La mañana siguiente, estaba previsto que el recepcionista que el día anterior me dijo que iba a estar toda la noche de guardia, me despertase a las 5.00 y me llamase un taxi para el aeropuerto, pero ni me despertó ni me había llamado el taxi. De hecho, el recepcionista no estaba en la recepción cuando yo bajé. Al cabo de un rato de tratar de salir por el portón, pues la entrada principal estaba cerrada, apareció una mujer que me llamó un taxi para el aeropuerto y me abrió la puerta principal.
Por 80 bolivianos (unos 11 euros), el taxista me llevó en unos veinte minutos al aeropuerto, habida cuenta de que a esa hora de la madrugada no había tráfico. Mi vuelo no salía hasta las 8.30, pero no quería tener problemas, ni con el vuelo, ni con emigración.
Los trámites en Boliviana fueron rápidos. En unos minutos tenía mi tarjeta de embarque para Sao Paulo y mi maleta facturada hasta destino. Dado que yo volaba con Lufthansa, Boliviana no podía emitir las tarjetas de embarque de esta compañía, con lo que la chica de facturación me dijo que tenía que solicitarlas en el aeropuerto de Sao Paulo.
El paso por inmigración fue un tanto lento, principalmente porque a aquella hora, solo había una persona en su puesto, aunque progresivamente fue llegando el resto del personal. Pese a mis temores con el DIGEMIC y el registro de todos mis alojamientos, bajo multa de 500 bolivianos, no tuve problemas y rápidamente accedí a la zona de embarque. Como no había desayunado, tomé un café con un brownie en la tienda de Juan Valdez, café de Colombia del aeropuerto, tratando de gastar algunos de los bolivianos que aún me quedaban. Aun así, todavía regresé a casa con algunos, pues no quería gastarlos todos, por si necesitaba algo de dinero en Brasil (aunque no sabía si los bolivianos son una moneda convertible).
El vuelo a Sao Paulo duró algo más de tres horas y media y se desarrolló sin problemas. El problema fue a la llegada, pues aunque teóricamente yo era un pasajero en tránsito, como no tenía las tarjetas de embarque, me obligaron a pasar inmigración y salir del aeropuerto, para luego volver a entrar, una vez que en el mostrador de Lufthansa me habían impreso las tarjetas de embarque. La escala de Sao Paulo había sido la más larga (cinco horas frente a las dos horas de escala que había tenido en los vuelos anteriores y de las dos horas que tendría que pasar a mi llegada a Fráncfort). Aun así, no se me hizo pesada, en parte porque el hecho de tener que salir del aeropuerto, tener que esperar a que abrieran los mostradores de facturación de Lufthansa para obtener mis tarjetas de embarque y volver a pasar los trámites en el aeropuerto, hicieron que la escala se redujese. Lo cierto es que el aeropuerto de Sao Paulo me causó buena impresión. Tiene aire de ser un aeropuerto bastante moderno, aunque es cierto que vi claramente dos zonas, una mucho más moderna que otra. De todos modos, todo el personal del aeropuerto me pareció muy atento y amable.
El vuelo a Fráncfort desde Sao Paulo duró once horas y media. Tras la cena nos dejaron dormir y lo cierto es que dormí bastante. Cuando faltaban dos horas para llegar, nos sirvieron el desayuno. Como ya he dicho anteriormente, el aeropuerto de Fráncfort no es de mis favoritos. Lo encuentro demasiado grande y mal organizado. Así como en la ida me había resultado bastante cómodo, esta vez tuve que dar un montón de vueltas y pasar un montón de controles hasta dar con la puerta de embarque que me conduciría a casa.
Por 80 bolivianos (unos 11 euros), el taxista me llevó en unos veinte minutos al aeropuerto, habida cuenta de que a esa hora de la madrugada no había tráfico. Mi vuelo no salía hasta las 8.30, pero no quería tener problemas, ni con el vuelo, ni con emigración.
Los trámites en Boliviana fueron rápidos. En unos minutos tenía mi tarjeta de embarque para Sao Paulo y mi maleta facturada hasta destino. Dado que yo volaba con Lufthansa, Boliviana no podía emitir las tarjetas de embarque de esta compañía, con lo que la chica de facturación me dijo que tenía que solicitarlas en el aeropuerto de Sao Paulo.
El paso por inmigración fue un tanto lento, principalmente porque a aquella hora, solo había una persona en su puesto, aunque progresivamente fue llegando el resto del personal. Pese a mis temores con el DIGEMIC y el registro de todos mis alojamientos, bajo multa de 500 bolivianos, no tuve problemas y rápidamente accedí a la zona de embarque. Como no había desayunado, tomé un café con un brownie en la tienda de Juan Valdez, café de Colombia del aeropuerto, tratando de gastar algunos de los bolivianos que aún me quedaban. Aun así, todavía regresé a casa con algunos, pues no quería gastarlos todos, por si necesitaba algo de dinero en Brasil (aunque no sabía si los bolivianos son una moneda convertible).
El vuelo a Sao Paulo duró algo más de tres horas y media y se desarrolló sin problemas. El problema fue a la llegada, pues aunque teóricamente yo era un pasajero en tránsito, como no tenía las tarjetas de embarque, me obligaron a pasar inmigración y salir del aeropuerto, para luego volver a entrar, una vez que en el mostrador de Lufthansa me habían impreso las tarjetas de embarque. La escala de Sao Paulo había sido la más larga (cinco horas frente a las dos horas de escala que había tenido en los vuelos anteriores y de las dos horas que tendría que pasar a mi llegada a Fráncfort). Aun así, no se me hizo pesada, en parte porque el hecho de tener que salir del aeropuerto, tener que esperar a que abrieran los mostradores de facturación de Lufthansa para obtener mis tarjetas de embarque y volver a pasar los trámites en el aeropuerto, hicieron que la escala se redujese. Lo cierto es que el aeropuerto de Sao Paulo me causó buena impresión. Tiene aire de ser un aeropuerto bastante moderno, aunque es cierto que vi claramente dos zonas, una mucho más moderna que otra. De todos modos, todo el personal del aeropuerto me pareció muy atento y amable.
El vuelo a Fráncfort desde Sao Paulo duró once horas y media. Tras la cena nos dejaron dormir y lo cierto es que dormí bastante. Cuando faltaban dos horas para llegar, nos sirvieron el desayuno. Como ya he dicho anteriormente, el aeropuerto de Fráncfort no es de mis favoritos. Lo encuentro demasiado grande y mal organizado. Así como en la ida me había resultado bastante cómodo, esta vez tuve que dar un montón de vueltas y pasar un montón de controles hasta dar con la puerta de embarque que me conduciría a casa.