Como había leído que era habitual, la vendedora de billetes me dijo que el autobús a Sucre ya salía pero en realidad tardó más de hora y media en salir. Más bien, salió al cabo de media hora, pero veinte minutos más tarde, una vez que hubo dejado la terminal, subió a él la mayoría del pasaje, lo que nos obligó a esperar otra hora más. Como ya he mencionado, toda esta gente se subía fuera de la estación para ahorrarse la tasa de mantenimiento de la terminal.
El viaje a Sucre fue animado. Tuve como compañera de viaje a Betty, una vendedora de calzado que venía de Oruro, adonde había ido a comprar su nueva colección, y que regresaba a Sucre, ciudad en la que vivía con su familia. Había vivido en España, en San Javier (Murcia) para más señas, donde había trabajado en un almacén de fruta, durante siete años. Regresaron a Bolivia por la insistencia de su marido, mecánico de coches en Fiat, que extrañaba a su familia y a su país y que había montado un taller a su regreso a Bolivia. Ella añoraba regresar a España, donde se había encontrado muy a gusto. Sin embargo, la adolescencia de su hijo menor (que poseía la doble nacionalidad española y boliviana) y los estudios universitarios de su hija mayor dificultaban su regreso.
Tras tres horas y media de viaje llegué, una vez más, de noche, a mi destino, esta vez a Sucre. El autobús hizo varias paradas en la ciudad pero yo me bajé en la última, más próxima al centro, que era donde se ubicaba mi hotel, en realidad un bed&breakfast.
Desde allí tomé un taxi que me llevase al alojamiento (www.airbnb.es/ ...eRoBcLO031), aunque dimos varias vueltas porque la información que me mandó la propietaria del bed&breakfast, en lugar de aclarar, más bien confundía. Lo cierto es que este fue mi mejor alojamiento en Bolivia con diferencia (tanto mi propia habitación como el alojamiento en su conjunto), y el desayuno espectacular. Lo peor fue quizás la propietaria, que me atosigaba con tanto Whatsapp: que confirmase que iba, que reconfirmase, que la avisase cuando salía, cuando llegaba, que si ella y su marido iban a salir, que si iban a regresar, etc. etc. Es cierto que era servicial y sus explicaciones el día de mi llegada sobre posibles visitas de Sucre fueron muy útiles, pero creo haber recibido más Whatsapps suyos que de todos los demás alojamientos juntos.
El alojamiento está en el centro histórico, en la calle Calvo, entre el convento de las Recoletas y la plaza 25 de mayo, que es el punto cero de Sucre.
El desayuno había sido delicioso, con unos panes que estaban exquisitos y unas pizzetas, además de zumo e infusiones. La habitación también estaba muy bonita y el baño a la altura de cualquier baño europeo, completamente nuevo.
El viaje a Sucre fue animado. Tuve como compañera de viaje a Betty, una vendedora de calzado que venía de Oruro, adonde había ido a comprar su nueva colección, y que regresaba a Sucre, ciudad en la que vivía con su familia. Había vivido en España, en San Javier (Murcia) para más señas, donde había trabajado en un almacén de fruta, durante siete años. Regresaron a Bolivia por la insistencia de su marido, mecánico de coches en Fiat, que extrañaba a su familia y a su país y que había montado un taller a su regreso a Bolivia. Ella añoraba regresar a España, donde se había encontrado muy a gusto. Sin embargo, la adolescencia de su hijo menor (que poseía la doble nacionalidad española y boliviana) y los estudios universitarios de su hija mayor dificultaban su regreso.
Tras tres horas y media de viaje llegué, una vez más, de noche, a mi destino, esta vez a Sucre. El autobús hizo varias paradas en la ciudad pero yo me bajé en la última, más próxima al centro, que era donde se ubicaba mi hotel, en realidad un bed&breakfast.
Desde allí tomé un taxi que me llevase al alojamiento (www.airbnb.es/ ...eRoBcLO031), aunque dimos varias vueltas porque la información que me mandó la propietaria del bed&breakfast, en lugar de aclarar, más bien confundía. Lo cierto es que este fue mi mejor alojamiento en Bolivia con diferencia (tanto mi propia habitación como el alojamiento en su conjunto), y el desayuno espectacular. Lo peor fue quizás la propietaria, que me atosigaba con tanto Whatsapp: que confirmase que iba, que reconfirmase, que la avisase cuando salía, cuando llegaba, que si ella y su marido iban a salir, que si iban a regresar, etc. etc. Es cierto que era servicial y sus explicaciones el día de mi llegada sobre posibles visitas de Sucre fueron muy útiles, pero creo haber recibido más Whatsapps suyos que de todos los demás alojamientos juntos.
El alojamiento está en el centro histórico, en la calle Calvo, entre el convento de las Recoletas y la plaza 25 de mayo, que es el punto cero de Sucre.
El desayuno había sido delicioso, con unos panes que estaban exquisitos y unas pizzetas, además de zumo e infusiones. La habitación también estaba muy bonita y el baño a la altura de cualquier baño europeo, completamente nuevo.

Lo primero que hice fue visitar el convento de la Recoleta, adonde había ido la noche anterior con el taxi, creyendo que allí se ubicaba el alojamiento. La Recoleta tiene fama por la vista que desde allí se tiene de la ciudad y por el convento que allí se halla. Lo cierto es que ni la vista es maravillosa, ni el convento es muy interesante. Tiene algunos claustros curiosos, pero por lo demás, son colecciones religiosas que hoy en día no tienen mucho interés y que se encuentran en cualquier iglesia o cabildo.
Más interesante encontré el museo de los tejidos indígenas, que se encontraba en la cuesta que lleva a la Recoleta y que muestra las ropas ceremoniales que tejen los pueblos de Chuquisaca (departamento de Sucre), y en particular el de Tarabico (que yo no visité pues su famoso mercado, donde los habitantes de los alrededores lucen sus trajes típicos, tiene lugar en domingo y era martes).
Más interesante encontré el museo de los tejidos indígenas, que se encontraba en la cuesta que lleva a la Recoleta y que muestra las ropas ceremoniales que tejen los pueblos de Chuquisaca (departamento de Sucre), y en particular el de Tarabico (que yo no visité pues su famoso mercado, donde los habitantes de los alrededores lucen sus trajes típicos, tiene lugar en domingo y era martes).

De allí me dirigí al centro y visité la Casa de la Libertad y el Museo Alfredo Gutiérrez Valenzuela, sitos en la propia plaza de 25 de mayo, varias iglesias (todas ellas cerradas), el mercado central y el parque Bolívar. La Casa de la Libertad es quizás el monumento más importante de Sucre. Antigua universidad de jesuitas, una de las primeras de América, y Audiencia de La Chacra, en la actualidad se ha convertido en un museo donde se hace un repaso al proceso de independencia de Sudamérica y de Bolivia y se exhibe la carta de proclamación de la independencia. Es un museo muy interesante y cuenta con buenas visitas guiadas a las horas en punto. El Museo Alfredo Gutiérrez Valenzuela es una casa burguesa de un político y diplomático boliviano del s. XIX. Constituye un recorrido interesante.

Resulta curioso el interés que tienen los bolivianos (como supongo que todos los demás pueblos americanos) en resaltar su proceso de independencia. Teóricamente una independencia frente a la tiranía, en este caso de los españoles. Sin embargo, más curioso aún resulta constatar que en todos esos movimientos revolucionarios los héroes que se veneran no son sino criollos. Pese a que representaban una parte pequeña de la población, ellos fueron los revolucionarios; no se ve ningún indígena entre los héroes de la independencia. Lo cual obliga a preguntarse si es que los indígenas no estaban tan descontentos con el gobierno español como nos quieren hacer creer o si los criollos en realidad lo que buscaban no era tanto derrocar al opresor español, sino más bien hacerse con el poder y asumir ellos ese papel de opresores del pueblo.

La catedral, al igual que todas las demás iglesias de Sucre no las pude visitar. A diferencia de Europa, en donde, por lo general, las iglesias permanecen abiertas durante el día, en Bolivia las iglesias están siempre cerradas y solo se abren cuando hay alguna celebración. En particular en Sucre es muy famosa la iglesia de San Felipe Neri, que no pude visitar porque solo se abre por la tarde, a partir de las 14.30 horas, dado que por la mañana pertenece a un colegio. Como mi vuelo para Santa Cruz partía a las 17, el aeropuerto de Sucre está lejos de la ciudad (según me habían dicho se tardaba casi una hora en llegar por las obras en la carretera, aunque en realidad fue bastante menos), y la visita exigía al menos una hora, no quise arriesgarme y prescindí de la visita. Tampoco visité la catedral, aunque por fuera es muy bonita, porque estaba cerrada. Sí se podía visitar el museo catedralicio, pero temía volver a encontrarme más objetos religiosos de los que abundan en todas las iglesias (cálices, custodias, casullas, etc.).
Tras comprar unos bombones en una de las bombonerías del centro (Sucre es famosa por sus chocolates y de hecho, el aeropuerto está lleno de tiendas de chocolates: Para ti, Taboada, Sucre,…), me fui a comer al hotel boutique La Posada, que según la guía, también tiene un buen restaurante. Lo cierto es que me decepcionó. El servicio bastante deficiente. Tuve que esperar un buen rato hasta que me atendieran y el menú del día que me ofrecieron (que elegí después de la buena experiencia que había tenido con el menú del día en Potosí) me pareció caro (60 bolivianos con la bebida, esto es, unos 8,5 euros) para lo que era: una sopa, pote argentino y una deliciosa mousse de frutos rojos. Y no solo eso, el servicio fue tan lento que temía perder mi vuelo, dado que aún debía pasarme por el hotel a recoger mi equipaje e ir al aeropuerto.
Tras comprar unos bombones en una de las bombonerías del centro (Sucre es famosa por sus chocolates y de hecho, el aeropuerto está lleno de tiendas de chocolates: Para ti, Taboada, Sucre,…), me fui a comer al hotel boutique La Posada, que según la guía, también tiene un buen restaurante. Lo cierto es que me decepcionó. El servicio bastante deficiente. Tuve que esperar un buen rato hasta que me atendieran y el menú del día que me ofrecieron (que elegí después de la buena experiencia que había tenido con el menú del día en Potosí) me pareció caro (60 bolivianos con la bebida, esto es, unos 8,5 euros) para lo que era: una sopa, pote argentino y una deliciosa mousse de frutos rojos. Y no solo eso, el servicio fue tan lento que temía perder mi vuelo, dado que aún debía pasarme por el hotel a recoger mi equipaje e ir al aeropuerto.

En cualquier caso, he de decir que Sucre me encantó. Yo pensaba que era una ciudad sin más, sin ningún encanto, y lo cierto es que me encontré una preciosa ciudad de arquitectura colonial, llena de vida y con una temperatura muy agradable. Como me confirmó el taxista que me llevó al aeropuerto, la ciudad disfruta de una excelente calidad de vida y el ritmo de vida es probablemente el mejor de todo el país. Tenía razón la dueña de mi alojamiento cuando me dijo que medio día para visitar Sucre era tratar injustamente a la ciudad, porque su pasado, tanto bajo el imperio español como capital de la Bolivia independiente (algo que yo desconocía hasta organizar mi viaje a Bolivia, pues en el colegio siempre se nos había dicho que la capital de Bolivia era La Paz), requerían más tiempo para conocerla. En cualquier caso, creo que mi decisión de adelantar el vuelo a Santa Cruz fue acertada, porque con arreglo a los planes iniciales, debería haber pernoctado dos noches en la ciudad y haberme marchado al día siguiente al mediodía rumbo a Santa Cruz. Anticipando mi vuelo pretendía llegar ese mismo día por la tarde a Santa Cruz y tratar de coger desde allí un transporte que me permitiera visitar las misiones jesuitas.