Jueves, 26 de septiembre de 2019
Uno de los motivos para repartir los días en cada sitio había sido intentar no coincidir en fin de semana el día que fuéramos a visitar el South Rim, la cara sur del Gran Cañón, para no encontrar demasiados visitantes. Hoy era el día, un jueves de finales de septiembre, esperaba haber acertado.
Salimos hacia el norte por la 180 y los barrios residenciales de Flagstaff en esa zona nos parecieron preciosos. Casas independientes con una pintaza estupenda, con establos y caballos, con graneros, con cercas pintadas de un blanco impoluto y bosques y bosques alrededor. De hecho, toda esta zona es bastante boscosa y está a mayor altura que las poblaciones circundantes. En Flagstaff no pasamos nada de calor y teníamos el desierto cerca.
Había nubes y el día se presentaba ventoso pero con sol.
Paramos cerca de Tusayan donde vimos, a ambos lados, tiendas de recuerdos en grandes estructuras de estilo Far West. En una de ellas, gestionada por un señor muuuuy mayor fue donde encontré mi sombrero de cowboy. Había visto antes muchos, pero los que me gustaban eran demasiado caros para el uso que iba a darle. Aquí encontré algo pintón y con un coste razonable, creo que no llegó ni a 20$. También me traje de allí un par de corbatas de bolo, o de cordón. Una muy bonita con una piedra azul, el lapislázuli tan usado en joyería por los indios y otra sencillita con una chapa que lleva una bota en relieve.

Al de enfrente también íbamos a pasar, pero en el parking nos enrollamos a charlar un buen rato con cuatro chicos canarios que estaban haciendo la ruta 66 desde Chigago e iban a pasar, más o menos por donde nosotros veníamos, pero en sentido contrario y decidimos seguir adelante para aprovechar al máximo el día.
Una vez entramos en los terrenos del Parque, decidimos hacer la Desert View hacia el Este, casi hasta Cameron, para volver luego viendo miradores de vuelta a las instalaciones centrales. Lo cierto es que la perspectiva desde el sur muestra más el cañón a lo largo, desde el norte tuvimos más vistas frontales, a lo ancho. Y es, quizás, más llamativo. El rio se ve desde varios puntos.

A media mañana, hicimos un picnic en uno de los miradores. Había gente, pero no era abrumador, aun así, nada que ver con el North Rim. Nuestras bolsas y migas nos trajeron a uno de los muchos cuervos que habitan por estas tierras a posar justo a nuestro lado.




No tenía pinta de despejarse y tomamos uno de los últimos autobuses para regresar al párking donde nuestro Arizono nos esperaba. Llegamos ya de noche y nos metimos en una cafetería a picar algo, hacía muchas horas desde el piscolabis de mediodía (la merienda se me había mojado, por no cerrar bien la bolsa de hielo dentro de la nevera).
No había ni una sola luz en la zona de aparcamiento y, ni intentando abrir con el mando a distancia o dándole al botón del claxon del mismo, localizábamos el coche. Noche cerrada, lloviendo, y nosotros dando vueltas por un aparcamiento desierto.
Por supuesto, dimos con él en un ratito y emprendimos el regreso a nuestra base de operaciones. No hicimos el mismo recorrido; según el GPS del teléfono era más rápido ir casi hasta Williams y llegar a Flagstaff por la autovía, pero se nos hizo más largo.
Esa noche el jacuzzi nos sentó de maravilla. Un baño caliente tras la mojadura y cena en la habitación, sopas de lata Campbell, relajados y en busca de descanso.