hora de espera, logramos montarnos en el taxi (8º) de un afable taxista que habendo pasado delante nuestro unos minutos antes, regresa a buscarnos tras recoger a su simpático hijo del colegio, al que deja a la entrada de la calle de su casa a la salida del pueblo.

Aunque el taxímetro marca 5 dinares y pico, le damos 6 (2 €) al hombre, cuando nos aparca en Erriadh, y entramos en la droguería buscando material para envolver la frágil cerámica. Apenas dos dias han bastado para poder entablar conversación con la hospitalaria y afectuosa gente del pueblo, y tras la joven droguera, el chico de la cafetería, el farmacéutico, el tendero del comercio de grano, el ferretero, el de los pollos al ast, la librera y los de la tienda de comestibles, decidimos entrar a cenar en la pizzería del pueblo. Igual de amables que todos los anteriores, el pizzero y su esposa nos sirven un par de pizzas y bebida, y solucionamos la cena del día por 5 € y pico, para poder retirarnos al hotel menzel Dar Dhiafa, a disfrutar del relajante silencio de Erriadh.