Este hotelito nos ofreció un correcto desayuno, muy bien servido, por lo cual, en cuanto pudimos, repostamos para llevar el depósito lleno, tomamos la C38 (esta “C” estaba perfectamente asfaltada) y nos pusimos, rápidamente, en las puertas de entrada al Parque Nacional Ethosa, posiblemente uno de los más importantes de toda África y el más destacado de Namibia. Serían poco más de las 9, cuando atravesamos el control de accesos donde abonamos, en efectivo, los 350 ND (17€) por 2 adultos extranjeros y un coche. Como habréis comprobado, la noche previa al Ethosa dormimos a 100 km de la entrada de Okaukuejo, teniendo previsto a la salida, dormir a 120 km del parque. El motivo es doble, primero que para dormir dentro del parque hay que reservar con mucha, muchísima antelación (varios meses; cuando yo lo intenté en enero, ya no había plazas en ninguno de los campamentos interiores), y segundo, que los precios triplicaban ampliamente (más de 3.000 ND por pareja, es decir, unos 150€) a los de los alojamientos ubicados a tan solo una hora de la entrada o de la salida del parque.
Dado que ya habíamos disfrutado, hasta la saciedad, de los “big five” en el P.N. Kruger cuando estuvimos en 2016, optamos por recorrer el Ethosa, pero reservando para ello un solo día, pues sus menores dimensiones (comparado con el Kruger) y una ratio de animales salvajes sensiblemente inferior a la del sudafricano, así lo aconsejaban.
Había cola en las taquillas, en los baños y en la tienda del parque (queríamos adquirir uno de los librillos explicativos) y, además, la carretera principal estaba cortada, por lo que tuvimos que tomar un desvío, bien señalizado, pero que echaba por tierra nuestra planificación, de modo que eran más de las diez cuando conseguimos “estar en ruta”.

Ya sabemos que las comparaciones son odiosas, y que no deberíamos hacerlo con el Ethosa y el Kruger, pero con todo respeto, el sudafricano tiene mejores indicaciones interiores, las carreteras principales son de asfalto, las pistas y “loopings” (salvo alguna excepción) están en perfecto estado para ser recorridas con cualquier vehículo (nosotros, de hecho, llevábamos un sencillo Hyundai i20) y la frecuencia de ver animales es constante (en cinco días, cientos de elefantes y búfalos, docenas de hienas y leones, miles de cebras y ñús, cientos de monos y facóqueros, un leopardo, dos guepardos, una docena de cocodrilos y varias de hipopótamos y de rinocerontes, miles de impalas, órix, kudús, dik-diks y otros antílopes, un centenar de jirafas, cientos de aves diferentes…y multitud de baobabs, lagunas y termiteros). En el Ethosa no hay ni un kilómetro de asfalto y solo las pistas principales están en aceptable estado, debiendo disponer necesariamente de un 4x4 para atreverse a tomar cualquier desvío, ya que el suelo está siempre en muy mal estado (además comprobamos que la mayoría de caminos opcionales, o estaban cortados o tenían el acceso prohibido). Los campamentos son tristes y de baja calidad (especialmente el de Halali), con alojamientos flojos e instalaciones escasas (una miserable tienda donde no había casi comida ni recuerdos). En el Kruger nos alojamos siempre en “rondavels” típicos, todos con cocina, barbacoa, baño completo, veranda, zona de estar, excelente cama, aire acondicionado y buen gusto en su decoración interior, y todo eso por unos 60€ por noche, pero, además, en todos había gasolinera, taller, museo, comercios muy bien montados y dotados con todo tipo de objetos y elementos, y uno o más restaurantes donde comer o cenar magníficamente.
Recorrimos unos 300 km del Ethosa, y nunca llegamos a ver un solo elefante, hipopótamo, rinoceronte, búfalo (creo que aquí no tienen esta especie), cocodrilo y, ni mucho menos, leones o leopardos. Ni siquiera hienas, monos, facóqueros o licaones. Tan solo en algunos puntos tropezamos con algunos ñus y cebras, unas pequeñas manadas de impalas, un único kudú y dos órix. Casi al final, vimos media docena de jirafas y algunos antílopes más. Ni buitres ni otras grandes aves. Y eso que le pusimos ganas. Muchas ganas.

Quiero recordar que la noche que estuvimos cenando en Henties Bay aquella sabrosa sopa chowder, la televisión del restaurante estaba conectada a una cámara nocturna ubicada frente a la principal laguna, cercana a Halali, del P.N. Ethosa. En la hora y pico que estuvimos cenando, solo apareció en la pantalla un solitario rinoceronte y, luego, un elefante, presuntamente misántropo, pues también estuvo solo todo el tiempo.
Decididamente si alguien quiere ver animales en total libertad y en abundancia, que vaya al Kruger.
Muy desencantados con nuestra visita al P.N. Ethosa y siendo las cuatro de la tarde, salimos por la puerta de Namutoni, retomando el asfalto en la misma C38 que llevábamos y enlazando con la B1 para llegar con luz solar a Tsumeb, donde cenaríamos y dormiríamos esta noche.
El “Haus Mopani” está en una calle tranquila (de arena) y a solo 7 minutos (en coche) del centro del pueblo. Tiene aparcamiento y varias habitaciones contiguas (todas en planta baja) con mesas y buenas tumbonas de terraza (particulares) delante de cada habitación (grandes ventanales de buena factura, que, en nuestro caso, daban a un muro sin vistas). Bonito y cuidado jardín. Todo rezuma calidad y buen gusto. La habitación tenía un tamaño suficiente (aunque no enorme) con una cama grande (bien de colchón y sábanas), mesillas, armario, escritorio, silla y nevera (sin congelador). Decoración agradable y personal amable. El baño de tamaño aceptable, con lavabo y mueble, inodoro nuevo y una buena ducha con mampara (bien de agua y de toallas), todo de buen nivel. Pero lo que resultó espectacular fue la sala de desayunos (comedor común), con una cocina abierta y mesas y sillas de buena madera (se podían juntar para hacer una gran y única mesa para, por ejemplo, las cenas), una pared de cristal al jardín (totalmente retráctil), una decoración casi exquisita y donde tomamos un desayuno muy completo al día siguiente. Wifi bien. El tema del aparcamiento no estuvo bien regulado en nuestro caso. A la hora de entrar, en vez de permitirnos dejar el coche cerca de nuestra habitación aún habiendo sitio libre (si se nos concedieron 5 minutos para descargarlo), nos mandaron al otro extremo de la finca. Por la tarde, cuando volvimos del pueblo, no teníamos donde dejar el coche (estaba todo ocupado, aunque no éramos tantos los huéspedes) y la propietaria, quitó amablemente el suyo para dejarnos hueco, pero siempre lejos de la habitación por lo que, cuando dejamos el alojamiento al día siguiente, tuvimos que arrastrar el equipaje (2 maletas y varias bolsas) por un suelo complicado, de nuevo hasta la otra punta del alojamiento. El sueño no fue muy bueno, pues en los alrededores había perros que ladraron casi toda la noche. No recuerdo aire acondicionado, microondas ni TV. Aun así, recomendable.

Tsumeb es poco más que una calle principal (hay un museo minero, un parque, un hospital y varios alojamientos y restaurantes) y, bordeando la B1, dos grandes supermercados, un centro comercial y media docena de gasolineras. El resto del pueblo, perfectamente ubanizado en cuadrículas, son casas bajas, casi todas con jardín y buena factura, que algunas han sido transformadas en alojamientos o en colegios. Resultó un sitio tranquilo y seguro, donde pudimos pasear por la President St. y apreciar los pequeños comercios de la misma y los restos de la mina del pueblo, especialmente su torre y unas vagonetas de mineral, así como una bonita y pequeña iglesia.
